Dt 30, 15-20
Si dividimos el Deuteronomio en cinco partes, -tomando en
cuenta los discursos de Moisés- la perícopa de hoy cierra la cuarta parte
(recordemos que en el Segundo Discurso de Moisés se incluye el Decálogo: Dt 5,
1-21). La cuarta parte nos habla de recompensas y castigos. Después de esto,
vendrá el episodio de la muerte de Moisés. En particular, el capítulo 30 nos
habla de “las condiciones para la restauración y la bendición”: El señor nos
pone en la encrucijada, se trata de una bifurcación del camino, donde Dios nos
da a elegir entre la חָי [chai] “vida” y
el טוֹב [toub] “bien”,
“prosperidad” -de una parte, y la מָ֫וֶת [maved] “muerte” y el רָע [rah] “mal”, “adversidad” -por el otro.
Según el Deuteronomio, la Primera Alianza se
casó en el Horeb, pero hubo una Segunda Alianza que se casó en Moab Dt 29-33.
Si se elige lo primero, vida y bien, habremos de seguir los
caminos que Dios nos ha marcado con sus preceptos, mandatos y decretos. Y
recibiremos bendición. ¿Qué significa la bendición? Que, si elegimos seguir al
Señor, recibiremos vida para nosotros y para nuestros descendientes. Implica
amar al Señor, servirle, escuchar su Voz y adherirnos a Él.
En cambio, si resolvemos irnos por el camino de la
idolatría, de la infidelidad al Señor, nuestra heredad será la muerte, porque
esa es la herencia que da el Malo.
Esta Nueva Alianza es testimoniada, no por divinidades
cósmicas (como se hacía en los pactos del Antiguo Oriente), sino por el Cielo y
la tierra, valga decir, todo lo que Dios creó actúa como jurado, para dar el
veredicto “justo” según nuestra manera de obrar. Por eso la ira de la
naturaleza se vuelca contra los infractores, arrastrando a su paso, a los
inocentes que recibirán holgadas compensaciones, por el daño que ellos no cohonestaron.
Esta oferta nos llama a liberarnos de fuerzas egoístas, las
fuerzas hedonistas, las de la inmediatez del placer. Algo así como ser capaces
de posponer el deseo y la auto-indulgencia, en aras de satisfacer la Alianza,
cumpliendo lo que a nosotros toca en tal Pacto.
Téngase muy en cuenta que esa cohibición la cumplimos,
nunca como satisfacción de los caprichos de alguna divinidad, sino como
preservación de los males que acarrean, porque -aunque se nos pase
desapercibido- son sendas de perdición y autodestrucción.
No estamos -en todo caso- coaccionados para la elección.
Somos libres para equivocarnos y atentar contra nosotros.
Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6
El que escoge armonizándose con la Voluntad Divina lo
llamaremos “justo”. Por el contrario, al que elige antagónicamente, es el
“impío”. En esta bifurcación se estructura toda una antropología cristiana.
Porque va más allá, el que elige el bien, no solamente gana lo que ha elegido,
sino que gana además los “mejor”. No se trata de una elección cualquiera, en
ello va una apuesta de toda la vida: el cero contra el infinito. Y recordemos
que “pieza tocada, pieza jugada”.
Por lo general nos parapetamos en el pretexto de “yo no
sabía”. Pero, en realidad está siempre a nuestro lado, con las escrituras, y
con la Iglesia. Por esos conductos nos mantiene actualizados. Si entramos en
dialogo con estos “conductos”, tendremos información necesaria y suficiente
para optar en cada circunstancia y podremos decir que somos seres morales, como
quien dice, mucho más que seres escasamente biológicos.
Viene el siguiente subterfugio: ¡No tenemos tiempo! Pero
para algo tan trascendental tendríamos que poder sacar tiempo. Tal vez sabiendo
jerarquizar lo más importante de lo secundario y de lo superfluo y relegar lo
manos importante para abrirle campo a lo definitivo.
Ahora, frente a este momento de penitencia, podemos empezar
por este examen: ¿Qué podemos relegar en nuestra vida para abrirle espacio a
Dios? Sabiendo que Dios está ahí, a nuestro lado, pronunciando el Effetá.
Hoy tenemos los primeros tres peldaños de esta escala:
1º Poner toda nuestra complacencia en Manos del Señor: No
seguir los malos consejos de la gente descarriada. No andar por las sendas de
los extraviados, no reunirse con aquellos que se empeñan en nublar nuestra
mirada y oscurecer nuestra visión. Por el contrario, sintonizar nuestra vida
con la Ley de Dios.
2º. De aceptar el punto anterior, todo cuanto proyectemos
ira bien, seremos frondosos y fructuosos. Están protegidos nuestros caminos.
3º De escoger la senda opuesta, seremos como la paja, que
el viento juega con ella y se la lleva; y ¿A dónde va a parar? Al montón de
escombros que se quema. La paja será presa del fuego.
El salmo responsorial retoma la אַשְׁרֵי [esher]
“bienaventuranza”: Bienaventurado el que abandona todo poniéndose en las manos
de Dios.
Lc 9, 22-25
Mi siervo tendrá éxito, será levantado y puesto muy en alto. Así como muchos se asombraron de Él al ver que
tenía el rostro tan desfigurado que apenas
parecía un ser humano, y por su aspecto, no se veía como un hombre.
Is 52, 13s
Esta
perícopa evangélica lucana puede subdividirse en tres partes:
a) Un Mesías cuyo
trono es una cruz cuya corona es de espinas.
b) Para seguirlo, está
la opción de los “justos”.
c) Paradójicamente el
que lucha por aferrarse se le deshace de las manos; el que se abandona, a ese
Dios le traerá todo y se lo entregará como heredad.
Esta
paradoja se aclara, tan pronto nos fijamos que lo que perseguíamos con tanta
ansiedad eran las riquezas mundanas y no los bienes trascendentes.
Está
perícopa viene tan pronto Pedro hace su confesión de fe y reconoce a Jesús por
Cristo (Mesías en griego). Después de ella vendrá la Transfiguración (según el
orden observado en el relato lucano).
Jesús
les habla de su coronación y su entronización en los siguientes términos:
a) Padecer mucho y ser
ἀποδοκιμασθῆναι [apodokimasdenai] “rechazado”,
“descartado”, “declarado no apto, indigno”. Este descarte lo realizan los
sacerdotes y los escribas.
b) Ser ejecutado
c) Resucitar al tercer
día.
Para
el seguimiento (discipulado)
a) Negarse a sí mismo
b) Tomar la cruz
cotidiana (cada día trae su afán). Se debe tomar en cuenta que la cruz no es
estándar, es “personalizada”, hecha sobre medidas; cada quien llevará la
propia.
c) Seguirlo, cumplidas
las dos condiciones anteriores no se pide más.
La
gran paradoja:
a) El que quiera
salvar su vida la perderá
b) El que pierda la
vida en aras del seguimiento fiel, salvará rotundamente su vida.
Y
la piedra de toque:
¡De
qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?
Ahí
es cuando se cae en la cuenta por qué debemos amarnos a nosotros mismos para
poder amar a los demás. Sólo cuando justipreciamos lo que valemos, velamos por
nuestra verdadera salvación. Sino, andaremos detrás de los bienes transitorios,
esos que, por fútiles, se los lleva al viento directo a la hoguera. Así será
nuestro evangelio, lleno de patochadas y vanidades.
Para llegar al fondo de esta revelación se requiere mirarle los ojos al que fue abofeteado, flagelado, coronado de espinas y traspasado por una lanza.
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