1 Sam
3b, 3-10.19; Sal 39, 2.4.7-10; 1 Cor 6, 23-15.17-20; Jn 1, 35-42
Nadie ha
merecido ser llamado a la vida, ni a la vida cristiana, ni al apostolado…
Cuando el Señor hace una elección, no lo hace para recompensar merecimientos ni
para distinguir a nadie, sino para llamarle a servir más a los demás en su
Nombre.
Hélder
Câmara
Samuel escucha un “llamado”, como toda experiencia humana, al
principio es poco clara, incluso ininteligible, y sólo poco a poco se va
aclarando. Tres veces se tiene que repetir el “llamado” y todavía no lo
entendía; pero, tampoco el Sacerdote Elí –aun cuando habitaba en el mismo templo
del Señor donde estaba el Arca, o sea que estaba habituado a un trato cercano
con las “cosas” del Señor- acertaba a entender que se trataba de una
comunicación Divina, hasta que por fin, se dio cuenta y le dio a Samuel la
fórmula para que Dios le entregara el Mensaje. Aquí, evidentemente, la mediación corre a cargo de Elí.
Todos sabemos que el Evangelio de San Marcos es el más breve
de los Cuatro Evangelios, por ese motivo, este año –que está dedicado a la
Lectura del Evangelio Marqueano- encontraremos varias interpolaciones del
Evangelio Joánico, ese es el caso de este Domingo, cuando vamos a ocuparnos de
la Primera Parte de la tercera perícopa, versos 35-42 del Capítulo 1 del
evangelio según San Juan; (la primera perícopa abarca los versos 1-18, donde se
aloja la maravillosa declaración sobre la Eternidad del Hijo; la Segunda
Perícopa va de los versos 19-34 se refiere muy particularmente al testimonio
que dio San Juan Bautista declarando que Él no era el Mesías, sino que el
Mesías vendría “detrás de Él”; la tercera perícopa abarca los versos 35-51). En
esta perícopa del Evangelio que se lee este Domingo, el mediador es el Bautista. Fue él quien señaló hacía Jesús
mostrándolo como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Jn 1,29b.
Luego, viene una segunda mediación, es la
mediación de Andrés que le dice a Simón: “Hemos encontrado al Mesías” Jn 1,
41c. Felipe es convidado “directamente” por el Señor, en este caso no hay
mediación. Pero en cambio Felipe si va a invitar a Natanael (nombre que significa
“Dios ha dado”). La mediación de Andrés, conducirá al hecho de que Simón
adquiera una “nueva identidad”, dejará de ser Simón, para convertirse en Kefas
que traducido corresponde a “Pedro”.
«Todo este episodio en su conjunto manifiesta los varios modos
como se desarrolla la llamada del Señor: una vez que uno se acoge a ella, puede
pasarla a otros; y esta transmisión se da con alegría y con sentido de
plenitud, porque se comunica un tesoro que uno ha encontrado.»[1] Aun
cuando la comparación puede parecer demasiado mecánica, vamos a compararla con
la carrera de relevos. El corredor anterior entrega el “testimonio” (también
llamado “testigo”) al siguiente, y así, el testimonio va de mano en mano. De la
misma manera, de “mano en mano” se ha trasmitido nuestro “testimonio” de fe. Es
claro que hacerse discípulo no es para quedarse allí, sino para trasmitir el
“contagio”.
Observemos los diversos nombres que va recibiendo Jesús en
esta perícopa Evangélica:
·
Cordero de Dios v. 36d
·
Rabí –que significa maestro v. 38f
·
Mesías –que se traduce Cristo v. 41cd
Vayamos un poco más lejos, mirando también los nombres que
recibe en la siguiente perícopa:
·
Aquel de quien escribió Moisés en la ley v. 45d
·
Y también los profetas v. 45e
·
Hijo de Dios v. 49c
·
Rey de Israel v. 49d
·
Hijo del hombre. v. 51f.
Vayamos, ahora, al verso 38c. Es la primera vez que Jesús
pronuncia palabra en el Evangelio de San Juan. Y, ¿cuáles son esas palabras?:
“¿Qué buscan?”. Entendemos que el encuentro se da por una “búsqueda”. El que va
a encontrarse con Jesús, aquellos a quienes Jesús les sale al encuentro, con
quienes se hace el encontradizo, son los que están buscando. Los que buscan
serán llamados a ir y ver Cfr. Jn1, 39. «Jesús no dice de hacer o de buscar
algo, sino “Venid y veréis”, esto es, hagan la experiencia conmigo… su
experiencia se ampliará en el contacto conmigo.»[2] Tomemos
el caso de los dos discípulos de Juan el Bautista a quienes les señala al
“Cordero”, si estaban con el Bautista era porque estaban en estado de
búsqueda, porque estaban “sedientos” de Dios. Tan pronto el Bautista les
señala al “Cordero” ellos –sin tardanza alguna- empiezan a seguirlo, ese
seguimiento les gana el discipulado. «Cuando pienso en los primeros apóstoles
consagrados por Cristo, pienso que ellos mismos consagraron a otros, y éstos a
otros…, y así hasta nuestros días. Así pues, cada apóstol de hoy está ligado a
un apóstol de entonces. Yo suelo preguntarme a menudo: ¿A qué apóstol habrá
Dios vinculado a Dom Hélder? ¿A Andrés? ¿A Felipe…?»[3] Se refiere
a las mediaciones hoy por hoy,
siempre en el linaje apostólico, así nosotros –todos los bautizados- ingresamos
en la serie ininterrumpida de los discípulos–misioneros. Veamos el #1267 del
Catecismo de la Iglesia Católica: “El Bautismo hace de nosotros miembros del
Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros los unos de los
otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes
bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende
todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas
y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para
no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13)”
Ahora, el numeral 1268 comienza diciendo: “Los bautizados
vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio espiritual,
para un sacerdocio santo" (1 P 2,5).” Y, en el numeral 1270, se lee: “Los
bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los
hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG11) y de
participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17;
AG7,23).”
El discipulado es la incorporación en un Cuerpo Místico,
donde el cuerpo del discípulo se incorpora al Cuerpo de la Fe; lo místico está
en la manera inexplicable e inextricable como el cuerpo individual se injerta en
el Cuerpo de Jesús, el cuerpo individual se hace “órgano” del cuerpo
comunitario. Por eso, es comprensible que en la liturgia de este Segundo
Domingo Ordinario del ciclo B, aparezca la perícopa del capítulo 6 que alude al
cuerpo refiriéndose a su pureza. «El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de
Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (construcción
del cuerpo social)…. No basta glorificar a Dios con el propio cuerpo. Es
necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera,
sea el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.»[4]
Cuando se hace un implante hay que evitar el rechazo que hace
el cuerpo al “injerto”. En este caso los que se van a “incrustar” deben
pre-disponerse para adecuarse al Cuerpo Místico al que van a pertenecer, al que adhieren, al Cuerpo del
Salvador. ¿Qué medicina se debe aplicar para que el injerto pegue bien?
Encontramos le respuesta en el Salmo 39, en los versos 9 decimos: “… esto es
Señor lo que deseo, tu ley en medio de mi corazón”. El Señor nos llama, y
nosotros acogemos su llamada con pureza de intenciones, con docilidad, con
obediencia, con prontitud, con disponibilidad, con espíritu de servicio, de
entrega. Docilidad hacia el Señor que hemos de renovar cotidianamente. ¿Cómo
abre el Señor nuestro oído? ¡Con su llamada! ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta?
דַּבֵּ֣ר יְהוָ֔ה כִּ֥י שֹׁמֵ֖עַ עַבְדֶּ֑ךָ “Habla,
Señor, tu siervo escucha” Es el verbo שָׁמַע que
no es simplemente oír, sino acoger la Voz con obediencia dócil. Docilidad para
añadirnos a su Cuerpo. Respuesta comprometida a la llamada. A lo que nos pida,
a lo que espera de nosotros.
Para entender cómo reforzar y estrechar esta
incorporación, vamos que remitirnos al 1396 del Catecismo de la Iglesia
Católica:
“La unidad del Cuerpo
místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen
más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles
en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación
a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no
formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta
llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con
la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues
todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si
vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es
puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis
"Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que
recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de
Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero
miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (San
Agustín, Sermo 272).
Observemos con ojo agudo y despierto cómo inicia la perícopa de
1Corintios 6, declarando para qué es el Cuerpo: “El cuerpo es… para servir al
Señor” (1Cor 6, 13c); para eso nos insertamos en su Cuerpo Místico, eso le da
sentido a nuestro discipulado y clarifica toda nuestra misión: … así que dije:
aquí estoy”. // En tus libros se me ordena hacer tu voluntad: / esto es, Señor
lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. (Sal 40(39), 8-9)”
[1] Martini,
Card. Carlos María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. Ed. paulinas. Bogotá-Colombia
1986. p. 170
[2]
Ibid. pp. 168-169
[3]
Câmara, Dom Hélder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER Ed. Sal Terrae. 2da ed. Santander.
1985. p. 49
[4]
Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS
CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp.
37-38
Dios todo poderoso, que gobiernas a un tiempo Cielo y Tierra; escucha paternalmen te la oración de tú pueblo, y haz qué los días de nuestra vida se fundamenten en tu PAZ
ResponderEliminarBendecido Domingo