No a lo
mismo, sino a una nueva creación.
Hech
10, 34a. 37-43; Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9
Si toda su obra
hubiera terminado en el patíbulo de la cruz, la muerte habría sido el fracaso
de su persona, de su Buena Nueva, de su mensaje y la desaprobación de Dios
Virgilio Zea s.j.
"Después de tres días resucitaré", predijo Jesús (cf. Mt 9,
31). Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos
levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares.
Raniero Cantalamessa
Jesús, en cambio, no
viene del mundo de los muertos –ese mundo que Él ha dejado ya definitivamente
atrás-, sino al revés, viene precisamente del mundo de la pura vida,…
Benedicto XVI
Todavía dominan las
sombras
Cuando,
por fin, hayamos superado la pandemia, y
hayamos superado la ola de contagios, nos preguntamos: ¿Cómo será? Algunos esperan
salir y encontrarse con un mundo nuevo, con un género humano recién creado, libre
de la triple concupiscencia (la que lo somete a los placeres de los sentidos,
la que lo encadena al ansia de la posesión, la que lo arrastra lejos de lo
razonable por la pura inercia de su egoísmo); quisiéramos que fuera la alborada
de una nueva humanidad, como la pinto Raniero Cantalamessa en su predicación
del Viernes Santo, el año pasado: “más fraterna, más humana, más cristiana”.
Pero, adentrarnos en la “Resurrección” del pueblo de Dios, requerirá una
trayectoria. Que Dios en su Misericordia nos ilumine para ir descubriendo el
camino, para recordar que Él es el Camino; para que no vayamos dando tumbos y
veamos a los “semejantes” como “árboles que caminan” Βλέπω τοὺς ἀνθρώπους, ὅτι ὡς δένδρα ὁρῶ περιπατοῦντας Mc 8,24. «No debemos volver atrás
cuando este momento haya pasado. Como nos ha exhortado el Santo Padre no debemos desaprovechar esta
ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico
por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la “recesión”
que más debemos temer.»[1]
«…
sigue siendo difícil comprender cómo María Magdalena, de quien sabemos que
amaba al Señor, no fue capaz de reconocerlo inmediatamente, sino que llegó a
pensar que se trataba del hortelano.»[2]
“El
primer día de la semana, muy temprano, todavía
oscuro, María Magdalena fue a visitar el sepulcro. Vio que la piedra de la
entrada estaba removida” «Oscuridad es ausencia de Jesús. La oscuridad
representa todas esas fuerzas negativas que trabajan de noche y se oponen a
Cristo, Luz del mundo (9,4; 11, 9-10; 12, 35s).»[3] Donde se trata de la σκοτία,
“la oscuridad”, se trata de la “oscuridad de la fe”, una oscuridad de
naturaleza espiritual, ama a su Señor, le sigue, le continua fiel, pero, su
fidelidad está dirigida a un muerto: para ella Jesús no es el Mesías, sino otro
muerto más. Por eso, ante Pedro y Juan exclama: “¡Han sacado al Señor de la
tumba y no sabemos dónde lo han puesto!” «Ni por un instante la pasó por la
mente que Jesús hubiera resucitado. Más bien pensó en un robo, en una posible
profanación del cadáver del Señor.»[4]
No
acusamos, ni criticamos, ni culpamos a María Magdalena. Entendemos que llegar a
la fe de la Resurrección supone un tipo de profundización teológica que nos
viene por la Gracia. Posiblemente, pasó mucho tiempo y tuvieron que vivir
muchas experiencias muy fuertes en las primeras comunidades cristianas para
poder llegar a reconocer en Jesús al Resucitado, y aún más y mayores
profundidades para teologizarlo y llegar a la convicción férrea. Los encuentros
con el resucitado nos permiten intuirlo; por ejemplo, cuando Él les tiene el
desayuno en la orilla del lago de Tiberiades (Jn 21, 12b) “ninguno de los
discípulos se atrevió a hacerle la pregunta ‘¿Quién eres Tú?’ porque
comprendían que era el Señor” «Lo sabían desde dentro, pero no por el aspecto
de lo que veían y presenciaban.»[5]
Algo
así se nos critica frecuentemente cuando ven algunos nuestra representación del
Crucificado o nuestra cruz como símbolo de nuestra fe. A ellos hay que
recalcarles que no hay Resurrección sin cruz. La cruz nos lleva a mirar cara a
cara el rostro del Amor de Dios, de su infinita inmensidad, como lo hemos dicho
en otra parte: Dios nos ama tanto como
una mamá ama a su bebé en medio de su indefensión. Con Tierno y Dulce Amor de
Padre nos ama el Padre Celestial, pero más, con Amor Divino, con Misericordia;
por ningún mérito nuestro, sino porque Él quiere amarnos, porque al moldearnos
del barro y soplar en nosotros el espíritu (Gn 2, 7), quiso añadir -en su
Corazón y en sus Manos Creadoras- el Amor. ¡Bendito y Alabado sea su Santo
Nombre!
Así
es como nos atrevemos a afirmar que María Magdalena iba “todavía en lo oscuro”
de no reconocer al Señor Resucitado. Es a esa oscuridad a la que se refiere
este texto, hay quienes todavía andan en la oscuridad del corazón para
discernir en Jesús, al Señor Resucitado.
Pedro y Juan fueron corriendo
Pedro,
la roca firme a quien se han entregado las “Llaves” representante de la Iglesia
de Jerusalén, compite con la comunidad joánica (probablemente la comunidad de
Éfeso); llega primero, pero al ver las vendas y el sudario, no capta nada, en
cambio, al discípulo Amado, le basta verlas para captarlo todo y creer.
Augusto
Seubert nos presenta tres exégesis diversas sobre el tema de las vendas y el
sudario:
a)
Pueden significar la fe antigua, el
judaísmo con la versión farisaica, estricta, pegada a la Ley, concepción
fundamentalista, ritualista y ultra-tradicionalista de la religión. Esas son
las vendas; y Jesucristo las ha superado, las dejó atrás, anda suelto,
desatado, sin amarradijos que entraben su libre caminar. Jesús siempre se
mostró libre de ritualismos, de respetos sabáticos.
b)
Las vendas evocaban a Elías que le
dejó la capa a Eliseo y con ella, su poder, de forma tal que Eliseo pudo, igual
que Elías, golpear con la capa las aguas del Jordán y dividirlas para pasar a
pie enjuto (2 R 2, 8-15). Serían signo de transmisión de poder y autoridad.
c)
Jesús se salió de las vendas, y quedan ahí, enrolladas, por que digamos que Él se evaporó y las vendas quedaron,
enrolladas como lo habían estado alrededor del Cuerpo de Jesús, pero el
Cuerpo ya salió de su jaula de vendajes.[6] El sudario doblado (Jn 20,
7b) significaba en el lenguaje de los usos judíos que “iba a volver” si hubiera
quedado formando una bola habría significado que ya no regresaría, pero el
lienzo doblado significa “¡volveré!”, este detalle, a primera vista
insignificante, conocidas las costumbres semitas, era –verdaderamente- un
“telegrama” que –si se observaba y se interpretaba correctamente- fue signo y
les permitió “ver y creer” (Jn 20, 8).
¿Por
qué Juan entiende y Pedro no? El Padre Hugo Estrada nos da una hipótesis
coherente: «Juan era el mejor preparado de todos para creer: Juan había
recostado su cabeza en el pecho de Jesús durante la Última Cena. Juan era el
único de los apóstoles que había estado, minuto a minuto, junto a la cruz del
Señor; había participado también en el entierro. Juan era el único que no había
negado a Jesús. Por eso su corazón y su mente estaban más abiertos para creer
lo increíble»[7]
Esencialidad de la
Resurrección
Leemos
en la 1ª de Corintios “Pero si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación ya
no contiene nada, ni queda nada de lo que creen ustedes.
Y
se sigue además “que nosotros somos falsos testigos de Dios, puesto que hemos
afirmado de parte de Dios que resucitó a Cristo, siendo que no lo resucitó, si
es cierto que los muertos no resucitan.” (1Co 15, 14-15)
Veamos
lo que comenta, a este respecto, SS. Benedicto XVI:
«Si se prescinde de esto, aún se
pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes
sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre, y su deber ser –una especie de
concepción religiosa del mundo-, pero la fe cristiana queda muerta….
Sólo si Jesús ha resucitado ha
sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del
hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos
fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente…
San Marcos nos dice que los discípulos
cuando bajaban del monte de la Transfiguración, reflexionaban preocupados sobre
aquellas palabras de Jesús, según las cuales el Hijo del hombre “resucitaría de
entre los muertos” Y se preguntaban entre ellos lo que querría decir aquello de
“resucitar de entre los muertos” (9, 9). Y, de hecho, ¿en qué consiste eso? Los
discípulos no lo sabían y debían aprenderlo sólo por el encuentro con la
realidad…
…la reanimación de un muerto no nos
ayudaría para nada y, desde el punto de vista existencial, sería irrelevante.
Efectivamente, si la resurrección de
Jesús no hubiera sido más que el milagro de un muerto redivivo, no tendría para
nosotros en última instancia interés alguno. No tendría más importancia que la
reanimación, por la pericia de los médicos, de alguien clínicamente muerto…
Los testimonios del Nuevo Testamento
no dejan duda alguna de que en la “resurrección del Hijo del hombre” ha
ocurrido algo completamente diferente. La resurrección de Jesús ha consistido
en romper las cadenas para ir hacía un tipo totalmente nuevo, a una vida que ya
no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de
eso;… es una especie de “mutación decisiva”, … un salto cualitativo. En la
resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una
posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro
para la humanidad»[8]
Sus implicaciones en
nuestra vida de fe
Para
muchos de nosotros, fieles cristianos, la resurrección no pasa de ser una fecha
en el calendario litúrgico, la Vigilia Pascual con su hermosísimo rito o una
imagen de Jesús Glorioso. Pero la Resurrección es muchísimo más que eso. Es un
elemento que tiene enormes implicaciones en nuestra vida, y debe repercutir en
acciones, en un estilo de vida verdaderamente a la manera de Jesús. Implica, no
sólo una creencia sino un compromiso:
«En
el drama del hombre se juega el autor del hombre. Qué sentido tiene crear un
hombre del absurdo: pasión de amor y, no sabe sino destruir al otro; ansia de
libertad, de dignidad, y, no afirma la propia autonomía, sino negándola a
otros. ¿Tiene sentido crear un hombre que no soñó con vivir, para que cuando se
apasiona con la vida se le arrebate sin consultarlo? ¿Somos un haz de luz entre dos abismos de oscuridad? ¿Una burla de quien nos creó sedientos de
sentido, sin nunca alcanzarlo?... Todo lo que conquista el hombre se torna ridículo
ante lo que queda por hacer. La brizna de libertad que poseemos es una burla
para los que no la tienen. Nuestra comodidad y la conquista del espacio, son
una ironía cuando no podemos conquistar la propia tierra haciéndola más humana…
…hay
que establecer una crítica despiadada a un Dios y un hombre lejanos el uno del
otro: Dios un absoluto que no necesita del hombre, éste una miseria perdida en
los espacios siderales, pequeñez a la que se aplasta sin que Dios se conmueva,
en su inmutabilidad, por el dolor de la historia.
¿Por
qué no pensar a Dios y al hombre, no como dos realidades antagónicas, sino como
la capacidad del amor y del don y la capacidad de la aceptación del ser y del
amor?
Aceptada
la fe en la creación, Dios es ante todo relación, ha hecho un mundo para el
hombre y al hombre para relacionarse con Él… Creación es afirmar en cada niño
que nace, en cada flor que revienta, el triunfo de la vida sobre la muerte…
Y
¿por qué construir un mundo para unos pocos y no para todos?
La
solidaridad tiene dos caras: hacerse como nosotros, para que podamos ser como
Él.
No
se cree en Jesús y su resurrección, si no se ha vivido la praxis de Jesús y no
se ha amado a la manera de Jesús, sin un amor que como el de Jesús hace verdad
en la historia la liberación del hombre del pecado, de la opresión, del odio;
si no se ha vivido la pasión por el sentido y no se ha hecho la experiencia de
Jesús: mirar a Dios como Padre, con un amor que exige construir un mundo de
hermanos; Padre en el que se puede confiar y por el que vale la pena entregar
la existencia, dándola por los demás.»[9]
«La
muerte no es la última palabra ni el fin de todo: se entrega uno a la muerte
por la justicia, para crear una vida digna, una vida justa. En esta afirmación
está contenida ya una afirmación que escapa a los límites temporales. El que es
capaz de entregar su vida por la justicia está realizando con ello un inmenso
acto humano, que supera los límites del tiempo y del espacio; está diciendo que
su deseo de vida justa es eterno. En el cristianismo, el deseo de pervivencia y
de resurrección está esclarecido, confirmado y realizado. Lo que en todo hombre
está presente de manera oculta, implícita, el cristianismo lo explica y lo
expresa»[10]
Helder
Câmara contaba una anécdota que –de alguna manera- nos muestra hasta qué punto
nuestra fe, o nuestra poca fe, toca a los demás, los calienta o los enfría.
«Recuerdo a una mujer que un día consiguió que su padre la acompañara a misa.
Su padre, un gran personaje, había perdido la fe. Ella, por tanto, no dejaba de
orar: “¡Señor, Señor, transfigúrate durante esta Misa! Mi padre está aquí.
¡Tócale el corazón!” Al concluir la Misa, ella estaba impaciente por saber si
se habían abierto los ojos de su padre, si realmente la Eucaristía le había
llegado al corazón. Pero él dijo algo que es verdaderamente terrible para
nosotros, los sacerdotes y para todos los fieles: “Hija mía, ellos, los que
estaban ahí dentro, no creen que Cristo esté en la Eucaristía…”
Por
supuesto que no hay que exagerar. Al Señor no le gustan las exageraciones. Pero
¡qué importante es que participemos de un modo más auténtico y más cercano en
la celebración de Cristo, para que todo el mundo comprenda que lo que hay allí
no es un trozo de pan, sino el propio Cristo!»[11]
Es
que cuando creemos llevamos el testimonio, les movemos el piso, comunicamos fe
y, en esa misma medida, estamos evangelizando, proclamando la Buena Nueva. Lo
contrario es cien por ciento más cierto: Nuestra tibieza, nuestra fragilidad
sobre lo que profesamos, es anti-testimonio, puede ser enarbolado como pretexto,
puede usarse como excusa para las inconsistencias de los demás. Así que si
creemos en la resurrección, tenemos que vivir como Resucitados. Que se nos note
la seguridad en todos los aspectos de nuestra fe, y la inconmovible certeza que
no moriremos para siempre.
Concluyamos
con las mismas palabras con las que Papa Francisco cerró su homilía de la
Vigilia Pascual del 15 de abril de 2017: “Vayamos a anunciar, a compartir, a
descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en
tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños,
que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu
nos conduzca por este camino, entonces no
somos cristianos.
«Digamos
basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas,
jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos
los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya
necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la
alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la
generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es
necesario, pero más rico en humanidad.»[12] Vayamos y dejémonos sorprender por
este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo
puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su
latir transforme nuestro débil palpitar.” «Nosotros también, después de estos
días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de
nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una
vida nueva, como Jesús.»[13]
[1] Cantalamessa,
Raniero. OFM Cap. HOMILÍA EN LA PASIÓN DEL SEÑOR 10 de abril de 2020.
[2]
Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander-España.
1987 p. 183
[3] Seubert,
Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN Ed. San Pablo Santafé
de Bogotá D.C. – Colombia 1999 p. 146
[4] Estrada,
Hugo sdb. PARA MÍ,¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 206
[5] Benedicto
XVI JESÚS DE NAZARET. SEGUNDA PARTE. DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN HASTA LA RESURRECCIÓN. Eds. Planeta y
Encuentro Madrid-España 2011 p. 309
[6]
Cfr. Seubert, Augusto. Op. Cit. pp. 147-148
[7] Estrada,
Hugo sdb. Loc. Cit.
[8] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 281-284
[9] Zea, Virgilio. sj. Op. Cit. pp.
151-153
[10] Arias Reyero, Maximino JESÚS EL CRISTO Ed.
Paulinas Madrid –España 1982 p. 263
[11]
Câmara, Helder. Op. Cit. p. 184
[12] Cantalamessa, Raniero. OFM Cap.
Loc Cit.
[13] Ibidem
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