Is 49, 1-6; Sal 138,
1-3. 13-14; Hech 13, 22-26; Lc1, 57-66. 80
«Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás
delante del Señor para preparar sus caminos...»
Lc 1, 76
Se ha
señalado que sí Dios no nos hubiera indicado
la
relación filial de Jesús con Él,
nosotros
no habríamos podido
–por
esfuerzo de nuestra inteligencia- saber que Jesús,
es su
Enviado, su Hijo Santísimo.
¡Si nos
cuesta tanto pese a la Revelación!
Así Dios,
que desde la Caída de Adán y Eva previó la Redención,
y previó
la figura de los profetas,
y
todo el Primer Testamento
para
educarnos en la espera y saber aguardar
y entender
que esperábamos al Mesías.
En la hora
justa,
seis meses antes de enviarnos a Su Hijo,
asistimos
a este evento milagroso:
la prima
de María,
una mujer vapuleada por la esterilidad
ya
mayor,
y su
esposo Zacarías –que como él mismo lo declaró- “ya soy viejo”;
recibe,
este último, el anuncio de la anhelada
paternidad,
no lo
pueden creer,
al punto que Zacarías es castigado con
mudez por su duda.
El ángel,
al hacer entrega del anuncio,
vaticina:
«Tu esposa Isabel te dará un hijo
y le
pondrás por nombre Juan.
Será para
ti un gozo muy grande,
y muchos
más se alegrarán con su nacimiento,
porque
este hijo tuyo será un gran servidor del Señor.
No beberá
vino ni licor,
y estará lleno del Espíritu Santo
ya desde el seno de su madre.
Por
medio de él muchos hijos de Israel volverán al Señor, su Dios.
El
mismo abrirá el camino al Señor
con
el espíritu y el poder del profeta Elías,
reconciliará
a padres e hijos
y
llevará a los rebeldes a la sabiduría de los buenos.
De
este modo preparará al Señor un pueblo bien dispuesto.»
En
este último renglón que hemos citado
se
explica la misión y el sentido-de-vida de San Juan el Bautista,
por
medio de él, El-Señor se preparará un pueblo,
no cualquier pueblo sino uno bien dispuesto:
esa
era la confianza que Dios depositó en el pueblo de Israel.
Hoy
en día creemos que
probablemente Juan creció
en
Qumrám
con los esenios, en el desierto de
Judea
en
las grutas del Mar Muerto,
Juan
significa fiel a YHWH.
Para
mejor profundizar lo que quiere comunicarnos Juan el Bautista
y
su significado para nosotros en la liturgia de hoy,
conviene
que revisemos lo que quiere decir
ser profeta
es
el que recibe de Dios una boca como espada afilada
para
que sea blandida por el propio Dios;
es
el que ha sido hecho flecha bruñida
para
viajar en el carcaj del Señor.
Es
un siervo, no sirviente,
sino instrumento,
y
su designación es desde todos los tiempos,
Dios
nos tenía previstos para tal.
Esta
predestinación
está
explicada en el Salmo 139(138):
El
Señor nos sondea y nos conoce,
tiene
previsto cuando uno se levanta y cuando uno se sienta,
distingue
el sitio de descansar y los lugares por donde pasará,
y
tiene en su mano el mapa que describe nuestras “trayectorias”.
No
sólo fue portentoso el origen de Juan el Bautista,
todos
tenemos un génesis portentoso,
a todos nos amasa el Señor –Dios de la Vida-
en las entrañas de nuestra madre,
e infunde el soplo vital en el fondo
del barro fino amasado.
En
la misma ruta de Salvación
El
Señor escogió a David –que habría de ser grato a su corazón-
Y
de su linaje sacó Aquel-con-el-que-Dios-Salva,
delante
Suyo envió un adalid
cuya misión era
“predicar un bautismo de conversión”
Este
mensaje no es exclusivo,
es para todos los descendientes de Abrahán,
para todos los que temen a Dios,
no
con miedo sino con Amor-Fiel.
Esta
misión de mensajeros es para ángeles-humanos,
para
profetas,
que somos todos los bautizados:
sacerdotes,
profetas y reyes.
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