Hch 2,14a.36-41; Sal 22, 1-6; 1 Pe 2,20b-25; Jn 10,1-10
60 Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones
El pivote de toda nuestra
existencia
La
palabra κήρυγμα kerigma está directamente relacionada
con el “primer anuncio”. Se origina en la palabra griega keryx (plural kerykes)
y alude al oficial cuya función consistía en proclamar un anuncio, llevar un
mensaje (kerigma), hacer una proclamación, ser portador de una proclama. Los
romanos los llamaban caduccatores porque portaban un caduceo -puesto que
estaban consagrados a Mercurio, mensajero de los dioses- y jefe de oradores y
pastores. Entre sus funciones estaba la de imponer silencio para que el rey
pudiera hablar o –en los juegos olímpicos- tocar la trompeta para después poder
hacer una proclamación. El heraldo recibe la autoridad de parte de Dios para
manifestar su palabra mediante el mensaje que debe predicar y así llevar a los
elegidos de Dios a la fe y al conocimiento de la verdad (Tit 1,1) “… con la
proclamación que me han encomendado, por disposición de nuestro Salvador, Dios”
(Tit 1, 3b). Pero hablamos de “primer anuncio” porque no nos estamos refiriendo
a la catequesis posterior que profundiza y estructura la fe sino al llamamiento
inicial que la suscita.
Pongámoslo
en las palabras de Papa Francisco: «… lo importante de la predica es el anuncio
de Jesucristo, que en teología se llama el kerigma. Y que se sintetiza en que
Jesucristo es Dios, se hizo hombre para salvarnos, vivió en el mundo como
cualquiera de nosotros, padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Eso es el
kerigma, el anuncio de Cristo que provoca estupor, lleva a la contemplación y a
creer. Algunos creen “de primera”, como Magdalena. Otros creen luego de dudar
un poco. Y otros necesitan meter el dedo en la llaga, como Tomás. Cada uno
tiene su manera de llegar a creer. La fe es el encuentro con Jesucristo…
Después del encuentro con Jesucristo viene la reflexión, que sería el trabajo
de la catequesis. La reflexión sobre Dios, Cristo y la Iglesia, de donde se
deducen luego los principios, las conductas morales religiosas, que no están en
contradicción con las humanas, sino que le otorgan una mayor plenitud.
Generalmente, observo en ciertas elites ilustradas cristianas una degradación
de lo religioso por ausencia de una vivencia de la fe… no se le presta atención
al kerigma y se pasa a la catequesis, preferentemente al área moral… relegamos
el tesoro de Jesucristo vivo, el tesoro del Espíritu Santo en nuestros
corazones, el tesoro de un proyecto de vida cristiana que tiene muchas otras
implicaciones…»[1]
Kerigma
es el caso de la predicación de Pedro en el marco del evento de Pentecostés que
tenemos en la Primera Lectura de este IV Domingo de Pascua. Él hace su proclamación
de Jesús denunciando cómo se le victimó crucificándolo, pero Dios lo ha
acreditado: ἀποδεδειγμένον, que
proviene del verbo ἀποδείκνυμι
(acreditar, manifestar, confirmar, certificar, constituir), o sea, que Dios le
da a Jesús unas “cartas credenciales”, a saber, a) δυνάμεσι poder, habilidad, milagro; b) τέρασι maravillas, prodigios; y, c) σημείοις signos.
Esta
argumentación es muy importante porque los prodigios que Jesús obraba no
formaban parte de una campaña para captar adeptos, no era una campaña para
lanzar una candidatura, no se trataba del lanzamiento de un “producto” al
mercado; se trata, en realidad, de una revelación,
es una manifestación de una realidad trascendente, requiere una aclaración, es
algo que hace necesario un “traductor” que permita acceder a este lenguaje
Divino. Es ahí donde entra en funciones el keryx, que proclama el anuncio, el
mensaje (kerigma), que lleva a tomar conciencia, que guía, que “pastorea” en el
sentido de conducir la percepción de esta verdad que –aunque salta a la vista-
no es auto-evidente. Lo que hace Pedro es abrirles los ojos a su auditorio para
que comprendan que Jesús es su Salvador y que esto Dios mismo lo ha respaldado
revistiéndolo de “poderes” superiores, asombrosos, sólo posibles al mismísimo
Dios: καὶ Κύριον αὐτὸν καὶ Χριστὸν ἐποίησεν ὁ Θεός
Dios lo ha nombrado Señor y Mesías. Este aval de Dios Padre tiene su cúspide en
la Resurrección, que es la “prueba maestra”, el sumo respaldo.
Sin
embargo, y esto también se debe acotar, el colirio que abre los ojos es la
Gracia del Espíritu Santo. No de otra manera se entiende cómo esas sencillas
palabras conmovieron tan hondamente a los escuchas que inmediatamente se
muestran tan dispuestos que dan así, súbitamente, el siguiente paso que sigue a
la aceptación, ponerse a disposición de hacer lo que se deba. Por eso
preguntan: ¿Qué tenemos que hacer?
Así
se pasa de los doce a la Comunidad eclesial, “…unas tres mil personas”. Se da
el paso hacía uno de los más antiguos signos sacramentales de la Alianza: el
Bautismo. Así esta Amistad y el pacto bilateral que Dios nos ofrece, encuentra
un signo de su establecimiento y promesa de cumplimiento en el sacramento del
bautismo. Para el hombre es compromiso de cambio, de conversión. Para Dios, es
ofrecimiento de fidelidad, de permanencia, de Algo inquebrantable. Jesucristo
es la Primera Palabra, será la Última y es, también, la Palabra Central. Es el
eje del kerigma, será el núcleo de la catequesis y estará en el centro de toda
nuestra vida, dándole sentido a toda ella.
Nuestro Pastor vela
Ποιμένα καὶ Ἐπίσκοπον
¿Dónde pastoreas,
Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el
lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre,
para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna»
San Gregorio de Niza
Uno
de los primeros elementos que nos entrega el kerigma es el encuentro con un
Dios que cuida, protege, defiende, vela, ampara. Esas son las funciones de un
pastor (y de un Ἐπίσκοπον [episkopon] “obispo”, “supervisor”; la función es cuidar y
proteger, ¡qué coincidencia!); así que nos encontramos con Dios-Buen-Pastor y
Guarda. Reflexionando en otro momento sobre el Buen Pastor descubríamos en Él,
en su Presencia protectora, el antídoto contra toda zozobra: ¡No temáis! Ese es el Dios que nos acompaña a nosotros en
nuestro caminar, (el que con tanto esfuerzo el enemigo se empeña en robarnos, porque
ya sabemos que a ese le gusta nuestra intranquilidad, nuestra preocupación,
nuestro nerviosismo; ese hace buenas migas con nuestro corazón desgarrado por
los afanes y las angustias, medra en nuestra zozobra; nos volvemos sus presas
fáciles, es feliz cuando nos debilita con la intranquilidad de lo que
sobrevendrá); cuando todo eso debe ponerse en las manos de Dios. Si no somos
dueños ni de la caída o permanencia de nuestros cabellos pegados al cuero
cabelludo, ¿qué podremos prevenir con afanarnos? ¡Insensatos!
En
cambio, si logramos aquietarnos en la paz que nos regala el Señor, ¡qué solaz!,
¡qué infinita dulzura de paz y serenidad! Comparable a la grey cuando sabe que
su Pastor la cuida-y-guarda (1Pe 2, 25), que está a cargo, que vigila al lobo y
sus acechanzas, que no lo dejará atacarnos, que se llevará una golpiza de su
Cayado. Y no, no es inconciencia, no es irresponsabilidad; por el contrario, es
comprensión clara de nuestros alcances, de nuestra fragilidad, de nuestros
límites. Es, también, conciencia humilde y justiprecio de
Quien-es-el-Todopoderoso. Él nos da la paz que el mundo no puede darnos y que,
por el contrario, se empeña en conculcarnos.
En
cambio, nuestro Pastor nos conduce hacia prados tranquilos, su Vara y su Cayado
nos dan seguridad. Y no nos sirve una copa mezquina, por el contrario, nos
sirve la copa rebosante que es la copa de la plenitud de vida, como lo afirma
en la última frase de la perícopa del Evangelio de este día. Recordemos aquí,
en las Bodas de Caná, “seis tinajas de piedra… con una capacidad entre setenta
y cien litros…” ¿no es esto reflejo de su generosa prodigalidad?
«Como
un pastor guía a su grey, Así Dios guía a su pueblo, le da confianza en el
camino, por cuanto conoce sus exigencias y sus necesidades. Él sostiene nuestros
pasos en el andar del tiempo, hasta que nos reúna en su reino, y entonces será
una sola grey y un solo pastor (cf. Jn 10, 16), en la casa de Dios.»[2]
Bajo la más completa libertad.
¡Ah, que terrible es la
tentación de tratar de encerrar al pastor en nuestro redil, detrás de nuestra
puerta…!
Helder Câmara
Se
puede intentar construir el reino a la fuerza, por imposición, a sangre y
fuego, obligando por decreto a que se le acepte; pero ese no es el Reino que
Jesús nos propone. Jesús en el Evangelio se auto-designa como “Puerta”: Ἀμὴν ἀμὴν λέγω ὑμῖν ὅτι ἐγώ εἰμι ἡ θύρα τῶν προβάτων.
Jn 10, 7b; y más adelante dice que ἐάν τις εἰσέλθῃ, σωθήσεται, καὶ εἰσελεύσεται καὶ ἐξελεύσεται “…quien entra por mí se salvará; podrá
entrar y salir …” (Jn 10, 9 b) y queremos enfatizar esta posibilidad de “salir”
porque nos recuerda la libertad bajo la cual se construye el Reino que Él nos
propone. Sí, podemos entrar, pero también si queremos, podemos salir; como el
“hijo prodigo”, podemos si queremos ir a pasar fatigas, hambre e incomodidades,
y podemos malgastar la herencia, y entregarnos a la vida licenciosa, porque en
la casa del Padre se vive por gusto, no porque estemos amarrados a la pata de
la cama.
Muchos
han visto la lentitud con la que los corazones maduran hacía la aceptación de
la propuesta de Jesucristo, muchos querrían el Reino para mañana (y nos dicen
que “para mañana es tarde”) y entonces, buscan como solución a su premura, las
vías impositivas dejando de lado la libertad del hombre. Nos argumentan con
tenacidad que cada minuto de tardanza es ventaja para el enemigo que no se
detiene, que aprovecha esa demora para fortalecerse y nos reprochan
precisamente eso que “a cada instante el enemigo se hace más fuerte”, y que el
enemigo jamás estará dispuesto a renunciar a sus prebendas sino es por las vías
de fuerza.
No
sabemos si lo primero que se debe responder es que “para Dios no hay imposibles”,
¡recordémoslo bien, recordémoslo siempre! Después repetiremos, que el Reino no
se puede construir a la brava y que no se puede imponer por vías de hecho,
tiene necesidad de tomar en cuenta el albedrio del ser humano, tiene que
conquistar el corazón y ser aceptado, de otra manera siempre será como un
gusano que corroe, insatisfecho por las cadenas, estará codiciando el pasado,
reclamando las cebollas que comía en la esclavitud, cuando en Egipto arrastraba
las pesadas cadenas. Meditemos en aquello de la “jaula de oro”, pese a que sea
de oro, nada cambia respecto a ser una prisión que nos detiene el vuelo.
Dios
nos creó con esa cualidad, (cualidad que para los impacientes es un
despreciable defecto) ¡ser libres! y la construcción del Reino (del Reino
verdadero) tiene que tomar en cuenta esa variable de nuestra personalidad, no
nos podemos extirpar la libertad para poder vivir en “la jaula de oro”, que por
otra parte no tiene nada que ver con el Reinado de Dios. Sí Dios es el Dios del
amor, ¿cómo podríamos gozar de un Reino donde el amor es por la fuerza? Sería
como un Pastor que trata a su rebaño a palazos como modalidad de su “cuidado”,
pero ¡qué cuidado es ese! ¿Bajo qué óptica puede verse la golpiza como Paraíso?
Sólo cuando tus ojos descubran que es el Paraíso, tendrás deseos de entrar, y
habitar en él, por años sin término.
En
la estructura de esta perícopa del Evangelio según San Juan, Jesús nos habla
del Buen Pastor, pero también denuncia a todos los que, amparados en su
autoridad religiosa o política han obrado como “malos pastores” y se han
cuidado de engordar ellos, descuidando al rebaño; los denuncia como ladrones
que han entrado sólo a saquear para su propio beneficio. Por otra parte, cuando
dice “…si alguno entra…” [«Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su
rebaño» (Sal 100,3)] está indirectamente mencionando al otro grupo de ovejas, a
las ovejas díscolas, las que hacen oídos sordos y simulan que la cosa no es con
ellas, las que se niegan a entrar, pero en ningún momento se insinúa que
debamos hacerlas entrar a fuerza de garrote.
Responder a su Llamada
"también vosotros,
cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para
un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación
de Jesucristo."
I Pe 2, 5
La vocación es un fruto
que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio
mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por
sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de Dios y brota en
la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno.
Papa Francisco
Queremos
aquí, presentar una brevísima sinopsis -aun cuando sea apretadísima- del Mensaje del Santo Padre Francisco para la 60 Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones que tiene lugar hoy, instituida
por san Pablo VI en 1964, durante el Concilio Ecuménico Vaticano II. Este año
les propongo -dice Papa Francisco- reflexionar y rezar guiados por el tema “Vocación: gracia y misión”.
Es una ocasión
preciosa para redescubrir con asombro que la llamada del Señor es gracia, es un
don gratuito y, al mismo tiempo, es un compromiso a ponerse en camino, a salir,
para llevar el Evangelio. Estamos llamados a una fe que se haga testimonio, que
refuerce y estreche en ella el vínculo entre la vida de la gracia —a través de
los sacramentos y la comunión eclesial— y el apostolado en el mundo. Animado
por el Espíritu, el cristiano se deja interpelar por las periferias
existenciales y es sensible a los dramas humanos, teniendo siempre bien
presente que la misión es obra de Dios y no la llevamos a cabo solos, sino en
la comunión eclesial, junto con todos los hermanos y hermanas, guiados por los
pastores. Porque este es, desde siempre y para siempre, el sueño de Dios: que
vivamos con Él en comunión de amor.
Dios
nos “concibe” a su imagen y semejanza, y nos quiere hijos suyos: hemos sido
creados por el Amor, por amor y con amor, y estamos hechos para amar. Y su
iniciativa y su don gratuito esperan nuestra respuesta. La vocación es «el
entramado entre elección divina y libertad humana»[3]
Nos
descubrimos hijos e hijas amados por el mismo Padre y nos reconocemos hermanos
y hermanas entre nosotros. Santa Teresa del Niño Jesús, cuando finalmente “vio”
con claridad esta realidad, exclamó: «¡Al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi
vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia [...]. En el
corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor»[4]
Hace
cinco años, en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, me dirigía a cada bautizado y
bautizada con estas palabras: «Tú también necesitas concebir la totalidad de tu
vida como una misión» (n. 23). Sí, porque cada uno de nosotros, sin excluir a
nadie, puede decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
273).
Pastor bueno, vela con
solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la Sangre de Tu Hijo
pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino. Por Jesucristo
nuestro Señor.
De la Oración Post-comunión
Queridos
hermanos y hermanas, la vocación es don y tarea, fuente de vida nueva y de
alegría verdadera. Que las iniciativas de oración y animación vinculadas a esta
Jornada puedan reforzar la sensibilidad vocacional en nuestras familias, en las
comunidades parroquiales y en las de vida consagrada, en las asociaciones y en
los movimientos eclesiales. Que el Espíritu del Señor resucitado nos quite la
apatía y nos conceda simpatía y empatía, para vivir cada día regenerados como
hijos del Dios Amor (cf. 1 Jn 4,16) y ser también nosotros fecundos en el amor;
capaces de llevar vida a todas partes, especialmente donde hay exclusión y
explotación, indigencia y muerte. Para que se dilaten los espacios del amor [5] y Dios reine cada vez más
en este mundo.
[1] Rubin, Sergio. Ambrogetti, Francesca. EL JESUITA. LA HISTORIA DE FRANCISCO EL PAPA ARGENTINO. Ed. Vergara
Grupo Zeta. Bs As. Argentina 2010 pp. 88-89
[2] De Capitani,
Giorgio; Ambrosi, Olga. SALMOS DE LA
TERNURA. Ed. San Pablo. Caracas- Venezuela 1993. p. 15
[3] DOCUMENTO
FINAL DE LA XV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS (3 al 28 de
octubre de 2018), Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional,
78.
[4]
Manuscrito B, CARTA A MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN (8 de septiembre de
1896): Obras Completas, Burgos 2006, 261.
[5] «DILATENTUR SPATIA CARITATIS»:
San Agustín, Sermo 69:
PL 5, 440.441.
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