Jer
31,31-34; Sal 50, 3-4, 12-13. 14-15; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33
PARA SALIR DE LAS
TINIEBLAS
Toda visión de Dios
por fuera de la cruz es satánica, está sometida al influjo del “príncipe” de
este mundo. La cruz “desdemoniza” las imágenes que el hombre tiene de Dios,
restituyendo a ambos su verdadero rostro, el uno espejo del otro.
Silvano Fausti
La
Primera Lectura de este Domingo, Quinto de Cuaresma, pronuncia la Palabra en
torno a la cual pivota la liturgia: “Ya llegan días –oráculo del Señor- en que
haré con la casa de Israel una Alianza Nueva” se trata –pues- de la Nueva
Alianza. La Alianza que se sella –no con sangre de corderos, ni con la de
machos cabríos; sino con la Preciosísima Sangre del Hijo de Dios.
Hacía
el final de la perícopa de Juan que hoy nos ocupa dice Jesús en Jn 12, 32
κἀγὼ ἐὰν ὑψωθῶ ἐκ τῆς γῆς πάντας ἑλκύσω πρὸς ἐμαυτόν “Y si Yo soy levantado de la tierra, todos serán atraídos
hacía mí”. Otra vez aparece la idea de ὑψωθῶ “ser levantado”, que –como hemos dicho en otra parte- se
debe leer en varios niveles, ser levantado es:
a)
En el primer nivel, ser crucificado, y quedar en lo alto como la serpiente de
bronce.
b)
En el segundo plano, ser honrado y dignificado con la Gloria que acaba de
ratificar el Padre con su Re-sonante Voz.
c)
Ser glorificado con la Resurrección, que vence la muerte definitivamente,
dándonos Vida Eterna, en calidad de co-herederos.
Este
triple plano superpuesto impone, sin embargo, una restricción. Queremos
ratificar, aquí, un texto del Cardenal Martini: «El modelo de valor que el
hombre está invitado a leer en el Crucificado parece a muchos el de un
anti-humanismo; la cruz aparece como el equivalente de un ideal de negación,
una especie de “no” universal y, en cierto sentido, lo es. La cruz es un “no” a
cualquier figuración de lo divino y de lo humano que no tenga en cuenta lo que
nos revela el misterio del Crucificado.
La
cruz de Jesús es un “no” dicho a toda figura de lo divino entendido como
omnipotencia despótica, vengativa, incapacidad de don y de auto-donación, como
santidad o justicia inconciliables con la misericordia.
La
cruz de Jesús es un “no” dicho a cierto tipo de proyecto de hombre…Es
condenación de un hombre que quiere colocarse en la línea de Adán pecador y,
por consiguiente, en la de Caín asesino del hermano. El humanismo condenado por
Cristo es el humanismo de la autosuficiencia, de la alienación de Dios, del
rechazo de cualquier referencia trascendente, es el humanismo de la prepotencia
y de la insolencia, de la opresión y de la injuria hecha al hermano; es el
humanismo del engaño y de la mentira… El Crucificado nos propone otro
humanismo: el del discípulo de Jesús, que para serlo carga con la cruz
cotidiana… hasta soportar –si es necesario- la persecución… El humanismo del
Crucificado, vuelve a proponerse a la maravilla, al estupor humilde y adorante,
de todos los hombres… El Crucificado es la cuestión fundamental para saber con
qué idea de Dios me alineo, con qué Dios estoy, y por qué tipo de hombre quiero
expresarme. En efecto, el hombre es él mismo cuando imita al verdadero Dios, y
está de su parte, para compartir el anhelo de comunión, la fuerza de
reconciliación, la capacidad de perdón creativo que resplandece en el
Crucificado»[1]
Mientras
Él andaba por Galilea, habiendo pasado a la clandestinidad, sus hermanos lo
desafían para que vaya a Judea a obrar milagros allí dándose a conocer
abiertamente. Jesús se niega argumentando que su Hora no ha llegado, les dice:
“Para ustedes todas las horas son buenas. Pero yo tengo mi hora, que aún no ha
llegado” (Jn 7, 6) Y se niega a subir con ellos a Jerusalén; sin embargo, más
tarde va y predica delante de todo el mundo, y los “judíos” tratan de tomarlo
preso; “pero nadie le puso la mano encima; porque aún no había llegado la Hora”
Jn 7, 30.
Todo
ha de acaecer en su momento kairótico: “Ya llegan días…”. El tema de la ὥρα es
un tema reiterativo, como lo son diversos temas de capital importancia dentro
del Evangelio joánico. Una de las técnicas compositivas y redaccionales que
rigen en este Evangelio es volver, una y otra vez, sobre los temas importantes;
y al decir importantes queremos
destacar que la “importancia” la elige el Evangelista,
desde la Comunidad con la que él trabaja, sobre la historia y el devenir de esa
comunidad, sus problemas, sus conflictos, su idiosincrasia, su identidad como comunidad.
Cada evangelista dibuja a Jesús desde la perspectiva de la comunidad desde la
cual surge ese Evangelio; muchas veces lo que se retrata es la comunidad
cristiana que se está construyendo y las reflexiones, así también como la
liturgia que van generando, y desde ese ángulo, el Rostro de Jesús que van
descubriendo. Nos volvemos a encontrar con esta idea de “la Hora” en Jn 8, 20;
ya en las Bodas de Caná, al responderle a su Madre María, cuando ella le
presenta la dificultad por la que atraviesa la pareja de recién casados a
quienes “se les agotó el vino” Jn 2, 3, Jesús le responde a su Santísima Madre,
arguyendo precisamente que no puede obrar todavía puesto que “Todavía no ha
llegado mi Hora” Jn 2, 4b. Es la primera vez que nos encontramos con este tema
en el Evangelio Joánico.
Leyendo
todas estas alusiones a la Hora, se intuye que Dios Padre maneja ciertos
ritmos, que marcan y definen la oportunidad o inoportunidad de una acción, de
un suceso o evento. Cierto que la mayor parte de las veces obramos de manera
inopinada y –muy rara vez o casi nunca- preguntamos a Dios si es el momento
preciso y adecuado para que pase algo. Se percibe, en cambio, que para Jesús
esto reviste la mayor importancia; el respeto de los Ritmos Divinos, el saber
aguardar por la Hora apropiada: La Hora de Dios.
Todo
lo hacemos cuando se nos ocurre, y queremos que cada cosa se produzca en el
momento de nuestro antojo. Sólo ciertas almas orantes, espíritus habituados a
hablar con el Padre Celestial por la vía oracional, nos orientan y enseñan que
Dios tiene su Tiempo y que el Tiempo de Dios no es el mismo tiempo de los
hombres. Hoy, frente a este Evangelio, nos sentimos llamados a centrar nuestra
mirada en los Ritmos de Dios, en el acompasamiento del tiempo humano, el Cronos,
al tiempo de la Gracia, el Kairos.
La
perícopa que leemos en este V Domingo de Cuaresma (Jn 12, 20-33) tiene a este
respecto, un punto esencial: Las menciones sobre la Hora que se hacen antes se
refieren todas a una Hora no llegada todavía. A partir de esta vez, Jn 12, 23
Jesús anuncia que: Ἐλήλυθεν ἡ ὥρα
ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου
“Ha
llegado la Hora en que va a recibir su Gloria el Hijo del Hombre”.
El
ahora Papa Emerito, Benedicto XVI, nos recordó la herejía surgida en torno a
esta temática de la Obediencia de Jesús y su capacidad de acoger la voluntad
del Padre como su propia voluntad. Nos recuerda el Sumo Pontífice que los
Monotelistas hicieron surgir la pregunta «¿Qué hombre es el que no tiene su
propia voluntad humana? Un hombre sin voluntad ¿es verdaderamente hombre? ¿Se
ha hecho Dios verdaderamente hombre en Jesús si este hombre resulta que no
tenía una voluntad?» A este respecto es oportuno recordar al «…gran teólogo
bizantino Máximo el Confesor (†662) ha elaborado la respuesta a esta pregunta
en su esfuerzo por comprender la oración de Jesús en el Monte de los Olivos.
Máximo es ante todo y sobre todo un decidido adversario del monotelismo: la
naturaleza humana de Jesús no queda amputada por la unidad con el Logos, sino
que permanece completa… hay en Jesús la “voluntad natural” propia de la
naturaleza humana, pero hay una sola “voluntad de la persona”, que acoge en sí
la “voluntad natural”…Al asumir la voluntad divina, la voluntad humana alcanza
su cumplimiento y no su destrucción. Máximo dice a este propósito que la
voluntad humana, según la creación, tiende a la sinergia (a la cooperación) con
la voluntad de Dios, pero, a causa del pecado, la sinergia se ha convertido en
contraposición.»[2]
Obediencia
a los tiempos de Dios, saberse plegar a sus ritmos, nos sugiere un plan de
acción en nuestro caminar salvífico, si queremos apartarnos del pecado y hacer
la Voluntad de Dios, debemos trabajar por recuperar esa sinergia, no deformar
la libertad y la voluntad como un querer lo que “yo quiero”, sino por medio de
la espiritualidad de nuestra existencia, aprender a querer lo que Dios quiere,
porque en el fondo, eso es lo que verdaderamente “quiero yo”, aunque el Malo se
empeñe en convencerme que mi “querer” se opone al querer de Dios y que la
realidad debe adquirir los ritmos humanamente impuestos, pretendiendo forzar a
Dios a hacer “lo que a mí se me da la gana en el momento que a mí me viene en
gana”.
En
el Evangelio joánico, en 12, 27se lee: “Ahora, me siento turbado (τετάρακται). ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? Pero no.
Pues precisamente he venido para esta hora. (πάτερ δόξασόν σου τὸ ὄνομα)
Padre, ¡Da gloria a Tu Nombre! Como se nota de inmediato, mientras en Marcos la
oración es evidentemente, pidiendo si es posible no tener que pasar por este
trance; en Juan, Jesús asume la Pasión que le sobrevendrá, como la conclusión
lógica del encadenamiento de los hechos. Y lo presenta aquí como la razón de
ser de su Encarnación.
Se
podría deducir de esta perícopa que el Plan de Dios se quedaría trunco si no
sobreviniera la Pasión. Esta idea es muy enfática en los cuatro Evangelios
donde, en diversas oportunidades se plantea la necesidad de dar la vida sin achiques
puesto que esa donación es la que nos permite ganar la vida, mientras que
escatimarla conduce a perderla. Ver Mt 10, 38-39; 16, 24-25; Mc 8, 34-35: Lc 9,
23-24 y también Lc 17, 33.
Jesús
siempre pone como condición de un verdadero discipulado, la capacidad de tomar
la propia cruz e ir en pos suyo: “El que quiera servirme, que me siga, para que
donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi
Padre” Jn 12, 26.
Recordemos
que lo que da pie a esta perícopa es la solicitud de algunos “griegos” que -a
través de Felipe y Andrés- solicitan ser admitidos a la Presencia del Señor.
Muchas veces se ha dicho que estas declaraciones de Jesús son –por lo menos
extrañas- en ese contexto y, algunos han llegado a afirmar que no tienen nada
que ver, que Jesús lo que hizo fue cambiar de tema. Pues ya vemos que no es
así. Lo que Jesús hace es explicar las reglas de “afiliación”; podríamos
explicar la concatenación diciendo que frente a una solicitud de admisión (por
parte de unos griegos) Jesús responde señalando las condiciones y el
“reglamento interno”.
Nosotros
también podemos leer el “reglamento de admisión, la Misión-Visión” el requisito
de llegar hasta las últimas consecuencias para “dar mucho fruto”, la regla del
compromiso total, hasta dar la vida si fuere preciso –como tantos y tantos
mártires lo demostraron; es decir, la norma de admisión es el compromiso
total”, ahí verán, la admisión es libre y voluntaria, pero no a medias tintas,
o todo o nada, el cero o el infinito.
Llegando
a este punto conviene elevar nuestra oración
Pero, no es fácil
seguirte camino al Calvario
hacía el cual quieres ir a toda costa.
Sin embargo, si no mueres
no puedes entrar en la Luz de la
Resurrección,
si no mueres no derrotas la muerte.
Dame la fuerza, Señor,
para estar cerca de Ti
también cuando el camino sube,
para que pueda estar contigo
en la cumbre de la montaña y gozar
contigo
la belleza de las cumbres
siempre tan limpias y suaves. Amén[3]
[1] Martini,
Carlos María Crnal. POR UNA SANTIDAD DEL PUEBLO Ed. San Pablo Santafe de
Bogotá-Colombia 2da. Edición. 1994 pp. 30-31
[2] Benedicto
XVI, JESÚS DE NAZARET SEGUNDA PARTE DESDE LA ENTRDA EN JERUSALEN HASTA LE
RESURRECCIÓN Ed. Encuentro S.A. Madrid 2011pp. 189 - 190
[3] Dini,
Averardo EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II –CICLO B. Ed. Comunicación Sin
Fronteras Bogotá y Quito p. 34
No hay comentarios:
Publicar un comentario