sábado, 16 de diciembre de 2017

LA DICHA DE SER TESTIGOS DEL SEÑOR


Is 61:1-2,10-11; Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; 1 Tes 5:16-24; Jn 1:6-8,19-28

…no existe ya motivo alguno de desconfianza, de desaliento, de tristeza, cualquiera que sea la situación que se debe afrontar, porque estamos seguros de la presencia del Señor, que por sí sola basta para tranquilizar y alegrar los corazones.
Benedicto XVI



Revisemos el itinerario de Adviento: 1er Domingo “Vigilar”; 2do Domingo: “Preparar”; 3er Domingo: “Alegrarse”, transparentar la Buena Noticia, permitir que se nos vea que la Noticia es un Noticiononon. Una dinámica anti-quietista, anti-conformista, un “echarse a andar para hacer camino”. Brota, sin embargo, una pregunta rotunda: «¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama? Sí, es posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo, en la tentativa real de transformar el mundo. Sólo si uno llega a ver que las promesas que Dios hizo al hombre pueden cumplirse, sólo si en el desierto de la historia se ve brotar la esperanza, sólo si se oye la “corriente subterránea” que contrasta con la aparente lentitud del “no hay nada nuevo bajo el sol”, es posible cantar y sentir alegría.»[1], sólo si nos percatamos que el Reino de Dios ya está entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21b).


La palabra Evangelio significa Buena Noticia, frente a una buena noticia lo que sobreviene es la alegría. Por lo tanto, nosotros, los que hemos recibido la noticia que alegra, hemos sido llamados a la dicha, a la bienaventuranza. ¿Quién es el Evangelio? Jesús es la Buena Nueva, si lo hemos aceptado como “Dios con nosotros”, se puede decir que tenemos la responsabilidad, aún más, la obligación de la alegría. No se explica que un fiel creyente ande por ahí desalentado, sumido en su tristeza, como si estuviera dejado de la mano de Dios, ¡ese es un anti-testimonio!

Durante mucho tiempo se creyó que –siendo el Evangelio un asunto tan serio- nuestro porte de fieles devotos sería el de la “seriedad”, entendida como cara larga y semblante adusto. La Nueva Evangelización tiene que ocuparse para corregir eso, y debemos sentirnos llamados a confesar nuestra Alegría porque el Santo Nombre de Jesús es de Victoria, de Resurrección, de Vida.



Este Tercer Domingo de Adviento celebra la Alegría es Domingo de Gaudete, así se nos recuerda desde el Introito de su Liturgia que se tomó de la Carta a los Filipenses capítulo 4, versos 4.5: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca. No se lee 5a –pero nos parece importante añadirlo- dice: “Que todas las gentes los conozcan a ustedes como personas bondadosas”; la palabra implica que les sea evidente, que les salte a la vista, o sea que, debemos ser Luz del mundo y sal de la tierra por nuestra bondad, mesura, razonabilidad, amabilidad.



En la Primera Lectura, más exactamente en Is 61,10 nos dice el profeta: “Me alegro en el Señor con toda mi alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia”; ahí tenemos dos razones de mucho peso para estar alegres: la Salvación y la Justicia que son nuestro distintivo, nuestras vestimentas, nuestro abrigo, nuestra protección y defensa. A través de ellas se transparenta la bondad con la que nos damos a conocer.

En el Salmo Responsorial echamos mano al Magnificat y escuchamos a la Santísima Virgen darnos modelo de alegría: “mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador”… más adelante insiste “me llamaran Dichosa” porque Dios no se olvida que su Nombre es Misericordia y tiene presente siempre a su pueblo escogido. «En pocos lugares de la tierra, María es centro de atención y de esperanza tanto como en América Latina… María puede purificar la lucha por la justicia en que se ha empeñado el continente, del odio que cada hombre lleva en sí,…»[2]



En la Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses se enfatiza: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.



El Evangelio, tomado de San Juan, vuelve sobre la figura del Precursor y encuentra su primer motivo en el Evangelio según San Lucas, Juan el Bautista ya desde el vientre de Santa Isabel se alegró en Jesús. Recordemos esos versículos: “… tan pronto como oí tu saludo, mi hijo saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. Lc 1, 44-45. Esa dicha de Isabel, que tiene su fuente en la seguridad de Dios Quien es Fiel, Cuya Palabra se cumple y Cuya Presencia no nos abandona, se continúa en la dicha del Bautista. San Juan, el Bautista, es feliz porque sabe a ciencia cierta quien no es: sabe que no es el Mesías, ni es el Elías, ni es el Profeta. Lo primero que tenemos que saber para lograr la dicha es “lo que no somos”, y, luego, requerimos saber “Quien Es”, es decir, cual es el verdadero eje de nuestra existencia: su Autor, su Dueño, su Centro, su Paradigma, su Finalidad. Para Juan el Bautista es una condición esencial para poder recibir a Jesús y aceptarlo como Mesías, que dejemos de lado vivir centrados en nosotros mismos y aceptemos que el Centro-Existencial es el que bautiza con Espíritu Santo. Cuando Juan el Bautista tiene que enfrentar el interrogatorio delos que los judíos habían comisionado con ese propósito, descubre su Razón de Ser, y en ella, su propia identidad: que consiste en ser la Voz. Notemos que él no pretende ser el Verbo, ni la Palabra, no se arroga ser el Logos. Él es sencillamente el “testigo”. San Agustín dice “Juan es la Voz, pero el Señor es la Palabra. Juan es una voz en el tiempo; Cristo es ya, en el Principio, la Palabra Eterna”. Nuestra dicha estriba en ser auténticamente según para lo que fuimos creados, valga decir, “cumplir la Santa Voluntad de Dios”, dar testimonio de Él, según el decir de San Cirilo de Jerusalén: “«Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de hecho fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la realeza divina;... en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda es circundado y glorificado por una corte de ángeles»[3]. ¡Sólo somos voz –que advierte que habrá Parusía-, simplemente testigos –de la Encarnación- que anuncian!



«Este es el gozo. El gozo de sentirse dichoso de ser obrero del Reino de Dios. Este es el gozo. El gozo de construir la civilización del amor…El gozo es don del Espíritu. Y el gozo es esa vivencia del Espíritu de Jesús. Es esa vivencia del Don, del Regalo de Dios. Es esa vivencia de saberse fortalecido, vivificado, animado, estimulado por el Espíritu de Jesús. Con el Espíritu de Jesús es posible ser testigo… Con el Espíritu de Jesús es posible decir a los hombres que Dios nos ama, que Jesús es nuestro hermano y camina a nuestro lado… La debilidad del seguidor de Jesús se hace fuerte en el Espíritu. Y en el Espíritu, Jesús es quien vive en el creyente, en el discípulo. ¡Albricias por este maravilloso Don!»[4] Jesús, él-que-Llega, también y absolutamente, se mueve en la alegría, se enmarca en la dicha, ese es su contexto, no la languidez.



[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs As.-Argentina 5ta ed. 1973 p. 183
[2] Ibid
[3] Catequesis XV, 1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 a
[4] Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 3ª ed. 2001 pp. 154-155

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