Is 40, 1-5; 9-11; Sal 84, 9ab. 10-14;
2 Pe 3, 8-14; Mc 1, 1-8
La
división del mundo en buenos y malos es muy cómoda; es radicalmente falsa. La
verdad es que la línea divisoria que separa el bien del mal en este mundo pasa
por el centro de cada uno de nuestros corazones.
José
Luis Martín Descalzo
Estar
despiertos, permanecer alertas, vigilantes, ¿haciendo qué? ¿Esperando qué? En
tiempo de Adviento, más claro que en ninguna otra época, sabemos lo que estamos
esperando: Al Señor clamamos, ¡Ven a nuestras almas, ven, no tardes tanto! Es a
Jesús a quien aguardamos.
¿Cómo
podemos demostrarle que lo esperamos con todo amor, inclusive con impaciencia?
(Ya nos lo dice San Pedro, en la Segunda Lectura, que “hay quienes lo acusan de
tardanza” 2Pe 3, 9b). Tenemos que “allanarle las sendas”, así lo reclamaba el
Profeta Isaías (Is 40, 3c). Pero dos versos más arriba el Profeta es más
explícito: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”, “grítenle que está perdonado su
pecado” (Is 40, 1a. 2c). O sea, que en medio del desconsuelo hay que alzar la
voz para que sepan que Dios no nos ha olvidado, para que se renueve la fe, para
que se sepa que Dios nunca nos falla, que está con nosotros, también en los
momentos más desesperados, cuando parece que todo es desolación y muerte, aun cuando
haya muchos que ya no creen. Es la hora de desenterrar de entre las cenizas, la
Luz Esplendida de Dios.
(Espacio reservado
para una parábola)
«AVANZA
Contaban que un par de marineros había bebido durante toda la noche
en una isla cercana al puerto. En la madrugada salieron muy tomados y en medio
de la oscuridad subieron a su bote al cual apenas pudieron llegar. A duras
penas empezaron a remar y continuaron remando hasta que al amanecer un poco,
uno de ellos se dio cuenta de que ¡no habían desamarrado el bote!
Cuantas veces nosotros tratamos de hacer esfuerzos para mejorar
nuestras vidas, sin embargo dejamos de lado el hecho de que para seguir
adelante requerimos más que buena voluntad. Requerimos soltar amarras que nos
atan al puerto. Hay muchas amarras que nos pueden retrasar. Odio, rencor,
dolor, tristeza, apatía, pereza o tantas otras cosas a las que estamos
expuestos cada día. Si queremos avanzar, debemos soltarnos de todas esas cosas
que de una forma u otra evitan que nos acerquemos a Dios.
No desgastes tus fuerzas remando sin haber soltado tus amarras, usa
todas tus fuerzas para perdonar, levantarte, animarte y luego usa todas tus
fuerzas para avanzar.
Y si sientes desde hace mucho un deseo en tu corazón de que hay
algo que falta en tu vida, algo que sientes que has tenido que hacer siempre
pero no lo has hecho y no sabes que es. Si sientes que tienes tal vez trabajo,
familia, auto y hasta prosperidad pero a pesar de todo eso sientes que algo te
falta, ese es Dios que te llama a servirle. Ese es Dios que te llama a avanzar
hacia Él. No esperes más, busca hoy mismo la iglesia y el servicio a Dios.
Busca un grupo, una parroquia y empieza ser pleno llenando ese espacio que sólo
Dios puede llenar en tu vida. Y serás entonces totalmente pleno. Vamos, AVANZA.»[1]
Esto
es lo que nos recomiendo San Pedro en la Segunda Lectura, μετάνοια la metanoia 2Pe 3, 9e, vivir ἐν
ἁγίαις ἀναστροφαῖς un
estilo de vida santo, εὐσεβείαις
piadoso 2 Pe 3, 11; σπουδάσατε ἄσπιλοι καὶ ἀμώμητοι αὐτῷ εὑρεθῆναι ἐν
εἰρήνῃ esforzarnos por
encontrarnos sin mancha, sin culpa y en paz. 2Pe 3, 14b.
Esta
“traducción” que encontramos en la Segunda Carta de San Pedro nos ilustra muy
concretamente en qué consiste lo que dice Isaías con sus figuras tan elegantes,
tan poéticas -lo que le ha valido un sitial en la literatura hebraica- cuando
dice: “Que los valles se eleven, que las montañas y las colinas se abajen, que
los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos” Is 40, 4. En la
historia de los marineros borrachos, esa metanoia se ilustra con la
llamada a “usar todas las fuerzas para perdonar, levantarse, animarse y luego
usar todas las fuerzas para avanzar”. «Yo, y sólo yo, puedo enderezar lo
torcido que llevo dentro»[2]
Así
queda muy claro para qué se nos pedía en el Primer Domingo de Adviento que
estuviéramos despiertos, vigilantes, alertas.
No recordar a San Juan Bautista, ni dirimir si era o no Elías redivivo,
sino imitarlo, comprometernos a ser precursores de Jesús que “ya
llega, a regir el orbe con Justicia”. Sal 96(95), 13. cfr. 2Pe 3, 13c.
«…
la misión del Bautista, del Precursor, no es solamente un anuncio hecho con
palabras, sino testimonio encarnado en la vida: es imitación de Jesús y es
preparación a su destino de sufrimiento.
Y
cada uno de nosotros, llamado según su vocación a preparar el camino al Señor
que viene, debe inspirarse, por tanto, en este testimonio con las palabras, con
los hechos y con la vida. La vida empleada en la caridad, a partir de la
Eucaristía que celebramos, nos hace verdaderamente precursores de Cristo y
capaces, en cierto modo, de preparar su venida en el corazón de los hombres y
en las diversas expresiones de la vida social: aun en las expresiones de más
sufrimiento y dificultad.»[3]
[1]
Agudelo C. Humberto A. Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas
3ra reimpresión 2005 Bogotá – Colombia p. 210
[2]
Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. TOMO II – CICLO B. Ed.
Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá – Colombia p. 16
[3]
Martini, Card. Carlo María. sj. POR LOS
CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Santafé de Bogotá D.C. –
Colombia 1995 p.530
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