lunes, 9 de junio de 2025

Martes de la Décima Semana del Tiempo Ordinario

 


2Cor 1, 18-22

Vamos a trabajar esta semana y la próxima, hasta el sábado de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario, la Segunda Carta a los Corintios. Solo que mañana miércoles -que celebramos la memoria de San Bernabé- y pasado mañana -que celebraremos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote-, interrumpiremos, por estos dos días, ese estudio.

 

Yo pensaba -antiguamente- que, al ser una carta, sería un documento que Pablo se sentó y en dos o tres tiradas la habría escrito. Pensaba, en mi desinformación, que había empezado en el capítulo 1 y había terminado por el capítulo 13, eso me parecía lo lógico. A medida que avanzamos en nuestros estudios bíblico, supimos que las suposiciones más eruditas y aceptadas, hablan de seis cartas:

·         La primera, se cree que podría ser 2Cor 6,14 – 7,1; mientras que otros -y no son pocos, piensan que, la verdadera Primera Carta a los Corintios, se perdió, y no ha llegado a nuestras manos.

·         La segunda Carta, habría sido escrita en Éfeso y es la que nosotros conocemos como Primera a los Corintios.

·         Muchos estudiosos consideran que sería el fragmento de 2Cor 2,14 – 7,4 que se cree fue escrita en el año 55.

·         Sería el fragmento de los capítulos 2Cor 10 -13, cuatro capítulos. Otros estudiosos dicen que esta Cuarta Carta también sería un documento perdido que no nos ha llegado.

·         La Quinta Carta sería la porción 2Cor 1,1 – 2, 13 y 7, 5-16.

·         La Sexta Carta sería el capítulo 8 de 2Cor

Así las cosas, la perícopa de hoy, provendría de la Quinta Carta.

 

Como antecedente de la Lectura de hoy, recogemos el dato que Pablo -no puedo cumplirles la visita que les había prometido- es acusado -por ese motivo- de ser un falso, un hipócrita, un “doble cara”. Pablo procura por medio de la Carta, explicarles que unos son los planes que como seres humanos nos trazamos, con el sincero propósito de cumplirlo; pero, a veces los designios Divinos, llevan las cosas de otro modo. Nosotros no debemos atenernos a la fragilidad humana, sino, entender que todo se cumple con la firmeza del Plan de Dios: “La palabra que les dijimos no es si y no”. Es muy hermoso saber que la Palabra comunicada por el Evangelizador, es una palabra confiable, no provisional, y no engañosa. Antes de avanzar en procura del desciframiento de estas palabras, insistamos que no se deben tomar aisladas, descontextualizadas, sino que algo que se dice, siempre está entretejido con lo que se ha dicho previamente y, también, con mucha frecuencia, se abre a lo que se dirá después. Pablo les está revelando que una cosa piensa él, pero lo que ha de cumplirse es la Voluntad de Dios.

 

“La palabra que les dijimos no es si y no”. A que se refiere, miremos un poco antes de 2Cor 1, 18-22. Al inicio de esta Carta, del capítulo primero, los versos 1-7. Debe haber algo en la perícopa que no se lee 2Cor 1, 8-17, que se remite a esta palabra que les dijimos no es sí y no. En el verso 13 nos garantiza que en sus cartas no había segundas intenciones, luego, en el verso 15, nos dice que él se había trazado el proyecto de irlos a visitar, y confiesa que quizás actuó con precipitud… pero las cosas no se dieron, … y no pudo ir. Es probable que se hayan quedado esperándolo, es posible que alguien o algunos hayan echado leña al fuego, azuzando los ánimos contra Pablo, señalando que decía una cosa, y luego hacía otra, quizá se decía que él los estaba evadiendo, se ha llegado a establecer que los ánimos estaban verdaderamente exaltados contra Pablo, y Pablo estaba supremamente entristecido por la actitud mostrada contra él, de parte de los corintios. La idea como nos la relata en el verso 16 había sido llegar hasta Macedonia y pasar luego a visitarlos. No hubo segundas intenciones, ni hubo ninguna jugada por debajo de la mesa. Todo cuanto Pablo, Silvano y Timoteo hicieron fue como Dios lo dispuso, como Dios lo quiso, sin más allá ni más acá. Todo lo comunicado y enseñado, fue conforma el “SI” de Dios. Sus siervos Pablo, Silvano y Timoteo se han limitado a decir “Amén” a las disposiciones de Dios.

 

Luego, Pablo les muestra en la Carta sus credenciales, credenciales confirmatorias: Unción, sello y Espíritu. La tensión que hubo se disipó. Tito supo mostrar y argumentar la generosa disposición de Pablo y los corintios -en ese entretanto- tuvieron la bendición de reconocer la valiosa pastoral del Apóstol de los gentiles desarrollada, en otras partes, pero también entre ellos. Por tanto, estamos en presencia de una Gracia sanadora y fortalecedora que el Espíritu derramo sobre ellos para fortalecer esta comunidad y consolar el afligido corazón del Pastor, Pablo. Queremos trascribir los versos 23 y 24 que complementan el cuadro mostrado y nos dan a traslucir la obra del Espíritu que construye comunidad entre los corintios: “Dios sabe, y se lo juro por mi propia vida, que sólo la misericordia hacia ustedes me inspiró no volver a Corinto. No pretendo controlar autoritariamente su fe, sino darles motivos de alegría, y hablando de fe, ustedes se mantienen firmes”.

 


Aquí se pone en evidencia el problema del “juicio a la conducta ajena”. Muchas veces nos atenemos a creer en el dicho “piensa mal y acertaras”, pero este dicho está fundado en la desconfianza, llega hasta el extremo de asegurar que la gente siempre opta por hacer lo malo, y por eso, estaríamos autorizados a vivir en el mundo de la suspicacia constante. Se llega más lejos: atribuimos al prójimo con seguridad la falsedad, la hipocresía y la doblez. Un verdadero sentido de sinodalidad debería llamarnos a pensar bien del hermano y a creer en él “hasta que se demuestre lo contrario”, como mínimo.

 

Sal 119(118), 129.130.131. 132. 133. 135

Este es un salmo de súplica. En torno a la Ley de Dios desarrolla sus 176 versos, de los cuales se han escogido 6 para proclamarlos en este día. En cada verso encontramos alguno de los sinónimos de la palabra Ley. Hoy nombramos: Preceptos, Palabras de Dios, Mandamientos, Norma, Su Promesa y Decretos. A medida que lo desgranamos, más nos sorprendemos que queramos infringirla y contradecirla. ¿Por qué nos imaginamos más prudentes, más sabios, mejores juristas que Él?

 

Declamar este Salmo, o alguna de sus partes podría, si le permitimos al Espíritu obrar, hacernos más dóciles y mejores amantes de su Bondad retratada en sus Mandatos de insólita perfección.


Cuando amorosamente escuchamos alguno de estos versos de inmediato brota en nuestra alma la voluntad de acatar, y la sorpresa del total Amor que Él nos profesa. Advertimos que ha legislado para nuestro bien y para procurarnos la mayor felicidad. Comprendemos que nos ha plantado un sendero florido para convivir en armonía y gozar de la existencia. La perfección de este Jurisconsulto nos conduce a la Alabanza emocionada y, a sentirnos hijos protegidos por el Padre. Te rogamos para que nos conserves libres der la maldad que nos podría encarcelar y cargar nuestros tobillos de tristes grilletes.

 

Ilumínanos, ¡Señor! con el Dulcísimo Resplandor de Tu Sabia Ley. Haz brillar tu Rostro sobre nosotros, tus siervos.

 

Mt 5, 13-16

La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga, sino que se refuerza. Sin embargo, puede disminuir si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz se encuentra con la de la sal. La página evangélica, de hecho, nos dice que, como discípulos de Cristo, somos también «la sal de la tierra (v. 13)». La sal es un elemento que, mientras da sabor, preserva la comida de la alteración y de la corrupción —¡en la época de Jesús no había frigoríficos! —.

Papa Francisco

La perícopa anterior a la de hoy es Mt 5, 3-12, o sea, las Bienaventuranzas. Pero hay un antecedente globalizante (Mt 4, 23-25): y es el sumario que sirve de marco al Sermón del Monte (Mt 5,1-7,29)


Continuamos en la órbita del ¡Gustad y Ved! ¿Qué hemos de degustar? ¿Qué hemos de ver? La sal y la luz, respectivamente. Nosotros estamos llamados a llegar a esa condición. ¿Cómo podemos llegar a ser sal? ¿Cómo podemos ser luz? Pues, estamos invitados a adquirirlos en Jesús, Él es el Maestro del Buen Sabor y de la Iluminación. No sólo hemos de adquirir Sabor y Luz, sino que -además- hemos de aprender a conservarlos, y a brindarlos, en transitoriedad, que otros muchos puedan percatarse del significado del lenguaje de Jesús, y seguirlo.

 

Siempre se debe enfatizar y tener muy presente que no “adquirimos” la Sal y la Luz para “almacenarlos”, sino, para ofrecerlos, para compartirlos, para comunicarlos. ¡Ese Sabor y esa Claridad evidentemente nos llenan de gozo, nos inyectan la bienaventuranza, y el corazón vive en una paz sinigual! Pero su finalidad y su sentido no consiste en las luces de bengala que chisporroteen en nuestro corazón, sino en el compromiso de llevarla hasta los “confines de la tierra”, convirtiéndonos en “animadores de la fe”.

 

¡Qué se nos note! Con todo respeto de los que con muy buen y santo ánimo quieren que nuestra dicha transparente al Señor para de esa manera promover la Evangelización; expresamos nuestras reservas. Hemos tenido la ocasión de vivirlo en carne propia: el peligroso riesgo de este beatísimo propósito, que se va diluyendo, como los fuegos artificiales, y lo escaso que queda, se deshace en humo. No somos “figuras públicas”; nuestro único afán debe ser “agradar y alabar a Dios”, el crecimiento de la obra Soteriológica debemos dejarlo en Manos del Señor, sólo Él conoce “la hora”. Lógico que no podemos andar por ahí dando el mal ejemplo, o viviendo de espaldas al Evangelio; pero eso no debe obsesionarnos porque siempre estarán los que critican porque si, y también porque no. Pensemos, la luna -que como bien sabemos, no tiene luz propia- sin embargo, con su silencioso, su modesto, pero a la vez, persistente reflejo de la luz solar, nos da un testimonio imperecedero y rompe la oscuridad de las noches más profundas.

 

Nuestra manera más contundente de dar Testimonio -a través de toda la historia- ha sido “hacer el bien”. La Iglesia registra de manera incuestionable la memoria imperecedera y el testimonio de caridad tan contundente que las instituciones caritativas de la Iglesia y algunos santos, han dejado como huella y proclamación del Poder Divino y de la Gloria de Jesús, que pasó haciendo el bien, que padeció y sufrió, que inclusive lloró con amargura por la amada ciudad en Sion. Pero que poco afán tuvo en el qué dirán, o en participar en bailes y otras actividades carnavalescas, ni en aparecer en banquetes “de caridad”, ni en arrancar aplausos o sonrisas. Pensé un ratito, y no se me ocurrió ningún chiste que Jesús hubiera pronunciado… ¡A usted -amable lector- ¿se le ocurre alguno?


El objetivo no es dar pretextos a los de ceño fruncido, que ponen los ojos en blanco, se cruzan de brazos y marcan el ritmo - con el pie- impacientes; sino justipreciar lo que verdaderamente nos debe preocupar e interesar a la hora de querer ser Sal y Luz del mundo. Una vez más pronunciemos nuestra jaculatoria: Ilumínanos, ¡Señor! con el Dulcísimo Resplandor de Tu Santo Espíritu, sólo Tú puedes guiarnos a hacer lo que Tú quieres, ¡ni más ni menos!

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