Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3. 6-7. 8-9; Ef 1, 17-23; Lc 24, 46-53
Al conocer lo que Dios nos ha dado, encontraremos muchísimas cosas por
las que dar gracias continuamente.
San Bernardo de Claraval
Jesús glorioso y poderoso está en nosotros, está en nuestras manos para
que podamos construir una sociedad más justa, está en nuestra mente para que
podamos reflexionar sobre lo que es bueno y lo que es verdadero, está en
nuestro corazón para que podamos elegir lo que lleva a la vida y al amor.
Carlo María Martini.
Dios
en la Persona de su Hijo entra con victoria definitiva y queda entronizado por
toda la Eternidad a la Derecha de Dios-Padre. A Él se entrega el Sitial que ha
recibido desde Siempre y para Siempre, su entronización en el tiempo es sólo
una simbología, o mejor aún, una metáfora para nuestro entendimiento, de lo que
le pertenece por siempre, desde siempre y para Siempre. Desde esta clave
podemos leer Efesios 1, 19c-23: "conforme a
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de
entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo
en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas la cosas
y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del
que lo llena todo en todo." El salmo que leemos en esta fecha nos deja ver
la oportunidad que tenemos –litúrgicamente hablando- de reconocer y cantar la
Victoria de Jesús a Quien Dios-Padre ha levantado de la muerte, entrando así –por
Única Vez al Sancta-Sanctorum, (Kodesh haKodashim)- lo que se explica muy bien en la perícopa de Hebreos que
constituye la Segunda Lectura de esta Liturgia: "Pues no penetró
Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del
verdadero, sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento
de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo
como el Sumo Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena. Para
ello habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino
que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para
la destrucción del pecado mediante su sacrificio." (Hb 9, 24-26). Esta Victoria es la que se aclama en el Salmo,
que nos habla –tácitamente- de su Regreso, pero a la vez, nos confirma en la
heredad que Él nos comunica, de estar -también por su Misericordia- invitados
para que ascendamos –también nosotros- a su Gloria, que en la Carta a los
Hebreos se llama Santuario. En esa misma perícopa se hace mención de su “Última
Venida” que allí se llama δευτέρου “La segunda vez” (Hb
9, 28d). Es esta, pues, una fecha de jolgorio, de dicha, para cantar y hacer
resonar la trompeta a Jesús-Victorioso, es día de Aclamación, “La Ascensión de
Cristo es nuestra garantía que un día estaremos a su lado, en el Cielo, para
alabar la Gloria de Dios Nuestro Padre.”
En su obra sobre Jesús de
Nazaret, nuestro entrañable Papa Emérito, Benedicto XVI escribe: «… una
interpretación tomada de las homilías de Adviento de San Bernardo de Claraval,
en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: “Sabemos de
una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una
venida intermedia (adventus medius)…
En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad, en esta segunda en
espíritu y poder; y, en la última, en Gloria y majestad. (In adventus
Domini, serm. III, 4.
V,1:PL 183, 45ª.5050C.D.). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan
14, 23: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a
él y haremos morada en él”. Se habla explícitamente de una “venida” del Padre y
del Hijo… En ella… el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente
el adventus medius, la
llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma
parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana… Las
modalidades de esta “venida intermedia” son múltiples: el Señor viene en su
Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra
en mi vida mediante palabras o acontecimientos. Pero hay también modalidades de
dicha venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras –Francisco y
Domingo- entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado
de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo
con el cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo
parecido podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de
Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier,… Su misterio, su
figura, aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su
fuerza, que transforma a los hombres y
plasma la historia.»[1]
Benedicto
XVI ha sabido expresar está nueva forma de estar de Jesús con nosotros. Lo
podríamos plantear así: Jesús ilustra y aclara sus enseñanzas en el corazón y
la mente de sus discípulos. Establece como
un período de “digestión” de su Mensaje. De eso se tratan esos cuarenta
días desde su muerte hasta su Ascensión. Entonces, como el paso por la
Universidad no es un matricularse para quedarse en ella toda la vida, se trata
de tener una etapa formativa, que debe concluir en algún momento; y dicen los
expertos que el período definido y establecido en aquella cultura como tiempo
formativo era precisamente ese: cuarenta días. Pero ahora, no se trata como de
un “dejar librados a su destino” a sus discípulos. Irse significa haber acabado
su “iniciación” –por decirlo de alguna forma- pero Jesús no los abandona. Viene,
ahora, otra forma de Presencia, no la directa del Jesús-Resucitado, sino otra
forma de presencia, más espiritual, como su nombre así lo indica: El Espíritu
Santo. Hemos dicho, el que nos enseña y nos repasa todo cuanto Jesús nos
enseñó.
Si
queremos continuar la analogía con la vida académica en la Universidad diríamos
–tal vez- que acabados los cursos presenciales en la “aulas”, sobreviene un
tiempo de “prácticas”, cuando se sigue aprendiendo, pero en el ejercicio de lo
recibido en las aulas, y en cuanto más se aplica y se usa el conocimiento,
mejor se entiende y -a fuer de experiencias- se deviene mejor “profesional”.
¿Significa que la presencia del “Alma Mater” en el ex-alumno ha terminado?
¡Quienes viven ese paso de la fase formativa a la fase profesional saben que
no! Se recuerda con cariño la etapa universitaria, y, en la práctica, regresan
a la memoria las explicaciones de los docentes, los ejemplos más clarificadores,
se retoma, a veces, a los apuntes tomados en clase para aclarar alguna duda,
para ver con mayor exactitud cómo se resuelve “aquello”. Algunos de esos
recuerdos de la vida académica permanecen siempre vivos en la memoria. Hay
“lecciones” vistas y aprendidas que se tornan “herramientas” cotidianas del
profesional. ¡lo adquirido en al alma mater permanece!
Cuando
Jesús vuelve al Padre no significa que toma un vuelo y se va a vivir en un país
extranjero y rompe toda comunicación y se “separa” definitivamente. No, quizás
podemos entender mejor si decimos que su amistad es de “chat” diario, de
video-encuentro cotidiano; de esos amigos contra los que la distancia no puede
nada, que al “partir” están más presentes que nunca; y, todos sabemos que Jesús
es el epítome de la Amistad. «… la desaparición de Jesús a través de la nube no
significa un movimiento hacía otro lugar cósmico, sino su asunción en el ser
mismo de Dios…»[2]
Pues ahí está, ha pasado al Padre, o sea, está siempre a nuestro lado de una
forma nueva, nueva debe entenderse, como antes pero más pleno. Por eso Él mismo
nos decía que nos convenía que Él se fuera para enviarnos el Espíritu Santo.
Entonces,
¿el Espíritu Santo es simplemente la espiritualización de Jesús? No, ¡esa sería
teología equivocada! El Espíritu Santo es “Otra Persona” de la Santísima
Trinidad, es la Personificación del Amor del Padre por el Hijo y viceversa,
recíprocamente amados. ¿cómo decirlo? Aceptemos la figura literaria, digamos,
AMANDOSE A BORBOTONES. Como será ese derroche de Amor que nos alcanza a todos y
alcanza para todos. Porque el Amor -cosa curiosa- mientras más se parte y se
comparte, más rinde y más alcanza, hasta que sea “todo en todos”.
…
¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado
para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse. (Hech. 1, 11). Se habla
en la Sagrada Escritura de un “subir”, de un “mirar para arriba” ¿cómo se puede
entender esto? Entonces, ¿Jesús si subió? La palabra misma ascensión indica
“para arriba”. Pero, como lo hemos comentado en diversas ocasiones, “arriba”
como cuando decimos que una persona puesta en la jefatura está “arriba”, aun
cuando está al mismo nivel y en el mismo piso. Vieja costumbre de poner las
figuras de autoridad encima de tarimas, de “púlpitos”, etc. Vieja figura
espacial que concebía a la Divinidad en lo “Alto”. La idea nos ha penetrado
profundísimamente. Por ejemplo, los Asirios y los Babilonios hablaban del
Altísimo, y, nosotros adoptamos el “giro idiomático” (que nunca ha significado
“de elevada estatura”) y lo decimos sin ambages. En nuestro Amor por Dios, YHWH
está en lo más Alto, y nada hay más alto que el lugar de amor que tenemos para
nuestro Dios. No es un “alto” o un “arriba” espacial, eso es lo que hay que
enfatizar. Y hoy en día, en la era de los viajes espaciales, lo entendemos
supremamente bien; nadie trataría de acercarse a Dios con un viaje en cohete
como pretendieron los constructores del Zigurat que se relata en Génesis como
“torre de Babel”, ellos podían querer acercarse a Dios “subiendo” con una
edificación, otros trataban ascendiendo a una montaña, (muy ingenuo sería el
cosmonauta que esperara -en su viaje- encontrarse el Rostro del Señor).
Jesús
ascendió al “lugar” que le permite estar siempre Presente; insistimos que no
“ascendió” hacia lo alto, sino –retomemos una vez más la forma de decirlo de
Benedicto XVI- «Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca
de nosotros»[3]
Hay
otro aspecto que no nos podemos cansar de resaltar: Jesús en Persona, sigue a
nuestro lado; de manera muy especial en su Presencia Eucarística, se hace
Presente durante la celebración -en la Persona del Sacerdote- quien preside in
Persona Christi, en el Altar, en la Palabra, en el Vino y el Pan, y en cada uno
de los allí presentes, de los fieles con-celebrantes. Pero, Además, como
leíamos arriba cuando recogíamos la cita de San Bernardo de Claraval, se hace
presente a través de ciertas personas que Él nos envía y que son hitos de la
Vida Eclesial, de la economía salvífica. Jesús no cesa de hacerse presente en
puntos “álgidos” de la historia por medio de personas de carne y hueso, que no
están allí para ser endiosadas (como pretendieron hacer en Listra con Pablo y
Bernabé, llegando al extremo de quererles ofrecer sacrificios), no son múltiples
Jesuses, son “personas históricas” que Dios designa para dinamizar la
continuidad de su Iglesia, para re-direccionarla, para ratificar que está con
nosotros hasta al final de los “tiempos”, para hacerla Santa a pesar de su
fragilidad como institución de humanos entre humanos, tan humanos, tan
frágiles.
No
pueden cambiar la Iglesia a su arbitrio, no son enviados para -como niños
caprichosos o mal criados- ponerla patas-arriba. Tampoco las dona Nuestro
Señor, para que hagan una encuesta de opinión a ver qué es lo que la gente
quiere que sea la Iglesia e implementarla dándole gusto a todos. En la economía
salvífica, el Plan de Dios prima, es la Voluntad Divina lo que rige. No es una
entidad demagógica para que se haga según las modas y las ideologías al uso. La
Iglesia y el Proyecto de Salvación no son ni conservadoras ni revolucionarias;
son ambas cosas, pero según la Partitura que ha escrito el Divino Compositor.
Ninguno de nosotros quiere tocar en otra orquesta diferente a la que siempre ha
querido tocar la Partitura Divina, aun cuando todos se vayan porque no les
gusta su Melodía. La Iglesia “toca” para complacer al Señor y no para
satisfacer los vaivenes de los gustos y caprichos de una u otra generación. En
ese sentido la Iglesia cambiará lento o rápido y sólo en la dirección que Dios
quiere. Eso disgusta a todo el que está imbuido de la cultura mediática de la
“opinión” que considera que todo debe hacerse según los resultados de las
encuestas: ¿cuál jabón se prefiere?, ¿qué marca de auto? ¿Cuáles son las
zapatillas de moda? ¿Cuáles espaguetis son los más vendidos? Entonces, ¡a comer
de esos espaguetis se dijo! Este es un tema comercial, es el “árbol” del
mercado y la mercadotecnia; de la cultura consumista y la manipulación de los
gustos, las opiniones y las ofertas-y-demandas. (Que decepción para muchos que
esperan organizar mayorías al seno de la Iglesia y convertirla en una
organización deliberativa, donde se ajuste según el “voto”).
Pero,
empeñémonos en entender; hay Un Árbol, que era el Único Árbol del Jardín del
que no debíamos comer: El árbol del Bien y del Mal. Sólo a Dios toca su
cuidado, su manipulación, su poda, su abono. Es el árbol de los valores
imperecederos, como su nombre lo señala, es el árbol del discernimiento de lo
que es Bueno y de lo que es inhumano porque es anti-humano y anti-divino. «…
ningún mal se puede cometer en nombre de Dios. Lo que va contra el hombre, va
contra Dios»[4].
Los enemigos dirán que es el monopolio de los valores por parte de la Iglesia;
nosotros decimos que es la Voluntad de Dios la única “autorizada” y la fe, ese
don maravilloso y sobrenatural, la que nos permite aceptarlo sin forcejear, con
agrado, con verdadero placer, con sincera obediencia porque al ser la Voluntad
de Dios, es la Voluntad del Padre y ¿qué Padre le dará a su hijo una serpiente
cuando su hijo le pide un pez, o una piedra cuando le pide un pan? (Cfr. Lc 11,
11) Puede que si –porque entre los humanos todo se puede esperar, el Malo hace
parrandas y orgias en el corazón de algunos- pero de manos del Padre Eterno, ¡jamás!;
de sus Misericordiosas Manos sólo recibiremos Bondad. Sea nuestra oración,
usando categorías de la cultura consumista: ¡Señor, estamos felices de vivir
sujetos al monopolio de tus Valores, los queremos, los aceptamos, y no otros!
«Jesús
se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre
este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege…
Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre
nosotros. Esta es la razón permanente de la alegría cristiana.»[5]
[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET 2da PARTE
DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN HASTA LA RESURRECCIÓN. Ed. Planeta. Ediciones
Encuentro Madrid-España 2011. pp. 336-338.
[2]
Ibid p. 332
[3] Ibid p. 329
[4]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia 2008 p.433
[5] Benedicto XVI, Op. Cit. p.339
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