Hch 8,26-40
Hemos
venido siguiendo una estructura que se planteó, desde el principio, en Hch 1,8.
La Misión se va “ampliando” de Jerusalén pasa a Judea y Samaría, y luego, se
tendrá que esparcir al mundo entero. Al iniciar el capítulo 8, vimos ayer, como
la persecución que se desató en Jerusalén tuvo como consecuencia esta apertura.
Ahora, en los capítulos 8-12, vemos como se cumple esta difusión a Judea y
Samaria.
Del
capítulo 2 al capítulo 8, se viene presentando un ritmo en alternancia: algún
evento se produce al seno de la comunidad, y entonces los apóstoles actúan,
podríamos inclusive decir que reaccionan en consonancia. El ritmo no se rompe
ni se descontinua, sino que persiste, pero ahora los agentes activos -los que
implementan la reacción- son los helenistas, primero Esteban, y luego Felipe,
(es interesante que habían sido escogidos y dedicados a “servir las mesas”;
pero los vemos aquí, verdaderamente entregados a proclamar la Buena Noticia a
toda la humanidad). Importa mucho anotar que este grupo desarrollo una posición
muy crítica respecto del Templo y de la Ley; ellos aparecerán como líderes evangelizadores
allende las fronteras de Palestina. Estas acciones se desarrollarán, primero en
algún lugar de Samaría, luego en Gaza y luego, -en un círculo concéntrico
ampliado- en Azoto (Asdod, una de las cinco ciudades filisteas más importantes,
controlada sucesivamente por israelitas, griegos, romanos, bizantinos, cruzados
y árabes), y Cesarea, hasta dónde nos llevara la perícopa de hoy.
Decididamente
el protagonista de hoy es Felipe, quien fue víctima de la segregación contra
los helenistas y -muy seguramente por lo mismo, está mejor dispuesto a abrir la
Misión a otros marginados. Venía un etíope, eunuco, ministro de Candaces (“kandake”
eran las reinas madres en Nubia -reino africano de Kush), de quien podríamos
decir que tiene los cuatro rasgos de marginación: extranjero, negro, esclavo y
mutilado; por lo tanto, representante de todos los marginados. Él iba leyendo
el cuarto cántico del Siervo Sufriente en Is 53, 7-8 que habría la comprensión
a otro tipo de mesianismo. El etíope reconoce que depende de alguien que le
ayude a interpretar, porque él sólo no puede penetrar el sentido de la
Escritura.
Resulta
muy oportuno destacar que, Felipe explica, propone, pero no fuerza. El Eunuco,
pregunta si hay algún obstáculo para ser bautizado y juntos descienden de la
carroza, y habiendo allí agua, se procede a conceder el Sacramento, con lo que
entraba a formar parte del pueblo de Dios: Ya desde entonces era un sacramento
de Iniciación cristiana. Inmediatamente, Felipe es llevado, y cuando menos
pensó, estaba en Azoto, desde dónde continuó su campaña evangelizadora hasta
llegar a Cesarea.
Sal
66(65), 8-9. 16-17. 20
Es
el mismo Salmo que proclamamos ayer, hoy tomamos otros versos distintos, como
dijimos, este Salmo es un Salmo de Acción de Gracias. De los 20 versículos que
integran este Salmo, hemos tomado 5, para organizar las tres estrofas de la
perícopa. El responsorio sigue siendo:
“Aclama al Señor tierra entera”.
La
primera estrofa se refiere a la Resurrección, habla de que YHWH “nos ha
devuelto la vida”. Aquí notamos que el sujeto que da gracias es plural:
“Nosotros”; hay un “además”: “No dejó que tropezaran nuestros pies”. Claramente
el beneficio por el cual se da Gracias, recae sobre la comunidad, por eso el
sujeto está en la primera del plural.
En
la segunda estrofa, los interpelados, a los que se invita a venir son el
pueblo, pero ya se hace el paso a un sujeto “Yo”, en primera del singular. Él
hagiógrafo nos contará cómo responde Dios cuando se le invoca, y da pie para
que lo ensalcemos con acción de gracias.
En
la tercera estrofa, continuando en “primera persona”, el último verso del
Salmo: “Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor”.
Acción de Gracias, porque quien mejor Eucaristizó toda su vida fue Jesús, y
Dios no le sustrajo su Amor, sino que se lo ratificó resucitándolo.
Jn
6, 44-51
Nos
comemos su Sangre y su Cuerpo, pero esta antropofagia sería muda si a Su Cuerpo
y Su Sangre no se añadiera su Palabra. Jesús nos muestra la lógica de incorporación a
Dios. Se logra a través de Jesús, pero nadie la alcanza si Dios no lo llama: es
definitivo que el corazón experimente Su Sed, que se sienta movilizado por la
atracción, esa atracción solamente el Padre la puede insuflar. Como
consecuencia, el Propio Jesús, resucitará a todos los que el Padre le atraiga.
El
tema del discipulado, llegar a ser “discípulos de Dios”, está abierto a todos,
como ya los profetas lo habían comunicado, pero nosotros tenemos que “ponerle
ganas”, hay que anhelar aprender lo que Dios enseña, y ese gusto por atesorar
esta Enseñanza es lo que nos acerca a Jesús.
No
es que unos si hayan visto al Padre, al Padre nadie lo ha visto, sólo Jesús que
vino de Su Seno, que se desprendió de Su Presencia. Pero si tenemos hambre de
Él y aceptamos el Alimento que Él nos brinda, eso es creer, y es eso mismo lo
que nos franquea el acceso a su Esfera, a la Esfera de Su Reino.
No
basta comernos la “fisicidad” del Pan, hay que agudizar la “espiritualidad” de
esta “ingestión”. Hay que comerle amorosamente. Mal hacemos en pensar que basta
“comer” el “Pan bajado del Cielo”; y para demostrarnos que eso no basta, Jesús
nos lo muestra señalando cómo aquellos que comieron el Maná se quedaron en las
mismas, preguntándose solamente “¿Esto qué es?”, tenemos que “comerlo” y, a la
vez, “saber lo que comemos”. Si no, de todas maneras, vamos a morir, como los
Israelitas del Éxodo.
Hay
que “vivir” -si se quiere con éxtasis- la experiencia de la Presencia Real de
Jesús en la Eucaristía. ¡Comerlo y ya, no sirve! No se puede pretender “mecanizar”
la comunión repitiendo jaculatorias y oraciones aprendidas de memoria. Tenemos
que hacer de la Comunión una experiencia espiritualizada a base de Amor. No se
puede “rutinizar” como el que timbra tarjeta en su trabajo, reduciéndolo al
acto de probar que “yo vine”. Verdaderamente que hay que dinamizar la comunión
con los motores del Amor, aprender a envolver de ternura y de aceptación de su
Voz, de su Guía, de su Fraternidad, de su Donación: Hablarle y oírle, ¡más de
lo segundo que de lo primero!
Jesús,
dos veces se revela como Dios en esta perícopa:
1) Yo-Soy el Pan de la
Vida (v. 6,48)
2) Yo Soy el Pan Viviente
que ha bajado del Cielo (v. 6,51).
Lo
primero es que alimenta comunicándonos algo que de ninguna otra manera podemos
recibir, ni encontrar. Lo segundo es asegurarnos que Él está Presente, que no
está por allá en la “dimensión-desconocida”, sino que con Compromiso Fiel Él está
acompañándonos, es “Dios-con-nosotros”.
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