Is 60, 1-6; Sal
72(71), 1-2.7-8.10b-13; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12
La Revelación
es esta: que ustedes, los gentiles, aceptando el Evangelio,
participan en Cristo Jesús de la misma herencia, del mismo cuerpo y de las
mismas promesas que el pueblo de Israel.
Ef 3, 6
Los
filósofos han encargado a la palabra “epifanía” la tarea de significar la
comprensión de lo esencial, según ellos, no se trata de cualquier clase de
comprensión, sino, de la comprensión de un saber “clave”, que permite –a su
vez- comprender muchas otras cosas. Es, por así decirlo, como la luz que
permite ver con claridad todo lo demás, revelando su presencia y existencia: ק֥וּמִי אֹ֖ורִי כִּ֣י בָ֣א אֹורֵ֑ךְ וּכְבֹ֥וד יְהוָ֖ה עָלַ֥יִךְ זָרָֽח׃ “ha llegado la Luz, y la Gloria de
Dios alborea sobre ti” (Is 60, 1)
“Ya llega la Luz” dice
Isaías
Acerca
de la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo que
Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño
judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde
la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe
(estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se
encuentra el Salvador (Jesús).»[1] Así nos vemos obsequiados
por una serie de manifestaciones de la bondad de Dios para con la humanidad. Es
su entrega progresiva, en el Nacimiento que celebramos el 25 de Diciembre ya
estamos ante una Manifestación, la de Dios que se hace hombre, pero allí, los
destinatarios de esa experiencia son los pastores. En cambio, en esta
oportunidad se dirige a los paganos, los no judíos, son ellos los que reciben
la “manifestación” en la “Epifanía”, y –en este caso- los Reyes Magos
personifican las culturas y los pueblos no judíos, para quienes Dios–Encarnado
ha venido también. Estos círculos concéntricos se hacen cada vez más amplios
expresando la catolicidad de la revelación de Dios a los hombres, así vendrá
luego la revelación a Juan Bautista durante el bautismo de Jesús, que nosotros -este
año- celebraremos el próximo Domingo 10 de Enero. Con esa Fiesta concluye el
Tiempo de Navidad y, a partir de ese lunes se iniciará le Primera Semana del
Tiempo Ordinario (B). Más adelante, en Caná, el “Signo” del agua hecha vino,
como “manifestación” para los que habrían de ser sus testigos-discípulos,
también esta es una Epifanía. Esta cuarta “Epifanía” comienza a desarrollarse
en la “mostración” que hace Juan el bautista a dos de sus discípulos,
señalándoselo como el “Cordero de Dios”, que será el tema del evangelio del
siguiente Domingo, el Segundo del Tiempo Ordinario, que este año, cae 17 de
Enero.
Dos maneras bien diversas
de afrontar la venida del Mesías.
La
primera, la extremadamente negativa, es la de Herodes. Él se siente amenazado,
sabe que el Mesías es el Rey legítimo y, que a su lado, él no es más que un
usurpador, un lacayo al servicio del Imperio (en ese caso del romano). Es casi
risible pensar hasta donde lo llega a inquietar, a conmocionar, a perturbar la
noticia del nacimiento del Rey de los judíos, se trata de un niño de tierna
edad, pero Herodes es devorado por escalofríos, y ese malestar, esa
preocupación por la llegada del Anunciado se apodera del sequito herodiano, sus
sumos-sacerdotes-asesores y los maestros de la ley, dice San Mateo que se
inquietó también “Jerusalén”, muy seguramente no al pueblo raso –que lo
aguardaba con esperanza- sino la casta de los gobernantes, el Sanedrín y toda
su ralea.
Sin
interponer ninguna reflexión, la decisión es automática, trata de ubicarlo para
matarlo. Ya desde este momento Jesús se ve perseguido y es blanco de un complot
de muerte. Procura –como lo vemos en el relato evangélico- usar a los magos para su espionaje y
engañarlos para obtener la información que urgían sus determinaciones asesinas.
Cuantos
de nosotros nos sentimos igualmente amenazados por Jesús. Porque Él nos pone en
evidencia, nos emplaza en nuestras conductas, en nuestra rectitud, en nuestra
justicia. Jesús nos pone cara a cara con nuestra conciencia y eso nos incomoda.
Él enseñaba con autoridad y nosotros nos oponemos a su autoridad cuando ella va
a contracorriente respecto de nuestro querer-hacer según nuestro parecer, a
nuestras anchas, pasando por encima de la Ley de Dios. Dios se ha humanado para
manifestar la Voluntad de Dios (Epifanía), en la Epifanía Jesús se nos da a
conocer como Dios encarnado para todos los pueblos, y por tanto, Dios nuestro,
que no excluye a nadie, que no hace acepción de persona.
Y
el que se siente amenazado prefiere matar para estar “tranquilo” y no tener que
preocuparse que venga el “Verdadero Rey” a reclamar el trono. Cuando el
filósofo proclama la muerte de Dios no acierta a reconocer que en su aserto
sólo anida un afán criminal. Estas “vías rápidas” son las propias de la raza de
Caín.
En
las antípodas encontramos a los “Reyes Magos”, ellos han visto la estrella, la
señal de su Llegada y se aferran a seguirla. ¡Qué ejemplo! Ellos son por
antonomasia, los “buscadores”. No les importa para nada la distancia que haya
que recorrer o las incomodidades que deban pasar. Ellos encarnan el
“discipulado” porque ser discípulo es seguir con esa fidelidad y tesón que
ellos no dudaron en poner. Siguen el rastro de la estrella con empeño y sin
desfallecer, van preguntando por el camino, se informan, buscan, vienen
decididos a “adorarlo” y le traen presentes. Y su empeño no se ve defraudado
por Dios que los asiste nuevamente con la “estrella” para que los siga guiando.
Así son conducidos hasta la mismísima casa de Jesús, porque “el que busca
encuentra” como nos dice Mt 7, 8b.
La epifanía es para
levantar nuestra consciencia
Esta
epifanía tuvo como objetivo hacernos saber que Dios no era monopolio del pueblo
judío, ni propiedad exclusiva de alguna raza o grupo humano. Pero contiene una profunda
enseñanza práctica para nosotros: una vez hallemos la pista, tenemos que
ponernos a seguirla y consagrarnos a ello sin desistir, ¡fuera todo
desfallecimiento! Hay que pasar por sobre todo obstáculo que se nos pueda
presentar. Dios se “manifiesta” no simplemente para mostrarse estando con
nosotros, sino que su intención
salvífica es que participemos en la consagración de un pueblo que Él se escogió
para sí, pueblo universal, sin exclusiones, en el que se desarrollará su
Soberanía, construyendo su Reino: «No hay sombra, por más densa que sea, que
pueda oscurecer la luz de Cristo. Por
eso, los que creen en Cristo mantienen siempre la esperanza, también hoy, ante la gran crisis social y
económica que aflige a la humanidad; ante
el odio y la violencia destructora que no dejan de ensangrentar a muchas
regiones de la tierra; ante el egoísmo y la pretensión del hombre de erigirse
como dios de sí mismo, que a veces lleva a peligrosas alteraciones del plan
divino sobre la vida y la dignidad del
ser humano, sobre la familia y la armonía de la creación. Como advertí ya en la encíclica Spe salvi,
nuestro esfuerzo por liberar la vida
humana y el mundo de los envenenamientos y de las contaminaciones que
podrían destruir el presente y el
futuro, conserva su valor y su sentido aunque
aparentemente no tengamos éxito o parezcamos impotentes ante el empuje
de fuerzas hostiles, porque "lo que
nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la
gran esperanza fundada en las promesas
de Dios"»[2].
«…que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de
todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los
poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a
una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las
familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy.»[3]
Queremos
concluir esta reflexión –mirando hacia la conexión que rige la construcción del
Reino con la Epifanía- insertando la Oración cristiana ecuménica, misma con la que Papa
Francisco cierra su Fratelli Tutti:
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados y olvidados de este
mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la
tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
[1] Álvarez
Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? (I) Ed. Centro Carismático “Minuto de
Dios” Bogotá- Colombia. p. 47
[2] HOMILÍA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro 6 de enero de 2009
[3] Vallés, Carlos G. sj.
BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal térrea Santander 1989. p. 135
Señor Jesús cuando tú naciste te quedaste en mi corazón
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