Is
62, 1-5; Sal 96(95), 1–3. 7–10ac; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-11
Es maravilloso ver a
Cristo presente en una fiesta con sus discípulos y con María, su madre. Hay demasiada gente que, con
la mejor intención, tienen la sensación de que el ser cristiano no es
compatible con la alegría de la fiesta.
Helder Câmara
Al
reflexionar sobre los textos de la Sagrada Escritura que leemos en la
Eucaristía, requerimos un enfoque adecuado.
Estas reflexiones tienen que entenderse como un esfuerzo de acercamiento
a Dios. No son recursos para polemizar, ni muchísimo menos enredos
intelectuales para posar de erudición, no estamos ante la opción de los
devaneos mentales sino ante un auténtico ejercicio de fe. Se trata –a eso
aspiramos- de un sincero y humilde empeño de estar cerca de Jesús. Se trata de
sentarse a sus pies para escucharlo, y, quizá interpelarlo sobre nuestras
dudas, tratando de sacarle a cada una de sus palabras toda la sustancia que
podamos.
En
esa adecuación de nuestra actitud, se incluye tener despierta la conciencia de
la profundidad y extensión de la riqueza inabarcable de su Palabra, que no
podemos pretender agotarla, como nos lo explica San Pablo, “en el momento
presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero
entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces
conoceré como soy conocido.” (1Cor 13, 12)
lo
que no puede conducirnos al derrotismo, sino, con mansedumbre y sencillez
–hasta donde nos sea posible- tratar de ahondar y saborear todo cuanto seamos
capaces de beber del agua de Vida que Él nos brinda: En ello nos va la enorme
responsabilidad de poder dar razón de nuestra fe. «La Sagrada Escritura
contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que permiten
obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los
cristianos han tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en
aquellas páginas sagradas. De ellas se deduce que la realidad que
experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha autoengendrado. Sólo
Dios es el Absoluto. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una
visión del hombre como imago Dei, que contiene indicaciones precisas sobre su
ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu. Puesto que el mundo creado
no es autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la dependencia
esencial de Dios de toda criatura —incluido el hombre— lleva a situaciones
dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido de la
existencia humana. Incluso el problema del mal moral —la forma más trágica de
mal— es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste no se puede reducir
a una cierta deficiencia debida a la materia, sino que es una herida causada
por una manifestación desordenada de la libertad humana. En fin, la palabra de
Dios plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su respuesta
orientando al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en
plenitud la existencia humana. De la lectura del texto sagrado se podrían
explicitar también otros aspectos; de todos modos, lo que sobresale es el
rechazo de toda forma de relativismo, de materialismo y de panteísmo.»[1]
La Boda de Dios con
Jerusalén
La unión esponsal es
en la biblia el símbolo más elevado de la alianza entre Dios y su pueblo.
Silvano Fausti
¿De
qué trata la Primera Lectura? De un amorío, se refiera a una “amada” que cambia
su status como resultado de la dignificación que le concede el amor. ¿Y quién
es la amada? ¡Jerusalén! Y, ¿Quién es el Amado? El Señor. ¿Cómo la dignifica el
Señor? La convierte en Corona esplendida y en Diadema Real. La saca de una
pobre y triste condición de Abandonada, de Desolada y la lleva a una nueva
condición: la hace Preferida, Esposa, Predilecta. Esta historia tiene un dulce
y sublime desenlace: Él, –Dios- se casa con ella, este Joven (y es que Dios
siempre es Joven), alcanza la felicidad con ella. Se casó con בְּתוּלָה [betulah] “una Virgen”; aquí comienza
la valoración de la virginidad. Se trata de una alegoría nupcial, se trata otra
vez de la Alianza, una Alianza que
para la mentalidad judía es más trascendental que las Alianzas políticas y
militares y que las alianzas diplomáticas; se trata de la Alianza Marital, una
Alianza como la de Dios con su Pueblo, que es el epítome de toda alianza.
No
se callará, no descansará hasta lograr que tenga un Nombre nuevo. Un Nombre que
la honre. Y eso conecta con el salmo, del cual se han tomado los versos que se
refieren al Nombre del Señor. La Primera Lectura se ocupa del nombre que tendrá
la Consorte (Consortes son aquellos quienes tienen sus bienes en común), el
salmo nos convoca a la Alabanza del Santísimo Nombre del Señor.
Cantemos la Gloria de
esta Alianza
El
Domingo pasado teníamos un Salmo del grupo de los salmos de “YHWH reina”.
También hoy, y al igual que el Domingo anterior, se trata de un salmo del
cortejo procesional que se encamina hacia el Templo, entre aclamaciones y
gritos de júbilo, festejando que se va a re-entronizar a YHWH en el Sancta
Sanctorum.
Aquí
el jolgorio se manifiesta con los cantos. La invitación es a cantar y eso
implementa el ambiente festivo y celebrativo. ¿Qué es lo que se celebra?: Pues,
ya lo hemos dicho, la Entronización de Dios. Pero Dios no se mueve, siempre
está en su Trono, ya hemos dicho en otra parte que los judíos copiaron la idea
de “entronización” de los babilonios, cuando fueron deportados allí, pero,
nunca creyeron que fuera necesario llevar al Trono a Dios, pues siempre hubo
consciencia que su Reinado es eterno: "Decid entre las gentes: «¡Yahveh es
Rey!»(Sal 96(95),10a,b), la ceremonia de entronización era meramente simbólica,
como una fórmula de recordación de que su Dios era su Rey. Así, al celebrar la
realeza de Dios, simétricamente se está celebrando que fueran ellos
precisamente, su pueblo elegido. La alegría es básicamente, por ser sus
“súbditos”. La festividad aclama la reciprocidad: “Yo seré su Dios y ustedes
serán mi pueblo” (Jr 7,23). Podríamos decir que los Salmos de YHWH lo que
celebran en el fondo, es la Alianza. El significado radiante de la Primera y el
Salmo sólo se descifra a cabalidad cuando se remiten a la perícopa del
Evangelio.
En
el Salmo se festeja a Dios –Rey como Creador, sin embargo, a continuación se
celebra el anuncio de su próxima, muy cercana venida como regente, que viene a
gobernar, pero que no gobernará con despotismo, sino con rectitud. Él gobierna
a los pueblos rectamente." (Sal 96(95), 10d); en este caso מֵישָׁר [meshar] “rectamente” (es adverbio
que modifica a “gobernar”) se puede traducir correctamente como “equidad”,
“justicia”. En el verso 12, usará el verbo שָׁפַט que es
más propiamente gobernar. La dicha festiva se ve intensificada ante la
perspectiva del Rey que “ya llega” a regentar con justicia y no con la dolorosa
y temida tiranía. Nosotros, por ser sus discípulos, estamos convocados también
a –conforme se pide en el capítulo 16 del Deuteronomio- “Actuar siempre con
toda justicia” (Dt 16, 18-20), esta es la consigna para la celebración de la
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se cumple este año entre
el 18 y el 25 del mes de este enero, donde se ruega, en un sano ejercicio de
ecumenismo, para lograr superar las separaciones que nos alejan. En el mismo
Deuteronomio, en el verso 20a dice: “La justicia y sólo la justicia es lo que
ustedes deben seguir…”. Es pues parte sustantiva de la Alianza el cumplimiento
de la justicia, que sin dudar Dios nos trae.
La generosa alegría del
Cielo: obra reveladora de Jesús
La alegoría puede
también referirse a la Iglesia en cuanto misterio –Cuerpo y Esposa- del Cristo
Total.
P. Roberto Mercier F.
pss
Para
este Segundo Domingo Ordinario tomamos -del Evangelio de San Juan- la perícopa
de las Bodas de Caná. Revisemos el contexto: En estos capítulos 2-3 tenemos 4
cuadros o escenas diversas: empezando con el primer milagro en las Bodas de
Caná, que se puede –junto con los episodios de los dos Domingos anteriores, de
Los Reyes Magos y el Bautismo de Jesús- entender cómo (φανερόω) epifanía, o mejor, una cristofanía en
tríptico, donde se manifiesta la Gloria de Jesús; seguida de la expulsión de
los vendedores del Templo (la primera escena muestra donde está Dios y la
segunda donde ya no está), que conforman el capítulo 2; seguidos del testimonio
de Nicodemo: “Rabí, nosotros sabemos que has venido de parte de Dios como
Maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que Tú haces, a
no ser que Dios esté con él.”(Jn 3, 2b-d); y cierra el capítulo el testimonio final
de Juan el Bautista, donde declara: “El Padre ama al Hijo y pone todas las
cosas en sus manos. El que cree al Hijo tiene la Vida, pero el que no quiere
creerle no conocerá la vida, sino que pesa sobre él la cólera de Dios” (Jn 3,
35-36); con lo cual concluye el capítulo 3. Con todo lo dicho anteriormente se
entiende de sobra porque escogió Dios esta ocasión para hablarnos de la Alianza y obrar su primer
signo. Signo que se anticipa –casi con datos de prematuridad- ante la solicitud
de la Santísima Madre.
Después
de esta aparición de la Santísima Virgen en este pasaje de la Vida de Jesús, no
la volveremos a encontrar hasta llegar al Calvario. De todas maneras, si Jesús
es nuestro Alfa y Omega; la Virgen es Alfa y Omega en la vida de Jesús. Nunca
exageraremos la importancia de María Santísima en la historia de Salvación. Ella
pronuncia una fórmula sumaria de la proclamación del Mesías: Ὅ
τι ἂν λέγῃ ὑμῖν, ποιήσατε.
“Hagan todo lo que Él les diga”. ¡Esta es la frase central que condensa todo la
Evangelización! Ser atentos y obedientes a cada palabra que su Boca y su Vida
pronuncien. «… Jesús se dirige a ella y la llama “mujer”. En la Biblia, ningún
hijo llamaba de ese modo a su propia madre. Solamente el marido podía llamar a
su esposa “mujer”. Eso muestra que la “madre de Jesús”, en el Evangelio de Juan,
representa un grupo. Es el grupo de los que se mantuvieron fieles a Dios y,
ahora, manifiestan esa fidelidad obedeciendo a Jesús… el verdadero esposo de la
humanidad es Jesús, pues así fue como Juan bautista lo anunció (cf. 1, 15. 27.
30).»[2] «… Jesús se dirige aquí,
NO a su madre María sino a su madre PUEBLO (el Pueblo es “MUJER” en el Antiguo
Testamento). Aquí ella representaría la parte de ese pueblo que, por su
fidelidad a Yavé y las esperanzas, ha hecho posible la venida del Mesías. Es la
primera en darse cuenta de que el antiguo sistema religioso es frio, vacío… le
falta vino. El vino del Evangelio ha sustituido el sistema vacío de antes. El
agua de la LEY antigua (seis tinajas de piedra para las purificaciones”)… Ella
fue la primera en darse cuenta de que en esas antiguas relaciones entre Dios y
el pueblo ya faltaba calor, cariño, emoción, pasión.»[3]
El
signo no es el milagro –que el Evangelio de Juan apenas si menciona-, el
énfasis está puesto en la desmesura, en la prodigalidad, en la abundancia, en
la derrochadora generosidad, algo como 150 galones del “mejor vino”. El vino
aquí nos indica en la dirección de la gran dicha festiva, es la prodigalidad de
la alegría. Por medio de este signo, se nos informa en el verso 11 que, los
discípulos creyeron. El mayordomo, no se dio cuenta del signo, pensó que era simplemente
otra reserva de vino, no sabía que era agua trasformada; la pareja de recién
casados –que son, en el fondo, los beneficiarios del milagro- son anónimos en
el relato, excepto cuando el mayordomo llama al esposo para felicitarlo por
esta nueva tanda de vino. Los que se dieron cuenta porque llenaron las tinajas
y fueron a llevarle la prueba al “maestre-sala” fueron los διακόνοις
[diaconois] “sirvientes”. A ellos se dirigió María para allegar el agua
a trasformar.
«Cuando
yo era niño, vivía cerca de nosotros una mujer muy buena, pero rígida y severa.
Un día en que yo estaba armando algún jaleo, puesto que yo vivía normalmente,
como cualquier niño sano, aquella vecina me agarró del brazo y me increpó:
“¡Niño, no saltes de ese modo! El Niño Jesús no saltaba. No grites: el Niño
Jesús no gritaba. En el cielo todo el mundo está sentado, tranquilamente, con
los brazos cruzados, contemplando al Señor…”
Menos
mal que para entonces ya sabía yo que semejante visión del cielo no era
posible. ¡Ah, no, el cielo es tan diferente…!»[4]
Los Carismas son para el
bien de todos
Vayamos
directo a la médula de la Segunda Lectura, y nos parece que en esta perícopa de
la Primera Carta a los corintios es: “… las diversas manifestaciones de la
acción del Espíritu en cada uno se dan para
el bien de todos”. En la Epístola se le dan diversos nombres: se les llama
ministerios, diversidad de actividades, carismas; y se enumeran algunos:
·
Sabiduría
para hablar
·
Conocimiento
para enseñar
·
Poder
de la fe
·
Curación
de enfermos
·
Poderes
milagrosos
·
Don
de profecía
·
Glosolalia
·
Interpretación
de lenguas
Y,
el mismo Espíritu los distribuye como Él quiere.
«Los
corintios valoraban los dones espectaculares, en especial, hablar en lenguas y
profetizar. Quienes poseían tales dones se creían los dueños de la comunidad.
Así pues tenemos más de un conflicto entre “fuertes” y “débiles”, ya que los
primeros pretendían conservar sus privilegios y su posición social. Su afán de
dominación pervertía el sentido de las celebraciones y de la vida comunitaria.
Era una vuelta a los ídolos mudos (12,2)… Pablo muestra a los “fuertes” que el
don de lenguas o el de profecía son menos importantes que otros. De hecho, en
la lista de dones que presenta (12, 7-11), coloca la profecía en quinto lugar y
el don de lenguas en el último, condicionándolo, además, al don de
interpretación. Hablar en lenguas sin intérprete alguno es puro exhibicionismo
y no representa ninguna ayuda para el crecimiento de la comunidad. Es pura
exaltación, semejante a la idolatría de la sociedad establecida»[5]
Los
verdaderos seguidores de Jesús conformamos el Cuerpo Místico de Cristo. En Él
cada uno cumple cierta función, tiene cierto encargo. Nadie puede poseer todas
las funciones. Uno es mano, otro es boca, otro es cabeza. Todos son dignos y
todos se necesitan. Todos son importantes, cada uno desde su función. Para que
todos sean del mismo cuerpo, todos deben estar animados por el mismo Espíritu: αὐτὸς
θεὸς ὁ ἐνεργῶν τὰ πάντα ἐν πᾶσιν.
“Dios que hace todo en todos es el mismo”1 Co 12, 6b. Esta distribución de
dones se hace según los criterios del Espíritu que los reparte a su arbitrio. A
nosotros nos corresponde gozar y alegrarnos en esta distribución y reconocernos
mutuamente dependientes y mutuamente necesitados.
Pensemos
y reflexionemos, hemos sido dotados con diversos carismas y todos los miembros
de la comunidad tienen el suyo. El de María, en el relato evangélico, fue la
sensibilidad para darse cuenta de la situación por la que atravesaba aquella
pareja a quienes en su fiesta de bodas, se les había agotado el vino. También a
nosotros nos corresponde estar atentos y, a partir de los carismas recibidos,
esmerarnos por proveer la “solución” necesaria a cada coyuntura, tal que, la
felicidad no falte, como no faltó el vino –antes bien- se gozó el de
"mejor calidad” cuando la caridad misericordiosa de Jesús lo proveyó. ¡Son
talentos para servir, no para lucirnos!
[1]
San Juan Pablo II FIDES ET RATIO #80
[2] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed. San Pablo.
Bogotá –Colombia 2002. p. 32-33
[3]
Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San
Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1999 pp. 30-32
[5] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS
CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá –Colombia 1996. pp. 54-55.
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