sábado, 5 de enero de 2019

SU GLORIA APARECERÁ SOBRE TI


Is 60, 1-6; Sal 71, 2. 7-8.10-11.12-13; Ef 3, 2-3a.5-6 ; Mt 2, 1-12

Los pueblos se dirigen hacia tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora.
Is 60,3

Seguir a Jesús… es… un éxodo que hay que vivir. Dios, que liberó a su pueblo a través de la travesía del éxodo y llamó a nuevos pueblos para que siguieran su estrella, da la libertad y distribuye la alegría siempre y sólo en el camino.
Papa Francisco.

La Palabra era la Luz Verdadera.
Hoy, al celebrar –en el marco de la Navidad- la Epifanía, se nos ocurre pensar  en el efecto de la gota que riza la superficie con su geometría de círculos concéntricos: Jesús, si bien es cierto, aparece en un contexto histórico muy definido, en un espacio geográfico preciso –el centro donde la gota golpea la superficie-, no se acercó a la humanidad para privilegiar y excluir, sino que su onda salvífica -con un radio cada vez mayor- es una generosidad, una providencia, a la vez que un anuncio, abierto para toda la humanidad y en eso consiste la Epifanía.

Su Santidad, Benedicto XVI nos definió lo que es la Epifanía con las siguientes palabras: «La Epifanía es misterio de luz, simbólicamente indicada por la estrella que guio a los Magos en su viaje. Pero el verdadero manantial luminoso, el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), es Cristo »[1].

Continua explicando el Papa: «Los pastores, junto con María y José, representan al "resto de Israel", a los pobres, los anawin, a quienes se anuncia la buena nueva. Por último, el resplandor de Cristo alcanza a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos… Pero ¿qué es esta luz? ¿Es sólo una metáfora sugestiva, o a la imagen corresponde una realidad? El apóstol san Juan escribe en su primera carta: "Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5); y, más adelante, añade: "Dios es amor". Estas dos afirmaciones, juntas, nos ayudan a comprender mejor: la luz que apareció en Navidad y hoy se manifiesta a las naciones es el amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo encarnado. Atraídos por esta luz, llegan los Magos de Oriente... El manantial de este dinamismo es Dios, uno en la sustancia y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí.»[2]

En el numeral 528 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: «La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del Mundo. Con el bautismo de Jesús y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos” representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al rey de los judíos” muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos la promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La epifanía manifiesta que “la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas” y adquiere “la dignidad del pueblo elegido de Israel.» Regresemos, ahora, a la Homilía de Benedicto XVI: «En la liturgia del tiempo de Navidad se repite a menudo, como estribillo, este versículo del salmo 97: "El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia" (v. 2). Son palabras que la Iglesia utiliza para subrayar la dimensión "epifánica" de la Encarnación: el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre, su entrada en la historia es el momento culminante de la autorrevelación de Dios a Israel y a todas las naciones. En el Niño de Belén Dios se reveló en la humildad de la "forma humana", en la "condición de siervo", más aún, de crucificado (cf. Flp 2, 6-8). Es la paradoja cristiana. Precisamente este ocultamiento constituye la "manifestación" más elocuente de Dios: la humildad, la pobreza, la misma ignominia de la Pasión nos permiten conocer cómo es Dios verdaderamente. El rostro del Hijo revela fielmente el del Padre. Por ello, todo el misterio de la Navidad es, por decirlo así, una "epifanía". La manifestación a los Magos no añade nada extraño al designio de Dios, sino que revela una de sus dimensiones perennes y constitutivas, es decir, que "también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 6)… es precisamente permaneciendo fiel al pacto de amor con el pueblo de Israel como Dios revela su gloria también a los demás pueblos. "Gracia y fidelidad" (Sal 88, 2), "misericordia y verdad" (Sal 84, 11) son el contenido de la gloria de Dios, son su "nombre", destinado a ser conocido y santificado por los hombres de toda lengua y nación… Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre María, porque en él reconocieron el manantial de la doble luz que los había guiado: la luz de la estrella y la luz de las Escrituras. Reconocieron en Él al Rey de los judíos, gloria de Israel, pero también al Rey de todas las naciones.»[3]

Magos de Oriente
Leyendo sobre la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo que Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe (estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se encuentra el Salvador (Jesús).»[2]


Predicaba un Sacerdote, por estas fechas, que los Tres Reyes Magos no eran tres, ni eran reyes, ni eran magos. Ocupémonos primero de su oficio de magos (gr. μάγοι, μάγος y este del antiguo persa Magav grande) era una casta sacerdotal zoroastrista numerosa, una de las seis tribus de los medos que se habrían conformado a la religión persa, pero, eso sí, conservando algunas de sus antiguas creencias (Heródoto 1:101). Cuando los persas los sometieron no perdieron su influencia, intentaron apoderarse del trono, sufriendo por ello una masacre; sin embargo, según Heródoto, recuperaron su influencia (Heródoto 3:79). Adoraban los cuatro elementos (aire, tierra, agua y fuego). Elevaban las así llamadas “torres del silencio”. Según parece sus vestiduras rituales estaban formadas por un ropaje blanco y un alto turbante de fieltro con dos piezas que tapaban las mejillas, ataviados con ellas, ofrecían sus sacrificios (Heródoto 1:132; 7:43); además, practicaban la oniromancia (v. DB, I vol., 565 f.; DB, iii, 203 ss.).

Paulatinamente, la palabra μάγος pasó a significar, para los griegos, toda arte adivinatoria emparentada con ritos orientales, por eso no es seguro que los Magos de San Mateo sean persas (en un mosaico bizantino de mediados del siglo VI, en San Apollinare Nuovo -Rávena, Italia- van ataviados a la usanza persa; en él aparecen por primera vez los nombres con los que los conocemos actualmente: Baltasar de barba oscura; Melchor joven y sin barba y Gaspar, el mayor, con pelo y barba blancos y largos).

Para algunos investigadores podría tratarse de Caldeos o Babilonios: argumentan que entre los persas no hubo tradición astrológica y por lo tanto el tema de las estrellas les sería indiferente; distinto de los Babilonios de quienes sabemos que predecían eclipses y, ya en el Siglo III a.C. había dividido el día en 24 horas; o de los caldeos quienes configuraron –a partir de sus constelaciones- el zodiaco (palabra griega que significa el camino de los animales zoo-diakos) que con adaptaciones conocemos y con el cual estamos ampliamente familiarizados actualmente.

Casi todo lo que sabemos de los “Reyes Magos” ha sido creación de la tradición que los fue “inventando”. Solemos hablar de “Tres” porque la Biblia nos habla de tres regalos: χρυσὸν, λίβανον y σμύρναν (oro símbolo de la realeza divina; incienso, símbolo de la divinidad y mirra que significaba que era mortal) sin embargo, en otras tradiciones Melchor, rey de los persas, habría ofrendado también finos textiles, entre ellos muselina, púrpura, piezas de lino además del oro; Gaspar, rey de los indios, preciadas especias, nardo, canela e incienso y Baltasar, rey de los árabes, también oro, plata, zafiros, piedras preciosas, perlas y mirra. Ya Orígenes (185-253) había hablado de tres, sin embargo, en el siglo III y IV se hicieron varias representaciones donde son 60 para los coptos, 12 entre sirios y armenios, 4, 3 o –inclusive- 2.


Detengamos un momento en el significado de sus nombres: Melki-or provendría del hebreo y significa “mi Rey es Luz”; Gaspar, también de origen griego, deriva de "ga-ges" que es (tierra) y de "para" (procede de), significaría "viene de alguna parte" o sea, de proveniencia poco clara o no establecida; aunque según otros viene de "Kansbar"  que significaría "buscador de tesoros"; finalmente, Baltasar sería nombre de origen babilonio (Bel-šarru-usur que significa "Dios protege al Rey") mencionado en el profeta Daniel.

Como hemos recordado en diversas oportunidades, los judíos fueron llevados esclavos a Babilonia y llegaron a ser alta proporción de sus habitantes; por eso, se ha llegado a presumir que la espera del Mesías era patrimonio cultural conocido entre los Caldeos de Babilonia. En la Biblia, se designan también, con el título de magos a Simón, que los había entretenido, encantados con su magia (He 8, 9), y a Barjesús mago y falso profeta  (He 13, 6). Tertuliano, en el siglo III de nuestra era, motivado por la pésima fama de los magos y apoyado en el Salmo 68,30-32 y en  Isaías 49, 7. 60, 3-10 (de esta última perícopa está tomada la primera Lectura de hoy) los nombró “reyes de oriente” (venían de ἀνατολῶν leemos en el Evangelio de San Mateo).

La descripción que conserva la tradición la debemos al Venerable Beda: Melchor, anciano de largas cabellera y barba blancas; Gaspar, joven imberbe, blanco; y Baltasar, por su parte, es presentado con piel morena -no negro. Todo esto dio pie para identificar los tres reyes con los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) que, según el Antiguo Testamento, representaban las tres razas que poblaban el mundo. Melchor a los europeos descendientes de Jafet; Gaspar, a los asiáticos descendientes de Sem y Baltasar a los africanos descendientes de Cam.


Según su misión de traer regalos a los niños Melchor traía dulces, golosinas y miel; Gaspar ropa, zapatos y cosas útiles y Baltasar castigaba a los niños desjuiciados trayéndoles carbón. Por esta razón, en muchas culturas, se suele dejar los zapatos viejos en el alfeizar de la ventana para que en ellos dejen los Reyes Magos sus θησαυροὺς tesoros.

Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños…
El siguiente cuento nos atrae muy especialmente, es una ficción muy interesante, inclusive diríamos que muy constructiva y enriquecedora:

Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.

Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.

Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?

Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.


Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.

Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehízo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.

Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.

En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.

Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matar al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.

Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacía Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.

Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.

Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
– Perdóname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
– Hoy estarás conmigo en el paraíso.

La leyenda, nos permite mejor captar la figura de los Reyes Magos: Estos sabios son un modelo, un tipo para nosotros. Nos hacen una propuesta, ellos nos tienen una oferta. Buscan en las estrellas, en la naturaleza en la creación; pero también buscan en las Escrituras: han visto surgir su estrella (en la naturaleza) pero saben que es el Rey de los judíos (lo cual han sabido en las Escrituras). Por eso ellos caracterizan al “buscador”. Dice la Dra. Consuelo Vélez «Lo que el evangelio de Jesucristo se propone es la vida digna de todos los pueblos y el discipulado misionero es necesario para lograrlo»[4]

Dimensión Misionera
«En el contexto litúrgico de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera. La Iglesia está llamada a hacer que en el mundo resplandezca la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. En la Iglesia se han cumplido las antiguas profecías referidas a la ciudad santa de Jerusalén, como la estupenda profecía de Isaías que acabamos de escuchar: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. (...)…Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1-3). Esto lo deberán realizar los discípulos de Cristo: después de aprender de él a vivir según el estilo de las Bienaventuranzas, deberán atraer a todos los hombres hacia Dios mediante el testimonio del amor: "Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 16)…"¿Cómo sucederá eso?", nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Precisamente ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, nos da la respuesta: con su ejemplo de total disponibilidad a la voluntad de Dios —"fiat mihi secundum verbum tuum" (Lc 1, 38)—. Ella nos enseña a ser "Epifanía" del Señor con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión fiel a la palabra de su Hijo, luz del mundo y meta final de la historia.»[5]


El Papa nos señala con frase sintética y contundente la vía que la Virgen nos modela para ejercer nuestra vocación misional de discípulos: a) apertura del corazón a la fuerza de la gracia y b) adhesión fiel a la Palabra de Jesús, que en resumidas cuentas es Él mismo, porque Él es la Palabra que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. (Jn 1, 14).

«…si lo que se pretende es ofrecer este evangelio integral no puede hacerse desde la mera puesta en acción de planes de desarrollo sino que necesita la fuerza de la vida interior que brota del seguimiento cada día renovado del Señor Jesús. El discípulo es el que empeña todo su ser en la causa que realiza. El discípulo es el que da testimonio con su propia vida de la autenticidad de lo que anuncia. El discípulo es el que puede ser auténticamente misionero porque no realiza un oficio por el que espera una paga, sino que constituye una exigencia intrínseca de su relación con el Señor y una responsabilidad ineludible por el amor que le profesa. Discipulado-misión, misión-promoción humana integral, son binomios que han de animar la misión evangelizadora de la Iglesia, máxime hoy urge mostrar la vitalidad del Evangelio no sólo a los que aún no han oído hablar de él sino también a los que conociéndolo, lo han abandonado por falta de compromiso con este presente que es, a fin de cuentas, donde se juegan nuestros días y se define nuestra eternidad.»[6] Recobremos la manera de decirlo de San Romero de América: “Epifanía de un Dios que se hace presente a los pueblos; encontradizo a los que en las tinieblas, en las dudas, en la oscuridad BUSCAN… Aquellos magos del Oriente son los que van como a la vanguardia de esa procesión de siglos y de pueblos”.

« En otras palabras, para encontrar a Jesús debemos dejar el miedo a involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de no pedir ya nada a la vida.»[7]






[1] Benedicto XVI. HOMILIA EN EPIFANÍA Basílica de San Pedro 6 de enero de 2006. Fuente: vatican.va
[2] Ibid.
[3] Vélez, Consuelo. DISCIPULADO, MISIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA INTEGRAL. En Revista SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. #348 p.11
[4] Vélez, Consuelo. DISCIPULADO, MISIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA INTEGRAL. En Revista SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. #348 p.11
[5] Benedicto XVI. Op. Cit.
[6] Vélez, Consuelo. Loc. Cit.
[7] Papa Francisco. HOMILIA DE EPIFANÍA 2018.

No hay comentarios:

Publicar un comentario