Hch 20, 28-38
Tomar conciencia de nuestro precio
El pastor no es el
dueño de la comunidad, sólo un empleado que cuida del pueblo cuyo dueño es Dios
y que Él adquirió al Altísimo precio: la muerte de su Hijo Jesús.
Ivo Storniolo
En
este tercer viaje la preocupación central es la organización y el
fortalecimiento de las comunidades.
A
los ancianos -líderes de las comunidades de Éfeso- se dirige San Pablo en su
discurso de despedida -este es el tercer gran discurso de Pablo (Hch 2, 17-38),
el primero fue a los judíos (Hch 13, 18-41), y el segundo a los griegos (Hch,
18-41); aquí se nos ofrece el ideal del misionero cristiano y un modelo de
comunidad y les da una función “episcopal” y les recomienda que se cuiden,
antes que todo, de sí mismos, y, en segundo lugar, de sus respectivos rebaños.
Que sean buenos, coherentes, personas fieles a la misión. Que cuiden el rebaño:
Que animen a las comunidades, que ayuden a cuidar las semillas del evangelio.
Esas ovejas que ellos tienen la misión de cuidar, son las que Jesús adquirió,
pagando por ellas el carísimo precio de su Propia Sangre.
Hay,
además, una previsión, les anuncia lo que va a pasar tan pronto el Ascienda a
la Derecha del Padre, vendrán los “lobos feroces” a mezclarse entre ellos,
serán despiadados con sus ovejitas. Todavía es mayor el riesgo, pues del grupo
de los ἐπίσκοπος [epíscopos] “supervisores”, “capataces”, “obispos”; unos se
voltearán, y despotricarán contra los “leales”, para arrastrar tras de sí a los
discípulos. En estos casos se suele preguntar, ¿les suena conocido? Y, acto
seguido se añade: “cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia”.
Presiento que esta Palabra de Jesús -puesta en los labios de San Pablo- se hace,
hoy por hoy, tan cierta como entonces. ¡Quizás más!
“El
Espíritu Santo los ha constituido como guardianes, como animadores, personas que
tienen la misión de cuidar a la comunidad, elegidos para apacentar la Iglesia
de Dios, que se adquirió para Sí con la sangre de su propio Hijo (Hch 20, 28;
cfr. Is 53, 10)
San
Pablo les hace caer en la cuenta que él ha perseverado, durante tres años,
enseñándolos a discernir el peligro, a presentir las amenazas, a permanecer
siempre muy “observador” para detectar a las fieras voraces, siempre al acecho.
Ahora, cuando él parte definitivamente, en la misma línea de la oración
sacerdotal, los encomienda al Altísimo, y pide, a la Gracia radicada en la
Palabra, que obre con todo su Poder para trasformar a estos presbíteros
“guardianes” a la santidad, edificándolos como heredad del Hijo.
Luego,
arguye que los presbíteros no tienen que buscar el lucro a costas del rebaño,
que la caridad se ejerce con los estipendios ganados con el propio esfuerzo y
el propio trabajo. Inmediatamente expresa, con una oración gramatical que no se
puede descontextualizar, y que él empieza -a pronunciarla- refiriéndose a sí
mismo, “Hay más dicha en dar que en recibir”, expresión que encontramos
-aproximadamente, no palabra por palabra- en proverbios 11, 25: “el que es
generoso prospera, el que da, también recibirá”. Ningún evangelista lo relata,
pero, nada constituye óbice para que él (San Pablo) lo hubiera oído de uno de
los discípulos del Señor Jesús, relatado de viva voz. En el contexto paulino,
se enlaza firmemente con su consejo: “siempre les he enseñado que es trabajando
como se debe socorrer a los necesitados”. Una forma de trabajar fue organizar
la colecta para llevar socorro caritativo a la -paupérrima- comunidad
hierosolimitana, auxilio pecuniario que, para mayor garantía, él quiso llevar y
entregar personalmente, y no por interpuesta persona.
Acto
seguido se postró de rodillas y se puso en oración, lo cual arrancó lágrimas a
los asistentes que arrojándose a su cuello lo orlaban de besos. Así, con la
intensa herida de separarse definitivamente, sin esperanza de volverse a
encontrar, lo escoltaron a la nave.
Así lo leído se constituye en un excelente prólogo a la Passio Pauli, en la que nos concentraremos en los tres días que nos quedan del estudio de los Hechos.
Sal
68(67), 29-30. 33-35a. 35bc-36d
Este cántico por la
elevación de su lirismo y por la oscuridad de sus metáforas es uno de los más difíciles
del salterio.
P, Eliécer Sálesman
Pablo
acaba de pedir a Dios y a Jesucristo que enriquezca a los “episcopos”, con su
Gracia y la que proviene de la Palabra. El Salmo, da continuidad a esta
súplica, dirigiéndose el Rey de reyes, a esos episcopos el salmo responsorial les
pide cantar y ofrecerle tributos.
En la segunda estrofa, les pide, no limitarse a los cantos, sino reforzar con música de instrumentos, que sirvan de fondo a la Voz Divina, que nos ordena reconocer el Poder de Dios.
La
tercera estrofa nos dice donde se visualiza Su Poder, “sobre las nubes”, desde
donde envía sus rayos luminosos que reverberan sobre el Pueblo Escogido. ¡Por
todo, Dios sea bendito!
«Hay
que ir más allá de las imágenes grandiosas de esta epopeya y leerla con el
corazón, como interpretación de la “historia”: el Dios de los “pobres,
el que ha escrito en su tarjeta de visita: “Padre de los huérfanos y defensor
de las viudas”, pone todo su poder de “cabalgador sobre las nubes” al servicio
de quienes ama con predilección, para pulverizar a sus enemigos. ¡La gran
victoria de aquel Dios, es la cruz de Jesús!» (Noël Quesson)
Jn
17, 11b-19
Padre Santo, cuida en
tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.
Jn 17, 11b
«De
este eterno amor entre el Padre y el Hijo que se extiende en nosotros por el Espíritu
Santo, toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace
siempre otra vez la alegría de seguir al Señor». (Papa Francisco)
En este capítulo 17, ya se dijo, tenemos la “Oración Sacerdotal” -que ayer subtitulamos “el Padre Nuestro Joánico”. «Esta oración es una “Eucaristía Cósmica”. El destino del mundo es la manifestación de la Gloria: el amor del Padre y del Hijo, de un modo progresivo pero inexorable, brillará en el corazón y en el rostro de cada hombre. Jesús da gracias por eso; también nosotros damos gracias, haciendo memoria de su glorificación. En el centro de la oración está el “ser uno” de los discípulos, presentes y futuros. Es el don del Hijo, que nos hace hijos y hermanos.» (Silvano Fausti)
Aquí
se pasa revista a los conceptos fundamentales de este Evangelio. Pero no es un
repaso, por repasar, por mejor aprender. Nos va mostrando cómo, con estas
mismas piezas, intercambiándolas, se puede construir una escalinata al Cielo.
Mencionemos
las piezas que se destacan en la perícopa de hoy:
a) El Nombre Altísimo
b) Unidad (como
comunión).
c) La tutela que Jesús
ejerció mientras estuvo a nuestro lado físicamente.
d) La Escritura, como
Libro profético.
e) Jesús regresa al
origen del que se desgajó
f) El mundo, como un colectivo
de rechazo.
g) La alegría que da
Jesús, su Inmensa Paz.
h) La entrega de la
Palabra al mundo.
i) No se trata de que
nos quite de la “Batalla”, sino que nos dé la fortaleza necesaria para no
“rajarnos”.
j) Porque ¡el Maligno
nos va llevando a dentellada limpia!
k) El corazón del
mundo, enjaulado por el Maligno, queda “sordo”, incapaz de oír la Verdad de la
Palabra.
l) La Santificación de
Jesús es el Aceite Santo de nuestra Unción.
Y
es que nosotros no estamos ungidos con aceite de olivas, nuestra unción es en
el Amor que Sangra del Corazón de Jesús martirizado. Su Sacrificio es un Óleo Santo
que convierte la verdad, de concepto aéreo, abstracto, etéreo, en Persona
Soteriológica, en Vida, de Caridad, de Fraternidad, de Sinodalidad. Ese
Amor-Aceite es el que se empapa en la piel de nuestra propia vida: «Aspecto
esencial del testimonio del Señor Resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos,
como la que existe entre Él y el Padre”.
En
nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de
múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las
exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo.
Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a
ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen
preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.» (Papa Francisco)
¡Oh
Señor, Úngenos con tu Santo Espíritu! ¡Santifícanos en la Verdad!
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