Is 52, 13-53,12; Sal
30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19,42
Hemos
llegado a la cumbre del Año de la fe y a su momento decisivo. ¡Esta es la fe
que salva, «la fe que vence al mundo!» (1 Jn 5, 5). La fe, apropiación por la cual
hacemos nuestra la salvación obrada por Cristo, y nos revestimos con el manto
de su justicia. Por un lado está la mano extendida de Dios que ofrece su gracia
al hombre; por otro lado, la mano del hombre que se alarga para acogerla mediante
la fe. La «nueva y eterna alianza» está sellada con un apretón de manos entre
Dios y el hombre.
Raniero Cantalamessa
Primero,
como mapa-guía para la Lectura de la Pasión según San Juan ofrecemos la
parcelación propuesta por Carlo María Martini: «… como la narración de la
Pasión es bastante larga (son dos capítulos) y muchas veces uno se distrae por
lo mucho que en ella se encuentra, he creído útil ayudar su lectura,
sugiriéndoles una posible subdivisión del texto en varios episodios. Les señalo
siete,…
1. El arresto de Jesús (18, 1-12)
2. Jesús ante los sumos sacerdotes y
Pedro que lo niega (18, 13-27)
3. Jesús ante Pilatos (18,28 – 19,16)
4. La crucifixión (19, 17-22)
5. El cumplimiento (19, 23-30)
6. El Nuevo Templo (19, 31-37)
7. La valentía de los amigos (19, 38-42)»[1].
En
el episodio del prendimiento Jesús profiere una expresión por tres veces, vv.
5.6.8. Ἐγώ εἰμι “Yo soy”. Esta repetición triple está en el
núcleo de esta parcela (perícopa) (18,
1-12). Nos remite a la Teofanía de Moisés, cuando Dios se le manifestó en la
Zarza Ardiente, le dice Moisés que cuando le pidan el Nombre de Dios para saber
de qué Dios se trata, no bastará decirles que es el Dios de sus antepasados. En
Éxodo 3, 14: “Dios le contestó: -YO SOY EL QUE SOY. Y dirás a los israelitas:
YO SOY me ha enviado a ustedes”. Así Dios le entregó a Moisés su Nombre. Ahora
Jesús al contestar así se declara -no sólo Rey- sino Dios. En este caso la
Zarza ardiente es la mismísima Cruz:
«Contemplar la cruz es hacer la experiencia de
la zarza ardiente.
Una experiencia
similar a la que hace Moisés en el desierto ante una misteriosa aparición de
Dios en una zarza, que arde sin consumirse mínimamente. Y es doble: es la
experiencia del fuego que quema, repele, devora; del fuego que calienta,
arde, atrae, es amable y acogedor. Un nudo que se hace misterioso.
Un segundo momento de
la zarza ardiente es la experiencia de la llamada, del mensaje: Dios
habla desde el fuego, Dios explica, amonesta, da el significado dela visión
misteriosa.
Nosotros vivimos la
experiencia de la zarza ardiente delante de la cruz de Jesús. La lectura de
la Pasión nos da el fuego, el nudo de los hechos , los acontecimientos en
su cruda realidad: es una narración que quema, devora, calienta y atrae. Son
hechos solemnes, dolorosos, dramáticos, trágicos, aterradores, cuyo significado
no se comprende.»[2]
De
la Cruz dos, hasta ese momento cobardes, discípulos sólo de noche, en lo
oscuro, cobran ánimo y se presentan a Pilato el uno y el otro aporta la mortaja,
y desprende del crucifijo (cruz-clavado) al Hijo, el Hijo va a caer en tierra.
Allí llegará envuelto en una sábana de fino lino y en λίτρας
ἑκατόν “cien libras” de
una mezcla de σμύρνης καὶ ἀλόης mirra y áloe (cf. Jn 19, 39c). Ahora, el grano de trigo va a caer en tierra
-el grano de trigo tenía que caer en tierra y morir para dar Nuevo Fruto- y dará el Nuevo Fruto de una Nueva Creación,
de una Nueva Humanidad. Raniero
Cantalamessa nos decía sobre el grano de trigo que cae: “Acuérdate del grano de trigo y espera. Nuestros mejores
proyectos y afectos… deben pasar por esta fase de aparente oscuridad y de
gélido invierno para renacer purificados y llenos de frutos”[3]. Así
como Jesús pacientemente aguardaba “la Hora” que el Padre tuviera señalada,
respetando los “ritmos” Divinos que es acogida de la Voluntad de Dios,
cumplimiento de la oración γενηθήτω τὸ θέλημά σου, ὡς ἐν οὐρανῷ καὶ ἐπὶ γῆς· “hágase tu Voluntad en la
tierra como en el Cielo”(Mt 6, 10bc); que es pedir que el Reino de Dios se
imponga también en el orden de lo terrenal y no exclusivamente en el Cielo.
Pero al levantar los ojos hacia el Crucificado y descubrir en Él
la Semilla Fecunda se conjugan diversas revelaciones. Está la imagen
“atractiva”; está también la Semilla que requiere tiempo para germinar y dar su
cosecha; pero, también está la Espiga Cargada, Fructífera, cuyos granos están a
la mano y aguardan que les echen mano los refrieguen enérgicamente para
desprenderles la cascarilla, se los lleven a la boca y los mastiquen (cf. Mt
12, 1). Y es que en el Crucificado ya hay una Cosecha Madura que nos reclama
hacernos “obreros de la mies”. ¡Cuán peligrosa puede ser la actitud del llorón
empedernido, especialmente si hoy, Viernes Santo, lloriquea frente a la Cruz y
mañana, como si nada, vuelve a lo mismo, a la indiferencia, a la
inservicialidad, a la insolidaridad, a la falta de fraternidad, a la ausencia
de compromiso n la construcción del Reino, a las entrañas de pedernal y al
corazón de piedra!
Este crucifijo que hoy contemplamos “habitado”, trono donde se ha
“acomodado” su “Real Majestad” nos exige un compromiso, una implicación porque «…la
fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con
un poco de religión, como si fuese un pastel que se le decora con nata [betún].
No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la
vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es amor,
y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar
como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de
referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un
nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos
nosotros…. Seguir
a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la
justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios
intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más
cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir
para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir;
obedecer al propio yo, u obedecer a Dios… seguir a Jesús significa implicarse,
porque la fe no es una cosa decorativa, es fuerza del alma.»[4]
Uno puede usar la Semana Santa como si fuera la crema
decorativa del ponqué con una dosis de dramatismo, cari-acontecimiento, devotas
procesiones, ritos (porque no liturgias), y luego dar la espalda y desechar
todo lo demás. Eso no es cristianismo, eso no es discipulado, eso no es
seguimiento.
Bien es cierto que en la Cruz se juntan todos los males que los
noticieros se empeñan en exhibirnos. Bien es cierto que la maldad campea a sus
anchas y que hay mucho dolor esparcido a lo largo y a lo ancho del mundo,
tampoco podemos negar, ni ocultar, ni tratar de eclipsar los problemas, el
oprobio y el pecado que el Malo sigue –en su cuarto de hora- aventando sobre
todos los campos, sin respetar ni siquiera a los que se le han consagrado. Pero
es que ¿acaso eso significa que Jesús no ha triunfado? ¿En eso malinterpretamos
nosotros la derrota de Jesús? ¿Nos da eso derecho a pensar que Dios fracasó? Más
aun, nos sentimos animados hasta con las tribulaciones, porque sabemos que la
tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud
probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha
sido dado» (Rm 5, 1-15).
Al
leer la Pasión, vemos un primer momento en el que los discípulos,
particularmente Pedro, creen encontrar la vía del seguimiento sacando la espada
y agrediendo a Malco. Jesús es plenamente consciente que ese no es el Camino, y
perentoriamente le ordena “Mete la espada en la vaina” y lo encara con la
Voluntad de Dios: “¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre? (Jn 18,
11). La ruta para el discipulado es diversa. Pasa por la acogida del dolor como
parte de la vida, del sufrimiento como solidaridad con los que sufren, de la traición de los más cercanos, como
reconocimiento de la libertad que es la médula de la dignidad del otro y el
otro que ab-usa de su libertad nos puede propinar su maltrato. Sin embargo, «La
Pasión del Señor nos enseña… a salir de la lógica de la violencia que parece
perpetuarse en el corazón del hombre, en
la historia de la humanidad. Un gesto de perdón y de oración como el de Cristo
moribundo y que otros en nuestros días, tratan de hacer vivo y operante, es una
buena noticia que nos ayuda a creer que el misterio del Viernes Santo conoce
todavía y siempre el alba del día de Pascua y que Cristo no quiere tener hoy
otras manos sino las nuestras para ayudar a nuestros hermanos.»[5]
Hay
otra cara del asunto y otra perspectiva, es el ángulo desde el que mira
Pilatos. Durante toda la lectura de la presentación de Jesús ante Pilato lo que
domina es la sensación de que él quiere liberarlo, que para él es un inocente,
que todo quiere menos manchar sus propias manos con la sangre de un “justo”.
Pero hay otras fuerzas, otros respetos humanos, intereses sociales y políticos
que lo comprometen, chantajes más o menos tácitos (tomemos por caso la
expresión que le gritan los “judíos”: “¡Si sueltas a ese no eres amigo del
César!”(Jn 19, 12c) que lo constriñen a ir contra-conciencia. Es más, la
sensación general que nos produce la lectura es que él lo reconoce Rey,
especialmente cuando ἤγαγεν ἔξω τὸν Ἰησοῦν, καὶ ἐκάθισεν ἐπὶ βήματος
εἰς τόπον λεγόμενον Λιθόστρωτον, Ἑβραϊστὶ δὲ Γαββαθα. lo saca y lo hace sentar en el
tribunal llamado “el Enlosado”, prácticamente lo está entronizando. «Pilato era
un hombre honrado, pero con esa honradez con la que solemos topar
frecuentemente a lo largo de los siglos y que es una de las plagas más
dolorosas de la humanidad: una honradez mezclada de debilidad y sin valor para
proclamar y defender la justicia… Yo no juzgo a Pilato, pero no puedo dejar de
pensar en la numerosísima familia de Pilato, en el pilatismo, en esa honradez
que se calla, que no tiene valor… hay muchas personas que no se encuentran en
las condiciones necesarias para tener un cierto valor, para adoptar
determinadas posturas.»[6]
Rey
de reyes, Jesús en su agonía y en su muerte muestra un sobreponerse, una
superación del dolor, una victoria sobre la pasión. Jesús llega al tope, Él
mismo pronuncia: Τετέλεσται
(Jn 19, 30c) que quiere decir
cumplimiento total, consumación, finalización de un proceso necesario. ¡Es su
última palabra! Se ha satisfecho el Plan completo, añade San Juan en 19, 36 que
todo esto acaeció para que se cumpliera la Escritura. «A pesar de todas las
miserias, las injusticias y la monstruosidad existentes sobre la tierra, en Él
se ha inaugurado ya el orden definitivo del mundo. Lo que vemos con nuestros
ojos puede sugerirnos lo contrario, pero el mal y la muerte están realmente
derrotados para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es
el Señor del mundo. El mal ha sido radicalmente vencido por la redención que Él
obra. El mundo nuevo ya ha comenzado.»[7]
«La
Iglesia puede hacer esta reunión ideal de todas las miserias del género humano
sin dejarse aterrorizar o sumergir, porque sabe que la cruz de Cristo, colocada
en el centro de la liturgia, es capaz de cargar sobre sí todo el drama, el
dolor y el pecado del hombre. Porque en la cruz de Jesús, Dios mismo nos
asegura que ni siquiera la muerte es capaz de detener su amor, y que no hay
situación humana, por dramática y oscura que pueda quedar extraña al inmenso
abrazo de la cruz.»[8]
[1]
Martini, Carlo María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. EJERCICIOS ESPIRITUALES SOBRE
SAN JUAN. Ed. Paulinas. Bogotá-Colombia 1986. Pp. 120-123.
[2]
Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia. p. 134
[3]
Cantalamessa, Raniero. V DOMINGO DE CUARESMA Ciclo B.
[4]
Papa Francisco.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, 18 de agosto de 2013.
[5]
Martini, Carlos María. Op. Cit. p. 149
[6]
Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España. 1987. pp. 177-178
[7] Cantalamessa, Raniero. O.F.M. Cap. LA
PASIÓN DEL SEÑOR. Homilía en la Basílica de San Pedro. Viernes Santo, 29 de
marzo de 2013.
[8]
Martini, Carlos María. Op Cit. p. 148
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