Ap
11, 4-12
Dentro
del pueblo de Israel hay personas que dan testimonio proléptico de Jesús.
¿Testimonio proléptico? ¿cómo se puede testimoniar algo antes de que ocurra?
¿acaso es posible dar noticia por adelantado?
Aun
cuando nos parece muy raro, casi toda la Escritura cumple esta Misión. El
profeta anuncia lo que va a venir. No porque vea lo que va a pasar, sino porque
Dios lo ha enviado a comunicar por adelantado, cómo va Él, a llevar a cabo la
Redención que se ha propuesto.
Si
no fuera por esta prolepsis nadie habría podido nunca, ni ahora, saber que
Jesús era el Hijo de Dios. Se necesitaba que se hubieran establecido las pautas
de identidad, para que lo pudiéramos reconocer. Necesitábamos tener un “retrato
hablado”, para que al verlo pudiéramos decir: ¡Es Él!
Sin
embargo, este retrato hablado es muy particular, porque no lo reconocemos por
el bigote, o por el corte de cabello, el color de los ojos, ni siquiera por la
marca de ropa y de calzado que usa. Lo reconocemos por su Compasión, por su
Misericordia, por su taumaturgia, por su apotropía.
El
anuncio previo de su Venida era indispensable para que nosotros lo esperáramos,
pero, además, y lo más importante, para acogerlo cuando llegara. Nosotros somos culpables de no haberlo
acogido, precisamente porque Él nos dio sus señas prolépticas para que
supiéramos que era el Mesías: “El Esperado”, “El Vaticinado”, “El que tenía que
venir”.
Fueron
encargados del anuncio proléptico: Moisés y Elías: De ellos dos podemos afirmar
que eran “dos testigos suyos”. Ellos responden a los datos, eran dos Olivos y
eran dos candeleros. Olivos, porque de ellos se obtiene el aceite para mantener
encendida la “llama de la Espera”; Candeleros porque la “llama” tiene que estar
adecuadamente dispuesta para que alumbre, para que ilumine, para que sea visible,
para que guie el paso de los que avanzan en tinieblas y en sombras de muerte y
sepan ir por el Camino de la Vida.
Si
miramos el mapa que hemos ofrecido antes, como guía previa a la lectura del
Apocalipsis, vemos que estamos en la zona de las siete trompetas. La Iglesia
está llamado a recoger el “testigo” -se dice en la carrera de postas- y es que,
según la ley judía, eran indispensables, como mínimo, dos testigos.
No
es difícil reconocerlos, en la perícopa se dice que tienen el poder de cerrar
el cielo -impidiendo la lluvia- ¿quién lo hizo? El profeta Elías. Y que envió
toda clase de plagas e hizo que las aguas se convirtieran en sangre, lo que es
una clara alusión a las plagas de Egipto, esto indica la alusión a Moisés.
Pero
estos que prefiguran la Bondad Divina anunciándola, son sacrificados una y otra
vez, porque ellos para el mundo, son un tormento, ellos atormentan siempre a
los habitantes de la tierra y por eso los crucifican -crucificando en ellos al
Señor- que, así es llevado a morir siempre de nuevo por la expiación de los que
no aceptan la aceptan.
El
plazo de sobrevivencia del pecado y la perversión son tres años y medio. Ese
número da un total de 1260 días de insidia. Tras este anonimato la Revelación
mantiene dos nuevos Olivos y Lámparas que testimonian-martiria Amigos suyos:
Pedro y Pablo. Del fondo del Abismo viene el Anticristo, que aquí parece
esconder el nombre de Nerón, durante tres días y medio no permiten que se les
dé sepultura. La nueva geografía para el Calvario es Roma.
En
todo este relato los lugares geográficos se revelan con una nueva geografía y
rescata nombres como Egipto, Babilonia, Sodoma. Los dos Olivos son llevados al
Cielo, y sus enemigos se quedaron contemplándolos resucitados.
Las
cosas no han cambiado hasta nuestros días.
Sal
144(143), 1bcd. 2. 9-10
Este
Salmo nos abre un amplísimo compás de comprensión. Hemos llegado, por “la
caída” a una tan penosa situación que da grima. Hemos llegado a ser de lo
peorcito de la Creación, pero no porque Dios nos haya hecho así. ¡Esa no es
nuestra naturaleza! Pero quedamos -para darnos una idea digámoslo
metafóricamente así- como una fina tacita de porcelana, que se nos deslizó de
los dedos y se estrelló contra el mundo. ¡Asi quedamos después del pecado
original.
Este
Salmo es un salmo bendicional. Por medio de esta clase de salmos, los
sacerdotes pedían a Dios que se pusiera de parte de la persona bendecida. Que
lo envolviera en su blindaje protector.
En
algún momento de la historia del pueblo de Israel, ellos tenían que conquistar
territorios o defenderlos, y este salmo se inserta en ese contexto bélico. El
hagiógrafo suplica a Dios que le conceda las artes del combate para que sus
movimientos sean precisos, letales para el adversario, y que su manejo de las
armas revista tal pericia que salga vencedor.
Más
adelante el salmista canta la abundancia que sobrevino como “botín de guerra”,
así sus despensas están atiborradas y sus rebaños son de cabezas incontables,
los bueyes innumerables; así como la muralla que los guarece no tiene ninguna
brecha, o debilidad por donde el enemigo se pueda colar.
Y
es consciente que su solidez y su riqueza no dependen de él, ni de sus
ejércitos, sino que es don de Dios, regalo del Cielo, que los ha fortalecido y
les ha labrado un camino de abundancia y prodigalidad.
Sin
embargo, la Iglesia ha traducido todo este lenguaje bélico a los términos del
“combate espiritual”. Se entiende que las murallas reforzadas son defensa
contra los asaltos de la idolatría; y las manos hábiles en el uso y manejo de
las armas representan la exitosa resistencia contra las fuerzas infernales,
contra todas las fuerzas del mal.
Nuestra
Iglesia, ha conquistado una visión y una perspectiva que abandona la idea del
saqueo para enriquecerse y propone los senderos de la Paz, como la senda que
Dios nos propone para construir basados sobre una cultura pacifista. El Amor
que propalamos como Suma Bandera del cristianismo, no se aviene con -su
contrario- la bandera bélica que blanden los ejércitos enemigos, proclives
ellos, a sembrar muerte y a teñir de sangre la tierra que habitan. A eso llaman
ellos “el pensamiento del fuerte” y nosotros -para evitar eufemismos que
quieren llamar las cosas con nombres bonitos para disfrazarlas- la llamamos tal
cual es: “cultura de violencia y muerte”.
Que
el salmo use palabras propias de la guerra -como por ejemplo “alcázar”- sólo
significa que el texto original corresponde a otro momento histórico bien
diverso del que se vive hoy. Siglos de recorrer caminos sembrando terrorismo,
intimidación y fanatismo, tendrían que habernos demostrado ampliamente, que no
es por ahí por donde llegamos a las cercanías con Dios.
Aun
cuando ellos estén felices, dándole la bienvenida a los conflictos guerreros y
quieran leerlos como solución a la “superpoblación”, incluso promoviendo las
pandemias convencidos que son mecanismos espontáneos del “planeta” que así
quiere “equilibrarse” y suprimir la numerosidad poblacional. Como se nota, todo
esto es, sencillamente, un ensamble ideológico. Todo mercantilismo mercenario lo
único que logra es llenar las arcas de los usufructuarios de la guerra. Para
ellos toda guerra es un buen negocio.
Lc
20, 27-40
…una vida nueva, que ya
no tiene necesidad de matrimonio de generación, porque ya la muerte no
dominará.
Silvano Fausti
El
Señor optó por entregarnos la tierra en administración. Eso lo que muestra es
la gigantesca confianza que Dios tiene en el género humano.
Los
saduceos, que eran los terratenientes de aquella sociedad, no aceptaban que la
vida tuviera continuidad después de la muerte. Para ellos, que gozaban de todas
las ventajas y disfrutaban de su acomodo, no había ninguna necesidad de dar
“tiempo de reposición”. Según su filosofía, una vez en la fosa, todo concluía
definitivamente.
Vienen
y retan a Jesús, haciendo un circo a partir de la teoría que dimanaba de la ley
del levirato, y se inventan un cuento que es una verdadera payasada: Una misma
mujer pasaba, de mano en mano, de siete hermanos, porque ninguno de ellos acertaba
a engendrar con ella un hijo. La pregunta era: en la otra vida, ¿a cuál de los
hermanos le “pertenecía”?
La
historia no es más reforzada, porque no se podía engrosar más allá la ficción.
A todas luces, a ellos les importaba un soberano pepino la respuesta; para
ellos la cuestión era desmantelar la afirmación de “vida más allá de esta vida
en la tierra”. No podemos imaginar la maliciosa sonrisa que blandirían en sus
labios mientras le proponían a Jesús esta, -para ellos- encrucijada sin salida.
Lo
que ellos no se imaginaban era que en sus archivos de memoria -Jesús, por ser
Dios- sabía que en el Cielo ya no se necesita la reproducción porque ya no hay
que cuidar la preservación de la especie, allí se vive sin morir otra vez. Así
que ¡ya no se toma esposa!
Lo
que no tiene que entenderse como desaparición de los vínculos románticos, sino
como innecesaridad de la actividad sexual. El prodigio del amor se mantendrá
como nos aclara San Pablo en su Himno al Amor, donde él dice que la fe y la
esperanza pasarán, pero el Amor perdurará. Allá seremos -en esa nueva y
diferente realidad- como los ángeles. Vivientes en ejercicio de nuestra
filiación de Dios, y no supeditados a ejercer de nuevo la paternidad, ni la
crianza. Así que gocemos aquí la oportunidad de “ser padres”.
Uno
descubre abruptamente el atrevimiento de aquellos Saduceos; y no nos extraña
para nada, sabemos que los “propietarios” son arrogantes por su condición
favorecida, y después de ellos sólo está “la mantequilla de maní”. Nosotros lo
que añoramos es la dulzura del dialogo con el Maestro, qué fascinante sería
hallarse frente a Sabiduría de esa talla. Y ¡que maravilloso escuchar
respuestas que trascienden el pensamiento simplemente humano. Tomemos por
ejemplo esta, que encontramos aquí, en esta perícopa: “Dios no es Dios de
muertos, sino de vivos” (Lc 20, 38).