También las escenas
bucólicas, parten de los belenes, tienen ahí su verdad: la paz no se anuncia a
banqueros y políticos, sino a simples pastores.
Marius Reiser
La No-Violencia: un estilo de política para la paz.
Papa Francisco
Proponte como modelo a la Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre de Dios.
Proponte como modelo a la Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre de Dios.
San Jerónimo
San
Agustín nos proporciona un enfoque de María que nos allega con luminoso
esplendor a la Madre de Dios, dice él que: «María fue tan sumisa a la voluntad
divina, que por la blandura con que se dejó modelar es llamada “forma Dei:
molde de Dios”» Con qué manera tan fantástica nos ha enriquecido la Iglesia al
proponernos para iniciar el año civil, la celebración de la Solemnidad de este
Dogma a, un mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de la Paz.
María y la Paz quedan, de esta manera, puestas lado a lado.
Cuando
nosotros hablamos así, diciendo y llamándola Madre de Dios «esa expresión está
reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo», nos
invitaba a reconocerlo José María Cabodevilla. No se puede tratar de algo que
simplemente pronunciamos como una fórmula nominativa, es algo que decimos
apelando a nuestra inteligencia, en un férreo maridaje entre fe y razón; tenemos
que entender que el ser humano no podría engendrar a Dios, pero Dios si puede
engendrar-encarnar su Divinidad. ¡Dios pudo, Dios quiso, Dios lo hizo, alabado
sea el Nombre de Dios! para glosar la celebérrima frase de Duns Scoto, (beatificado
por Juan Pablo II en 1993): “Potuit, decuit, ergo fecit” (Podía, convenía,
luego lo hizo).
La
maternidad de Dios por parte de María, a quien desde la remota antigüedad, en
los albores del primer milenio de la Iglesia, así en la católica como en la
ortodoxa, ya se la llamaba –en griego- Theotokos, es decir, la que lleva en su
Vientre a Dios. Sabemos que Jesús es la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, pues bien, si Jesús es Dios y María Santísima es su Madre, como lo
confesó el Concilio de Éfeso, en el 431 de nuestra era, aseverando que sería
anatema quien negase que María es Madre de Dios pues lo dio a luz, en el orden
de la carne. ¿Qué más se requiere clarificar? Saludemos a la Virgen, desde el
fondo de nuestro propio corazón, con las mismas palabras que usaba San
Francisco de Asís: ¡Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo
todo la plenitud de la gracia y todo bien!
Hay
más, el Concilio de Éfeso insistía en esta manera de hablar porque así se
unificaba la doble naturaleza de Jesús que es tanto humana como Divina, unidas
en una única Persona. La Virgen, Santa Madre de Dios, articula el Cielo y la
tierra integrando lo que es del hombre y lo que es de Dios; al decir del
Sacerdote Jesuita Gustave Weigel: “Los Padres de la Iglesia primitiva, con
mucha razón llamaron a María el “cuello” del Cuerpo Místico de Cristo. La
conexión de la humanidad con Cristo se verifica por María, que “profundiza la
visión divina”. El Evangelio nos retrata esa Madre Santísima que “atesoraba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). No se reduce a
pronunciar en continuidad las dos ideas: Madre de Dios y paz; «La paz es un
desafío al prurito que hay en nosotros de ser más guapos y más fuertes, de
sobresalir; es un desafío a este hormigueo de las manos y del corazón, que
quisiera acabar, rápido e inmediatamente, con quien piensa distinto de
nosotros.»[1]
El
corazón entra en acción para conducirnos por la coherencia del compromiso de
una triple manera, y es que: 1) el corazón «…no sólo es la sede de los
sentimientos, sino también el lugar profundo en donde nuestra persona toma
consciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre el
sentido de la realidad, asume actitudes responsables hacia los hechos de la
vida y hacia el mismo misterio de Dios. 2) La importancia decisiva del corazón
respecto de la salvación… Jesús está presente en la historia como salvador,
como redentor, como liberador., Pero la acción divina de la salvación se vuelve
realmente eficaz en la historia humana sólo pasando a través de nuestros
corazones, que gracias al Espíritu Santo se convierten en corazones nuevos,
animados por el amor filial hacia Dios. 3) Finalmente, …la particular plenitud
de vida que el corazón encuentra en sí mismo cuando, por así decirlo, sale de
sí y encuentra la novedad absoluta del Amor de Dios que se dona a nosotros en
Jesús.»[2] Permitimos a Dios actuar
eficazmente por medio de nosotros, que es la actitud característica de María
quien se consagró respondiendo al Arcángel San Gabriel “Hágase en mí”. Puede
que simulemos no tener ninguna evidencia de Dios en nuestra vida; pero no es
que Dios no esté, que nos haya olvidado, que esté distraído; más bien es que no
somos capaces de descubrirlo (o que hacemos la “vista gorda”); y, si no nos
damos cuenta de su Ser-a-nuestro-lado, de que Él es el Emmanuel, entonces no
podemos actuar con Él, no podemos cooperar con Dios y estaremos de espaldas a
su Proyecto de Luz y de Vida, sin que su acción pueda pasar a través de
nuestros corazones. A veces se ha dicho que Jesús es el Sol y María,
sencillamente es la luna que refleja su luz, así nosotros también estamos
llamados a cumplir la función refleja.
El
Proyecto de Dios que es su Reino, recurre y requiere de nuestra competencia y
nuestro compromiso con Él. ¿Cómo entramos nosotros en la Biblia?, ¿Estamos
–acaso- ajenos al proyecto salvífico?, ¿O la Biblia es solo un manual de
instrucciones? ¡Pues no! En la Biblia nosotros sí figuramos porque somos los “pastores”
con la misma misión de los pastores. Esos que hoy se apuran a llegar a ver el “signo”(Lc 2, 12), somos nosotros los llamados
y convidados a ir a ver al Niño en el Pesebre, y tenemos la opción de “ir
corriendo” (Lc 2, 16), y dar testimonio de Él explicando lo que los Ángeles han
revelado sobre ese “signo”. Él es el signo de la Paz. Vamos visualizando algo mejor
el correlato entre Madre de Dios y Paz. Jesús es la Paz, o mejor, es Él el
Enviado a traer la Paz. Los Ángeles así lo cantan: “Gloria a Dios en el Cielo y
en la tierra Paz…”(Lc 2, 14ab). Esta afirmación angelical la confrontaremos con
la del Evangelista: “La Paz les
dejo, mi Paz les doy. La Paz que yo les doy no es como la que da el mundo…”(Jn
14, 27abc). Y, ¿cuál es la Paz que da el mundo en el contexto del Jesús
histórico? ¡La de Cesar Augusto! «En efecto, Augusto “ha establecido durante
250 años la paz, la seguridad jurídica y un bienestar, que hoy muchos países
del antiguo Imperio romano todavía sólo pueden soñar”»[3]
Nos abocamos a un contrapunto entre estas dos versiones de la Paz. «En
todo esto debían pensar los lectores u oyentes antiguos (y Lucas tenía esta
intención) cuando oían hablar del nacimiento del “salvador” e inmediatamente
oían el canto de los coros celestiales cuya palabra central era la paz, núcleo
de la propaganda de Augusto. Pero la paz que aquí se anuncia no es la Pax
Augusta. Es una paz que en los ángeles ocupa el segundo lugar, porque el
primero lo ocupa Dios mismo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a
los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14). Esta paz no la aporta un político,
ni siquiera Augusto, sino aquel salvador divino que ha nacido como hijo de
gente sencilla en un establo en Belén. Esta paz, la Pax Christi, no se opone
necesariamente a la Pax Augusta, pero es independiente de ella y la supera,
como el cielo supera la tierra… Quedan los pastores, que primero se asustan y
acaban diciendo: vamos a verlo y comprobarlo (Lc 2, 15). Luego comunican lo que
han oído y al final alaban a Dios, una vez que el mensaje celestial se ha
demostrado como auténtico (Lc 2, 17.20). Estos pastores son la imagen de una
comunidad cristiana (así lo entendió Ambrosio). Y finalmente está María, de la
que sólo se dice que “guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc
2,19). Lo que aquí se dice de María el evangelista espera que se diga de cada
cristiano. Los padres de la iglesia veían también en la madre de Dios un modelo
para todos los cristianos. Pues todo cristiano –y toda la iglesia– está
llamado, desde el útero del corazón (H. Rahner), a dar a luz a Cristo de
manera que cobre forma en la propia vida (Ga 4, 19).»[4]
[1]
Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA.
Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 pp. 16-17
[2]
Ibid. pp15-16
[3]
Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. P. 84
[4]
Reiser, Marius. LA VERDAD SOBRE LOS RELATOS NAVIDEÑOS. Selecciones de Teología
pp. 353-354 seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol43/172/172_reiser.pdf.
El subrayado es nuestro.
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