Sab 15, 13-15; 2,
23-24; al 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b; 2Cor 8,7-9; 13-15; Mc 5, 21-43
Hay una leyenda en
que se cuenta que un hombre cayó en un pozo. Pasó Buda y le dijo: “Si hubieras
cumplido lo que yo enseño, no te habría sucedido eso”. Pasó Confucio, y le
dijo. “Cuando salgas, vente conmigo y te enseñaré a no caer más en el pozo”.
Pasó Jesús, vio a aquel hombre desesperado, y bajó al pozo para ayudarlo a
salir.
Hugo Estrada sbd.
Sus relaciones con
las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos
que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan
consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia.
Nada en Él es falto de compasión.
Papa Francisco
Misericordiae Vultus
La
nota de mayor contraste está en la débil fe de los discípulos y la poderosísima
de los dos personajes de la perícopa de San Marcos que nos ocupa en este
Domingo XIII Ordinario (B): la fe de Jairo y la de la hemorroisa. La confianza
de estos dos es para nosotros un verdadero paradigma a seguir o a alcanzar.
Pero
¡aún hay más! El Domingo anterior vimos que Jesús-el Hijo-de-Dios-viviente
(aquí queremos poner “viviente” en negrillas), no sólo tiene autoridad sobre
los elementos, no sólo nos regenera re-creándonos, sino que su poder domina la
muerte y la somete, hoy oiremos al Señor mandar a la niña en arameo: Talita kum
“Niña, a ti te digo, ¡levántate! A pesar de que ya estaba muerta como se nos
informa en el versículo 35. Por consiguiente, para que sepamos que Jesús tiene
autoridad sobre la vida y la muerte, la niña vuelve a la vida.
Detengámonos
un momento en el corazón de Jairo. Seguramente cuando Jairo fue a buscar a
Jesús ya llevaba el corazón oprimido por la angustia de ver a su hija
gravemente afectada por la enfermedad; pero ahora, le anuncian que su hija ha
muerto. ¿En qué consiste el amor de Dios? En la capacidad de sentir como propio
el dolor del otro. «Jesús sentía compasión hacia los demás, porque sentía las
penas en sí mismo. Conocía el desgarro de la separación, la muerte de un ser querido, la pobreza, el peso de la vida…
Y, al sentir esos dolores en sus entrañas, se acercaba y se identificaba con los
que sufrían, Ya que él era “varón de dolores y sabedor de dolencias” (Is 53,
3)»[1] Así es Jesús, su corazón
calca el dolor de Jairo y le duele como si se tratara de su propia hija. Lo que
siente el corazón del hombre se reproduce y resuena en el Corazón de Dios. «… a
Jesús en el Evangelio o se le encuentra sanando o dirigiéndose a algún enfermo…
El P. Bernard Häring hace notar, alarmado, que este aspecto se ha descuidado
mucho en nuestra teología y sobre todo en la proclamación del mensaje.»[2]
Jesús
es un Dios que sale al encuentro. No nos cansamos de insistir que Él no está en
su sede, ni en su palacio, ni en sus oficinas, ni en su sucursal, ni en sus
dependencias Jesús es un Dios en éxodo, junto a su pueblo. El Domingo anterior,
el Evangelio empezaba diciendo “Vamos a la otra orilla del lago”, es un
programa de desacomodo permanente, además de un ponerse al alcance de la gente,
ir a buscarlos, «No alejaba, no bloqueaba, no inhibía (Mt 9, 20ss). Daba
confianza para acercarse en cualquier momento, hasta el punto que su actividad
aparece más hecha de interrupciones y de imprevistos que de sus propios planes»[3] En el Evangelio de este
Domingo, regresa, no fue al otro lado huyendo, escondiéndose o abandonando;
¡no!, fue, misionó estuvo donde los Gerasenos, y volvió para seguir misionando:
“Cuando Jesús διαπεράσαντος regresó en la barca al otro lado del lago, ἦν παρὰ
τὴν θάλασσαν se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente” (Mc 5, 21).
Como ama el padre, así aman los hijos. Como
Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los
unos con los otros.
Papa Francisco
Misericordiae Vultus
Y
todo esto, ¿qué? ¿Una anécdota muy bonita, un cuentito sobre Jesús? O más bien,
¿una tarea? una misión?... Se trata de tender un puente actualizador, porque
nuestra fe no es un ejercicio literario de narración de un pasado, sino la
experiencia de Dios-con- nosotros y el testimonio de que
Él-es-el-Dios-Viviente.
«Es
preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –Vivimos
como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no
consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y
está como un Padre amoroso –a cada uno nos quiere más que todas las madres del
mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo… y
perdonando.
Cuántas
veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de
una travesura: ¡ya no lo haré más! –Quizá aquel mismo día volvamos a caer de
nuevo… -Y nuestro Padre, con fingida
dureza en la voz, la cara seria, nos reprende… a la par que se enternece
su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué
esfuerzos hace para portase bien!
Preciso
es que nos empapemos, que nos saturemos de qué Padre y muy Padre nuestro es el
Señor que está junto a nosotros y en los cielos.»[4]
Ese
amor-Divino tampoco es algo abstracto, por el contrario, el amor de Dios, por
Su Gracia, ha cobrado la mayor materialidad posible, la total concretización,
se ha encarnado y se ha hecho hombre, pero también se transfiguró en unos,
cientos, miles que lo representan, para que nosotros podamos ejercitarnos y
vivir crísticamente: «Dios amó tanto al mundo que le dio a su propio hijo.
Siendo rico se volvió pobre por amor a ti y a mí. Se entregó a sí mismo en
forma completa y total. Pero eso no fue suficiente. Dios quería dar algo más…
darnos la oportunidad de darle algo a Él. Y es así como se transfiguró en los
hambrientos y en los desnudos para que pudiésemos ser generosos con Él a través
de ellos»[5] Y entonces irrumpe la
recomendación del papa Francisco «Para ser evangelizador de alma también hace
falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente,
hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es
una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo… Así
redescubrimos que Él nos quiere tomar como su instrumento para llegar cada vez
más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al
pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia…
deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos,
escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en
sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que
lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo; codo a codo,
con los demás… Jesús quiere que toquemos la carne sufriente de los demás.
Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que
nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que
aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros
y conozcamos la fuerza de la ternura.»[6]
[1] González Vallés, Carlos sj. CRECÍA EN
SABIDURÍA… 3ra ed. Editorial Sal Terrae. Santander-España, 1995. p. 57.
[6] Papa Francisco
EVANGELII GAUDIUM Exhortación Apostólica 24 de nov. 2013. ## 268-270
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