ἃ ἀκούετε καὶ βλέπετε·
Mt 11, 4d
Is
35, 1-6a. 10; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11
El rostro de Dios es
el anuncio más subversivo y más incómodo, más exigente y más liberador que se
pueda imaginar.
Carlos Mesters
Si Dios se ha hecho
hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser.
Ortega y Gasset
El
Adviento es un Tiempo de preparación: Tiempo penitencial. Es una época para
limpiarnos el corazón y purificar nuestras intenciones; época de ejercitarnos
en la misericordia, escoger regalos para los niños menos favorecidos y
llevar un mercado a los más necesitados.
Es, también un tiempo privilegiado para reconciliarnos con nuestros familiares
cuando alguna nube oscura nos ha distanciado. En ese contexto penitencial nos
damos de bruces con la sorpresiva “Vela Rosada” de la Corona de Adviento y con
el Ornamento Rosado que lucirán algunos Sacerdotes en este Tercer Domingo del
Adviento. Se trata del Domingo de Gaudete; Gaudete quiere decir regocijaos
en latín, o como diríamos –hoy en día-, “alégrense”, y esta alegría, así nos lo
explica el Introito de la Eucaristía Dominical, proviene del hecho de que ya
llega el Mesías, nuestro Salvador: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a
insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Antífona de Entrada, Flp 4,
4.5). Tenemos, en consecuencia, que la celebración es por el Mesías, “el que
ha de venir”. Sin embargo Juan el bautista tiene sus dudas, por eso
comisiona dos emisarios que vayan donde Jesús a preguntarle si es Él. (Cfr. Mt
11, 2-3)
Fernando
Savater, en su Historia de la filosofía sin temor ni temblor, nos cuanta cómo
era el Mesías esperado: «Los judíos tradicionales esperaban que cierto día
apareciese entre ellos el Mesías, un santo o enviado de Dios de poder
extraordinario que liberase a su pueblo de la opresión de los romanos y les
devolviera su libertad y esplendor.»[1]
Vayamos
directamente al Evangelio: Jesús, cuando se refiere a Juan el Bautista no
escatima su aprecio, se refiere a él como a profeta, “Les digo que sí, y más
que profeta. A este se refiere aquel texto de la Escritura: Miren, yo envío por
delante un mensajero a prepararme el camino”. (Mt 11, 9d-10). Se refiera a Ml
4,5-6. «La profecía contenida en Malaquías 4,5-6 (3,23-24 en el texto hebreo)
alimentó la esperanza de que un personaje comparable a Elías apareciera para
preparar al pueblo antes de la venida definitiva del Señor,… El más conocido de
los profetas de la penitencia es Juan Bautista, que en el Evangelio de Mateo es
identificado con Elías (Mt 11, 13-14; 17, 10-13)»[2]
Para
captar esta comparación tendríamos que echar una mirada a Elías. ¿Quién era
Elías? «Elías fue una persona que impresionó a todo el mundo, amigos y
enemigos. Impresionó principalmente a sus discípulos. Por decenas de años, no
se cansaban de recordar su modo de ser: bueno con los pequeños, valiente a la
hora de enfrentar a los poderosos, para defender la fe de su pueblo, confiado
en Dios; pero también muy humano, sujeto a crisis, con sus limitaciones.
A
los viejos estos recuerdos les hacían revivir momentos que jamás volverían. Los
jóvenes, que no conocieron a Elías; quedaban “deslumbrados” por aquellas
historias.»[3].
Falta mirar la otra cara de la moneda, el mismo Mesters nos la da: «Elías tenía
un defecto, el defecto de muchos. Creía ser el único defensor de la causa de
Dios: “Sólo quedé yo” (1Re. 19, 10). En realidad quedaban siete mil (1Re 19,
18). ¿Qué le impedía descubrir los siete mil que defendían la misma causa? … El
campo de batalla donde él lucha por la justicia y por la libertad no es sólo la
sociedad injusta creada por el sistema del rey. Es también su propio interior,
donde él enfrentándose consigo mismo y con Dios busca destapar la fuente de la
libertad…. La gran tentación de quien lucha por la causa de Dios es pensar que
Dios es igual a la idea que él se hace de Él. Esta tentación es como arena en
los ojos impide ver siete mil personas.»[4]
«En
su búsqueda de Dios, Elías se orienta por los criterios de la tradición: “terremoto,
rayo, tempestad” (1Re. 19,11-12), señales de la presencia de Dios desde los
tiempos de Moisés (Ex. 19,16-18)… Pero aún debe aprender que, ni aún por eso,
tiene privilegios delante de Dios. Dios no queda debiendo nada a Elías! Dios es
libre y soberano, no sólo frente al rey, sino también frente al propio Elías.
Elías sabe respetar la libertad de Dios y, ´por eso, salvó la libertad del
pueblo… Los criterios seguros de la tradición no fueron suficientes. Dios ya no
estaba en el terremoto, ni en la tempestad, ni en el rayo (1Re. 19,11-12) Elías
tuvo que dar un paso más. Dios estaba en la “brisa leve” (1Re. 19,12).»[5]
A
Dios no podemos cazarlo con nuestras trampas seguras, no podemos filmarlo con
nuestros sensores de altísima sensibilidad. Con nuestros detectores de finísima
fidelidad. No podemos predecirlo ni describirlo después de nuestras sesudas
disquisiciones. Dios permanece el Inasible. Pero no podemos claudicar de su
búsqueda. Sabemos que sin falta vendrá y, a nosotros sólo nos cabe, con
humildad preguntarle ¿Eres Tú? O, ¿aún debemos esperar a otro?
Ya
nos dejó atónitos cuando llegó a Belén, la paupérrima, la insignificante; nos
dejó boquiabiertos cuando se presentó como un Tiernísimo Bebé en un burdo
pesebre. «Dios mostró que continuaba siendo el mismo Dios de siempre;
totalmente libre, imposible de ser aprisionado en cualquier proyecto, esquema o
pensamiento humano; más grande que todo aquello que nosotros o la tradición,
pensamos, hablamos o enseñamos respecto de Él. “Dios es mayor que nuestro
corazón” (1Jn. 3, 20)»[6]
[1]
Savater, Fernando. HISTORIA DE LA FILOSOFÍA SIN TEMOR NI TEMBLOR. Ed.
Espasa-Planeta colombiana Bogotá-Colombia 2da imp. 2014 p. 77
[2] Perkins,
Pheme. JESÚS COMO MAESTRO.LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU EPOCA. Ed.
El Almendro Madrid-España 2001 p. 32-33.
[3]
Mesters, Carlos. EL PROFETA ELÍAS, HOMBRE DE DIOS HOMBRE DEL PUEBLO. Colección
Biblia # 13 Ediciones EDICAY Quito-Ecuador. 3ª Ed. 1992 p. 5
[4]
Ibidem p.34
[5]
Ibidem p. 35
[6]
Ibid
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