Gn 15, 5-12.17-18; Sal 27(26),1.
7-8a. 8b-9abc. 13-14; Flp
3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36
Como sólo Dios debe ser
escuchado, habla bajo y como quiere. El menor ruido ahoga su voz.
Julian Green
Existe un estrecho
vínculo entre synaxis y synodos, entre la asamblea eucarística y la asamblea
sinodal. Aunque bajo formas diferentes, en ambas se realiza la promesa de Jesús
de estar presente allí donde dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20).
Conclusiones del Sínodo
de la Sinodalidad #27
Puede
ser que para muchos hablar de la Transfiguración en estos momentos resulte escandaloso
y evasivo, como una especie de ausentismo de la realidad. Para muchos sólo hay
que preocuparse, de la Guerra diseminada en sus diversos focos. Ellos dirán que
es una irresponsabilidad estar pensando este momento de algún “Personaje” que
subió a un monte con tres Discípulos, que se lo imaginaron Resplandeciente. A
ellos -con ternura fraternal- los convidamos a subir hoy, junto al Señor de
Señores, a quien Dios ha dotado con el poder
para dominar todas las cosas (Cfr. Flp 3,21). La invitación es para
entender que sólo Él (no os vayáis a reír con disimulo) puede desenredar la
madeja embrollada (¡daos real cuanta!). No se trata de quedarnos
encandelillados con el brillo refulgente de sus vestiduras, sino -mejor
aún- de escucharlo con oído agudo y con el corazón supremamente atento.
El
Domingo anterior tuvimos ocasión de degustar y aquilatar la importancia de la
Palabra de Dios. Vimos que el Malo también conoce la Palabra y que en
oportunidades lo que hace con ella es tergiversarla. Toma la Palabra y la
deshilacha en girones para camuflar en las motas descuajadas su ponzoña. Lo que
Jesús nos enseña es cómo re-contextualizar, volver a insertar la cita
descuajada con sus referentes aledaños (para interpretarla con coherencia), y
así volver a hilvanar los flecos para recomponer el Manto de su Verdad: ¡La
Palabra de Vida!
Este
domingo -2do de Cuaresma- es Dios mismo quien nos exhorta a escuchar a Jesús,
su Hijo, el Elegido: En la Oración Colecta rogamos a Dios Padre que alimente nuestro
espíritu con su Palabra, para capacitar nuestra vista a la visión del Rostro
Divino, porque sólo los ojos que alcanzan la limpidez podrán contemplar su Faz
Radiante sin enceguecer.
El
tema del Encuentro con Dios es el de alcanzar a ver y discernir con Quién nos
encontramos, y no, pretender ver lo que esperábamos ver. Muchas veces queremos que Dios sea conforme a
nuestras expectativas, o según nuestra imaginación, queremos un Dios hecho “sobre
medidas”, y ¡claro está! según nuestras propias medidas. Eso es lo que nos
encontramos en los discípulos, aún los más cercanos (Pedro, Santiago y Juan), y
todos los que estaban esperando la llegada del Mesías, aguardaban todo lo
contrario de lo que Dios es. Difícil y duro dejar a Dios ser Dios. Eso es
obediencia (hemos insistido mucho que la obediencia no significa sentarse en el
rincón, bien vestido y bien peinado, esperando -cual Chompiras- que “el Botija”
le siembre una cachetada), confianza y fidelidad.
Es
curioso, porque Dios siempre dio pistas para que lo esperáramos revestido de
suavidad, dulzura y ternura. No se insinuó como fuerza violenta, ni auguró un
rostro prepotente y tiránico. Es cierto que se mostró poderoso, pero su poder
no era de la fuerza por la fuerza, sino más bien, el de la suavidad de la brisa.
Sí, sobre las pistas que nos ofreció –desde el principio- está el encuentro con
Elías: Dios ni estaba en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni estaba en
el fuego, ¿Dónde estaba Dios? ¡En la brisa apacible! (Cfr.1Re 19).
El
encuentro con Dios nos lleva a “desacomodarnos” de nuestros prejuicios sobre
Él, pero también nos saca de nuestro nicho confortable, que es la mismísima
modorra espiritual, y –así como hace la mamá con sus gorriones- los impulsa al
vuelo. Además, nos propone un vuelo hacia las “alturas”, simbolizadas por esos
“montes” bíblicos, donde el ser humano alcanza sus más “altas” acrobacias. En
esos montes, nuestras alas despliegan el poder del águila. Entre esos montes
tenemos el Moriah, el Horeb, Sión, el monte de los olivos y el Gólgota. «… se
nota siempre en Lucas, la atención al lugar: el desierto, un lugar aislado, la
montaña, la noche, el Getsemaní, el Calvario (Lc 6, 12; 9,18; 9,28; 11,2-4).
Humanamente hablando son los lugares de las soledades más profundas y más
dramáticas: son las soledades ofrecidas por la naturaleza o causadas por la
vida.»[1]
Sí,
vale la pena ser enfáticos: Dios nos impulsa a salir, nos llama primero que
todo al éxodo. El éxodo tiene un valor purificativo, es dejar atrás vicios,
liberarnos de las manías inherentes a vivir en la esclavitud y sus malsanas
costumbres; 40 años vagando por el desierto es “toda una vida”. Y es muy interesante
que el motivo que le dio a Abram para salir, haya sido la promesa de “una
tierra”: Así, ¡El hombre vaga toda la vida buscando llegar a “la tierra
prometida”!
«…
esto es lo que sucede a la comunidad cristiana cada vez que se reúne en
oración, sobre todo para la sagrada liturgia eucarística del Domingo. Cada uno
de nosotros debería decir como Pedro: ¡Qué bien se está aquí, con el Señor y
con los hermanos!»[2]
Claro que el “Encuentro” con Dios ofrece a los labios las mieles más dulces;
pero, no podemos pretender quedarnos allí, es absurdo querer hacer tres
“tiendas” para quedarse empozado en el “Encuentro”, eso es no saber lo que se
está diciendo. ¡Una barbaridad! Eso es malversar el impulso vital que mana del
“Encuentro”. Si el Señor nos sale al encuentro es para dinamizarnos, para
motivarnos, para activarnos, para movilizarnos. Y después, inmediatamente
después, bajar del monte.
Sí, nos es lícito conservar en los labios la miel de esa experiencia, sus suaves y acaramelados almibares nos impulsarán siempre; quien los ha probado ya no quiere descansar hasta arribar a esa tierra “que mana leche y miel”. En verdad, en verdad, que la experiencia del encuentro con Dios en lo alto de la montaña, vaticina –desde ya- que en el ADN de nuestra vida espiritual está el gen de la inmortalidad.
Así
es. El encuentro alude y augura la resurrección; y no sólo la de Jesucristo,
sino la nuestra, que Él nos ganó al precio de su propia Sangre, para que
vivamos firmes en la certeza… οὐρανοῖς ὑπάρχει, ἐξ οὗ καὶ
Σωτῆρα ἀπεκδεχόμεθα Κύριον Ἰησοῦν Χριστόν, “del
cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador Jesucristo”. ¿Para qué lo
aguardamos? Para que nos haga copartícipes de su resurrección: ὃς μετασχηματίσει τὸ σῶμα τῆς ταπεινώσεως ἡμῶν σύμμορφον
τῷ σώματι τῆς δόξης, o sea, para que
trasforme nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso. Es, siguiendo esta
vía que nuestro cuerpo alcanzará la “perfección” de ser miembros del Cuerpo
Místico de Cristo: «… a Abraham: “Yavé se le apareció y le dijo: ‘Yo soy el Shaddai,
anda en mi presencia y sé perfecto’”».[3] No
fuimos creados para terminar en barro o en polvo, Dios que nos pensó desde la
eternidad, no nos llama al peregrinar (o “vagabundeo”, depende de cómo lo vea
usted) de la vida, para que al final, nos sumerjamos en la nada, sino para que
alcancemos esa tierra de promisión
que es un cuerpo glorioso semejante al Cuerpo de Cristo; y aquí es donde viene
todo su poder, el de transformarnos porque se le ha dado dominio sobre todas
las cosas: κατὰ τὴν ἐνέργειαν τοῦ δύνασθαι αὐτὸν καὶ ὑποτάξαι αὑτῷ τὰ πάντα.
«La presencia de Moisés y de Elías que conversan con Jesús
indica el dialogo indispensable de los discípulos con las Escrituras, un
dialogo que vence el sueño del egoísmo y permite escuchar la Voz de lo alto, Voz
que abre los ojos y el corazón para reconocer a Jesús como Salvador nuestro y
del mundo.»[4] Su poder, el que “reveló”
durante su Transfiguración, será del que hará uso para “glorificarnos” junto a
Él, elevándonos a la gloria, que es su Gloria. Por ese ADN espiritual y sus
reverberaciones es que “el corazón nos invita a buscarlo y buscándolo estamos”,
como lo proclama el Salmo 26 de la liturgia de este Domingo. El Señor ha hecho
una “Alianza” con nosotros, y nos ha asegurado vastísimas posesiones, de un
confín al otro de la tierra. Seámosle fieles, armémonos de valor y fortaleza
para perseverar en esa fidelidad.
Pero esta hermosísima
vivencia tan reconfortante, esperanzadora a la vez que prometedora se da en un
marco de oración. Ya el primer versículo de la perícopa nos informa que Jesús
había ἀνέβη εἰς τὸ ὄρος προσεύξασθαι. “subido al monte para hacer oración”. «El verbo “oraba” aparece a menudo en el tercer
Evangelio: diecinueve veces el verbo “proseúchesthai”
(Lc 11,1) (orar, implorar); y ocho veces el verbo “deistai” (pedir, implorar Lc 5, 12).»[5]
La experiencia de Abrahán
tanto como la Transfiguración son experiencias de “encuentro”, de
“conversación”, son Teofanías o Cristofanías,
donde Dios nos presta su Amistad y nos regala su Presencia y se nos manifiesta
y revela para encender nuestra fe con los más vivos fuegos y llevarnos a vivirla
con hechos y con compromiso ilimitado, de tal manera que nuestro ejercicio de
la fe no sea llama de un momento sino permanencia de toda una vida; para que no
seamos hoy fuego y mañana tibieza o frialdad. Que la llama de nuestro amor a
Dios se pueda comunicar, en la continuidad y en la duración indefinida, hasta
el último aliento.
“La práctica cuaresmal del
ayuno y la oración, en efecto, tiene la finalidad de trasfigurar también al
cristiano, hasta ofrecerle ojos nuevos, mirada nueva para contemplar el
esplendor de la pascua”. (Primo Gironi)
Si saboreamos la Eucaristía
a fondo reconoceremos que es una Cristofanía, porque es una verdadera
Transfiguración del Pan y del Vino. Gocemos y paladeemos -con corazón
contemplativo- lo que se dice en la Oración Post-comunión: “Te damos gracias,
Señor, porque al darnos en este Sacramento el Cuerpo Glorioso de tu Hijo, nos
haces participes, ya en este mundo, de los Bienes Eternos de tu Reino.
[1]
Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A
ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá Colombia 1998. p. 81
[2] Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN
MISERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia.
2016 p. 63
[3]
Loew, Jacques. EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. 2da ed. Narcea S.A. de
ediciones. Madrid-España 1977 p. 211
[4] Paglia, Vincenzo. Loc. Cit.
[5] Masseroni, Enrico. Op. Cit. p.80.
No hay comentarios:
Publicar un comentario