Is
60, 1-6; Sal 71, 2. 7-8.10-11.12-13; Ef 3, 2-3a.5-6 ; Mt 2, 1-12
Los
pueblos se dirigen hacia tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora.
Is 60,3
Seguir a Jesús… es…
un éxodo que hay que vivir. Dios, que liberó a su pueblo a través de la
travesía del éxodo y llamó a nuevos pueblos para que siguieran su estrella, da
la libertad y distribuye la alegría siempre y sólo en el camino.
Papa Francisco.
La Palabra era la Luz Verdadera.
Hoy,
al celebrar –en el marco de la Navidad- la Epifanía, se nos ocurre pensar en el efecto de la gota que riza la
superficie con su geometría de círculos concéntricos: Jesús, si bien es cierto,
aparece en un contexto histórico muy definido, en un espacio geográfico preciso
–el centro donde la gota golpea la superficie-, no se acercó a la humanidad
para privilegiar y excluir, sino que su onda salvífica -con un radio cada vez
mayor- es una generosidad, una providencia, a la vez que un anuncio, abierto
para toda la humanidad y en eso consiste la Epifanía.
Su
Santidad, Benedicto XVI nos definió lo que es la Epifanía con las siguientes palabras:
«La Epifanía es misterio de luz, simbólicamente indicada por la estrella que guio
a los Magos en su viaje. Pero el verdadero manantial luminoso, el "sol que
nace de lo alto" (Lc 1, 78), es Cristo »[1].
Continua
explicando el Papa: «Los pastores, junto con María y José, representan al
"resto de Israel", a los pobres, los anawin, a quienes se anuncia la
buena nueva. Por último, el resplandor de Cristo alcanza a los Magos, que
constituyen las primicias de los pueblos paganos… Pero ¿qué es esta luz? ¿Es
sólo una metáfora sugestiva, o a la imagen corresponde una realidad? El apóstol
san Juan escribe en su primera carta: "Dios es luz, en él no hay tiniebla
alguna" (1 Jn 1, 5); y, más adelante, añade: "Dios es amor".
Estas dos afirmaciones, juntas, nos ayudan a comprender mejor: la luz que
apareció en Navidad y hoy se manifiesta a las naciones es el amor de Dios,
revelado en la Persona del Verbo encarnado. Atraídos por esta luz, llegan los
Magos de Oriente... El manantial de este dinamismo es Dios, uno en la sustancia
y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí.»[2]
En
el numeral 528 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: «La Epifanía es la
manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del
Mundo. Con el bautismo de Jesús y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la
adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”
representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las
primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la
salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al rey de
los judíos” muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de
David, al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles
no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo
sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos la promesa mesiánica
tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La epifanía manifiesta que
“la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas” y adquiere
“la dignidad del pueblo elegido de Israel.» Regresemos, ahora, a la Homilía de
Benedicto XVI: «En la liturgia del tiempo de Navidad se repite a menudo, como
estribillo, este versículo del salmo 97: "El Señor da a conocer su
victoria, revela a las naciones su justicia" (v. 2). Son palabras que la
Iglesia utiliza para subrayar la dimensión "epifánica" de la
Encarnación: el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre, su entrada en la
historia es el momento culminante de la autorrevelación de Dios a Israel y a
todas las naciones. En el Niño de Belén Dios se reveló en la humildad de la
"forma humana", en la "condición de siervo", más aún, de
crucificado (cf. Flp 2, 6-8). Es la paradoja cristiana. Precisamente este
ocultamiento constituye la "manifestación" más elocuente de Dios: la
humildad, la pobreza, la misma ignominia de la Pasión nos permiten conocer cómo
es Dios verdaderamente. El rostro del Hijo revela fielmente el del Padre. Por
ello, todo el misterio de la Navidad es, por decirlo así, una
"epifanía". La manifestación a los Magos no añade nada extraño al
designio de Dios, sino que revela una de sus dimensiones perennes y
constitutivas, es decir, que "también los gentiles son coherederos,
miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el
Evangelio" (Ef 3, 6)… es precisamente permaneciendo fiel al pacto de amor
con el pueblo de Israel como Dios revela su gloria también a los demás pueblos.
"Gracia y fidelidad" (Sal 88, 2), "misericordia y verdad"
(Sal 84, 11) son el contenido de la gloria de Dios, son su "nombre",
destinado a ser conocido y santificado por los hombres de toda lengua y nación…
Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre María, porque en él
reconocieron el manantial de la doble luz que los había guiado: la luz de la
estrella y la luz de las Escrituras. Reconocieron en Él al Rey de los judíos,
gloria de Israel, pero también al Rey de todas las naciones.»[3]
Magos de Oriente
Leyendo
sobre la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo
que Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño
judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde
la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe
(estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se
encuentra el Salvador (Jesús).»[2]
Predicaba
un Sacerdote, por estas fechas, que los Tres Reyes Magos no eran tres, ni eran
reyes, ni eran magos. Ocupémonos primero de su oficio de magos (gr. μάγοι,
μάγος y este del antiguo persa Magav grande) era una casta sacerdotal zoroastrista
numerosa, una de las seis tribus de los medos que se habrían conformado a la
religión persa, pero, eso sí, conservando algunas de sus antiguas creencias (Heródoto
1:101). Cuando los persas los sometieron no perdieron su influencia, intentaron
apoderarse del trono, sufriendo por ello una masacre; sin embargo, según Heródoto,
recuperaron su influencia (Heródoto 3:79). Adoraban los cuatro elementos (aire,
tierra, agua y fuego). Elevaban las así llamadas “torres del silencio”. Según
parece sus vestiduras rituales estaban formadas por un ropaje blanco y un alto
turbante de fieltro con dos piezas que tapaban las mejillas, ataviados con
ellas, ofrecían sus sacrificios (Heródoto 1:132; 7:43); además, practicaban la
oniromancia (v. DB, I vol., 565 f.; DB, iii, 203 ss.).
Paulatinamente,
la palabra μάγος pasó a significar, para los griegos, toda arte adivinatoria
emparentada con ritos orientales, por eso no es seguro que los Magos de San
Mateo sean persas (en un mosaico bizantino de mediados del siglo VI, en San
Apollinare Nuovo -Rávena, Italia- van ataviados a la usanza persa; en él
aparecen por primera vez los nombres con los que los conocemos actualmente:
Baltasar de barba oscura; Melchor joven y sin barba y Gaspar, el mayor, con
pelo y barba blancos y largos).
Para
algunos investigadores podría tratarse de Caldeos o Babilonios: argumentan que
entre los persas no hubo tradición astrológica y por lo tanto el tema de las
estrellas les sería indiferente; distinto de los Babilonios de quienes sabemos
que predecían eclipses y, ya en el Siglo III a.C. había dividido el día en 24
horas; o de los caldeos quienes configuraron –a partir de sus constelaciones-
el zodiaco (palabra griega que significa el camino de los animales zoo-diakos)
que con adaptaciones conocemos y con el cual estamos ampliamente familiarizados
actualmente.
Casi
todo lo que sabemos de los “Reyes Magos” ha sido creación de la tradición que
los fue “inventando”. Solemos hablar de “Tres” porque la Biblia nos habla de
tres regalos: χρυσὸν, λίβανον y σμύρναν (oro símbolo de la realeza divina;
incienso, símbolo de la divinidad y mirra que significaba que era mortal) sin
embargo, en otras tradiciones Melchor, rey de los persas, habría ofrendado
también finos textiles, entre ellos muselina, púrpura, piezas de lino además
del oro; Gaspar, rey de los indios, preciadas especias, nardo, canela e
incienso y Baltasar, rey de los árabes, también oro, plata, zafiros, piedras
preciosas, perlas y mirra. Ya Orígenes (185-253) había hablado de tres, sin
embargo, en el siglo III y IV se hicieron varias representaciones donde son 60
para los coptos, 12 entre sirios y armenios, 4, 3 o –inclusive- 2.
Detengamos
un momento en el significado de sus nombres: Melki-or provendría del hebreo y
significa “mi Rey es Luz”; Gaspar, también de origen griego, deriva de
"ga-ges" que es (tierra) y de "para" (procede de),
significaría "viene de alguna parte" o sea, de proveniencia poco
clara o no establecida; aunque según otros viene de "Kansbar" que significaría "buscador de
tesoros"; finalmente, Baltasar sería nombre de origen babilonio (Bel-šarru-usur
que significa "Dios protege al Rey") mencionado en el profeta Daniel.
Como
hemos recordado en diversas oportunidades, los judíos fueron llevados esclavos
a Babilonia y llegaron a ser alta proporción de sus habitantes; por eso, se ha
llegado a presumir que la espera del Mesías era patrimonio cultural conocido
entre los Caldeos de Babilonia. En la Biblia, se designan también, con el
título de magos a Simón, que los había entretenido, encantados con su magia (He
8, 9), y a Barjesús mago y falso profeta
(He 13, 6). Tertuliano, en el siglo III de nuestra era, motivado por la
pésima fama de los magos y apoyado en el Salmo 68,30-32 y en Isaías 49, 7. 60, 3-10 (de esta última perícopa
está tomada la primera Lectura de hoy) los nombró “reyes de oriente” (venían de
ἀνατολῶν leemos en el Evangelio de San Mateo).
La
descripción que conserva la tradición la debemos al Venerable Beda: Melchor,
anciano de largas cabellera y barba blancas; Gaspar, joven imberbe, blanco; y
Baltasar, por su parte, es presentado con piel morena -no negro. Todo esto dio
pie para identificar los tres reyes con los tres hijos de Noé (Sem, Cam y
Jafet) que, según el Antiguo Testamento, representaban las tres razas que
poblaban el mundo. Melchor a los europeos descendientes de Jafet; Gaspar, a los
asiáticos descendientes de Sem y Baltasar a los africanos descendientes de Cam.
Según
su misión de traer regalos a los niños Melchor traía dulces, golosinas y miel;
Gaspar ropa, zapatos y cosas útiles y Baltasar castigaba a los niños desjuiciados
trayéndoles carbón. Por esta razón, en muchas culturas, se suele dejar los
zapatos viejos en el alfeizar de la ventana para que en ellos dejen los Reyes
Magos sus θησαυροὺς tesoros.
Cuanto hicisteis a unos de
estos hermanos míos más pequeños…
El
siguiente cuento nos atrae muy especialmente, es una ficción muy interesante,
inclusive diríamos que muy constructiva y enriquecedora:
Cuenta una leyenda
rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el
oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y
mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los
lomos de sus burritos.
Luego de varios días
de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta.
Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de
colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos
arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo
burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el
corral. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la
marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre
pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un
pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada
dispersa.
Nuestro cuarto Rey se
encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se
retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no
conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado
su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con
qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?
Finalmente se decidió
por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño
disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya
estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de
su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y
poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar
la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde
vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo.
Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible,
porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos
los granos ya bien maduros.
Otra vez se encontró
frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos,
sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no
encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a
aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para
tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey
Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le
fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez
tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras tanto la
estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y
las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehízo la marcha, y
tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos
necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén.
Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme
llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus
pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El
pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo
miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que
aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso emprender
inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una
desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a
sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por
mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus
burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los
necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había
pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que
seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por
sus hermanos.
En el camino hacia el
país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se
encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que
dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde,
no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey
Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido
para auxiliar a sus hermanos.
Cuando llegó a Egipto
se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a
Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto
quien buscaba matar al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a
nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse
con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus
fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue
gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las
necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron
otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto
pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente se enteró
de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba
decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que
le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas
de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de
Jericó subiendo también él hacía Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo
había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le
adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió
unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo
habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su
burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin
pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con
el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa
hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta
una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas
monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del
hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo
que se gastara de más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a pie, solo,
viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas.
Era el mediodía de un viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente
estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos
regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una
cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi
arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz
hecha de años de cansancio y de caminos.
Y llegó. Dirigió su
mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
– Perdóname. Llegué
demasiado tarde.
Pero desde la cruz se
escuchó una voz que le decía:
– Hoy estarás conmigo
en el paraíso.
La
leyenda, nos permite mejor captar la figura de los Reyes Magos: Estos sabios
son un modelo, un tipo para nosotros. Nos hacen una propuesta, ellos nos tienen
una oferta. Buscan en las estrellas, en la naturaleza en la creación; pero
también buscan en las Escrituras: han visto surgir su estrella (en la naturaleza)
pero saben que es el Rey de los judíos (lo cual han sabido en las Escrituras).
Por eso ellos caracterizan al “buscador”. Dice la Dra. Consuelo Vélez «Lo que
el evangelio de Jesucristo se propone es la vida digna de todos los pueblos y
el discipulado misionero es necesario para lograrlo»[4]
Dimensión Misionera
«En
el contexto litúrgico de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la
Iglesia y su dimensión misionera. La Iglesia está llamada a hacer que en el
mundo resplandezca la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna
refleja la luz del sol. En la Iglesia se han cumplido las antiguas profecías
referidas a la ciudad santa de Jerusalén, como la estupenda profecía de Isaías
que acabamos de escuchar: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz.
(...)…Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu
aurora" (Is 60, 1-3). Esto lo deberán realizar los discípulos de Cristo:
después de aprender de él a vivir según el estilo de las Bienaventuranzas,
deberán atraer a todos los hombres hacia Dios mediante el testimonio del amor:
"Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 16)…"¿Cómo
sucederá eso?", nos preguntamos también nosotros con las palabras que la
Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Precisamente ella, la Madre de Cristo y de
la Iglesia, nos da la respuesta: con su ejemplo de total disponibilidad a la
voluntad de Dios —"fiat mihi secundum verbum tuum" (Lc 1, 38)—. Ella
nos enseña a ser "Epifanía" del Señor con la apertura del corazón a
la fuerza de la gracia y con la adhesión fiel a la palabra de su Hijo, luz del
mundo y meta final de la historia.»[5]
El
Papa nos señala con frase sintética y contundente la vía que la Virgen nos
modela para ejercer nuestra vocación misional de discípulos: a) apertura del
corazón a la fuerza de la gracia y b) adhesión fiel a la Palabra de Jesús, que
en resumidas cuentas es Él mismo, porque Él es la Palabra que se hizo carne y
plantó su tienda entre nosotros. (Jn 1, 14).
«…si
lo que se pretende es ofrecer este evangelio integral no puede hacerse desde la
mera puesta en acción de planes de desarrollo sino que necesita la fuerza de la
vida interior que brota del seguimiento cada día renovado del Señor Jesús. El
discípulo es el que empeña todo su ser en la causa que realiza. El discípulo es
el que da testimonio con su propia vida de la autenticidad de lo que anuncia.
El discípulo es el que puede ser auténticamente misionero porque no realiza un
oficio por el que espera una paga, sino que constituye una exigencia intrínseca
de su relación con el Señor y una responsabilidad ineludible por el amor que le
profesa. Discipulado-misión, misión-promoción humana integral, son binomios que
han de animar la misión evangelizadora de la Iglesia, máxime hoy urge mostrar
la vitalidad del Evangelio no sólo a los que aún no han oído hablar de él sino
también a los que conociéndolo, lo han abandonado por falta de compromiso con
este presente que es, a fin de cuentas, donde se juegan nuestros días y se
define nuestra eternidad.»[6] Recobremos la manera de
decirlo de San Romero de América: “Epifanía de un Dios que se hace presente a
los pueblos; encontradizo a los que en las tinieblas, en las dudas, en la
oscuridad BUSCAN… Aquellos magos del Oriente son los que van como a la
vanguardia de esa procesión de siglos y de pueblos”.
« En otras palabras, para encontrar a Jesús debemos dejar
el miedo a involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de
no pedir ya nada a la vida.»[7]
[1] Benedicto
XVI. HOMILIA EN EPIFANÍA Basílica de San Pedro 6 de enero de 2006. Fuente:
vatican.va
[2]
Ibid.
[3] Vélez,
Consuelo. DISCIPULADO, MISIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA INTEGRAL. En Revista
SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. #348 p.11
[4] Vélez,
Consuelo. DISCIPULADO, MISIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA INTEGRAL. En Revista
SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. #348 p.11
[5] Benedicto
XVI. Op. Cit.
[6] Vélez,
Consuelo. Loc. Cit.
[7] Papa
Francisco. HOMILIA DE EPIFANÍA 2018.
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