DOMINGO DE RAMOS
EN LA PROCESIÓN Mt 21,
1-11;
EN LA MISA: Is 50, 4-7;
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Mateo 26, 14-27, 66
Cuando una situación
humana nos pide una total renuncia a nosotros mismos, nosotros, instintivamente
tratamos de esquivar, o simplemente emprendemos el camino de la fuga; nos vamos
en compañía de los apóstoles, que también huyeron ante el realismo de la pasión
de Jesús.
Carlo
María Martini, sj.
Con
frecuencia se nos hace incomprensible cómo fue posible tanto entusiasmo al
recibir a Jesús que entraba en Jerusalén para, después, con un cambio tan
radical, pedir que lo mataran y prefirieron a Barrabás antes que exonerar a
Jesús.
Quizás
cuando Jesús entraba en Jerusalén visualizaban al líder-guerrero que
restablecería el poder del Trono de David y los libraría del dominio romano.
Además, si era la fiesta de Pascua, la
fecha venía muy bien, es la fiesta de la “liberación”, cuando Dios obró prodigiosamente
a favor de la liberación del pueblo de Israel de la dominación egipcia. Parecía
lícito esperar que Dios obrara nuevamente, dando a la piedra de la honda de
David el poderío para librarlos del gigantón Goliat; o, que separara nuevamente
las aguas del Jordán para que los Israelitas lo cruzaran a pie enjuto. Este
pueblo escogido se había acostumbrado a ser el consentido de Dios y lo que
esperaban –más que al Mesías- era una nueva maravilla. Así es la mente
infantil: Sin duda pensaba ese “pueblo escogido” que “mi Papá le puede pegar a
tu papá”.
***
En
esta fecha vamos a leer la Pasión de Jesús, según San Mateo. «La muerte de
Jesús sobre la cruz, mientras nos proclama que Dios nos ama hasta el fondo,
mientras nos asegura que esta capacidad de amar se nos da a cada uno de
nosotros, nos invita a revisar con valentía y lealtad los criterios que
inspiran nuestras relaciones con los demás, nuestra dedicación al hombre,
nuestro servicio de hermanos.»[1]
Lo
que nos encontramos en esta lectura de la Pasión es «Una galería de personas
que se confrontan con la semilla del Reino. Cada uno con su respuesta distinta,
delante de un Jesús siempre igual en su actitud de disponibilidad y de oferta
de salvación»[2]
De
esta manera, engarzando cuadros, Jesús va llegando progresivamente a su
Reinado, en una soledad igualmente progresiva. Va subiendo hacía el Trono de su
Reino, el Madero de la Cruz. «…cuando se aproxima la muerte de Jesús, la
iniciativa pasa a Dios y a Jesús, y los hombres se convierten en agentes
activos para llevar a cabo el designio divino.»[3]
…
es al morir abandonado de todos, hasta aparentemente del Padre, asumiendo todo
el sufrimiento humano como siervo doliente, cuando Jesús revela cómo es Cristo
y rey»[4] «Frente a lo anterior, es inútil ponernos a
racionalizar nuestra fe. Si no experimentamos de alguna manera la profunda
miseria de la marginación humana que Jesús cargó en su cuerpo o si, por lo
menos no nos solidarizamos efectivamente con ella, ¿cómo vamos a creer que un
crucificado es el Juez universal, el Rey, el Mesías, el Hijo de Dios?»[5]
****
Regresemos
un poco. Vayamos al episodio dela entrada de Jesús en Jerusalén, tratemos de
entender este antecedente inmediato. Entre las maneras como Dios le hablaba a
su pueblo, por boca de los profetas, están los “signos”. Si Dios es coherente
con sus signos, el Mesías debería entrar en Jerusalén en una biga, una triga o
una cuadriga, según era el uso de los carros de guerra romanos; o –como mínimo-
a lomo caballo como lo hacían los guerreros al entrar triunfantes. Pero no. He
aquí que el Señor llega en su deslumbrante cabalgadura: πῶλον “Un burro”. Uno
no podría negarse a entender la simbología. El Señor, según lo leemos en el
Evangelio, no deja espacio a ninguna ambigüedad. Su cabalgadura es la más
humilde, la menos guerrera; no presagia ningún militar victorioso, no
pronostica héroe bélico.
«Todas
las experiencias de Dios del Antiguo Testamento iban encaminadas, como
revelación progresiva, hacia la revelación de Dios que realizaría Jesús… Lo que
hace Jesús es… que… Reúne toda la tradición en apretada síntesis y le da las
últimas pinceladas, resultando una obra maravillosa, nunca antes vista en su
plenitud.»[6]
Más
tarde, verlo aprendido, golpeado, humillado, abandonado de sus habituales,
reducido a un guiñapo, todo proyectaba la imagen de un anti-Mesías según sus
expectativas. Que entrara en un burrito se le podía perdonar –al fin de cuentas
así aparecía en una profecía- pero verlo desvalido, abandonado, sin ni siquiera
una “cuadrilla” de hombres que lo secundaran. Fue eso lo que los defraudó y la
decepción la pagaron con su traición. Le dieron la espalda.
Pero,
el entusiasmo inicial, especialmente porque se trataba de Galileos propensos a
las soluciones guerreristas, inclinados a la conspiración y a los atentados
“terroristas” puso nerviosos a los herodianos, a los del Sanedrín, a los
saduceos, que corrieron a alertar al procurador alarmándolo con la perspectiva
de un alzamiento.
¿Pueden
figurarse hasta qué limites pudo acrecentarse este nerviosismo al ver que Jesús
llegó directamente al templo? Basta recordar que ¡el corazón de este sistema
estaba, precisamente, en el Templo! Y Jesús llegó directo al Templo, lo
enjuicio con su mirada, revisó todo y salió con su “pandilla” de Doce.
Nadie
logra descifrar lo que proponía el jinete de este borreguil trono. Hablamos de
trono porque así lo tomó la gente: Le habían puesto “sus capas encima” para
dignificar el trono, “le extendieron sus capas a lo largo del camino” para
honrarlo, “Gritaban ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Ahí
viene el bendito reino de nuestro padre David!”. Seguramente a todos esos se
les pusieron los nervios de punta. Sus mentes debieron pasar lista a la lista
de sicarios de la época.
Pero
su propuesta apuntaba en la dirección de gestos sencillos de fraternidad, de
solidaridad, de “samaritanidad”. Este paso adelante en la madurez de nuestra fe
estamos llamados a darlo los creyentes de hoy, «He aquí tantas realidades
sencillas de nuestra vida cotidiana en las que Jesús desde la cruz nos pide
llevar a cabo una profunda conversión, ponernos realmente de rodillas ante la
cruz para captar el realismo y la fidelidad que cambian la vida.».[7] «La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente
inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza regeneradora del amor de
Dios», al decir del Papa Francisco; bebamos nosotros las aguas de Vida de esta
fuente y concentrémonos en «la coherencia de vida: entre lo que decimos y lo
que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras
palabras y nuestras acciones» como Papa Francisco: «Nosotros no podemos
continuar con una fe deformada, cargada de falsas expectativas. ¡Hay que
corregir la visión! No sigamos esperando que Él nos dé. ¡Es hora para dar
nosotros! ¡Demos caridad coherente!»
[1] Martini
Cardenal, Carlo María. sj POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA
DÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
D.C.-Colombia 1995. p.144
[2] Martini
Cardenal, Carlo María. sj. LAS NARRACIONES DE LA PASIÓN. MEDITACIONES Ed. San
Pablo Santafé de Bogotá D. C. 1998. pp. 94-95
[3] Martínez
Aldana, Hugo Orlando. EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE MARCOS Ed. Consejo Episcopal Latinoamericano
CELAM Bogotá- Colombia 2006 p. 111
[4] Charpentier, Etienne PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed.
Verbo Divino Navarra-España 2004 p. 84
[5] Balancin,
Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed San Pablo
Bogotá D. C. – Colombia 2002 p. 182
[6] Equipo
“Cahiers Evangile” PRIMEROS PASOS POR LA BIBLIA Cuadernos # 35 Ed. Verbo Divino
Navarra – España 1992 p45
[7] Martini
Cardenal, Carlo María. sj POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA
DÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
D.C.-Colombia 1995. p.145
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