sábado, 9 de enero de 2021

EL BAUTIZADO PORTADOR DE ESPERANZA



Is 42, 1-4.6-7; Sal 29(28), 1a. 2.3ac-4. 3b. 9b-10; Mc 1, 7-11

 

La iglesia primitiva entendió que la misión pública de Jesús empezó con su bautismo (Hch 1,22). Algo ocurrió en ese lugar para convertir a un artesano de pueblo en mensajero del Reino de Dios.

Michael Casey.

 

La realidad de la filiación divina es escandalosa, casi inconcebible para los hombres, los cuales pueden llegar a sentirse metafóricamente hijos de Dios, pero les cuesta pensar serlo efectivamente.

Enzo Bianchi

 

Resulta impresionante la clarividencia de San Juan Pablo II quien –mirando hacia los Misterios del Santo Rosario- constató un vacío en cuanto a la vida de Jesús y más particularmente en lo referido a su vida pública y a la proclamación del Reino. Para colmar ese hiato añadió los Misterios Luminosos. Acabamos de celebrar la Epifanía, la relativa al anuncio de la Buena Nueva a los “gentiles” y –de tal manera- hemos entendido que la evangelización no tenía distingos étnicos. Luego, con una mirada panorámica- entramos directamente en el contexto de la Historia de Salvación y se nos revela que esa Historia halla su cima en la Encarnación, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor pero que no concluye allí sino que se abre a la constitución de un Pueblo que tiene por Misión llevar a feliz término la Soberanía del Reinado que Jesucristo vino a proclamar (Tercer Misterio Luminoso).

 


Una de las características fundamentales de ese Reinado es que no se produce por imposición. Si Dios es Amor –cosa que no podemos descuidar ni por un instante en nuestro quehacer de Discípulos y Misioneros- debemos llevar en la punta de los dedos y a flor de piel que semejante Reinado viene por en-Amor-amiento. Tenemos que llegar a estar fascinados por el resplandor de su Rostro y la blancura nívea de sus vestiduras para que queramos construirle una vivienda y quedarnos a habitar con Él, como le sucedió a San Pedro, que quiso hacerles tienda y permanecer como detenidos en el tiempo y suspensos en las alturas del Tabor, en-Amor-ado de su Luz resplandeciente (Cuarto Misterio Luminoso).

 


Como constatamos en los Misterios Dolorosos y luego en los Gloriosos, Él había de Morir  y Resucitar pero nosotros aún teníamos que completar el periplo de nuestra Redención, siendo capaces de aceptar y comprometernos en el desarrollo e implementación de esa Soberanía de la Fraternidad. Para poder alcanzar estas cumbres, se requiere un Alimento que nos “convirtiera” por así decirlo, en superhéroes de la vida espiritual, en “Hombres Nuevos”, es decir, una dieta tan especial –de Carne y Sangre, Alma y Divinidad- que nos fuera cristificando para que llegáramos a ser portadores y adalides de la construcción del Reino. Así, Jesús instituye la Eucaristía que es la doble acción de irse a sentar a la Derecha del Padre, pero –a la vez- quedarse para darnos todas las competencias indispensables a la tarea. Ese gesto doble es el non-plus-ultra de la donación. Él se ha dado por entero, hasta la última gota de su Preciosísima Sangre y hasta la poca de Agua que quedaba en su costado, pero aún nos dará a comer de su Cuerpo y de su Sangre como Cordero de Dios que es (Quinto Misterio Luminoso).

 

«Por lo tanto, también Jesús se vació a si mismo de su Gloria y tomo para sí mismo la forma de esclavo, para que su servidumbre nos hiciera libres. Y nosotros éramos tontos, y en nuestra tontería cometimos toda clase de mal; y otra vez Él tomó la forma de la tontería, para que por su tontería nosotros fuéramos hechos sabios. Y nos habíamos vuelto pobres, y en nuestra pobreza nos faltaba toda virtud; entonces Él tomó la forma de nuestra pobreza, para que por su pobreza Él nos pudiera hacer ricos en toda sabiduría y entendimiento. Y no sólo eso, sino que hasta tomó la forma de nuestra debilidad, para que por su debilidad, Él nos pudiera hacer fuertes. Y se hizo obediente al Padre en todo hasta la muerte, y muerte de cruz, para que por su muerte Él pudiera obrar la resurrección de todos nosotros y así Él pudiera destruir el poder de la muerte, o sea, el mal.»[1]

 

«La opción por el Dios de Jesucristo es también un traslado de la personalidad que pasa de la concepción del Dios útil a mí, a mi camino en la vida, a una actitud bautismal en la que pongo a disposición del Dios de Jesucristo mi vida y mi muerte con confianza total y, haciéndolo así, entro a formar parte de las actitudes de disponibilidad, de abandono, de donación de la vida que son propias de Jesús Hijo de Dios. Esta es la opción bautismal en la que todo el resto debe basarse para una correcta visión caritativa de la comunidad cristiana.»[2] Hoy estamos celebrando precisamente el Primer Misterio Luminoso, y con esta celebración estamos sellando el Tiempo de Navidad de este Año de Gracia 2021, del ciclo B. A partir de mañana, entraremos de lleno en el tiempo llamado Ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo, estos dos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos adentramos en Jesús adulto, que con treinta años, ya puede –según la usanza judía- actuar en la vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la Epifanía, hoy, en la celebración del Bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se presenta para revelarnos a su “Hijo Querido, Mi Predilecto” Mc 1,11. El bautizado deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del Espíritu” (Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, artesano de la paz y constructor del Reino (Primer Misterio Luminoso).

 


Lo que celebramos en esta fecha –para dar paso al Tiempo Ordinario, como ya se dijo- es una Teofanía con doble manifestación: Dios mismo nos habla, podemos escuchar Su Voz: “Tú eres mi Hijo Amado, en Ti me complazco” (Mc 1, 11) Queremos destacar el paralelismo con el Primer canto del Siervo Sufriente, donde encontramos:

He aquí a mi siervo a quien yo sostengo,

mi elegido, el preferido de mi corazón.

He puesto mi Espíritu sobre Él.

Él les enseñará mi justicia a las naciones. (Is 42, 1)

 

El Espíritu asume la forma de una “paloma”, la paloma tiene –como mínimo tres connotaciones:

.- Según los rabinos, en su literatura, simboliza el pueblo de Israel.

.- En la literatura cosmogónica la Paloma es la Presencia Divina que preside la formación del Universo.

.- Representa también la sabiduría, o el elemento que da vida, que anima.

 


El Creador de Todo-lo-que-existe, se arroga la Paternidad de Jesús, manifestándolo como su Preferido. Y –segunda Manifestación- la Misión que le ha asignado es enseñar Su Justicia a las Naciones. «… quiere llamar la atención de todos hacia el derecho y la justicia que él ya estaba practicando…el pueblo es presentado como alguien que no… aplasta ni ofende a los más débiles… a pesar de lo aplastado, él no aplastaba; a pesar de lo oprimido, él no oprimía; a pesar de recibir injusticias, él no respondía con injusticias. A pesar de todo su sufrimiento y desanimo, el pueblo resistía y no se dejaba contaminar por la manera de vivir de sus opresores… promueve el derecho y es semilla de resistencia contra la opresión. Él merece la preferencia del corazón de Dios. Así, aun sin darse cuenta de la importancia de su testimonio, el pueblo del cautiverio ya prestaba al mundo el servicio de Dios: ¡Ya era Siervo de Dios!

 

… no todos los pobres viven así. Muchos de ellos se dejan contaminar por la manera de vivir de sus opresores… A pesar de ser oprimidos tienen cabeza de opresor… dejan podrir dentro de sí la semilla de futuro que está escondida en el suelo de su vida.»[3]

 

El Pueblo que ha recibido el llamado a la conversión, con un bautismo de agua y de Espíritu, es un pueblo que está comprometido con la Justicia y la Rectitud que en nuestra fe ha recibido el título de Santidad. El discípulo-misionero tiene un compromiso de coherencia con la Santidad, en el sacramento del Bautismo ha recibido los tres carismas Cristianos: es Sacerdote, Profeta y Rey:

            Yo te he formado y tomado de la mano,

            te he destinado para que unas a mi pueblo

            y seas luz para todas las naciones.

            Para abrir los ojos a los ciego,

            para sacar a los presos de la cárcel,

            y del calabozo a los que estaban en la oscuridad. (Is 42,6-7).

 

«… cuando consideramos la globalidad de las dificultades que la comunidad cristiana tiene que atravesar hoy para un servicio correcto y autentico hacia el hermano, nos preguntamos cómo podrá dar respuestas originales y congeniales a las situaciones si no se deja reconducir a las raíces bautismales»[4]. «Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte… ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” para el mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida.»[5]

 


«El Bautismo es, por  decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la  promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal  que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y  sentirnos amados por él.»[6]

 

 

 



[1] Traducido por Chitty Darwas J. THE LETTERS OF SAINT ANTHONY THE GREAT. Fairacres Publications 50. Oxford, SLG Press, 1975, p.26. Citado por Michel Casey. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO Ed. San Pablo Bogotá - Colombia 2007. p. 47

[2] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 373-374

[3] Mesters, Carlos. o.c.d. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. Edicay y Centro Biblico Verbo Divino. Quito-Ecuador. 1993 pp. 26-28.

[4] Martini, Carlo María. Loc Cit.

[5] Papa Francisco CATEQUESIS: “EL BAUTISMO NOS HACE SER PORTADORES DE JESÚS AL MUNDO”, Audiencia General, miércoles 2 de agosto de 2017.

[6] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. 11 de enero de 2009 


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