Hech.
3, 13-15. 17-19; Sal 4, 2.
7. 9; 1Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48
Las manos y los pies
marcados por los clavos, muestran la identidad del Resucitado con el
Crucificado, la continuidad histórica entre la cruz y la resurrección.
Silvano Fausti
… una evangelización
que toque los corazones, que deslumbre las mentes, que dé vigor a las
voluntades arrugadas. Una nueva evangelización donde el ser mero “informador”
ya no “vale”, sino ser “testificador”… con Teresita de Jesús diremos: “en el
corazón de mi Madre la Iglesia yo seré el amor”.
Emilio L. Mazariegos
Jesús el Dios-que-vive, no está en otra
dimensión,
Se ha quedado a caminar nuestras calles,
a vivir en nuestros hogares,
a visitar nuestras familias.
Las
Lecturas Pascuales nos llevan con pedagogía –Domingo a Domingo- en una
paulatina y progresiva asimilación de la Resurrección. Jesús no Asciende
inmediatamente, permanece Resucitado con
nosotros, dándonos tiempo a poder asimilar la complejidad y riqueza de este
Misterio.
La
palabra clave de la Oración Colecta para esta fecha, Tercer Domingo de Pascua
es exultar. Esta palabra es muy
visual, significa “manifestar la alegría dando saltos”. Guarda alguna simetría
con el Cuarto Domingo de Cuaresma, llamado del “regocijo”(Laetare) y con el III
Domingo de Adviento que denominamos Domingo de Gaudete, que significa “estad
alegres”, o, más sencillamente “alegraos”. Pues bien, exultar podría ser una buena traducción para la palabra latina
Gaudete. ¿A dónde queremos llegar con todo esto? Muy sencillo, nuestra fe es
una que nos lleva al clímax (expresión muy propia del arte musical y también de
la dramática), del regocijo, o sea al culmen, al punto de la máxima intensidad.
Y, ¿qué nos lleva a saltar de la alegría en nuestra vida de la fe en este
momento del Año Litúrgico? La Resurrección, al ir adentrándonos en la concienciación,
en la profundidad de lo que implica el hecho de que Jesús no se quedó atrapado
en las redes de la muerte sino que Dios lo levantó y –lo que es aun motivo de
más profundo gozo- nos conquistó, también para nosotros esta prebenda. Prebenda
que es subsidio, es la Mano Misericordiosa de Jesús-Resucitado que se tiende a
nosotros socorriéndonos rescate. Reiteramos, en este Domingo, como que
empezamos a recoger la cosecha de la Resurrección, aprehendiendo este hito del
cristianismo.
Si
uno se pone a ver la actitud de los discípulos recién sucedida la Resurrección
nota, en seguida, que ellos no acertaban a descifrar lo que estaba pasando… Se
trataba de un fantasma, no lo podían reconocer, lo veían pero no acertaban a
articular su Nombre, o, intuían que era Él, pero sin atreverse a manifestarlo…
se sentían limitados hasta en palabras para significar “qué era” y más aún,
“Quien era”. Finalmente, alguien se atreve a decir “Es el Señor”, y, la reacción
de los discípulos es torpe, disparatada,… incoherente… Hoy en día, se nos
explica, pero en aquel momento, era tan difícil como aceptar que el agua
hubiera llegado a ser vino, o que con 5 panes y 2 peces se alimentara a muchos
más de 5.000. La Resurrección es un Misterio, algo que no se puede explicar,
que requiere un salto epistemológico gigantesco que nos permita trascender las
limitantes de la racionalidad. ¡Seamos sinceros, también a nosotros nos cuesta
entender! Para medio alcanzar gritamos ¡Espíritu Santo Ilumínanos! Y, sin
embargo, ese medio alcanzar no merma nuestro jolgorio, de todas maneras sabemos
que “¡El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!” (Sal 125, 3).
De
una vez declaremos cuál es la Fuente de esa alegría que nos hace saltar como
locos: es –precisamente- la Resurrección, que Jesús venga y se ponga “en medio
de nosotros”, y –al hacerlo- nos traiga la Paz. (Lc 24, 36)
Queremos
usar una metáfora y decir que para recoger esta cosecha los agricultores
necesitamos unos “lentes especiales” que nos “capaciten los ojos”, quienes no
usen estos “lentes”, se quedaran sin ver, tendrán el hecho ante sí, sin acertar
a interpretarlo. Bueno, vayamos directo sobre la caracterización de estos
lentes para que –cuanto antes- podamos salir a conseguirlos:
En
Hechos (Primera Lectura) vamos a buscar la definición en 3, 19: Μετανοήσατ
οὖν καὶ ἐπιστρέψατε (arrepiéntanse y conviértanse); en la Segunda Lectura iremos a 1Jn,
2,3 donde se nos dice cómo sabemos sí lo conocemos, y esto es “guardando sus
Mandamientos; pero eso no basta, hay que saber hacia dónde nos lleva la ruta de
guardar sus Mandamientos, con ello vamos hacia el “amor oblativo”. Este amor
desinteresado esta en el eje mismo de todo el proceso de la vida de la fe. Ya,
habiendo captado esta dupla, podemos buscar el tercer criterio para elegir
nuestros lentes, se nos ofrece en el Evangelio de San Lucas, nos dirigiremos a
Lc 24, 47 que nos habla de la Conversión proclamada en el Nombre del Mesías que
consiste –nada más ni nada menos que- en el
perdón de los pecados. Podríamos declarar que, temáticamente hablando, este
es el Domingo de la Conversión. El discipulado consiste en convertirnos, la
sustancia prima es la transformación profunda que lleva el corazón de piedra a
transformarse en corazón de carne. No se puede disimular el eje y ese es arrepentirse y no pecar más. ¡Ojo!
Fijémonos muy bien en el verso 1Jn 2, 4: “Si
alguien dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus Mandamientos, ése es un
mentiroso y la verdad no está en él.”
El
pecado –tal vez más grande y del cual hay que apresurarse a convertirse es- hacer de Jesús un ser
tan “vaporoso”, tan intangible, tan etéreo que haya que entrar en “trance” para
acercársele. Cuando la fe condiciona su Presencia a 10’000.000 de abluciones,
al rezo de 8 billones de jaculatorias,… No, nada de esto es requisito, la
conversión se trata de otra cosa. Miremos en los Evangelios a quienes se les
acercaba, con quienes compartían y convivía; a quienes escogió para discípulos…
E inspeccionemos su conducta, se reunían a pescar, a comer, a compartir pescado
asado… Pero, también notemos la unidad de Resurrección y Cruz: Él les muestra
sus manos y sus pies como signo de Mesianismo, para rebatir el mesianismo que
ellos pensaban que era y que nosotros también nos hemos imaginado, un
mesianismo mágico, indoloro pero también insulso conectado con una religión
ritualista. Él es Cristo porque conserva sus Llagas. Él es Salvador porque su
Carne y su Sangre fueron propiciación (es decir, presentados a Dios para
obtener nuestra Redención), y queremos –una vez más- enfatizar, sólo
Dios-Humanado podía obtenerla, no lo podía lograr otro hombre, tenía que ser
El-Hijo-del-Hombre; la Misericordia tenía que brotar del Costado Traspasado, el
mismo Costado Lanceado que el ofrece a todos los incrédulos para que metan los
dedos y puedan así identificarlo y reconocerlo. ¿Si ven? Nada de entes
meramente espiritualistas, ¡No! Es Jesús de Carne y Hueso.
¡Sí
señorita, si estimado señor! De carne y hueso, no es puro espíritu, no necesita
volver a subir a la cruz, pero -de tarde en vez- otra vez muere, de nuevo se
desangra porque su solidaridad con el ser humano perdura. Lo que nos muestra
todo esto es que la Resurrección tiene alcances insospechados, no es una
medallita aséptica que funciona muy bien en vez de prendedor… -para muchos incomodo- donde se enredan
nuestros dedos, y tal vez lleguen también a sangran…. Me preguntó, ¿cuantas
veces me habrá preparado el desayuno para ofrecérmelo después de mi jornada de
pesca? ¿Cuántas veces habrá horneado el pan que me alimenta? ¡Permanece pendiente
de nuestra Conversión! Nos sigue aguardando, con su Misericordiosa-paciencia, allí,
sentado a las puertas del sepulcro, aun cuando lo sigamos confundiendo con el
hortelano, y sí que lo es, no sólo el hortelano, sino el Dueño y Señor del
Huerto del Edén.
Pero
la Conversión –que es el eje- tiene su médula (sí, así como la columna
vertebral que es el eje, guarda la médula espinal). La medula de la Conversión
es que Él nos abra “el entendimiento” (νοῦς)
para que podamos entender las Escrituras. «Cualquier persona que sepa leer y
escribir puede leer la Biblia; pero encontrar en sus páginas palabras de vida
eterna es algo que la carne y la sangre no pueden revelar.»[1] «… llega a ser evidente
que la observancia externa, aunque sea santa, no puede reemplazar nuestro
encuentro personal con el Dios viviente. Las ceremonias litúrgicas no son más
que supersticiones inanimadas si algo no ocurre en lo profundo de las personas…
“fe” es un don y no un logro; no es sólo un acontecimiento cognitivo; la
percibimos como la obra de Dios en la profundidad de nuestras almas»[2].
La
identificación cordial de esta Médula (el meollo), nos lleva de nuevo a la 1Jn
2, 5 donde se nos habla del “amor de Dios” dice que la consagración al
cumplimiento de los mandamientos es la que nos lleva hasta esa Médula: “…quien
cumple su Palabra (λόγον),
ciertamente el amor de Dios (ἀγάπη τοῦ Θεοῦ) ha llegado en él a su plenitud (τετελείωται.)”; lo que quiere decir que el “entendimiento”
guarda una relación muy estrecha con la fidelidad a su Palabra, con el
compromiso de ser misericordiosos y con la capacidad para entenderla.
Un
exultar por la Resurrección, para el que se requiere una vida de amor-ágape, coherente
con su Palabra. El soplo de Su Gracia nos lo dará en el justo momento, tenemos
hasta la Ascensión para proceder a una nueva fase de nuestra vida en el
Espíritu (será nuestro Pentecostés). Mientras, sigamos gozando su
Presencia-Viva que ilumina… Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al
Espíritu Santo. Como era en el Principio, ¡Ahora y Siempre por los Siglos de
los Siglos! Amén.
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