lunes, 31 de marzo de 2025

Martes de la Cuarta Semana de Cuaresma


Ez 47, 1-9. 12

…el que cree en Mí, nunca tendrá sed.

Jn 6, 35ef

 

El profeta יְחֶזְקֵאל [Yejeskel] Ezequiel (cuyo nombre significa “Dios fortalece”) profetizó entre 586 y 538 a. C., procede de la “casta” Sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia y ejerció allí su profetismo. El profeta tiene varias visiones y se puede caracterizar como el profeta de las acciones simbólicas. Su simbología empalma perfectamente con el lenguaje apocalíptico. En su Libro, los capítulos 40-48 se nos da una visión del Templo escatológico y la Jerusalén del futuro: es la cuarta gran visión. En ella se compilan años y años de reflexión. El marco temporal es la era de la decadencia de Nabucodonosor

·         Como cosecha de la experiencia vivida

·         Como proyecto a desarrollar en el futuro

·         Como ensamble teocrático para el gobierno en los tiempos venideros.

 

Tres temáticas se desarrollan en esos nueve capítulos:

1)    La arquitectura del templo y de la Jerusalén venidera.

2)    El desarrollo de una legislación acorde con este esjatón, el linaje sadoquita del Sacerdocio, con una separación más o menos neta del gobierno respecto del Sacerdocio que detentaría la autoridad mientras que el conjunto del rey y su corte estarían limitados a funciones administrativas.

3)    El reparto y distribución de la tierra prometida. Versos 1-8 del capítulo 48.

 

Había un rio en el Edén (Gn 2, 10-14), que es el antecedente del agua que pasa por el Templo y nutre toda la vida y sanea todo a su paso. Y una prolepsis, que fluye y camina por la Puerta de las Ovejas, liberando, saneando dando Vida y Vida Eterna.

 

Como realidad teocrática, del Templo emana toda autoridad y toda vitalidad.  Del Templo dimana toda la fertilidad. Es tal la vitalidad del agua que mana el Templo que sanea hasta las aguas de mismísimo Mar Muerto.

 

En realidad, esta Lectura de hoy nos predispone para la Liturgia del Agua a la que asistiremos en la Gran Vigilia Pascual (En ella leeremos nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo, intercalando entre Lectura y Lectura, un Salmo Responsorial; en esa Celebración leeremos también de Ezequiel, del capítulo 36- trece versículos 16-17a. 18-28 -a manera de 7ª Lectura -antes de proceder a las dos Lecturas del Nuevo Testamento, cata y Evangelio- que nos habla del cambio que Dios operará en nosotros, cambiándonos el corazón de piedra por uno dócil).

 

El Agua que brota del Altar es el Agua de Vida: Del Altar brotara también el Verdadero Maná el Pan de Vida- y la Sangre para lavar nuestras Vestiduras.


 De esa fuente que brota del bautisterio, manarán los nuevos cristianos. La Lectura hace énfasis en el poder sanador de las aguas y en la vitalidad que ellas prodigan.

 

Sal 46(45), 2-3. 5-6. 8-9

La fuente que mana en Jerusalén es la de Siloé. Para el judío, esta fuente le habla de la Gloria de Dios y de alguna manera alude al antídoto de lo más temido en aquellas culturas: La muerte por sed.

 

¿En Qué Dios creemos? En el Dios histórico que conoció Abrahán, el Mismo que conoció Jacob. Nuestro alcázar como vamos a decirlo y a repetirlo cuatro veces: es el Dios de Jacob. Él, que es el Dios Universal, está con nosotros. (Que además también significa que está de nuestra parte).


 
Este es un Salmo de Sion. Y si hemos de compaginarlo con la Primera Lectura, tendremos que pensar que se trata, no de cualquier Jerusalén, sino de la Nueva Jerusalén (ironía de las ironías, Jerusalén significa “Ciudad de la Paz”). Jerusalén es sinónimo de inexpugnable, por eso, el salmo la adjetiva מִשְׂגָּב [misgab] “Alcázar” que es una palabra de origen árabe: Al-qasr, que viene a ser “fortaleza”, porque no era una ciudad inerme, sino que en ella acampaba un ejército. ¿A qué ejército se referirá? Al de YHWH, el Señor de los ejércitos: YHWH Sabaoth, Dios de los ejércitos.

 

1ª estrofa: así tiemble la tierra, no nos da miedo, aun cuando los montes se derrumben o se hundan en el mar, tenemos a Dios que nos defiende de todo peligro.

 

2ª estrofa: esta ciudad tiene su rio. Que garantiza verdor imperecedero, es la manera como Dios consagra su Ciudad Santa. Como Dios está allí absolutamente Presente, desde la primera hora de la mañana, sabemos que Dios está aquí para guardarnos.

 

3ª estrofa: Es la invitación -porque esa es nuestra invitación- convidarlos a todos, a toditos, que vengan a ser testigos de la Grandeza Incalculable del Señor. Que veamos atónitos sus obras, ¡Vengan a descubrir y asombrarnos de todas sus maravillas!

 

 

Jn 5, 1-3a. 5-16

Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿La regaña por estar herida?... Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida yendo en contra de las costumbres frívolas del mundo en que vivimos. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia.

Papa Francisco

El marco espacial de esta perícopa del Evangelio joánico, es la Puerta de las Ovejas, con una Fuente, la de Bethesda (esta palabra significa “Casa de la Misericordia). Y pórticos, en número de cinco. Allí, arrinconados sucesivamente estaban todos los limosneros: Ciegos, cojos, y tullidos todos tirados por el suelo, tendiendo suplicantes sus manos.

 


¿Por qué ciegos? porque tenemos una manera de mirar que mira sin ver. ¡No vemos! ¡Estamos como enceguecidos!

 

¿Por qué cojos y paralíticos?  Porque Jesús nos invita, nos llama, pero, a nosotros nos cuesta tanto incorporarnos y seguirlo. Él nos la pone lo más fácil que se pueda imaginar, pero, si uno está tullido, ni modo, ¡no arranca!

 

Pero el asunto se pone más complicado cuando vienen algunos a decirle a los llamados que no lo sigan porque esa invitación es violatoria de “principios fundamentales”. Y se incurre en el purismo de estos “judíos” que le encuentran buen obstáculo a la sanación, porque al que ha “sanado” se le encargó recoger su camilla y llevársela. “En sábado no puedes cargar una camilla” ¿Quién te ha mandado eso? (No les importa verlo andando, superada su parálisis, y no se admiran de lo admirable. Sólo miran con su cegada memoria y atención hacia los listados legislativos, los códigos: leguleyos redomados).

 

Para estas personas, se inventó el semáforo, y ellos hacen que esté siempre en rojo. Nunca ha de cambiar a verde (los otros bombillos, fuera del rojo son inútiles, están ahí, de adorno). Si hay algo en el camino, pongamos por caso una camilla ahí botada, con mayor razón, que siga el semáforo en rojo para que no la puedan levantar y otros se enreden y también caigan en la invalidez. Pero, alzar la camilla, quitarla de la vía, suprimir el estorbo ¡ni de riesgo! ¡eso nunca! ¡Anatema!

 

A nosotros nos suena fácil, pero nuestro tozudo semáforo en rojo, también es pertinaz, en otros aspectos, nosotros también tenemos nuestras “camillas” inamovibles, nuestros semáforos averiados. Pues para ellos es esencial: Una manera de refrendar que habían sido librados de la esclavitud en Egipto y una manera de agradecer el precioso don que habían recibido del Potente Brazo del Señor.

 

No se puede menospreciar la fidelidad judía a este respecto, más bien meditarla y aprender todo lo bueno que de ella deriva. Tampoco estar demasiado prestos al abandono de los elementos de fe que hemos heredado. Pero no cambiar por cambiar, sino cambiar permaneciendo firmes en lo que la Iglesia enseña, ella es guardiana, conservadora de la verdadera fe. Pero de lo esencial, no de las regulaciones con impronta humana.

 

Leyendo la perícopa con atención vemos que para Jesús lo importante es liberar de la condición de inmovilidad y que el “tullido” pueda disfrutar de su “autonomía”, de su Libertad para desplazarse. Pero debe -como gratitud- quedar muy atento, vigilante para “no pecar más”.


 
Hay que notar el muy escaso interés que pone Jesús en que sepan quién es el obrador de tanto bien: Lo sanó, lo despacho con bien, pero no le dijo ni siquiera el nombre, no hay ninguna seña de proselitismo en su ejercicio taumatúrgico. Cuando le preguntaron quién le había mandado cargar la camilla, él no pudo dar razón.

 

Jesús no va ganando adeptos, Él va sembrando el Bien, porque el Bien es lo que su Padre Obra Siempre. El Bien es lo que el Padre le puso por Misión.

 

Si el agua que mana del Templo trae “saneamiento”, al levantarse de la camilla, se preanuncia la resurrección. Tan es así que la palabra que se registra en el Evangelio es Ἔγειρε [Egeire] “Resucita”. El que renace, ya no tiene el “defecto”, ha quedado sano. La palabra para “levántate” es la misma que para “Resucita”.

 

Tal vez tú también quieras probar las dulzuras del agua de vida, hay allí un agua que manó para ti en el baptisterio, pero no se agota, ¡Él sigue saneando!¡Ven al confesionario!

 

«Todos somos como este paralitico. Todos los días constatamos nuestra pequeñez y nos sentimos frágiles, sin fuerzas. Y en realidad lo somos, pues cojeamos siempre en nuestros mismos defectos. Y este paralítico del evangelio de hoy nos da la solución: Exponer nuestros problemas a Jesús con confianza y Él va a obrar maravillas en nosotros. Somos esos hombres que continuamente tropiezan, somos cojos, necesitamos de alguien que nos sostenga». (Papa Francisco).

domingo, 30 de marzo de 2025

Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma


 Is 65, 17-21

Estamos -hoy-en el capítulo penúltimo del Libro de Isaías, del Trito-Isaías: Son páginas apocalípticas. Por eso, Dios ha recomendado “atesorar en la memoria”, y heredar de padres a hijos los recuerdos de lo vivido, donde se testimonia la Intervención Divina. Pero, cuando lleguemos al esjatón, cambiaran las coordenadas temporales y, la recordación no tendrá ni objeto ni sentido: serán un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, con otro sistema de coordenadas y valores “purificados”. Ahí perderá su valor la memoria, y los recuerdos su sentido. Después de la dolorosa experiencia de la “realidad”, del “penoso Valle de Lágrimas” tendremos dos planos de una sociología diferente:

1.    Jerusalén -un topos- de pura alegría.

2.    Una sinodalidad -soporte estructural- del Nuevo Pueblo de Dios

 

Esta Nueva Creación tendrá unos rasgos que darán regocijo al Propio Dios:

·         Desaparición del “llanto”, no por cesación de las funciones lacrimales, sino por la desaparición de penurias que las desaten.

·         Dejaran de morir los niños, porque se descartará la guerra como negocio, la hambruna de tantos pueblos, y las condiciones de salubridad se optimizarán: ¡esto lo hará el Señor!

·         Nadie morirá prematuramente: al desaparecer la violencia y maximizar el respeto a la Vida. (Esto aclara que no es una realidad del “otro mundo”, porque ya desde hace mucho Dios nos dejó muy claro en su Revelación, que en la otra vida no hay muerte).

 

A estos aspectos se les ha agrupado bajo el acápite de “utopía”, y lo son para nosotros, ningún gobierno, ninguna sociedad, ningún modelo cultural lo podrán realizar. Dios lo traerá a su debido tiempo. ¡Eso se llama Esperanza!

 

Será una Era en que la Presencia de Dios será aceptada, y no perseguida. En aquel tiempo, todas las vides serán para sus sembradores.

 

Cuando los judíos “regresaron” del exilio en Babilonia, nos imaginamos – como también muchas veces creemos que después de cuarenta años del exilio fue así-, que llegaron todos los mismos que salieron de Egipto. Así mismo de los deportados a Babilonia, que todos volvieron. La verdad es que muchos se quedaron, que muchos se “asentaron” y “usufructuaron” la situación alcanzada en Babilonia y el status que habían alcanzado con sus negocios y su industria.

 

Este error, que muchas veces se da por ocultamiento de los pasajes que lo aclaran, produce la tergiversación que es la imaginación de un “retorno al Paraíso Celestial”. Hoy lo dice muy claro: “Voy a crear un Cielo Nuevo y una tierra Nueva”. ¡No dice que nos vaya a regresar al Edén!


 

Pálido consuelo el de aquellos que -traen un tanque de pintura bien grande, llamado “resignación”- para barnizar la Promesa porque detrás de una fe supuestamente muy firme y muy formada, no les alcanza a caber la Grandeza del Poder de Dios. Quien no confíe que se cumplirá, en verdad no cree. Esa es una religión diferente, peluqueada bien a ras.

 

Sal 30(29), 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b

Cuando uno ha pasado por un gran riesgo y lo ha superado -por ejemplo, una enfermedad gravísima- uno logra descubrir que fuerzas Superiores han dirigido los diversos hilos y sólo gracias a esa intervención, ha sido posible la maravilla de la “victoria”. Y entonces, uno ha sido testigo de la convergencia de “vectores”, de otra manera inexplicable.

 

Siempre – con un corazón endurecido, por la testarudez-, se podrá argumentar que no se puede explicar porque no se ha hecho el debido esfuerzo. Alguno llegará arguyendo que ya vendrá el día, cuando la “ciencia” lo explique. Ese día será cuando bajemos la obsesión altanera del racionalismo.

 

Quiere decir que debemos renunciar al racionalismo: ¡de ninguna manera! Todas nuestras capacidades intelectivas son fruto de la Voluntad Creadora, y, si nosotros las desecháramos estaríamos desechando a su Divina Majestad. ¡Desechar no! ¡Aplicar con “humilde moderación, si!

 

Estaban comprando ya el ataúd para el entierro, y Dios dijo ¡No, lo quiero vivo! Y a continuación dijo, ¡Niño (o niña, o señor, o señora o el que sea), levántate! Y lo dijo en arameo, pero le entendimos y nos levantamos.

 


¡Nosotros no nos levantamos y cambiamos de tema! Empezamos a ensalzarlo, porque nos libró. No dejó que sucumbiéramos en manos del “enemigo”, (ellos se dicen enemigos, pero para nosotros son sólo nuestros hermanos).

 

No es que nuestro pecado le sea indiferente, claro que Él se irrita, pero solo momentáneamente, hace tiempo que descubrimos que guardar enojo sólo nos autodestruye: y eso Dios lo ha sabido desde siempre, así que casi de inmediato nos perdona. ¿Qué haremos nosotros? ¡Fiesta!, celebrando su Presencia en nuestra vida, en nuestra mente, en nuestra sanación y liberación. Después de tener los ojos anegados, súbitamente descubrimos que Él nos ha consolado y ha previsto y provisto salida a nuestros pesares. Podríamos decir -no para abusar de su Misericordia- que ¡su cólera es Instantánea! Con mayor razón, cuidemos de no enojarlo.

 

·         Cambió nuestro luto en danzas

·         Démosle, perennemente Gracias.

 

Jn 4, 43-54

"Dios piensa en cada uno de nosotros" y "piensa bien, nos quiere", 'sueña' con nosotros". "Sueña con la alegría con la que se deleitará con nosotros. Por eso el Señor quiere 'recrearnos', hacer nuevo nuestro corazón, 'recrear' nuestro corazón para hacer triunfar la alegría".

Papa Francisco

Esta semana vamos a trabajar una lectura semi-continuada del Evangelio joánico. En el mismo capítulo 4, en los versos 4-42, encontramos el encuentro que tuvo Jesús en Sicar, con la Samaritana, en la fuente de Jacob (es lo que viene antes de la perícopa que leemos hoy). 


Jesús viene de estar dos días en Samaría y llega a Galilea donde es bien acogido, en contraste con el trato recibido en Judea, que lo lleva a declarar en el verso 44 que “Ningún profeta es honrado en su patria”. En Judea le abren las puertas porque hasta allí han llegado las noticias de los prodigios que ha realizado (que en San Juan se denominan “signos”), además allí había obrado la transformación del agua en vino; ahora viene a dejar una segunda honda huella, ahora la transformación será de la muerte en la vida.

 

Viene un miembro de la aristocracia, un “alto funcionario real”, una suerte de burócrata. Tenía su hijo amenazado por la muerte, y enterándose que Jesús -proveniente de Judea-, llegaba, le salió al paso para rogarle que lo curase.

 

A la petición de vida para su hijo, Jesús le responde con una especie de reproche. Lo malo no está en que acudamos a pedirle, tampoco que nuestro pedido vaya contra los ritmos de la naturaleza, que, si uno está muy grave, lo lógico es que sobrevenga la muerte; no, lo malo está en pedirle sin fe y condicionar nuestro creer-en -Él a la realización de prodigios. Jesús lo que le dice es “si no ves σημεῖα [semeia] “signos” y τέρας [teras]maravillas”, no crees”. Esta palabra τέρας, significa algo tan sorprendente que es expresión del poder de Dios. Y, sin embargo, como el funcionario real le insiste, Él se lo concede. Lo remite a su casa, y que se vaya tranquilo porque el hijo ya está bien. Y, el empleado de Palacio, creyó.

 

¿Realmente uno se pregunta: el signo y maravilla fue la curación del muchacho? ¿O el signo-maravillante fue que el papá creyera? ¿Qué es más fácil, restablecer -a distancia- la vida de un enfermo o, curarle el alma a un incrédulo?

 

«¡Yo estoy en la mente del Señor, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiar mi vida!'. Y hace muchos planes: 'Construiremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos...' todas estas ilusiones que se hace solamente un enamorado... Y aquí el Señor se hace notar enamorado de su pueblo. Y cuando le dice a su pueblo: 'No te he elegido porque seas el más fuerte, más grande, el más potente. Sino que te he elegido porque eres el más pequeño de todos. También puedes decir: el más miserable de todos. Te he elegido así. Y esto es el amor"». (Papa Francisco)

 

Uno le reclama a un amigo, con quien tenía cita a las 3:00, porque él ha llegado a las 3:30, con media hora de retraso. Y, aquí uno puede quedarse en esa superficialidad y pensar que “aquello sucedió a la 1:00 pm. y trabarnos en encarnizada batalla que esa era en realidad las 11:00 am.” Cuando se escapa de la cronología horaria para referirse al punto en que el Kairos se “funde” con el Cronos, y Dios entra con su Poder en la historia y funda una Nueva Realidad”.

 

Se suscita en el relato, allí, justo en ese punto, la cuestión de la hora. Cuál es la importancia de la “hora”. Nosotros entendemos que no se está hablando de un asunto cronológico, no habría importado si fue a las 3:00, a las 4:00 o a las 5:00, o en cualquier otro momento. Aquí se refiera a una “hora kairótica”, un momento de Gracia: Dios ha entrado en la historia en aquel punto, era el momento histórico exacto, Dios había salido del Cielo, y había entrado en nuestra dimensión, se manifestó, y es la “hora de obrar sus Maravillas”, para entregarnos la Salvación. ¡Es una hora de Salvación! ¡Es un giro Soteriológico! ¡El plazo se ha cumplido! Dios ya está con nosotros. ¡Señor de la historia!

 

Esta perícopa tiene un trasfondo apocalíptico, ese manifestarse de Jesús prodigiosamente tiene un carácter estrictamente revelatorio -recordemos que apocalipsis significa “revelación”-; este signo-maravillante es verdaderamente epifánico: ¿En qué momento fue? ¡A la hora ἑβδόμην [hebdomen] “Séptima”! ¡A la hora Perfecta! Ni un minuto antes, ni un segundo después, sino, justo cuando Dios lo tenía dispuesto.


 «… creer que el Señor puede cambiarme, que Él tiene poder: como ha hecho ese hombre que tenía el hijo enfermo en el Evangelio.» (Papa Francisco)

sábado, 29 de marzo de 2025

EL PADRE SE COMPADECE DE NUESTRA CRISIS DE IDENTIDAD



DOMINGO DE LAETARE

Jos 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7; 2Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

 

La parábola del hijo pródigo es la parábola del Padre misericordioso. Quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de Jesús en el Evangelio.

Hans Urs von Balthasar

 

Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que un bronce que resuena y una campana que tañe.

1 Cor 13, 1

 

La crisis más aguda de identidad consiste en no saber quiénes somos porque no sabemos quiénes son nuestros padres, de quién somos hermanos, que relación de parentesco tenemos con los otros y con el Otro… Si no sabemos quiénes somos, mucho menos podremos amarnos a nosotros mismos, y, sí no nos podemos amar nosotros mismos no habrá fuente de dónde sacar el amor al prójimo. Cuando hacemos este tipo de análisis, de inmediato sentimos la urgencia de recordar que nadie da de lo que no tiene y la veta que es la fuente del amor al prójimo es -precisamente- la capacidad de amarnos a nosotros mismos: Entonces, también estaremos incapacitados para amar a Dios. No seremos otra cosa que bronces resonadores, pero nunca sujetos de la economía salvífica.


 El otro día un sacerdote le preguntó a su feligresía a quién preferían de entre los dos hermanos de la parábola que cuenta Jesús en el Evangelio de este Cuarto Domingo de Cuaresma, (ciclo C): Unos tomaron partido por el hermano mayor y no faltaron los que se pusieron del lado del menor.

 

Claro que el protagonista es el menor y el antagonista es el mayor. Pero, nos hemos concentrado excesivamente en el menor que fue el que pidió su parte de la herencia y, observamos que no hemos prestado toda la atención necesaria al hermano que se quedó… Puede que el hermano menor represente a todos los pecadores, prostitutas, publicanos y demás; pero el hermano mayor representa con creses el fariseísmo. En alguna parte hemos leído que los fariseos no eran malos –y eso es cierto- eran “fieles”, “muy fieles”, diríamos que eran “exageradamente fieles” a su manera, de una manera tan reforzada que “se pasa”. Quizás la muestra más farisaica del hermano mayor es cuando dice. “Hace tantos años que te “sirvo” sin haber “desobedecido” jamás ni una sola de tus ordenes”. La relación que expresa esta frase es de “servilismo”; y –definitivamente- Dios no nos ve como siervos, lo cual ya Jesús nos lo explicó -detalladamente- manifestando que nos ve como “amigos” (cfr. Jn 15,15).

 


¡Pero si la relación se tergiversa, se enferma, se desvía, se obstruye hasta el bloqueo, sobreviene la crisis de identidad! En cambio, veamos cómo le respondió su Padre, vayamos al verso 31: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es decir, tenemos que entender verdaderamente quienes somos. Usemos como puente un relato- parabólico:

 

«Una mujer estaba agonizando en la sala de un hospital. De pronto, tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante un Tribunal.

“¿Quién eres?”, dijo una Voz.

“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.

“Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.”

“Soy la madre de cuatro hijos.”

“Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes.”

“Soy una maestra.”

“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.”

Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?”

“Soy cristiana”, respondió ella.

“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.”

“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.”

“Te he preguntado quién eres, no lo que hacías.”

Evidentemente, no consiguió pasar el examen, y fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era realmente y su vida cobró otro sentido…»


 

No sabemos si se debe decir la respuesta correcta, o es mejor dejar que el lector la deduzca, pero nosotros queremos acelerar la reacción y poner por expreso que nuestra verdadera e íntima identidad es la de ser hijos de Dios. No somos ni nuestros títulos, ni nuestras riquezas, ni siquiera nuestras pobrezas sean estas materiales, morales o espirituales… Esto lo queremos ilustrar con otra parábola titulada EL ABRAZO DE DIOS

 

«Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño: “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.

 

Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?

 

“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará...

Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.

 

Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata?

 

Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.

 

“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.

 

Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

 

Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios: “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.

 

Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbado de las nubes: “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”

 

“Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.

 

“Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.

 

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas? “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”

 

“Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.»

 

«Puesto que Dios es Dios, el Santo, actúa como ningún hombre podría actuar. Dios tiene un corazón, y ese corazón se revuelve, por así decirlo, contra sí mismo. El corazón de Dios trasforma la ira y cambia el castigo por el perdón.»

Joseph Ratzinger

 

Estos dos hijos de los que nos habla Jesús en la “parábola del hijo pródigo” adolecen de una enfermedad horrible, ¡tienen problemas de identidad! Y, en un examen atento de esta dolencia nos encontramos que su síntoma básico es que, al no saberse hijos, no se pueden reconocer “hermanos”. Por ejemplo, cuando el mayor se refiere a su hermano menor lo llama “…ese hijo tuyo…” (ver el verso 30b). Si se pierde nuestra filiación, también perdemos nuestra fraternidad y ahí el Malo ya gano con su asquerosa semilla de división.

 


Si miramos la parábola del ABRAZO DE DIOS una de las cosas que más resalta es el fetichismo en el que ha caído este ”santo”, ha incurrido en la idolatría a sus piedritas coleccionadas en el “precioso jarrón” (su autoindulgente manera de resaltar la que él considera su fiel-obediencia), así como el otro hermano del Evangelio idolatraba la “herencia”, la “riqueza” material del Padre por eso no podía amar al Padre, porque entre él y el Padre se interponía la “parte de la herencia” (que él anhelaba canjear por una vida licenciosa); y, para el otro hijo, el fetiche es su egoísta-obediencia que no podía “tirarla”, ni dársela a otro, en realidad estaba encadenado a su auto-apego, que se interponía entre Dios y él; entre él y el abrazo de Dios.

 

No ignoremos que también existen los que pasan su vida muriendo lentamente sometidos a la envidia de los jarrones ajenos, porque los ven llenos de piedritas que ellos no han coleccionado. Como dice San Ireneo, “esa elevación gratuita de la carne humana, movió a envidia el príncipe de la apostasía”, como si los méritos de esas “piedritas” no fueran gracia y/o carismas graciosamente otorgados por Dios. Y no podemos entender y vivir el Encuentro con el Amor que nos ama sin atender la belleza de los jarrones, ni la cantidad de piedritas que en ellos se alojan. Otros se quieren presentar con su colección de estatuillas de santos, o con extensos listados de reproches por los pecados ajenos. ¡Ya basta de hacer penitencias por pecados ajenos!


 

Dios es Infinitamente Justo y nosotros somos finitamente humanos, nos cuesta salir de la “obsesión culpable”, y así, creemos que la Justicia divina tiene la misma densidad de la justicia humana, que se queda corta en su ser retaliativa, pero la Justicia Divina tiene su esplendor en el poder “perdonador” de la Sangre Redentora. Eso es casi imposible de comprender para quienes fueron criados en la cultura de la fuetera, cuando los platillos voladores no eran los de la ciencia ficción sino las chancletas maternas que sobrevolaban el espacio sideral hasta venir a estrellarse en nuestra humanidad castigada.

 

En cambio, entre el Padre y sus hijos no hay barrera, él los ve límpidamente, con los claros ojos de la ternura paternal-maternal. En ese preciso instante, los recupera, los rehace, los vuelve a crear como recién bautizados, (¡Bendito sea Dios que es Infinitamente Misericordioso, es decir, “lento a la cólera y rico en Clemencia y nada puede empañar su Amor!); sus Purísimos Ojos nos devuelve el “contador a cero”, como siempre lo hacen los Ojos del Padre, que no acumula rencores, ni guarda registro de las culpas. Él toma su barro y, Padre-Alfarero, los vuelve a moldear, para que salgan de Sus Manos sin imperfección alguna. Pasan por Sus Ojos Misericordiosos y salen más blancos que la nieve más blanca. (No porque lleven un cántaro lleno de hermosas piedritas); sino, ¡sencillamente, porque Dios es Amor! (Dios siempre fija la mirada en el corazón de la persona, y nunca cosifica al ser humano, un ser humano es para Él siempre un hijo en el Hijo; jamás una cosa).

 

Existe el riesgo fatal de que nosotros también nos escondamos -detrás de nuestras pretendidas virtuosas maneras de ser o de una codicia de riquezas y delectaciones que no sabríamos administrar- y perdamos de vista lo que realmente somos y que en consonancia con ese ser de hijos, nos corresponde disfrutar y alegrarnos.

 

Este es el Domingo de Laetare, laetare es el imperativo del verbo laetari “alegrarse”, o sea que significa “Alégrense”; y la expresión sale del introito (antífona de entrada) de la Eucaristía de hoy, donde se lee (Is 66, 10s), incluimos también (Is 66, 12s) porque nos ayudan a contextualizar. Adviértase que la Nueva Jerusalén es figura de la consumación del Reino de Dios:

 

Alégrense con Jerusalén, y que se feliciten por ella todos los que la aman.

Siéntanse, ahora, muy contentos con ella todos los que por ella anduvieron de luto,

porque tomarán la leche hasta quedar satisfechos de su seno acogedor,

y podrán saborear y gustar sus pechos famosos.

 

Pues Yavé lo asegura: Yo voy a hacer correr hacia ella, como un río, la paz,

y como un torrente que lo inunda todo, la gloria de las naciones.

Ustedes serán como niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas.

Como un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes.  

 

porque, ¿qué otra cosa puede cabernos en el corazón que el regocijo de sabernos hijos del Padre Celestial? ¡Esa es nuestra identidad patente! ¡Levantémonos! y pongámonos en camino adonde está nuestro Padre, llenos de ese regocijo.                                               

 

viernes, 28 de marzo de 2025

Sábado de la Tercera Semana de Cuaresma


 Os 6, 1-6

Antes de Ezequías, gobernó en Judá, Ajaz (o Acaz) que gobernó entre el 734 a. C. - 715 a.C. Resulta que, Pecaj -rey de samaria- y Rasón el de Damasco, invadieron el territorio de Judá para forzarlo a ir contra Asiria. Pero Ajaz apeló a Tiglat-Pileser III rey de los Asirios, que han pasado a la historia como símbolo de violencia y crueldad. esto lo encontramos narrado en 2R 16, 5-9. Esto desató una guerra fratricida, la que conocemos como conflicto Siro-Efraimita.

 

Si bien la ayuda le dio la victoria a Acaz, eso muy poco lo favoreció, la alianza de posguerra únicamente dio problemas al reino de Judá: Acaz tuvo que pagar tributo a Tiglat-Pileser III, y en eso empeñó los tesoros del Templo de Jerusalén y las arcas reales. También tuvo que establecer ídolos de dioses asirios en Judá para convencer a su aliado. ¡Caro y muy deshonroso precio tuvo que pagar!

 

Pan de hoy y hambre de mañana: Israel regresó brevemente a su lealtad con YHWH. Lo que el pueblo tiene en su fuero interno es la idea de jugar con Dios, darle un contentillo y mantenerlo a raya. Los judaítas ofrecieron sacrificios, y Dios que nos conoce en el fondo de nuestro corazón les dice: Vuestro corazón se parece a una nube mañanera, que prontamente si disipa”.

 

Ese es el tema de nuestra perícopa: Dios les dice taxativamente: “Amor quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios y no holocaustos”.

 

La חֶ֥סֶד [Hessed] Amor-Divino es una palabra que refleja bien la lealtad de Dios a su Alianza. Nos habla de la Misericordia que Él nos ofrece y con la que nos cobija. Pero no es tonto, ni se deja hacer el tonto. Él nos dio su amable legislación y nos tendió Su Mano para protegernos, pero es un nexo que obliga, es un pacto que compromete de parte y parte, la Alianza es bilateral.

 

Dice también que quiere דָּ֫עַת [daad] “conocimiento”, pero esta no es una pieza arrumada en el cerebro, sino un motor activo que mueve hacia la sinodalidad, hacia una praxis fraternal, la capacidad de donarse, de servir, es la entrega y la idea de mutua pertenencia; no es un conocimiento gnoseológico sino más bien “existencial”.

 


El conocimiento se reflejó en las Tablas de la Ley, donde el talló sus Mandatos en firme roca. Y, para descifrarla y decodificarla auxiliándonos con la opción de comprenderla y pagar con fidelidad, nos dio a sus profetas. Mandatos que nos guían, ¡no diseñados para condenarnos! (Aunque muchos se sueñan con “el rincón de los castigos”, pese a que el “rincón de los castigos” puede ser muy terapéutico si es una concesión de tiempo para apaciguarse y no un sitio en el que hay que pasar retorcidas y prolongadas horas y por donde algún sádico pasa regalando pellizcos, a la chita callando).

 

Sal 51(50), 3-4. 18-19. 20-21ab

Se confiesa la culpa y se pide perdón y ese es el núcleo del mensaje en este Salmo. La perícopa empieza suplicando ser purificados.  ¿Purificados de qué? De los pecados, de las culpas, de la rebelión. Hay un especial y tierno equilibro entre Dios y su pueblo, pero la balanza se ha desequilibrado. La armonía entre las partes en Alianza se ha interrumpido, la violación del pacto conlleva el cese de la Protección (y no es que Él nos la quite, es que nosotros le mandamos un pliego petitorio de rechazo).

 

¿Cómo se rompe esta armonía con los Alto? Hay maneras y maneras: abusando de los pobres, violando la Doctrina Social que Dios enseña, con la profanación del templo, que difama la honra de Dios, con todos los gestos idolátricos.

 


¿Cómo se recobra el equilibrio? Definitivamente no con marrullas y embustes, no tratando de desfalcar a Dios, no matando a las pobres reses en el Altar para que ellas paguen con su vida nuestros descalabros, sino recobrando la fidelidad de corazón.

 

La última estrofa de nuestra perícopa no pertenece al salmo original, es una adición post-exilica. La muy triste experiencia de la deportación obligo a una adición que volviera a poner a la orden del día, la vigencia de la súplica del salmista.  Esta adición ruega para que Jerusalén sea rehecha.

 

Es rotundamente, un salmo de súplica, con alma penitencial. Lleno de arrepentimiento a la vez que de convicción en la bondad Misericordiosa de YHWH, siempre abierto al Perdón. El primer paso para avanzar en el arrepentimiento es el reconocimiento de la culpa, como nos lo enseñaba San Agustín: «… los hombres sin esperanza, cuanto menos atentos están a reconocer sus pecados, tanto más curiosos son respecto de los ajenos. No buscan tanto qué pueden corregir sino de qué murmurar, y como no pueden excusarse a sí mismos, se muestran dispuestos a acusar a los demás». No fue ese el ejemplo de oración y de satisfacción a Dios que nos dejó el salmista, al decir: “Porque yo reconozco mi delito, y mi pecado está siempre ante mí”

 

Lc 18, 9-14

También en nuestras parroquias, en la sociedad, entre las personas consagradas: ¿cuántas personas son capaces de decir que Jesús es el Señor? ¡Muchas! Pero es difícil oír decir sinceramente: “Soy un pecador, soy una pecadora”. Probablemente, es más fácil decirlo de los demás, cuando se critica y se señala: “Este, aquel, este sí...” En esto, todos somos doctores.

Papa Francisco,

En la misma línea penitencial, esta vez apuntando hacia la manera de orar, la perícopa lucana contrapone dos modalidades de oración:

·         Lo oración arrogante y pedante

·         La oración sencilla propia del humilde, que no se piensa ya “justificado”, sino que verdaderamente reconoce la urgencia de que Dios nos socorra su Piedad.

Ellas están figuradas, personificadas en dos personajes: el fariseo y el publicano, respectivamente.


El fariseo se jacta de no-ser como los personajes que él considera los más pecadores: ladrones, injustos, impuros, adúlteros y cobradores de impuestos. Hay que recordar que la base del fariseísmo consistía precisamente en eso, en considerar que se habían separado de todo lo que podía contaminarlos. Como hemos dicho otras veces, fariseo significa “puesto aparte”, algo así como “segregado por consagración”.

 

¿Con qué conductas certificaban su “purismo”? ¡Ahí está el detalle! Aquí es donde nosotros -poniéndonos la mano sobre el corazón- tenemos que ver si nosotros también “certificamos nuestra “religiosidad” con conductas piadosas de este talante…

a)    ¿Ayunamos dos veces por semana?

b)    ¿Pagamos el diezmo sobre la ruda y la menta?

 

Pero quizás hay otro tipo de pistas que nos desenmascaren y nos indiquen qué clase de piedad es la nuestra, la que nosotros practicamos…

1)    Nuestro examen de conciencia no nos deja ni siquiera levantar los ojos al Cielo

2)    Con sincera contrición nos golpeamos el pecho. Nuestra jaculatoria es del orden de esta: “Oh Dios, ten compasión de este pobre pecador”.

 

En seguida llegamos a puerto firme y podremos concluir:

·         El que practica estas dos últimas, queda “justificado”.

·         El que se injerta en el primer paradigma, no regresará a su casa con la consciencia tranquila.

 

Al que aún no logra saber de qué lado está, Jesús le entrega una plantilla de comprobación:

§  El que se enaltece, ese no alcanza la escala de la ascesis, queda atrapado.

§  El que se humilla, ese tiene un ´poderoso motor de ascensión”, porque su espiritualidad es de la buena, de la que conquista el Amor de YHWH.

 

Aquí el punto se puede volver confuso:

*      Están los que se humillan ante los hombres, para construirse su propio pedestal.

*      El tema de la humildad está -en realidad- reservado a la intimidad entre Dios y el hombre: se es humilde a los ojos de Dios; no para lucirlo en la vitrina.

 

Jesús nos dio la piedra de toque en el Evangelio de San Mateo: «Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6).

 


“Sin humildad, la oración es del yo y no de Dios; la confianza es en sí mismo y no en Él.” (Silvano Fausti)