Éx 20, 1-17; Sal 18, 8. 9. 10. 11; 1Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25
«Yo soy
el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.»
Ex 20, 1b
La verdad es que, a
veces, a Cristo deben entrarle ganas de enarbolar el látigo contra nosotros…
Helder Câmara
Toma
un camino y vas idolatrando,
o,
eliges el otro y vas re-ligando.
Ahí
está el dilema de la vida.
La
vida encierra múltiples disyuntivas,
pero
esta es la gran alternativa.
“Jesús
los conocía a todos”,
nos
revela el evangelio.
“Él
sabía lo que hay dentro del corazón de cada uno”.
Esto
es un poliedro, curiosa palabra que significa “múltiples caras”
esa
es como “una” de las caras que conocemos de Dios,
no
conocemos a Dios exhaustivamente,
tenemos
de Él lo que en su Infinita Bondad nos ha manifestado,
nos
ha brindado todo el conocimiento necesario
para poder llegar a Él,
pero
no podemos agotarlo.
Sin
embargo, la Belleza de Dios –el mayor placer estético que nos es posible-
es
tan inefable, que nos encanta,
nos fascina,
nos enamora.
Que
Él conozca perfectamente lo que hay en cada uno de nosotros
¡Qué asombroso!
Tiene
que ser un Dios Omnipotente para que
pueda saber,
con
certeza, cómo es el corazón de tanta gente,
¡y
somos millones de millones, y nos conoce a cada Uno!
Nos
ha creado libres, nos hace libres, nos deja libres (¡no condenados a nuestra
libertad!)
pues
nos creó capaces de trascender a nuestra propia libertad;
tiene
que ser Muy pero Muy Omnipotente
para conocernos
atravesando
nuestras arbitrariedades,
y
remontándolas,
sobrepasarlas con su Misericordia
y
ungirnos
con
el óleo Santo de su Perdón.
Tiene
que ser un Dios descomunalmente Piadoso
para
poder sacar de tan pobre miseria
el portento del “hombre nuevo”,
haciendo
–a partir de pobres pecadores- Templos.
Él
dio inicio al proceso,
mostrándonos en su propio cuerpo
la
transformación
en
Hombre Nuevo.
Lo
vemos blandir el látigo
-lo cual es profecía-
de
su propia flagelación.
Ahí
mismo empieza el mapa que dirige
cómo podemos dejar nuestras flaquezas
y
consagrarnos para ser Casa de Dios,
Basílica,
Santuario.
Aquí
empieza la lección que se titula
«También
nosotros podemos ser reconstruidos
en
“Tres Días”» -plazo que significa “un Tiempo de Salvación”.
¡Anhelemos
esa Transfiguración:
De
Personas a Templo de la Resurrección!
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