sábado, 13 de diciembre de 2014

¡QUE SEA EVIDENTE NUESTRA FE!


Is 61, 1-2a. 10-11; Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54(R.: Is 6 1, 1 Ob); 1 Tes 5,16-24; Jn 1, 6-8.19-28

« El Evangelio es ante todo alegría, apertura, certeza de ser amados por encima de cuanto podemos imaginar o esperar y, por tanto, esperanza de dar a nuestra vida, aunque humilde, pobre, escondida, un significado de amor y de servicio. Esperanza de hacer de nuestra vida algún bien para los demás, para todos aquellos que esperan recibir la manifestación de este don.»

Card. Carlo María Martini

La palabra Evangelio significa Buena Noticia, frente a una buena noticia lo que sobreviene es la alegría. Por lo tanto, nosotros, los que hemos recibido la noticia que alegra, hemos sido llamados a la dicha, a la bienaventuranza. ¿Quién es el Evangelio? Jesús es la Buena Nueva, si lo hemos aceptado como “Dios con nosotros”, se puede decir que tenemos la obligación de la alegría. No se explica que un fiel creyente ande por ahí desalentado, sumido en su tristeza, como si estuviera dejado de la mano de Dios, ¡ese es un anti-testimonio!


Durante mucho tiempo se creyó que –siendo el Evangelio un asunto tan serio- nuestro porte de fieles devotos sería el de la “seriedad”, entendida como cara larga y semblante adusto. La Nueva Evangelización tiene que trabajar para corregir eso, y debemos sentirnos llamados a confesar nuestra Alegría porque el Santo Nombre de Jesús es de Victoria, de Resurrección, de Vida.

Este Tercer Domingo de Adviento celebra la Alegría es Domingo de Gaudete, así se nos recuerda desde el Introito de su Liturgia que se tomó de la Carta a los Filipenses capítulo 4, versos 4.5: Χαίρετε ἐν Κυρίῳ πάντοτε· πάλιν ἐρῶ, χαίρετε…. ὁ Κύριος ἐγγύς· “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca. No se lee 5a –pero nos parece importante recordarlo- dice: τὸ ἐπιεικὲς ὑμῶν γνωσθήτω πᾶσιν ἀνθρώποις. “Que todas las gentes los conozcan a ustedes como personas bondadosas”; la palabra γνωσθήτω implica que les sea evidente, que les salte a la vista, o sea que debemos ser Luz del mundo y sal de la tierra por nuestra ἐπιεικὲς bondad, mesura, razonabilidad, amabilidad.

En la Primera Lectura, más exactamente en Is 61,10 nos dice el profeta: שֹׂ֧ושׂ אָשִׂ֣ישׂ בַּֽיהוָ֗ה תָּגֵ֤ל נַפְשִׁי֙ בֵּֽאלֹהַ֔י כִּ֤י הִלְבִּישַׁ֙נִי֙ בִּגְדֵי־יֶ֔שַׁע מְעִ֥יל צְדָקָ֖ה “Me alegro en el Señor con toda mi alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia”; ahí tenemos dos razones de mucho peso para estar alegres: la Salvación y la Justicia que son nuestras vestimentas, nuestro abrigo, nuestra protección y defensa. A través de ellas se transparenta la bondad con la que nos damos a conocer.


En el Salmo Responsorial echamos mano al Magnificat y escuchamos a la Santísima Virgen darnos modelo de alegría: “mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador”… más adelante insiste “me llamaran μακαριοῦσίν Dichosa” porque Dios no se olvida que su Nombre es Misericordia y tiene presente siempre a su pueblo escogido.

En la Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses se enfatiza: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.


El Evangelio, tomado de San Juan, vuelve sobre la figura del Precursor y esto tiene un motivo que vamos a buscarlo en el Evangelio según San Lucas, Juan el Bautista ya desde el vientre de Santa Isabel se alegró en Jesús. Recordemos estos versículos: “… tan pronto como oí tu saludo, mi hijo saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. Lc 1, 44-45. Jesús se mueve en la alegría, se enmarca en la dicha, ese es su contexto, no la languidez.


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