Is
63, 16b-17. 19b;
64, 2b-7; Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19; 1Cor1,3-9; Mc13, 33-37
A la verdadera navidad
no se regresa por el camino de la falsa ternura, del mentiroso aniñamiento, del
sentimentalismo. Sólo se recupera teológicamente, es decir, atreviéndose a
creer en serio lo que decimos festejar.
José Luis Martín Descalzo
¿Sabías
que hay Adviento Corto y Adviento Largo? Es que la duración del Adviento varía
entre 21 y 28 días, teniendo duraciones variables tiene una duración mínima y
una duración máxima: el Adviento Largo ocurre cuando el Primer Domingo de
Adviento cae el 27 de Noviembre y el Corto se produce cuando el Primer Domingo
de Adviento cae el 3 de Diciembre –como sucede este año. El Adviento, que
significa “Venida” o “Llegada” es un Tiempo Litúrgico que tiene un intenso
sentido de preparación, nos preparamos para hacer de nuestro corazón una digna
morada para que a él llegue el Señor y nazca en el Pesebre de Nuestro Corazón:
Queremos que al nacer Jesús encuentre en nuestro pecho un tibio nido con blandas
pajitas y en él pueda recostarse y esté al abrigo de las frías noches. Todos
los signos exteriores que decoran este Tiempo no son meramente un colorido y
luminoso adorno para el jolgorio infantil, sino que todas esas luces y adornos
son el lenguaje tornasol con el que expresamos nuestro proceso de disposición
para darle acogida, en nuestra vida, e Dios Encarnado que se hizo hombre para Redimirnos.
Siendo así, no está destinado a los niños, sino que todos –obedeciendo las
Enseñanzas de Jesús- nos hacemos como niños para acceder al Reino, porque es el
Mismísimo-Dios quien nace, del Vientre Virginal de María Santísima y cuya Luz
Salvadora resplandecerá en los ojos de nuestra espiritualidad sí sabemos ver,
es decir, sí permanecemos vigilantes.
A
todos nos es dado entender que hay un doble tipo de espera que con frecuencia distinguimos
“espera pasiva” y “espera activa” para diferenciar la espera que se limita a dejar
transcurrir el tiempo, para que llegue la fecha señalada, o una espera -llamémosla
“comprometida”- que se asume como “tarea” de aprestamiento. La preparación es
una verdadera gestación, un proceso de acondicionamiento y maduración, que, en
la analogía con la maternidad, halla su culmen en el acopio de ropas y cuna –con
su propio tendido de cama- para el bebé que habrá de nacer. El proceso de “gestación”
que se da con una suerte de automatismo biológico, va acompañado de una “gestación
psicológica” en la que se acopia información y -lo más importante- se dispone
el corazón, para alcanzar la mejor manera de encarar esa llegada del recién nacido.
Por ejemplo, los papás que ya han tenido hijos se ven abocados a preparar a los
hijos mayores para la aceptación y bienvenida del que va a llegar. Esta analogía
nos puede insinuar pautas de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús. ¡Qué
gran valor puede tener -en ese contexto preparativo- el Sacramento de la
Confesión, como disposición del tibio lecho que será Su cuna!
«De
todas las tareas que hoy se plantean a un cristiano, la más urgente sin duda
alguna, es la de recuperar la navidad. Esa navidad secuestrada por el consumismo,
devaluada por el folclore sentimental, intoxicada por el ternurismo, vaciada
por las alegrías baratas, asfixiada por los atracones digestivos, emborrachada
por el champagne, asordinada y cloroformizada por la rutina y por unas
supuestas tradiciones que, en lugar de resaltar lo que festejamos acaban por tragárselo.»[1] Para esta época, no
sabemos cuánto se gasta en bolas para el árbol, cintas doradas, iluminaciones,
guirnaldas y festones; y cuán poco pronunciamos el Dulce Nombre de Jesús y cuan
poco construimos en nosotros las condiciones para acoger a Dios-en-nosotros.
También se nota que, viniendo de la celebración de la Solemnidad de Jesucristo
Rey del Universo, donde Jesús nos proponía las obras de Misericordia, para que –usando
la frase de San Juan de la Cruz- en el atardecer de nuestra vida seamos juzgados
en el amor; más bien parecería que toda esa “palabrería” del fin de año litúrgico
la hubiéramos desplazado al cuarto de San Alejo, para abrirle campo, al “árbol
de navidad” y todos sus concomitantes.
Quede
claro que el Adviento no se puede reducir a la participación en el gran mecanismo
comercial, ¡qué triste!, que ha venido a desplazar completamente el verdadero
significado de la Celebración. Todos entendemos que “el Malo es puerco” y que
usa y abusa, como táctica, de distractores que nos llevan a descuidar lo que
verdaderamente interesa a nuestra fe. Por eso Jesús nos llama en el Evangelio
de esta fecha (perícopa tomada del Capítulo 13 del Evangelio según San Marcos,
que continua moviéndose en un contexto escatológico coherente con el Evangelio
de los últimos tres Domingos, proveniente –como lo comentamos en su momento- del
capítulo 25, escatológico, de San Mateo). Ingresamos ahora en el ciclo B y nos
encontramos con un llamado a vivir en actitud vigilante y siempre alertas: βλέπετε
ἀγρυπνεῖτε, οὐκ οἴδατε γὰρ πότε ὁ καιρός ἐστιν· “Estad
atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será el momento”(Mt 13, 33). Βλέπετε
viene del verbo βλέπω que significa la acción física
y el proceso fisiológico de “ver”, pero que además connota un significado de
discernimiento, de madurez, de cordura, de buen juicio, de tener cuidado, de
atención concentrada, que aquí hemos traducido por “estar atentos”. Esa
atención concentrada y laboriosa, es más, esa atención diligente, no es
suficiente; además se requiere estar despiertos, como se dice en el lenguaje
común, “estar en la juega” ἀγρυπνέω (no se duerme), la actitud vigilante de un θυρωρῷ “portero”
(Mc 13, 34) que guarda cuidadoso la entrada. Como no se duerme, enciende una
vela, para penetrar mejor la oscuridad y por eso decimos “¡Velad!”. No
dormirse, ni distraerse, no descuidarse y ni siquiera parpadear, sino estar
siempre alertas.
Cuando comentábamos el sentido de la
escatología ya enfatizábamos que no es algo que se deja para el último minuto –juego
en el que se entraría si el Señor nos hubiera dado la fecha fija para “el fin
del mundo”- sino algo que se trabaja cotidianamente, dado que “no se sabe el
día ni la hora”, conocimiento que es exclusivo del Padre Celestial. La fe que
nos da Jesucristo, es –como siempre insistimos- una propuesta de vida, un
compromiso para orientar nuestra manera de vivir, muy seguramente por eso el
cristianismo se llamaba en sus orígenes “el camino”. Camino es proceso y
descubrimiento continuo, camino es ir viendo lo que se va presentando, los obstáculos
que puedan existir en la travesía, pero también –lo que no es menos importante-
ser capaces de maravillarse con la hermosura de la trayectoria. Estar alerta
para no caerse, para no lastimarse, para evitar un accidente, y, además, gozar
el recorrido, disfrutar del paisaje, beberse con los sentidos las hermosuras de
la creación.
El “camino” puede tener y requerir esfuerzo,
puede ser fatigoso, algunas veces –tal vez- requiramos hacer un “alto en el
camino” para tomar aire y poder continuar. Pero el caminante descubre también,
la satisfacción de perseverar en el caminar, el gusto proveniente de saber
superar las dificultades y de haber coronado ese tramo que requirió de nuestro tesón.
Quizás querríamos un “camino” muelle y acojinado, pero si el camino no nos presentara
desafíos, quizás perdería su valor el recorrerlo y caeríamos en la monotonía
del andar por andar. Son los altibajos los que rompen la invariabilidad y dan “color”
al trayecto. Perseverar en la ley de Dios, vivir con pasión y con perseverancia
la tensión por cumplir la Voluntad de Dios, es a eso a lo que se refiere la
actitud vigilante. Y ser constantes en la vigilancia, en el velar, es la manera
de vivir cristianamente, es nuestro “camino”, es nuestro estilo.
Pero hay algo que es esencial al “camino” de
nuestra fe, algo que perdieron de vista los dos de Emaús, y que los llevaba a
caminar en derrota: Que Dios va siempre con nosotros, que Él se nos hace el
Encontradizo, que nos va enseñando por todo el Camino y que nos acompaña animándonos.
Que no vamos solos, que Él es un “Amigo Fiel”, el “Amigo que nunca falla”. Una
parte esencial de nuestro andar por la vida es esa conciencia, y cada paso que
se da, se da ante su Presencia Majestuosa. Es Su Real Majestad lo que valoriza
el esfuerzo constante del paso a paso. Caminar por caminar, o inclusive,
caminar para jactarnos de nuestro “poderoso aguante” nos desilusionará,
cualquier meta, por gloriosa que parezca, resulta fútil si no tenemos los ojos
abiertos para darnos cuenta que Él lo ha recorrido a nuestro lado, que ha sido
Él quien nos ha animado, nos ha “hecho barra”, y todavía más, fue Él quien nos ayudó
a incorporar cuando tropezamos. Él, que tropezó y cayó agobiado y
desfalleciente bajo el peso de la Cruz, rumbo al Calvario, Él mismo fue nuestra
Verónica, y en ese momento -que tanto y tan angustiosamente lo requerimos-
enjugó nuestro rostro sudoroso y nos tendió
la mano.
La actitud vigilante también consiste en saber dominar
esa psicología de la “derrota” del que se queda caído e insiste en estar en
tierra aun cuando Dios le está ofreciendo la Mano para que se levante y aun
cuando en este mismo momento lo está “alzando” como un Padre alza a su hijo
para que tenga el valor de no lloriquear sino alzarse tesonero y confiado en el
Señor. Muchos a lo largo de su existencia van empecinándose constantemente en su
“psicología atea” para hacer creer que ellos han caminado solos, solos se ha caído
y solos se darán maña de quedarse ahí tirados. ¿Les damos gusto? Digámosles a
coro ¡Pobrecitos!
¡No! Mil veces ¡No! Ánimo, el Señor está con
vosotros, ¡levantaos! ¡No os quedéis en la auto-conmiseración! Os habéis caído para
tener la feliz oportunidad de levantaros. Para que veáis por fin que Dios está
contigo, que no eres un triste abandonado, que Dios te ama, que Él es tu Padre
y con su Infinito Amor se interesa por ti, te cuida, es Tu Guardián que no duerme,
ni de día ni de noche, porque es un Guardián Incansable (Cfr. Sal 120).
Para quienes -a porfía- quieren estar tirados
por ahí, revolcándose en su derrota, convendría que leyéramos nuevamente la
historia de Jacob en el libro del Génesis 25, 21–35, 29. Por un momento
volvamos la atención al episodio de la lucha de Jacob en Gn 32, 29 que es la
cúspide de su metanoia progresiva, él deja de ser un “embaucador” y logra –por fin-
descubrir que Dios no se da por vencido sino que insiste hasta que uno llega a
ser “Fuerza de Dios”, que es el significado del nombre Israel, que consiste en
dejar de atenerse a las propias fuerzas y fiarse de las que Dios nos da. ¿Cómo
logró eso Jacob? Pues se mantuvo despierto,
y “lucho” con él hasta el amanecer: esto es lo que en hebreo en el episodio de
la lucha de Jacob- está expresado con עד עלות השחר y en griego, en el
Evangelio de hoy, dice ἀγρυπνέω no dormirse, o sea “actitud vigilante”. Oremos hoy con el salmista
diciendo: “Cuida la cepa que tu diestra
plantó, y al hijo del hombre que tú
has fortalecido”.(Sal 79,15).
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