Is 42,1-4.6-7; Sal 28; 1a. 2. 3ac-4. 9b-10; Hch
10,34-38; Lc 3,15-16.21-22
Jesucristo,
punto culminante de la historia de salvación, es llamado por excelencia el
sacramento primordial de Dios.
Leonardo
Boff
No
te arredres, la ergástula es oscura,
la
firme trama de incesante hierro
pero
en cualquier recodo de tu encierro
puede
haber una luz una hendidura.
El
camino fatal como la flecha.
Pero
en las grietas, está Dios que acecha.
Jorge
Luis Borges
Alianza: Sacramento
Primordial
El
Año Litúrgico se inicia con el ciclo Navideño conformado por el Tiempo de
Adviento (cuatro Domingos), la Navidad, la Noche del 24 para amanecer 25; la
Navidad propiamente dicha es esa Noche, pero se celebra durante toda la Semana,
como si se tratara de un Día prolongado durante
los 7 días; luego viene la celebración de la Sagrada Familia, el primer
Domingo después de Navidad, la Fiesta de la Theotokos el Primero de enero,
después Epifanía, el domingo comprendido entre el 2 y el 8 de enero y, el
siguiente Domingo después de Epifanía, el Bautismo de Jesús. Así concluye el
ciclo de Navidad y damos –automáticamente- inicio al Tiempo Ordinario.
En
la Primera Lectura encontramos la contraposición entre oscuridad y Luz. La Luz
proviene del “Derecho y la Justicia”. La oscuridad de la cárcel, de la mazmorra
donde imperan las tinieblas. Si revisamos las Lamentaciones nos encontraremos
las causas de esa impenetrable oscuridad: hambre, esclavitud y muerte.
El
Espíritu Santo, cuya voz concluye la perícopa del Evangelio que se lee para
esta Liturgia, declara sobre Jesús: “Tú eres mi Hijo, el Amado, el Predilecto”.
La Profecía, de Isaías, abre así: Dios nos convoca y llama nuestra atención
para que la dirijamos hacia su Elegido, su Preferido, a quien Él Sostiene. «Es
decir, no aplasta ni ofende a los más débiles que él… él no usa ni propaganda
ni demagogia, como hacían los grandes. Pero de frente, insistente y fiel, sin
desanimarse ni desfallecer, hasta establecer el derecho sobre la tierra.»[1] Indubitablemente, estamos
hablando de la misma Persona. Podemos pendular entre la Primera y el Evangelio…
En el Evangelio el Espíritu Santo baja sobre Él en forma de Paloma, en la
Primera se declara que “sobre Él he puesto mi Espíritu”. Según la Profecía el
Elegido no usara de las vías de poder, ni de las rutas de hecho para hacerse
notar, para revelar su Poderío: No clamará, no voceará en las calles, no
quebrará la caña que fue fracturada, tampoco extinguirá la leve llama que
sobrevive en el pábilo a punto de apagarse. Subyace la idea que las maneras de
Dios no son las que imaginamos, ni las que emplearíamos nosotros, no son fuerza
e imposición sino enamoramiento, seducción –como la llamará Jeremías.
Según
nuestro leal modo de entender la palabra clave de la Primera Lectura es בְּרִית
Alianza, porque Jesús ha sido puesto por el Padre-Celestial como לִבְרִ֥ית עָ֖ם “Alianza de un pueblo”. Su Luz brota de su
condición de ser realización de Su Alianza. Su Alianza se cumple abriendo los
parpados de los que nacieron ciegos y sacando a los cautivos de la oscura
prisión que los sume en חשֶׁךְ [chosec] “la obscuridad rotunda”,
convirtiéndose así en Luz de las Naciones (de la gentilidad). Observemos, Jesús es dado por Dios a la humanidad
como “Alianza”, es Alianza viva, es la ¡Nueva Alianza! «En Jesús se nos ha
comunicado de tal manera la presencia amorosa, perdonadora y regeneradora de
Dios… Él hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su
renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos
los marginados del mundo… Cristo es… el sacramento primero de Dios, pues Él es
Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina.»[2]
En aquel momento histórico, cuando se escribe
el Primer Canto del Siervo de YHWH, la Alianza consistía en la liberación del cautiverio en Babilonia.
Acabamos de –por así decirlo- presenciar la manifestación (en griego Epifanía)
de la Alianza; la Alianza, y así lo hemos venido subrayando, es la unidad de
Divino-humano y bien vale la pena remitirnos al Concilio de Calcedonia y ver
cómo está personificada la Alianza en Jesucristo: «Siguiendo, pues, a los
Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo
Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la
humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma
racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y
consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos
según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los
últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo
Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división,
sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por
su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las
naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona.»[3]
Se oyó una voz del Cielo.
Nos gusta empezar el examen de un salmo mirando
su clasificación, este salmo 29(28) cataloga en el grupo de los salmos de ¡YHWH
reina! «Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del “bautismo de Jesús”:
“Se abrió el cielo… Se oyó una voz… Tú eres mi Hijo”»[4]
Los salmos del reinado de Dios pueden ser de cortejo
de entronización o de entronización en el Palacio; este salmo pertenece a este
segundo grupo: como es de entronización, el ámbito es el Palacio, o sea, en el
caso de YHWH, el Templo, más exactamente, en la Sala Real, o sea, en el corazón
del Templo, en el Santa Sanctorum (Kodesh haKodashim)
donde Él tiene su sede y donde sólo podía ingresar –repitamoslo - el Sumo
sacerdote, una vez al año, a quemar incienso, precisamente por Yom Kippur (Día
de la Expiación).
Podemos examinar, en este salmo, una Voz y una
contra voz. La Voz es la de YHWH –Voz de Trueno-, cabe anotar que en el salmo
se siente el profundo respeto rayando en temor por la Voz atronadora de YHWH,
allí llamada “potente” y “magnifica” –una Teofanía- más no se da traducción, si
queremos saber lo que dice tenemos que remitirnos al Evangelio. La contra-voz
es la del pueblo que aclama ¡Gloria! (Kavod) Que en este caso significa
Magnificencia-Prodigalidad, saludando que YHWH esté sentado en su Trono, y no
por un período, sino por toda la Eternidad.
Hay un detalle, del mayor relieve, al que
concedemos escaza notoriedad, siendo de la mayor calidad: El vocativo. ¿Cómo se
nos denomina en el Salmo? ¿Con qué palabra se nos convoca? Se nos llama –nada
más ni nada menos- “¡Hijos de Dios!”.
El Bautismo es para todos
Podemos identificar dos núcleos en la Segunda
Lectura:
a)
"Dios no hace distinciones. Acepta al que lo teme y practica la
justicia."
b)
"Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios,
que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el
bien y sanando a los oprimidos por el diablo."
Dios
está abierto a todos, pero «si pone una
condición “el que le teme y practica la justicia le es grato”. Esto es
precisamente lo que dispone a las personas para la vida cristiana: temer a
Dios, es decir reconocer que Dios es Dios y que el hombre no es Dios, y
practicar la justicia, es decir, poner en práctica el compartir y la fraternidad,
de manera tal que todos puedan gozar de libertad y de vida.»[5]
Hay
un puente entre a y b: La Misericordia de Dios fue entregada a los israelitas,
su Epifanía. Es por este medio que Dios “desembarca
en nuestras playas”, pero, no para su exclusividad, sino para todas las
naciones. Aquí Jesús es llamado λόγος [logos]
“Palabra”, “Manifestación de la Divinidad”, y explica que se está hablando de
un “portador de Paz”. Más adelante, en el versículo 43 se dice que: “A Él se
refieren todos los profetas al decir que quien cree en Él recibe por su Nombre
el perdón de los pecados.” La paz –que como se ha dicho, para los judíos es
plenitud, se identifica así con el perdón de los pecados. De ese estado de
conversión dimana la dicha entera, no hay que irla a buscar en otra parte. Esta
perícopa forma parte del Pentecostés a los paganos. Por esa indiscriminación de
Dios es que no se puede negar a nadie el bautismo: "¿Podemos acaso
negarles el agua y no bautizar a quienes han recibido el Espíritu Santo como
nosotros?" (Hch 10, 47)
Antes
de pasar adelante, reconozcamos el filamento que urde longitudinalmente el
lienzo: Hay una arteria que conecta la Primera con la Segunda Lectura: La
justicia, ¡Dios nos llama con ella y espera que nosotros la construyamos!
Justicia es parte de la condición para ser acogidos en la Misericordia Divina.
Solidaridad o la
acechanza perenne de Dios
¿Cómo
actúa el infiltrado?, está adentro, pero su compromiso está con el otro, se
hace el que es fiel, da todos los pasos tendientes a simular pero todo no es
más que eso: simulación. Como el príncipe que se mezcla con los plebeyos, no
come ni bebe su comida pobre, está allí con ellos, pero su corazón está en otra
parte. Pensamos –por contraposición- en San Francisco, vestido con sus ricas
galas, llevando su traje de lujosas y costosas telas. Pero, él no es un
simulador, se arranca las ropas para hacerse verdaderamente “il poverello
d'Assisi”.
Tenemos
que cuidarnos del riesgo de entender esta Teofanía en la que Dios-Padre
manifiesta (Epifanía) que: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” como un
evento a-histórico, donde la donación de Dios desde el Génesis, su Voluntad
desde todos los tiempos, explicada por San Juan en el Evangelio, y toda la vida
coherente de Jesús no representaran precisamente el asumir de lo cronológico en
lo kairótico, el paso de lo trascendente a lo terrenal. Aquí nos será de mucho
provecho retomar de la Carta a los Filipenses 2, 6-8: "Él, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló
a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz." Este hecho
histórico lo denominamos solidaridad entendida como adhesión incondicional, y
cuando decimos incondicional estamos pensando en amor ágape, el que no espera
nada a cambio, lo que podemos traducir del griego como “Misericordioso”. Esa
solidaridad entraña –como lo subraya San Pablo- humildad, desapego, desacomodo,
despojo, obediencia.
El
carácter histórico de esta solidaridad de Dios con el hombre no sólo conecta
con el Principio, con el antes sino que además se conecta con un “después” el
de la Resurrección y con una espera (escatológica) en la cual permanecemos.
Ser
Padre-Hijo es una relación que se puede dar con muy diversas intensidades,
puede ser una relación donde se engendra y luego… nada, o puede ser una
relación de extrema cercanía; entre estos dos extremos están todas las
variantes posibles. La de Jesús con Dios-Padre parece ser extremadamente
cercana. El texto en el Evangelio de San Lucas nos dice que: “Y mientras estaba
en oración, se abrieron los cielos” (Lc 3, 21b).
«Lucas
anota puntualmente que Jesús, en las dos importantes teofanías, “estaba en oración”
(Lc 3, 21; 9,29). Una voz se hace oír del cielo para revelar la identidad de
Jesús, para manifestar su dignidad divina de Mesías-Salvador, y el origen de su
misión en el mundo. En el bautismo va dirigida a Jesús: “Tú eres mi Hijo
predilecto, en ti me complazco” (Lc 3,22). En la Transfiguración, en cambio, va
dirigida a los discípulos: “Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle” (Lc 9,
35). Toda la narración de Lucas está construida sobre tres pilares, que
constituyen otras tantas cristofanías: el Bautismo, la Transfiguración, la
Resurrección-Pentecostés. Jesús se revela como quien está en continua comunión
con la presencia del Padre y del Espíritu.»[6]
«Jesús
recibió el bautismo mientras oraba (cf. 3, 21)… El significado pleno del
bautismo de Jesús que comporta cumplir “toda justicia”, se manifiesta sólo en
la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la
humanidad y la voz del cielo –este es mi Hijo amado” (Mc 3,17)- es una
referencia anticipada a la Resurrección. Así se entiende también por qué en las
palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (cf. Mc 10, 38; Lc 12,
50).»[7] De esta manera el Papa
Emérito nos lleva a completar el círculo de la solidaridad. Ahora lo podemos
entender, en el bautismo lo que está anticipando Jesús es su sacrificio vicario
por nuestra salvación.
Podemos
adentrarnos en este Sacramento de Jesucristo: «… la Iglesia oriental ha
desarrollado y profundizado esta forma de entender el bautismo de Jesús. Ve una
profunda relación entre el contenido de la fiesta de Epifanía (proclamación de
la filiación divina por la voz del cielo; en Oriente, la Epifanía es el día del
bautismo) y la Pascua… Juan Crisóstomo escribe: “La entrada y la salida del
agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección”… El
bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que
se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los
demás es el descenso al “infierno”, no sólo como espectador, como ocurre en
Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo
los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a
la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y,
¡como es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos
manipulan!). Este poderoso, invencible con las meras fuerzas de la historia
universal, es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma
naturaleza que Dios, puede asumir toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el
fondo, sin dejar nada al descender en la identidad de quienes han caído.»[8]
El sacramento
El
bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso
en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su
bautismo. Así se llaga a ser cristiano… Jesús no aparece como un hombre genial
con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una
época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante
nosotros más bien como el “Hijo predilecto”, que si por un lado es totalmente
Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, “más
interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro” (cf. San Agustín, Confesiones, III, 6, 11)»[9]
[1]
Mesters. Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. Ed. Centro bíblico
“Verbo Divino” Quito-Ecuador. 1993 p. 27
[2]
Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. Ed. Tierra Nueva Quito –Ecuador
2001. p. 175
[3]
CEC. #467
[4]
Quesson, Noël . 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé
de Bogotá-Colombia 1996 p. 69
[5]
Storniolo, Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO.
Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998. p. 112 Las cursivas son
nuestras.
[6]
Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO EN LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed.
San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998 p. 82
[7]
Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET I Parte Ed. Planeta Bogotá-Colombia 2007 p. 40
[8]
Ibid. p. 42.
[9]
Ibid pp. 46-47
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