Job 7, 1-4. 6-7; Sal
146, 1-2. 3-4. 5-6; 1Cor 9, 16-19. 22-23;
Mc 1, 29-39
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de
la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar
las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la
sociedad y de la comunión.
Papa Francisco
Los cínicos buscan la
oscuridad allí donde van. Siempre señalan los peligros que acechan, los motivos
impuros y los motivos ocultos. Llaman a la confianza ingenuidad; a la atención,
romanticismo, y al perdón sentimentalismo. Sonríen con desprecio ante el entusiasmo,
ridiculizan el fervor espiritual y desprecian el comportamiento carismático…
Pero al despreciar la alegría de Dios, su oscuridad provoca más oscuridad.
Henri J.M. Nouwen
Podemos
vivir sumidos y empecinados en el pesimismo,
de hecho,
al Malo parece complacerle que nos desesperemos.
Muchos
adquirimos a lo largo de la vida el horrible hábito de verla negra,
siempre
negra y cada vez más oscura.
Miles de
circunstancias pueden subsumirnos en los miasmas de la pesadumbre
y, aún
peor, podemos terminar por habituarnos a la angustia.
Qué
sarcasmo, ¡si no estamos afligidos no estamos contentos!
Efectivamente,
toda una cultura está inspirada en el pesimismo, hay personas que se habitúan a
pensar así, y no se lo pueden quitar de encima. Job, aquí, es paradigma de esa
actitud, no está contento ni de día ni de noche. De día porfía en su
contemplación del lado negativo, y de noche –no cierra los ojos, no duerme- por
pasarla desesperanzado. El sólo entiende su vida como una larga jornada de
trabajo forzado tras la cual habrá nada. Esta Lectura del Libro de Job sólo se
refiere al desaliento y a la futilidad de la vida.
Empieza
esta liturgia de la palabra del V Domingo Ordinario del ciclo B, con un
fragmento de esa noveleta que data de hace 26 siglos. Job vive sumido en su
tristeza y nos expresa su desesperación «En sus palabras no hay confianza ni
ofrenda, sino sólo resignación. El Dios de Job es un Dios sin amor. Un Dios
Todopoderoso, pero no “todo amor”, con el cual el diálogo es imposible, un Dios
culpable, pero no acusable (cf. 42, 11). Concibiendo a Dios a su manera, no
atreviéndose a cuestionar sus convicciones, Job tiene una reacción demasiado
pasiva para ser verdadera.»[1] Esta obra está organizada
con un prólogo y un epilogo en prosa, mientras el resto de la obra son de alta
poética, de ricas y frecuentes imágenes. En los capítulos 3 al 27 discurre con tres “sabios” amigos y allí se discute el
motivo de la desgracia de Job que pasa de tenerlo todo a perderlo todo. Estos
alegatos sobre la justicia divina y en procura de “racionalizar” el infortunio
de Job se organizan en tres ciclos para un total de 18 discusiones. En la
perícopa de hoy alcanzamos un pináculo de pesimismo existencialista: “Me
acuesto y la noche se me hace interminable; me canso de dar vueltas hasta el
alba, y pienso: ¿Cuándo me levantaré?... Mis días se acercan a su fin, sin
esperanza, con la rapidez de una lanzadera de telar. (Job 7; 4.6). ¡Es el colmo
de la oscura desesperanza!
«Job
acepta lo que considera como un mal, porque no quiere y no sabe ver el don al
que Dios lo invita: la ofrenda de su ser. “En todo esto no pecó Job”, dice el
autor en dos ocasiones… pero, ¿la meta de la vida debe ser no pecar? ¡Los
muebles, las piedras, y las plantas tampoco pecan!»[2]
Ese es el
retrato de Job bajo su circunstancia nefasta,
es cierto
que la está pasando mal, es cierto que le han llovido aflicciones por doquiera,
es cierto
que el Ángel Acusador lo tiene a prueba
pero eso
no es pretexto para
caer en el
desasosiego.
Pero él se
refocila, se revuelca, se retuerce en su tristeza.
En vez de
alzar la cabeza, la clava y se auto-entierra.
En vez de
apuntar hacia la cima, él se zambulle en la tumba.
Se
desmoraliza porque por el momento –solo confía en sus propias energías.
Es el
pesimismo de la naturaleza humana caída.
¡Glosa de nuestra situación de pecadores!
El
Salmista –por su parte- está más elevado en su ascesis,
Sabe que
no está solo
muchísimo
menos se considera abandonado
él sabe
que cuenta con su Go-El
que pagará el rescate
sabe bien que el Señor sana los
corazones destrozados.
Busca en
la música –porque ella es buena- alabanza armoniosa.
Sabe que
atravesando la densa niebla, al salir al otro lado, estará Jerusalén
reconstruida
y
las tribus
–otrora en diáspora- mañana otra vez reagrupadas.
Con
renovadora esperanza descubre que Dios
hunde en el polvo a los malvados,
pero en
cambio,
sostiene a los humildes.
El
Salmo en esta oportunidad es parte de una acción de gracias por medio de un
himno. Los salmos hímnicos, son alabanzas, no alaban la bondad de Dios en
general sino que toman alguna bondad de Dios en particular. En este Salmo
147(146) se cantan dos cosas: la naturaleza con su abundancia y maravilla, y,
por otra parte, la bondad de Dios con quienes más lo necesitan: los deportados,
los heridos, los necesitados, los humildes. Por eso Él es Digno de alabanza.
En la
Segunda lectura, la liturgia nos muestra alguien más arriba en la escalera
ascética,
¡se trata
de San Pablo!
Él encuentra sentido a su existencia
Porque ha recibido una Misión.
Misión tan
noble, que su paga es efectuarla.
No Cumple
la Misión para recibir otra cosa que anhela, la cumple porque cumplirla
ya es
meta, también premio y paga.
Reo sería
de la muerte eterna –que es la Sinrazón- si no anunciara.
Luego ser
proclamador de la Noticia Feliz del Evangelio
Derrota por entero
El
sinsabor de ver pasar los días en la infinita monotonía del sinsentido.
Avancemos
ahora, al grado más alto, el de nuestro Paradigma:
Pongamos en
elenco, una tras otra, las acciones del Maestro:
(La Voz
que anima nos llamará –siempre- a la cumbre de las águilas).
Sale de la
Sinagoga, (donde fue a escuchar a su Padre),
Y va (no
solo, sino junto a Santiago y Juan) a casa de Simón y Andrés,
Encuentra
a la suegra de Simón víctima de la fiebre
¡Él la sana!
Le da la mano y la levanta, le re-incorpora,
La asocia
a la unidad de los que obran según la Voluntad de Dios:
SERVIR.
Ahí está
la palabra gorda y resonante de este Domingo: SERVIR [διακονέω].
Quien
sirve a su prójimo está libre de desdicha,
Llena el
vacío,
Encuentra razones de
vivir,
Escucha a Dios
Se
dedica a alabarlo.
En
seguida, el desierto es derrotado, invadido ahora de jardines floridos,
paradisiacos.
Poblados
ahora de voces celestiales que cantan la alabanza del Señor,
deja de
ser desierto ahora es habitado, antes era sinónimo de muerte ahora es VIDA,
con
mayúscula.
El
Domingo anterior tuvimos oportunidad de ver la autoridad de Jesús en acción, su
autoridad no es auto-propaganda, no se trata de un hombre que hace populismo,
que reparte alimentos para que voten por él, no es la autoridad que manda por
el placer de mandar, por gozar las ebriedades del poder. Al contrario, su
ejercicio, su praxis lo conduce a ser despreciado, a ser perseguido, a verse
amenazado, a convertirse en reo de muerte. Él no manda por “mangonear”, evade a
toda costa su prestigio como fuente de dominio, Él no quiere “apoderarse” de la
gente, los quiere libres para creer, libres para seguirle, libres para asumir
la misión. Vista la situación de que “todos te buscan” Mc 1, 37b, como le
dijeron Simón y sus compañeros; él tiene otra opción: “Vayámonos a otra parte
–les dice- a los pueblos vecinos para que allí también predique; pues para eso
he salido” Mc 1, 38. Para permanecer libre liberando, para no caer en la
tentación.
Jesús
había curado a la suegra de Pedro Mc 1, 30-31, ella se pone a servirles «El
servicio no es el modo típico del seguimiento femenino, como lo pretenden
algunos: ¡es el verdadero seguimiento para todos!»[3] La ha curado de la fiebre πυρέσσουσα, aquí queremos destacar que fiebre es todo tipo de obsesión,
excitación, ardor, entusiasmo muy intenso por algo o por alguien, es exaltación.
Curar a la suegra de Simón «… no es la apología del poder de Cristo, sino el
misterio de su encuentro con una anciana enferma, que para San Agustín es el
símbolo de toda la humanidad en la fiebre que la atormenta.»[4] «… el
Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del
otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con
su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el
Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la
comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El
Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.»[5]
¿Se detuvo
ahí Jesús? No, por el contrario
Sanó a
muchos, aquella misma tarde le llevaron “todos” los enfermos y endemoniados,
Y el
evangelio dice que los sano a “todos”, los sanados fueron multitud [πολύς].
A los
demonios los sometía al silencio.
Esto no
era cosa de un día, y al día siguiente, día de asueto…;
por el
contrario,
Madruga muchísimo, cuando aún no clarea,
en un
lugar apartado, otra vez dialoga con su Padre.
Fueron los
discípulos a notificarle que todos lo buscaban,
y
Él,
aprovecha para
ampliar el círculo de acción de servicio:
a
las aldeas cercanas.
Según el
relato no ha hablado nada, ha predicado, sólo con sus “hechos”,
Y San Marcos
insiste, que la propuesta es ir a las aldeas cercanas
“para
predicar también allí”. Es decir, para seguir sanando
y
reduciendo los demonios al silencio.
No cesa de
predicar: recorre toda la Galilea. ¡Tierra de humildes!
¡Y sirve
por doquiera!
El Hijo de Dios libera y sana para que podamos
servir
Y
sirviendo lograr felicidad.
Veamos
la imagen del servicio que Papa Francisco rescata de San José, en la Patris
Corde, #7:
« La felicidad de José no está en la lógica
del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este
hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no
contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres,
rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del
otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con
autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con
asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don
de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el
sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una
vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la
madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del
sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la
alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración.»[6]
¿Cómo
hace Jesús para trasformar la perspectiva desesperada de Job en la óptica
luminosa de Jesucristo, que nos ha heredado también a sus discípulos, a
nosotros? «La praxis… Necesita una carga de esperanza indomable: de lo
contrario se cede frente a los obstáculos y se cae en la desesperación… ¿De
dónde saca la luz, la esperanza y la fuerza para la acción el cristiano? En el
dialogo con Dios y por lo tanto en la oración.»[7] Encontramos esa respuesta
en el verso 35 del primer capítulo de San Marcos: “De madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso
a hacer oración”.
«La
oración de Jesús debió ser un silencio o una escucha de Dios, un dialogo a
veces dramático con Él –como Jacob que lucha toda la noche con Dios, para
arrancarle la bendición (cf. Gn 32, 23-33)… La oración es una lucha con Dios
(cf. Gn 18, 16-33) en la cual Dios pierde y se nos entrega: “¡Has luchado con
Dios… y has vencido!”, dice el ángel a Jacob, que de allí se llama Israel, y es
la raíz del nuevo pueblo. Y éste exclama: “He visto a Dios cara a cara, y tengo
la vida salva” (Gn 32, 29.31)»[8]
Esta
oración nos conduce a la firme convicción del servicio como ruta, para poder
decir como San Pablo en la perícopa de la Segunda Lectura de este Domingo: “…
es que se me ha confiado una misión. Entonces,… me he convertido en esclavo de
todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los
débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el
Evangelio, para participar, también yo, de sus bienes.” 1Cor 9, 17c.19b. 22-23.
Proponemos
como conclusión de nuestra reflexión el numeral 77 de la Fratelli tutti:
«Cada
día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que
esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor
de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos… sólo falta el deseo
gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables
en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces
nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos, de los
que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que
otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder.
Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.»[9]
[1]
Dumoulin, Pierre. JOB, UN SUFRIMIENTO FECUNDO Ed. San Pablo Bogotá D. C.
–Colombia 2001. p.26
[2]
Ibidem.
[3] Beck,
T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. UNA COMUNIDAD LEE EL
EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. P. 61.
[4]
Ibid. p. 64
[5]
Papa Francisco. EVANGELII GAUDIUM. SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO
ACTUAL. 24 DE Noviembre de 2013. Roma. #88
[6]
Papa Francisco. PATRIS CORDE. Roma, San Juan de Letrán, 8 de diciembre 2020.
[7] Beck, T. Benedetti, U.
Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. Op. Cit. p. 67.
[8]
Ibidem.
[9]
Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. SOBRE LA AMISTAD Y LA FRATERNIDAD SOCIAL. Asís,
3 de octubre de 2020.
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