Dt 18,15-20; Sal 94, 1.2.6-7.8-9; 1Cor 7,32-35; Mc
1,21-28
La obediencia no debe
sacrificar o cercenar otros valores legítimos coherentes con él. Si la
obediencia es verdaderamente un valor supone que no va a violar la libertad, la
responsabilidad y la iniciativa.
Segundo Galilea.
En
lo que va corrido de este año litúrgico hemos visto que Dios se revela, que se
manifiesta, que descorre el velo que lo oculta. También hemos sido testigos de
la llamada, de la convocatoria para asumir el discipulado, para seguirlo.
Ahora, vamos a atender otra asignación que Dios puede entregar: personas que Él
llama para la misión muy especial de prestarle los labios para ser la “lengua
de Dios”. A quienes recibirán este carisma Él los designa, Él mismo los escoge,
nadie puede -por buena voluntad, porque no se trata de un voluntarismo-
prestarse a ese “servicio”, a menos que Él haya fijado su designio sobre ti.
Según
nos informa Moisés en la Primera Lectura, Dios suscitará un profeta. O sea que,
el profeta es un instrumento de Dios, su autoridad proviene de Dios, es Él
mismo Quien lo elige, Quien lo instruye, Quien pone las palabras en su boca, Quien
impide la tergiversación, de tal manera que el profeta no puede pronunciar en
Nombre del Señor nada que Él no le haya mandado. El profeta no se elige a sí
mismo ni es elegido por el pueblo. La cadena potestativa va de Dios al profeta
y del profeta al pueblo. El pueblo está subordinado a la voz del profeta porque
el profeta le está totalmente subordinado a Él. La autoridad del profeta le
viene de Dios; es Dios quien reviste de autoridad al profeta.: “A quien no
escuche las palabras que él pronuncie en mi Nombre, yo le pediré cuentas.” Dt
18, 19. La vocación conlleva el don de la autoridad.
A
quien ha recibido la autoridad nosotros le debemos la obediencia. Es así como
se articula el carisma a la comunidad. El profetismo no es un atributo para
“acrecentarnos” en dignidad. Se recibe gratuitamente, para servir a la
comunidad. El que viene en Nombre del Señor es llamado. Al llamado hay que
escucharle. La escucha implica obediencia; esa obediencia está mandada por
Dios, ha sido Dios Quien lo ha investido de la autoridad. Por lo tanto, hay una
tensión-dinámica entre autoridad y obediencia.
El
subordinado –necesita asumir la subordinación con “madurez”- se debe a la
autoridad de Dios puesto que fue Él quien le participó su potestad. Y aquel que
ha sido llamado a detentar la autoridad debe ser dócil, aún más, debe decir y
obrar en total conformidad al Mensaje que se le entregue. Tiene ascendiente que
significa mando y soberanía. El profeta para cumplir su misión y acceder a la
docilidad requerida por el llamado, tendrá que alcanzar una clase de
“equilibrio” que llamaremos madurez. La madurez articula libertad y obediencia.
La madurez consiste en saber que no se es más, sino que se ha recibido una
responsabilidad mayor.
No
se escapa al Saber-Divino que existirán los desobedientes y por eso señala
anticipadamente el castigo para ellos. El Señor sabe que habrá quienes no
acaten la autoridad. El Salmo 94 precisamente toca el tema de Masá y Meribá,
que simbolizan la geografía espiritual de la desconfianza y la altanería frente
a Dios. Oremos el Salmo con Carlos Vallés diciendo: «Hazme dócil. Señor. Hazme
entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu
descanso es confiar en Ti, fiarme en todo de Ti, poner mi vida entera en Tus
Manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo
en tus brazos para entrar en tu paz para siempre.»[1]
Nos
sorprende que Marcos, en su Evangelio, nos dice que Jesús enseñaba pero no nos
trasmite el contenido de sus enseñanzas. Por ejemplo, en este Domingo IV
Ordinario del ciclo B, nos dice que “enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas”, y pasa directamente a narrar el milagro de la expulsión del
espíritu inmundo. Tenemos que entender que su enseñanza no era una cátedra
doctrinal de preceptos, no era una enseñanza de tipo discursivo sino que
debemos captar la enseñanza en la actuación milagrosa, en las acciones de
Jesús. «Cuál es la acción del espíritu malo…Poseer al hombre y hablar a través
de él. Es decir: no dejarlo actuar libremente; lo toma por entero, haciendo que
no piense ni actúe por sí mismo… el espíritu malo aliena al hombre al no
permitirle que sea libre y consciente de sus actos.»[2] ¿Qué es lo que vemos hacer
a Jesús? ¿Cuál es la acción de Jesús? Lo vemos hacer uso de su autoridad. Al
espíritu inmundo no le cabe más que obedecer y salir de su víctima. El endemoniado
ha sido liberado. La Autoridad máxima lo ha exorcizado. Autoridad tiene por
raíz augere que significa hacer crecer, fomentar, hacer progresar,
promover. Liberar, es ejercicio de autoridad, «la práctica concreta de
liberación, hace que el hombre adquiera conciencia y libertad de hablar por sí
mismo»[3]. Jesús nos enseña –ni más
ni menos que esto: Su enseñanza es para que seamos libertadores, para que
auxiliemos al hermana/hermano en el proceso de alcanzar su plenitud.
En
el verso 27 se confirma que esa es la enseñanza, que esa es la doctrina que
Jesús enseña: Que Jesús tiene la autoridad suficiente para gobernar los
espíritus inmundos y a estos les toca respetarlo y obedecerle. El Evangelio de
San Marcos en este punto (Cap 1, v. 27b) nos hace caer en la cuenta que esta es
una διδαχὴ καινή Nueva
Doctrina, (una Buena Nueva) la de un Hombre que Dios ha revestido de autoridad
para dominar “hasta a los espíritus inmundos”. La enseñanza está en percibir al
hombre de una manera distinta, amado por Dios, de Quien recibe autoridad, Quien
lo dota de facultades y potestades para que el otro se libere, para que podamos
ayudar, para que el otro crezca (y también crezca él mismo).
La
Segunda Lectura toca el tema de la autoridad y la obediencia respecto de los
consagrados -puestos aparte para poder vivir constantemente y sin distracciones
(de forma digna y asidua) en presencia
del Señor 1Cor 7, 35b- y se refiere –indirectamente- al celibato puesto que,
quien está casado está dividido entre su dedicación al servicio del Señor y las
atenciones y cuidados de su cónyuge. El celibato de los consagrados no es un
capricho clerical, es una opción de entrega y disponibilidad total.
«La
persona madura, libre, conoce sus posibilidades y sus límites. Es realista consigo misma, vive en
la verdad, sabe qué puede hacer y qué no puede hacer… Es signo de madurez y
libertad, igualmente, la capacidad de renunciar a valores incompatibles con la
vocación personal. Estamos renunciando permanentemente a valores incompatibles.
Uno se comprometió, por ejemplo, al celibato en un momento de su vida. Pero
esto implica renunciar al matrimonio, que es un valor. Hacer esto lucidamente,
consciente, sin volver atrás, es un signo de madurez y libertad. El inmaduro,
en cambio, quiere tener todos los valores al mismo tiempo.»[4]
[1]
Vallés. Carlos sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae
Santander-España 1989 p. 183
[2]
Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San
Pablo Bogotá-Colombia. 2002. p. 32
[3] Ibid
p. 33.
[4]
Galilea,
Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia
1999 p. 99
Señor te pedimos que nos ayudes a Ser coherentes y comprometidos en la vivencia del Evangelio, dé modo qué muchos se sientan atraídos hacia Ti gracias a la autoridad de una vida que sea reflejo de tu AMOR.
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