Sir 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40
En la fiesta de la
Sagrada Familia, contemplamos el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo
rodeado del afecto de María y de José. Invito a las familias cristianas a mirar
con confianza el hogar de Nazaret, cuyo ejemplo de vida y comunión nos alienta
a afrontar las preocupaciones y necesidades domésticas con profundo amor y
recíproca comprensión.
Benedicto XVI
«Ante las familias, y en medio de ellas, debe
volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más
grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el
centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que
siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que
volver a anunciar de una forma o de otra”… Nuestra enseñanza sobre el
matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la
luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera
defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la
familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito
amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive
entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas
historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del
mundo.»[1]
«Doy gracias a Dios porque muchas familias, que
están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y
siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de
las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un
interpelante “collage” formado por tantas realidades diferentes,
colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son
desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos,
en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, “la
Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza...
Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la
búsqueda que impregna la existencia humana”. Si constatamos muchas
dificultades, ellas son —como dijeron los Obispos de Colombia— un llamado a
“liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños
proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”.»[2]
«El bien de la familia es decisivo para el futuro
del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre
el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano
prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del
Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”,
a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más
profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”»[3]
«La encarnación del Verbo en una familia humana,
en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos
sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al
anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de
José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de los
pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la fuga a Egipto,
en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y
humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el
nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el
templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de
Jesús adolescente. Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se
ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición
creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla
fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el
secreto de Nazaret, lleno de perfume la familia. Es el misterio que tanto
fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos de Foucauld,
del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su
alegría.»[4]
La perícopa que se toma como Evangelio de esta
Solemnidad es el episodio que conocemos como “La Presentación del Niño Jesús en
el Templo”. A este respecto, nos llamaba la atención Benedicto XVI: «… quiere
decir: este niño… ha sido entregado personalmente a Dios, en el templo,
asignado totalmente como propiedad suya. La palabra paristánai, traducida aquí como “presentar”, significa también
“ofrecer”, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el templo. Suena
aquí el elemento del sacrificio y el sacerdocio… Simeón,… después de las
muestras de alegría por el niño, anuncia una especie de profecía de la cruz
(cf. Lc 2,34c)… Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el
portador de la Luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente
en la oscuridad de la cruz».[5]
La palabra παραστῆσαι del
verbo παρίστημι contiene el prefijo para que significa cerca” o “muy cerca
de” e, hístēmi que proviene de *sta -raíz indoeuropea- que
significa “estar en pie”. Observemos la tremenda proximidad entre
presentación-presentar y el sustantivo “presente” que significa “regalo”,
“obsequio”, “ofrenda”; llegando al núcleo de la afirmación de Benedicto XVI que
nos propone la traducción “ofrecer”, “entregar”. El Papa Emerito comentaba que
al llevar un niño al templo se reconocía, que -si era el primogénito- este
quedaba reservado (consagrado) para Dios, pero se pagaba un “rescate” -«El
precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a
cualquier sacerdote.»[6]-
para retirarlo de la pertenencia. Sin embargo, en este relato no hubo rescate,
o sea que, el Niño quedó consagrado-reservado a Dios. Así el Adviento nos
presagiaba la “llegada” de alguien que se iba a hacer presente. La presentación
–en cambio- nos habla de Alguien que se
hace presente y se reconoce “presente” de Dios. ¿Cómo quitárselo a Dios si es
Su Hijo? «Aquí, en el lugar del encuentro entre Dios y su pueblo, en vez del
acto de recuperar al primogénito, se produce el ofrecimiento público de Jesús a
Dios, su Padre.»[7]
«Es un momento sencillo pero rico de profecía: el
encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias
del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción
del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se
encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las
generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas,
venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace
pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia
de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La
buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo para el camino de
la comunidad civil y eclesial.»[8]
Para esta fecha hay una definición de Iglesia,
referida y comparada con lo que es familia, como organismo que nos gusta
repasar: «… la Iglesia
como comunidad no es una organización, la Iglesia es un organismo vivo. Una organización
busca intereses, una organización consiste en que, las personas se juntan para
buscar entre todas, colaborándose, un interés. Y ese interés está muchas veces
fuera de la asociación misma… Eso se llama una organización. En cambio un
organismo busca personas, busca fabricar las personas, en otras palabras, un
organismo edifica personas. Lo que más se parece a la Iglesia es la familia. La
familia es un espacio (padre, madre, hijos) en donde todos están interesados en
la edificación de las personas, la educación de las personas, la transformación
de las personas. O sea, una familia no es una empresa, es una fábrica de seres
humanos.»[9]
«…la
Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas situaciones
familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y
falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad concreta especialmente en
relación con las familias que están viviendo situaciones más difíciles por las
enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de
emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas esas
familias en dificultad, tanto dificultades por enfermedad, falta de trabajo,
discriminación, necesidad de emigrar, como dificultades para comprenderse e
incluso de desunión. En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te
salve María...). Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las
familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la
ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección de quien fue
madre e hija de su Hijo.»[10]
[1]
Papa Francisco. LA ALEGRÍA DEL AMOR. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL. Publicación
de la Diócesis de Engativá 2016 ## 58 y
59 pp. 51-52
[2] Ibid. #57. p. 50
[3] Ibid. #31 p. 25
[4] Ibid. #65 p. 55
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA
INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 89. 92
[6]
Ibid.
[7]
Ibid.
[8] Papa Francisco.
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. Ángelus, Plaza de San Pedro,
Domingo 28 de diciembre de 2014.
[10] Papa
Francisco. FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
DE NAZARET.
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