Hch 5, 17-26
Tenemos
aquí, como punto de partida, la presentación de los antagonistas, a saber, la
secta de los saduceos, a la que pertenecían el sumo sacerdote y toda su
cohorte. Estos apresaron a los apóstoles y los enviaron a prisión. Pero he aquí
que un ángel del Señor vino a franquearles la salida y los dirigió al Templo.
Quizás desde otra óptica, y sabiendo la animadversión que los poderosos del
Sanedrín les tenían, deberían haber aprovechado la oportunidad para ponerse
fuera del alcance de sus perseguidores y escapar del peligro. Esta es la
perspectiva humana, pero veamos ¿cuál era el enfoque Divino? Vayan al Templo y
allí expliquen a todos, estas palabras de vida. Así, tan pronto amaneció se pusieron
a la obra, y comenzaron a predicar.
¿Qué
hacen en ese momento los sátrapas del Templo? Encabezados por el Sumo
Sacerdote, llamaron al Sanedrín en pleno y enviaron a traer a los apóstoles de
la cárcel. Aun cuando la cárcel estaba cerrada y guardada por los centinelas
apostados en las puertas, allá adentro, no estaba nadie. ¡Pues claro! Esto era
inexplicable. De pronto prorrumpió uno notificando que los apóstoles se
hallaban en el Templo, predicando, tan campantes.
Enviaron
a recapturarlos, pero, a traerlos por las buenas no va y fuera que el pueblo se
les amotinara. Como se dice, ¡el miedo no monta en burro! Porque, obvio, el
burro no es un vehículo para afanes, y aquí la cuestión era de urgente solución
y toma de férreas medidas por parte del sequito de Saduceos. Estaban
procediendo afanados por su ζήλου [zelou]
“celo”, valga decir, al fragor de sus sentimientos que veían como estas “actividades”
de los cristianos, amenazantes para su estabilidad, ¡nada mejor que detenerlos
cuanto antes!
Sal
34(33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
Se
ha organizado la perícopa con 4 versos tomando para ello 8 versículos
consecutivos, de dos en dos, de este Salmo alefático, donde cada verso empieza
con una letra del alefato. Es un Salmo de Acción de Gracias.
En
la primera estrofa, se bendice y se alaba al Señor, convocando preferencialmente
a los
עֲנָוִ֣ים [anawin]
“pobres”, “mansos”, “humildes” a la escucha y la alegría.
Se
convida -en la segunda estrofa- a superar el aislamiento individualista y a
reunirse en “asamblea” para proclamar la grandeza y ensalzar el Santo Nombre de
Dios. Declarando que, si uno se remite a Dios y pone ante sus Ojos y en sus
Manos sus afanes y preocupaciones, el inculca el sosiego y da paz y fortaleza
espiritual.
La
tercera estrofa, siguiendo en la misma línea, afirma que si -en medio de las
aflicciones se invoca al Señor- Él lo escucha y lo salva de las angustias. Así
que, ánimo, contemplémoslo y nuestro rostro resplandecerá con su Fuerza
protectora en vez de mantenernos agraviados.
Gustar
y saborear, ver y contemplar la Bondad Ilimitada de Dios que comisiona ángeles
protectores que pone para escoltar a los que amán y respetan el Santo Nombre.
En particular, saboreemos y degustemos los frutos espirituales cuyo elenco se
presenta en Gal 5, 22.
Es
por esto -y por mucho más- que el responsorio destaca una y otra vez, que el
Señor jamás defrauda.
Jn
3, 16-21
Podemos
pensar que sí a Dios le interesara lo más mínimo el destino humano, si Él nos
tuviera destinados al juicio y a la perdición habría destinado a Su
Propio-Único-Hijo para nuestra Salvación. Por el contrario, tal es prueba
fehaciente de que no sólo se interesa y se preocupa un poquitín, sino que ¡nos
A-M-A con derroche! Con un Amor generoso que no discrimina por nacionalidades,
es un Amor que cobija a todo el mundo. El Fruto Excelso de este Amor es para
nosotros la Salvación.
Esta
Entrega de Su Hijo tiene una implicación, es que Él no nos juzgará por no creer,
somos nosotros los que nos auto-condenamos y nos ponemos la soga al cuello y
nos impulsamos con vehemencia a la muerte eterna, porque no aceptamos el Don.
¡Nos tiramos de cabeza al abismo, con arrogante porfía!
¿Cómo
podemos ser tan “tercos”? ¿cómo podemos persistir en tamaña obstinación? ¿cómo
podemos obcecarnos en cavar nuestra propia fosa hacia la oscuridad perpetua? Pues,
no cabe otra respuesta, por que amamos las tinieblas, ¡es evidente! ¡sólo quien
detesta la luz, corre hacia la oscuridad!
Nos
avergüenza reconocer el error y preferimos conservar el orgullo, aunque nos
cueste la Vida Eterna.
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