sábado, 8 de marzo de 2025

Está escrito

 

LA ESCRITURA: PUENTE HACIA LA TRASCENDENCIA

Deu 26, 4-10; Salmo (91)90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Ro 10, 8-13; Lc 4, 1-13

 

… si hay tentaciones, es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.

Dom Helder Câmara

 

«Jesús sufre tres tentaciones, pero resumen todas las tentaciones del hombre. En primer lugar, tenemos la tentación típica del desierto: cuando se tiene hambre, lo más necesarios es el pan. Es considerar la satisfacción propia como el primer objetivo de la vida. Luego viene la tentación de lo alto del monte, se podría decir: vivir para dominar a los demás, sirviéndose de ellos, no sirviéndolos. Y finalmente tenemos la tentación de Jerusalén, del pináculo del templo: no aceptar el esfuerzo de la conversión cotidiana e intentar poner a Dios a nuestro servicio.»[1] ¿Cuál es el armamento que Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre, frente a cada ataque, a una cita tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera observación ya por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa, es –también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas emboscadas nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla así, como defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La Escritura es –en primer término- donación, entrega en Espíritu generoso, manifestación y revelación. ¡Sí! es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través de ella nos prodiga la Identidad de Pueblo de Dios.

 


Esa “Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia: Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de personas, (casi que usando el lenguaje coloquial podríamos hablar de “un puñado de pelagatos”), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número y se fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al verse en esta dura condición, “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró para ellos un prodigio liberador, sino que además los condujo a un lugar, que les entregó, una tierra rica y fértil.

 


En efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página histórica que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta de unidad en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay más- es también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto (El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.), y los gestos de ad-oración con los que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había tenido (te postraras en Presencia del Señor, tu Dios.) y el trato de especial predilección y hondo cariño con que los liberó, los preservó, los condujo y les dio “patria” (una heredad dada por el Padre).

 

Es ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las acechanzas del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras, mientras el Padre Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en ellas. Plantemos nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que nos cuida, nos ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que camina a nuestro lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con nosotros, escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en nuestros sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder para salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro Dios!

 



Hemos de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad: el ansia de poder, de tener y la ambición, así como el apetito de la arrogancia. Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume la amistad con Dios. Esa amistad se expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha recibido la unción porque, así nos lo dice la primera línea del Evangelio de hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu Santo” va a vivir esta experiencia tan humana como es el ser tentado. Y, Él que se solidarizó con nosotros en todas nuestras fragilidades, nos muestra que es posible salir airoso de la prueba, y nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso: La Palabra de Dios. «como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos, si estamos dentro del Señor?»[2]

 


Sin embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también atiende el asunto de la correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de conocer la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se pueden acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús le puede “ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto que es la contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el “padre de la mentira”.

 


Dulce y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la fuerza que entraña nuestra debilidad y nos muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra fragilidad; y que nos ha dotado de una armadura que es la garantía de la victoria sobre los engaños del que busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia son las claves de la vivencia cuaresmal, pero todo esto vivido desde y a través de la Palabra que es la antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí, vivir la caridad misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la Oblación del Ungido por amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos esta experiencia como un viacrucis (camino de la cruz) avanzando en él hasta alcanzar la Via lucis (camino de la luz), que es conciencia del Amor y la Fidelidad de Dios para con nosotros. Oramos -juntándonos (en Asamblea Litúrgica) a la Oración Post-comunión: “… te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, Pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda Palabra que sale de tu boca.”

 



[1] Paglia, Vincenzo . UNA CASA RICA EN MISERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2016 p. 33

[2] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander –España 1985 p. 43

viernes, 7 de marzo de 2025

Sábado (Después de Ceniza)


 Is 58, 9b-14

Ayer quedamos en el (58, 9a) de este texto tomado del Tritoisaías, hoy continuamos -sin solución de continuidad- con el 9b, allí donde lo habíamos dejado, o sea que la perícopa se dividió entre ayer y hoy.

 

El Señor nos está explicando qué es lo que realmente le complace, porque muchas veces queremos hacer cosas que le gusten a Dios y -por no prestar atención a sus enseñanzas- erramos el camino y hacemos cosas que le desagradan, y, todavía más grave, muchas veces resultamos haciendo completamente lo contrario, ofendiéndolo.

 

El Señor empieza a manifestarse a través del oráculo profético llamándonos a evitar dos cosas en particular:

a)    ser un “opresor”

b)    acusar y calumniar.

c)    Seguir comprometidos en agarrones y querellas.

Y lo más triste,

d)    muchas veces, engreídos por esas cosas.

 

En cambio, nos da dos cosas -en positivo- misiones a cumplir, tareas para hacer:

e)    Ofrecerle al hambriento de lo que nosotros tenemos

f)     Y al afligido socorrerlo para que no pase necesidades.

 

Esto tendrá dos consecuencias poderosas a favor de quien lo cumpla:

1)    Nuestra Luz brillará en las tinieblas y se cambiará nuestra oscuridad en intensa claridad

2)    El Señor nos socorrerá con Abundancia y nos concederá salud.

Y, explicándonos como se realizarán, estas dos consecuencias favorables, hace una comparación, dice que seremos como un huerto fructífero. Como fuente que nunca se seca.

 

Recuerden que es un oráculo en el contexto de la ruina que encontraron al volver del exilio de Babilonia, entonces les dice a los del pueblo elegido, a los que regresaron, que las edificaciones -desde sus propias bases- se reconstruirán, y a los habitantes los llamaran “reparadores de brechas” y “restauradores de senderos” porque con su trabajo y su esfuerzo por agradar al Señor harán de aquella tierra nuevamente un país acogedor, agradable para vivir en él.


 Pasa resaltar que una parte esencial de la Ley es el Sabbat, Día de oración y glorificación, no es día de negocios, ni de discutir otros asuntos. Guardar el Sabbat es un pilar de la fe judía; para nosotros ¡es el Domingo! -Día de Gratitud y Glorificación al Señor, Día de Oración y Lectura de la Palabra, Día de reflexión y de Acción de Gracias- porque el culto sincero abarca pasar una jornada de trato y fuerte relación con nuestro Dios. ¿Cómo se puede reforzar la amistad con Dios? Hay un movimiento esencial y fundamental, la Eucaristía, este es el Día de reforzar que, si bien murió Crucificado, no se quedó en la tumba, sino que es el Resucitado. La Cuaresma nos llama a poner bajo la luz de un faro resplandeciente que, el Plan de Salvación, destrabó las Puertas de la Eternidad y nos franqueó el paso, con su Cruz y Resurrección.

 

Sal 86(85), 1b-2. 3-4. 5-6.

Le pedimos a Dios que nos enseñe sus caminos: Los cursos son gratuitos, la escuela está constantemente abierta, todos los días hay clases, se ofrecen diversidad de horarios, todos los servicios litúrgicos se ofrecen, los Sacramentos también se brindan, pero lo que falta es nuestra parte. Asistir, no dejar las aulas de la fe vacías, es urgente que cumplamos nuestro rol, no pidamos “escuela de fe” si no estamos dispuesto a tomar sus cursos.

 

Pongamos el ojo muy atento a darnos cuenta que estos “cursos” son una condición para poder andar por las sendas de la Verdad de Dios.

 

Uno puede leer el salmo y decir que es cierto que somos unos “desamparados”, que “somos sus fieles”, que confiamos en Él. Pero… aquí viene el quid del asunto, no cultivamos su Amistad, lo dejamos hablando solo.


 En la segunda estrofa decimos que levantamos nuestra alma hacia Él.   Y eso ¿qué implica? Cumplir con el ayuno que le agrada a Él, santificar los Domingos y Fiestas de Guardar. Leer la Palabra y empeñarnos en cumplirla. Si es así, a no dudarlo que Él nos mostrará su complacencia. Él nos pide escucha, porque la da a Manos Llenas. El nunca deja desatendidas nuestras súplicas. Los que lo invocan no quedan jamás defraudados. ¿Cómo lo sabemos? Por dos razones:

1)    Él es Bueno y Clemente

2)    Es Rico en Misericordia.

 

¡Ahí está la garantía!

 

Lc 5, 27-32

Evitar caer prisioneros de nuestro “virtuosismo”

Señor, permite que nunca discrimine ni considere a nadie indigno, más bien, que busque construir puentes, principalmente con mis actitudes ante los demás, para acercar a todos a la experiencia de tu amor. No puedo conformarme con vivir para mí mismo y para mis cosas. Dame la generosidad para entregarme incansablemente y hacer todo el bien que esté a mi alcance.

Papa Francisco

Que para ser discípulo no se requiere ser “santo”, sino tener la disponibilidad para esforzarnos en el proceso de “conversión” es lo que parece querernos recordar la perícopa del Evangelio. Se trata del llamado a Leví (Mateo), lo llamó porque era un santo, ¡no, era un publicano! Un impuro, manipulador de viles monedas “romanas”. Para pagar el impuesto y todos los tributos había que ir a la “casa de cambios” y cambiar las monedas judías por monedas del Imperio. Entonces, todo cobrador de impuestos permanecía en la “impureza ritual” era un “indigno”, pero Jesús -que, si algo nos ha enseñado irrefutablemente, es a evadir las discriminaciones- lo llamó. (católico implica eso, no fomentar las divisiones, no ser excluyente, no ser sectario).


 ¿Cómo sabemos que Leví estaba bien dispuesto a la conversión? Porque -esa es la única explicación- lo dejó todo para seguirlo. (Seguro que, si lo hubiera dejado todo, por otra razón, la historia empezaría de otra manera, diciendo: “había un cobrador de impuestos, aburrido de ese trabajo y desesperado por dejarlo, y -por pura casualidad- pasó Jesús por allí. El publicano le dijo, Señor, cómo me gustaría ser discípulo suyo, porque este empleo es un asco”. Pero eso no es lo que dice la perícopa). Por el contrario: lo que resalta es el corazón generoso para asumir el desafío, un rotundo cambio ante la salvífica oferta de Quien lo llamó al “seguimiento”. No es la iniciativa de Leví lo que lo hace “discípulo”, es el llamado, la iniciativa es de Jesús que lo llama.

 

«Eran muchas las cosas que Leví debía dejar abandonadas en el baúl de los recuerdos para siempre. Pero Leví no puso cara de camello triste, quejándose y lamentándose, de por qué le había tocado a él. Al contrario de todas las expectativas, organiza una fiesta.» (Papa Francisco)

 

Aparecen los fariseos y sus escribas (aquí los escribas parecen fungir la función de los periodistas y promotores de imagen que van escoltando a los políticos para describir en sus notas las bondades de su escoltado, eran -por así decirlo- la comitiva de propaganda, los publicistas a cargo), vienen a poner en cuestión -contraviniendo lo que Dios les había prohibido por medio del Tritoisaías-, ¿recuerdan?: “acusar y calumniar”.

 

Otra cosa es, si lo hacían de malos… ¡No!, eran fundamentalistas, eran de esos ultra-ortodoxos que andan buscándole arrugas a cualquier casulla, y cuestionando la Iglesia antes que acatarla. Exageraban su piedad poniendo reparos y vigilando las discriminaciones, inventándole pecados a sus prójimos según la producción de sus corazones. Se sentían “muy fieles”, y su quehacer era mantener esa “estricta vigilancia” que los consagraba como guardianes de la ortodoxia. (De eso se encuentra en todas las esquinas, los que hacen de la Ley de Dios un bozal).


 Qué dicha que Jesús, tan Misericordioso, no vino por los que se ponían aparte para sobre guardar su “pureza”, los que se especializan en la segregación y no se juntan porque se les pueden manchar sus limpísimos mantos, sino por nosotros, los “lacerados por la lepra del pecado” porque somos los que Lo necesitamos desesperadamente.

jueves, 6 de marzo de 2025

Viernes (Después de Ceniza)


 Is 58, 1-9a

Para muchos, Isaías es Isaías, el gran profeta que, por la extensión de este Libro, está colocado entre los profetas mayores. Vivió por allá en el año 765 a.C. y su profetismo se ejerció durante los tiempos de los reyes Urías, Jotán, Ajaz, y Ezequías. Pero hay que tener en cuenta que este es el Proto-Isaías, que dio lugar a una escuela y que su obra, que abarca los caps. 1-39, se prolonga en el Deutero-Isaías, caps. 40-55, llamado el profeta de la Consolación, porque profetizó durante el destierro, y aún hay más, con la repatriación, se dio lugar a un Trito-Isaías (caps. 56-66, que animó los proyectos de re-construcción.

 

La perícopa que nos ocupa hoy es tomada del Trito Isaías. (esta clase de datos son importantes a la hora de leer, para entender que hay detrás de la Voz del profeta, porque el profeta no habla en el vacío, no es un tipo de sermón prêt-à-porter, que se acomoda a toda situación y que podemos coaccionar para que diga lo que se nos antoja). Tenemos que pasar por la situación de ver las ruinas del Templo, y de llorar sobre ellas, y ver y comprender que haya personas afanadas por su propia casa, o por sus cultivos, o por sus negocios, y no estén tan afanados por el Edificio-Cultual. Sentir, junto con ellos -con ánimo empático- el tan amado Templo destruido, deshonrado, profanado. La Honra-del-Dios -de-Israel venida a menos.

 

Estamos listos para oír estas palabras -francamente cuaresmales- que nos concitan a superar la exterioridad y la superficialidad de lo aparente; a trabajar en una justicia y a expresar nuestra religiosidad más allá de lo puramente externo.

 

Ante todo, el profeta nos llama a la denuncia, a no callar, a no quedar cómplices, sino a tocar el corno de alerta donde el pecado empieza a construir su nicho. Hay que empalmar la observancia exterior con la espiritualidad interior. El judaísmo tiene una celebración de expiación que guarda hondo parentesco con nuestro Miércoles de Ceniza, y es el Día llamado יום כיפור Yom Kippur, “Día de la Expiación”. Allí, en el corazón de esta celebración está puesto el ayuno. Los elementos de ese ayuno, que se deben enumerar para entenderlo son:

      I.        Abstenerse de entrar al lecho conyugal.

    II.        Abstenerse de usar calzado de cuero.

   III.        Abstenerse del uso de adornos de oro.

  IV.        No se pueden bañar: “acostarse sobre saco y ceniza”.

    V.        No pueden comer ni beber. (Este es el elemento exclusivo de nuestro ayuno).

 

La palabra ayuno viene del latín ieiuno y significa “hambre”, por eso para nosotros es prioritariamente la tarea de pasar hambre por precepto religioso, (palabras como desayuno, significaría lo-que-quita-el-hambre). En cambio, en hebreo es צ֔וֹם [tsom], y ya nos damos cuenta qué es.

 

Tienen sus propias formas de ayuno otras religiones como el islam, el judaísmo, el hinduismo y el budismo. A nosotros nos compete saber de qué se trata el ayuno del que habla Dios y cuál es el ayuno aceptable a su querer.

 

Ahora bien, en contraposición, la perícopa del Tritoisaías nos señala las características del ayuno que quiere el Señor:

      I.        Soltar las cadenas injustas

    II.        Desatar las correas del yugo

   III.        Liberar a los oprimidos

  IV.        Quebrar todos los yugos (¿qué queremos imaginarnos para que este compromiso no nos toque, que se trataba de romper los aperos agrícolas?)

    V.        Partir tu pan con el hambriento

  VI.        Hospedar a los pobres sin techo

 VII.        Cubrir a quien ves desnudo

VIII.        No desentenderte de tu parentela, con truquitos como el “corbán”.

 

La profecía que estamos leyendo nos exige desenmascarar los “gatos” que estamos promoviendo y poniendo en circulación haciéndolos pasar por “liebres”.

a)    El día de ayuno es un Día comercial, para hacer negocios.

b)    Apremian a los empleados y trabajadores para que les rinda más y la producción sea mayor que otros días.

c)    Arman bonches, y se pelean que da miedo para cumplir con todo decoro su ayuno, inclusive, aprovechan la fecha para uno que otro bombardeo: “Hieren con furibundos puñetazos”, así lo decía el profeta porque en esa época no existían nuestras contemporáneas tecnologías de muerte.

 

El profeta resume el asunto así: “No ayunen de esta manera si quieren que se oiga su voz en el Cielo”.

 

No desoigamos estas sirenas que son la voz del profeta -recordemos que el profeta lo único que hace es prestar la voz a YHWH- nos ponen bajo alerta, pensemos en los bombardeos y las sirenas que los anuncian, esa es la alarma que nos advierte el bombardeo del pecado en nuestra vida. Que esta Cuaresma sea la oportunidad de entender, por fin, cuál es el ayuno que place al Señor.

 

Sal 51(50), 3-4. 5-6ab. 18-19.

En la primera parte del Tiempo ordinario, estuvimos considerando en el Libro de Samuel, la narración de David y su “pecadillo” con Betsabé, la de Urías, el hitita. Y, la denuncia que el profeta Natán hizo para hacerlo caer en cuenta la “tamaña embarrada” que había cometido”.

 

Nos parece hermosos que El salmo presenta una conducta de reparación, este pecador que nos presenta el Salmo, es alguien consciente que no se puede conformar con hacerse el arrepentido, sino que de alguna manera tiene que “reparar” el daño causado. Y ¿qué es lo que ofrece? Hacerse apóstol del Señor, proclamar y anunciarlo:

 

“Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza”.

 

Pero hay algo que acrecienta la enseñanza que se nos da en este Salmo, y es que la complacencia de Dios no está en los זֶ֫בַח [zebach] “Sacrificios”. Sino un corazón quebrantado y humillado, eso, ¡Dios no lo desprecia!

 

De nuevo nos encontramos en un traslado hacia la interioridad, hacia lo profundo del corazón, porque es en ese territorio donde se sacraliza lo que se entrega. El corazón es el Altar -por excelencia- donde el hombre puede colocar su ofenda para hacerla cercana a YHWH. Por eso este dístico (vv. 18-19), forman el eco responsorial que se repite como conclusión de las tres estrofas.

 

Mt 9, 14-15

No nos lo dejemos arrebatar

Ayuno -venimos ratificando, significa “no comer”. ¿Quiénes son los que no comen? ¡Los muertos! Los muertos por el pecado, ayunan porque el pecado los ha matado y lo único que arrastramos -como un contrapeso que no nos deja volar- es un cuerpo biológico.


 Nosotros, ¿por qué no ayunamos? Porque Jesús murió por nosotros, para que nosotros no muriéramos, para ganarnos la Vida de la Gracia, la Vida Eterna.

 

Tenemos que ser muy conscientes que dónde está Jesús no cabe la muerte, que Él la derrotó completamente, y que Él es Dios-con-nosotros. ¡Si! Él está aquí, acompañándonos, y lo reconocemos como el Emmanuel, por eso tenemos que saber que no necesitamos ayunar, pasando hambre porque Él se quedó como Banquete Eucarístico, y ¿es que pueden guardar luto los amigos del Novio mientras Él está con ellos?

 

Durante el Santo Sacrificio de la Misa, el Cuerpo y la Sangre se separan, como sucede en toda muerte, pero con la Inmixtión, Cuerpo y Sangre se vuelven a juntar y Celebramos la Resurrección. Ya no estamos ofreciendo el Sacrificio, sino Festeando la Resurrección. Y, a partir de tal momento, Él nos hace co-participes de su Victoria sobre la muerte, entonces, para celebrarlo, no ayunaremos más, pasaremos a comerlo: Manjar de Resurrección que correrá por nuestras venas y transustanciará nuestra Carne Pecadora en su Carne Inmortal.


 No ignoremos tanto poder que Libera. Pero para eso hay que vivir apasionadamente la Vida Sacramental.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Jueves (Después de Ceniza)

 


Dt 30, 15-20

Si dividimos el Deuteronomio en cinco partes, -tomando en cuenta los discursos de Moisés- la perícopa de hoy cierra la cuarta parte (recordemos que en el Segundo Discurso de Moisés se incluye el Decálogo: Dt 5, 1-21). La cuarta parte nos habla de recompensas y castigos. Después de esto, vendrá el episodio de la muerte de Moisés. En particular, el capítulo 30 nos habla de “las condiciones para la restauración y la bendición”: El señor nos pone en la encrucijada, se trata de una bifurcación del camino, donde Dios nos da a elegir entre la חָי [chai] “vida” y el טוֹב [toub] “bien”, “prosperidad” -de una parte, y la מָ֫וֶת [maved] “muerte” y el רָע [rah] “mal”, “adversidad” -por el otro.

 

Según el Deuteronomio, la Primera Alianza se casó en el Horeb, pero hubo una Segunda Alianza que se casó en Moab Dt 29-33.

 

Si se elige lo primero, vida y bien, habremos de seguir los caminos que Dios nos ha marcado con sus preceptos, mandatos y decretos. Y recibiremos bendición. ¿Qué significa la bendición? Que, si elegimos seguir al Señor, recibiremos vida para nosotros y para nuestros descendientes. Implica amar al Señor, servirle, escuchar su Voz y adherirnos a Él.

 


En cambio, si resolvemos irnos por el camino de la idolatría, de la infidelidad al Señor, nuestra heredad será la muerte, porque esa es la herencia que da el Malo.

 

Esta Nueva Alianza es testimoniada, no por divinidades cósmicas (como se hacía en los pactos del Antiguo Oriente), sino por el Cielo y la tierra, valga decir, todo lo que Dios creó actúa como jurado, para dar el veredicto “justo” según nuestra manera de obrar. Por eso la ira de la naturaleza se vuelca contra los infractores, arrastrando a su paso, a los inocentes que recibirán holgadas compensaciones, por el daño que ellos no cohonestaron.

 

Esta oferta nos llama a liberarnos de fuerzas egoístas, las fuerzas hedonistas, las de la inmediatez del placer. Algo así como ser capaces de posponer el deseo y la auto-indulgencia, en aras de satisfacer la Alianza, cumpliendo lo que a nosotros toca en tal Pacto.


 

Téngase muy en cuenta que esa cohibición la cumplimos, nunca como satisfacción de los caprichos de alguna divinidad, sino como preservación de los males que acarrean, porque -aunque se nos pase desapercibido- son sendas de perdición y autodestrucción.

 

No estamos -en todo caso- coaccionados para la elección. Somos libres para equivocarnos y atentar contra nosotros.

 

Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6

El que escoge armonizándose con la Voluntad Divina lo llamaremos “justo”. Por el contrario, al que elige antagónicamente, es el “impío”. En esta bifurcación se estructura toda una antropología cristiana. Porque va más allá, el que elige el bien, no solamente gana lo que ha elegido, sino que gana además los “mejor”. No se trata de una elección cualquiera, en ello va una apuesta de toda la vida: el cero contra el infinito. Y recordemos que “pieza tocada, pieza jugada”.

 

Por lo general nos parapetamos en el pretexto de “yo no sabía”. Pero, en realidad está siempre a nuestro lado, con las escrituras, y con la Iglesia. Por esos conductos nos mantiene actualizados. Si entramos en dialogo con estos “conductos”, tendremos información necesaria y suficiente para optar en cada circunstancia y podremos decir que somos seres morales, como quien dice, mucho más que seres escasamente biológicos.

 

Viene el siguiente subterfugio: ¡No tenemos tiempo! Pero para algo tan trascendental tendríamos que poder sacar tiempo. Tal vez sabiendo jerarquizar lo más importante de lo secundario y de lo superfluo y relegar lo manos importante para abrirle campo a lo definitivo.

 

Ahora, frente a este momento de penitencia, podemos empezar por este examen: ¿Qué podemos relegar en nuestra vida para abrirle espacio a Dios? Sabiendo que Dios está ahí, a nuestro lado, pronunciando el Effetá.

 


Hoy tenemos los primeros tres peldaños de esta escala:

1º Poner toda nuestra complacencia en Manos del Señor: No seguir los malos consejos de la gente descarriada. No andar por las sendas de los extraviados, no reunirse con aquellos que se empeñan en nublar nuestra mirada y oscurecer nuestra visión. Por el contrario, sintonizar nuestra vida con la Ley de Dios.

2º. De aceptar el punto anterior, todo cuanto proyectemos ira bien, seremos frondosos y fructuosos. Están protegidos nuestros caminos.

3º De escoger la senda opuesta, seremos como la paja, que el viento juega con ella y se la lleva; y ¿A dónde va a parar? Al montón de escombros que se quema. La paja será presa del fuego.

 

El salmo responsorial retoma la אַשְׁרֵי [esher] “bienaventuranza”: Bienaventurado el que abandona todo poniéndose en las manos de Dios.

 

Lc 9, 22-25

Mi siervo tendrá éxito, será levantado y puesto muy en alto. Así como muchos se asombraron de Él al ver que tenía el rostro tan desfigurado que apenas parecía un ser humano, y por su aspecto, no se veía como un hombre.

Is 52, 13s

Esta perícopa evangélica lucana puede subdividirse en tres partes:

a)    Un Mesías cuyo trono es una cruz cuya corona es de espinas.

b)    Para seguirlo, está la opción de los “justos”.

c)    Paradójicamente el que lucha por aferrarse se le deshace de las manos; el que se abandona, a ese Dios le traerá todo y se lo entregará como heredad.

Esta paradoja se aclara, tan pronto nos fijamos que lo que perseguíamos con tanta ansiedad eran las riquezas mundanas y no los bienes trascendentes.

 


Está perícopa viene tan pronto Pedro hace su confesión de fe y reconoce a Jesús por Cristo (Mesías en griego). Después de ella vendrá la Transfiguración (según el orden observado en el relato lucano).

 

Jesús les habla de su coronación y su entronización en los siguientes términos:

a)    Padecer mucho y ser ἀποδοκιμασθῆναι [apodokimasdenai] “rechazado”, “descartado”, “declarado no apto, indigno”. Este descarte lo realizan los sacerdotes y los escribas.

b)    Ser ejecutado

c)    Resucitar al tercer día.

 

Para el seguimiento (discipulado)

a)    Negarse a sí mismo

b)    Tomar la cruz cotidiana (cada día trae su afán). Se debe tomar en cuenta que la cruz no es estándar, es “personalizada”, hecha sobre medidas; cada quien llevará la propia.

c)    Seguirlo, cumplidas las dos condiciones anteriores no se pide más.

La gran paradoja:

a)    El que quiera salvar su vida la perderá

b)    El que pierda la vida en aras del seguimiento fiel, salvará rotundamente su vida.

Y la piedra de toque:

¡De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?

 

Ahí es cuando se cae en la cuenta por qué debemos amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás. Sólo cuando justipreciamos lo que valemos, velamos por nuestra verdadera salvación. Sino, andaremos detrás de los bienes transitorios, esos que, por fútiles, se los lleva al viento directo a la hoguera. Así será nuestro evangelio, lleno de patochadas y vanidades.


Para llegar al fondo de esta revelación se requiere mirarle los ojos al que fue abofeteado, flagelado, coronado de espinas y traspasado por una lanza.