Hech 15, 1-2. 22-29; Sal
66, 2-3. 5. 6 y 8; Ap 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29
En la nueva Jerusalén
Cristo no es piedra angular como lo es en la Iglesia, sino que es la lámpara
que ilumina toda la ciudad.
Pablo Richard
La
liturgia de la Palabra para esta Domingo atraviesa de parte a parte toda la
historia de la cristiandad, abarcando en su compás desde las Primeras
comunidades de los hechos de los Apóstoles hasta le venida de la Nueva
Jerusalén, la Ciudad-Esposa del Cordero-Reinante-Resucitado, pasando por le
profecía de la venida del Paráclito, verdadero anuncio del Pentecostés, cuando
Jesús en el Evangelio según San Juan anuncia –garantizándolo- la venida del
Espíritu-que-vendrá-a-explicarnos-y-recordarnos el Mensaje de Jesús en su
integralidad.
Cuando
-el próximo Domingo- Jesús “Ascienda entre aclamaciones, al son de trompetas”
será su irse, su ausentarse; y entonces, ahora sí, ¿Dios nos habrá abandonado?
¿cesará de acompañarnos? ¡Pues no! Lo que hace Dios es darse nuevamente en Otra
de sus Divinas Personas: El Espíritu Santo. El Amor de Dios –que es, por ser
verdadero Amor, un Amor-Fiel- un amor a prueba de decepciones, jamás se cansa
de nosotros, jamás desiste de su Amor. ¡Su Amor es a prueba de tiempo!
La
declaración esencial del fragmento evangélico joánico radica en los versos 25 y
26 que son la médula de esta perícopa: “Les he dicho esto mientras estoy con
ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les
enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho.” Notemos que en torno
al verbo “decir/se los he dicho”, podemos contar cuantas veces reaparece este
verbo en la perícopa (4 veces), y en torno a este verbo se teje todo el
fragmento, porque el papel protagónico corresponde a “la Palabra”, y la acción
correspondiente dimana de este verbo. La Palabra es la Enseñanza por
antonomasia de nuestra fe. Y esa misma Palabra requiere recordación
(anámnesis), el Espíritu Santo tomará a su cargo esa función. Sin embargo, la
Palabra no se agota en la Palabra misma, la Palabra es portadora de su fuerza
que es la Paz (v.27).
Todo
esto está envuelto en la idea de Dios que permanece, Dios que no se va, que no
abandona. Jesús anuncia su partida (v. 28), en el mismo verso 28 anuncia que su
partida es simplemente preámbulo de su regreso y promete “volveré a
visitarlos”. No podemos descuidar que la perícopa inicia con esta
profecía-promesa: “Vendremos a él y habitaremos en él” (v. 23d). Nos damos de
bruces con una idea central: “habitaremos en él”, estrictamente hablando no
dice habitar en él, dice haremos nuestra μονή “morada”, pondremos
nuestra “tienda” en él. Una vez más la idea base: Dios a nuestro lado, mejor
todavía, Dios viviendo en nosotros, Dios inhabitandonos, Emmanuel, Dios con nosotros.
La permanencia de Dios-con-nosotros tiene como
contraportada un compromiso de fidelidad por nuestra parte. La palabra
permanecer no compromete sólo al Señor, nos compromete también para permanecer
a su lado, fieles a su Mensaje.
Intentemos fragmentar la perícopa, descifrando sus unidades
constitutivas menores:
1) Amar a Jesús es
cumplir su Mandamiento de Amor, ese es su Mensaje.
2) Quien cumpla con el
reconocimiento amoroso del Mesías, será -a su vez- amado por el Padre.
3) Quien ama a Jesús es
amado por el Padre y -en consecuencia-
es inhabitado, tanto por el Padre como por el Hijo (lo habitan, y
-simultáneamente- Él mora en ellos: es habitante y habitado).
4) Quien no es coherente
con el Mandamiento del Amor haga lo que haga y diga lo que diga, no ama a
Jesús.
5) Jesús nunca habla por
su cuenta: su obediencia consiste en decir solamente lo que el Padre le dicta.
Jesús sólo es caja de resonancia para la Voz del Padre, es el “Gran Profeta”.
6) Como recalcábamos más
arriba, Jesús les entrega a sus discípulos este “avance” para que puedan creer.
Nuestra fe se estructura sobre el principio de antelación, se nos avisa desde
antes, se nos pre-dice.
7) Enseñarnos y
recordarnos, ayudarnos a digerir cuanto Jesús nos ha dicho corre a cuenta del
“abogado-defensor”, el Paráclito.
8) La sustancia de su
enseñanza es “la Paz”, de la cual estamos llamados a ser portadores.
9) La Paz que Él nos da,
difiere de la paz que nos propone el mundo, de la tierra al cielo; la paz del
mundo solamente es un silencio de las armas entre guerra y guerra.
10) Jesús se compromete a
que su partida signifique una Presencia que regresa intensificada.
11) Por eso su Partida es
causa de nuestra Alegría: ἐχάρητε “deberán alegrarse”, de χαίρω, regocijarse.
12) Alegrarse porque Él
va a re-incorporarse al que, Él-mismo, reconoce como “su Mayor” (ὅτι ὁ Πατὴρ μείζων μού ἐστιν.)
En el fragmento que tomamos del Apocalipsis como Segunda
Lectura podemos detectar por lo menos dos unidades:
1) Unos componentes de
la ciudad (La Nueva Jerusalén): brillo, muralla, guardia de ángeles, 12
puertas, nombres de las 12 tribus; carencia de Templo.
2) Presencia de Dios y
del Cordero. Conexa con otra carencia: no hay sol ni luna.
Se nos manifiesta que en la Nueva Jerusalén no habrá
templo. Mientras Jesús estuvo con nosotros, el Templo era Él. Al irse, vendrá
el Paráclito y acampará en nosotros, nosotros seremos su tienda de campaña,
para acompañarnos; y luego, en la Nueva Jerusalén, El Padre y el Cordero son el
Templo y ellos brillan de manera tal que -ya son innecesarios el sol y la luna-
sino que la Luz que todo lo iluminará será la Luz Gloriosa de Dios. Esa Gloria
se convertirá en Luz de todos los pueblos y naciones.
Pero todos estos “seres” de Luz, las tiendas de campaña, la
paz, todo requiere un piso. Si el piso es una montaña –por ejemplo, podemos
ascender, si el piso es escarpado, podremos escalar, pero la condición consiste
en tener un piso. En este caso, el piso sobre el que nos movemos es el Amor.
Por eso el Evangelio inicia por ahí: Si alguien me ama…/ y continúa si alguien
no me ama. Es el amor el que apuntala la relación entre los seres humanos y es
el Amor el que sostiene la conexión entre Dios y los hombres. No podremos jamás
competir en Amor con Dios, definitivamente Él –en cuestiones de Amor- es
imbatible. Pero “amor con amor se paga” y Dios espera siempre nuestra
respuesta. Como asumió la humanidad, Él conoce nuestras fronteras y nuestros
alcances, ni pide ni espera más de lo que le podemos dar. Pero espera nuestro
amor, espera que seamos capaces de guardar su Palabra. Como somos débiles hasta
la fragilidad, nos dio el Espíritu Santo para que nos la enseñara y nos la
repasara. Esa Palabra no es su caprichosa Palabra, es la Palabra que Jesús ha
recibido del Padre. No nos pide nada que no podamos soportar, nada fuera de
nuestro alcance.
Todo este tiempo Pascual, hemos tenido - como Primera
Lectura- perícopas tomadas de los Hechos de los Apóstoles. Al Libro de los
Hechos de los Apóstoles se le ha llamado
también “el Evangelio del Espíritu Santo”, y así es, no en vano Él es el protagonista
de esta obra Lucana que es como el segundo tomo de su Evangelio. En ella se
narran las primeras páginas de la historia del cristianismo. Sus inicios ya nos
ponen en contacto con la venida del Espíritu Santo como lenguas de fuego sobre
los apóstoles. Así estas lenguas de fuego son la forma embrionaria como la Luz
Gloriosa de Jesucristo, el Cordero de Dios, llegará a ser la Luz de todos los
pueblos. Parece que esta historia pesa sobre los hombros de San Pedro y San
Pablo y otros discípulos como Esteban y Felipe, Bernabé, Judas Barsabas y
Silas; pero no es así. Toda la obra nos muestra la Acción del Espíritu Santo
“enseñándonos y recordándonos” todo cuanto nos enseñó Jesús. Hoy, nos narra cómo
el Espíritu Santo se remonta superando el judaísmo para no imponer cargas
insoportables a los paganos conversos; esta es la vía para que el Evangelio
pueda llegar a ser un día, Luz de todos los pueblos y naciones.
Superar las limitantes de la circuncisión que se erigía
como un factor discriminatorio respecto de los “gentiles”, aquella queda
abolida porque “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más
cargas que las estrictamente necesarias”; ¿necesarias a qué fin? Al fin de ser
verdaderos discípulos de Jesucristo. En una relación cifrada en el Amor.
Por eso, esta fue la vía para que el cristianismo no fuera
exclusivo de una raza y de un pueblo, dado gratuitamente a todos los que lo
quieran aceptar, está puesto sobre la Mesa, y -si aceptamos- podemos vivir
enmarcados, definidos en el Amor-a-guardar: su Palabra.
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