Segundo Domingo de Adviento (A)
Is 11, 1-10; Sal 72(71), 1-2. 7-8. 12-13.
17; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12
"Si nos
parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya
se quedaron pensando
en El. Ya les predicamos
con nuestro ejemplo,
pues un hombre que está
lleno de Dios, lo
comunica a todos".
San Francisco de Asís
“… ¡en la Biblia, el
rey no es el rey! ¡El Rey es Dios!”
Noël Quesson
Punto de partida: el Domingo anterior
En el Primer Domingo de Adviento de
este ciclo nos ocupamos del tema de la Segunda Venida. Hoy vamos a
“prepararnos”, y ahí íbamos… nos habíamos quedado en la pregunta de ¿cómo nos
preparamos? , y les adelantamos una primera instrucción general: ¡Estando
siempre preparados! En este Segundo Domingo nos introducimos en algunas puntualidades
admirables.
El Reino y su Reinado
El profeta en la Primera Lectura nos
presenta los detalles concisos del Reinado Esperado, con un lenguaje
francamente poético, designa su rasgo básico: La Paz. El vastísimo territorio,
diremos mejor, el ilimitado territorio de su Reinado es denominado aquí Monte
Santo, una alusión a Jerusalén –recordemos que el Monte Santo está en la Nueva
Jerusalén, porque Jesús todo lo hizo Nuevo- y digámoslo, una vez más, esta
palabra significa “Ciudad fundamentada sobre la Paz”, aquí no es la capital de
la nación judía, sino la sede universal del Reinado de Dios, un reinado
Católico –atención que no queremos para nada ser excluyentes, no queremos decir
un Reinado de los creyentes católicos, sino un reinado Universal, porque esto
es lo que significa la palabra católico, abierto a toda la humanidad, (como nos
conmina el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: «La Iglesia tiene que ser el
lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio»); lo
esencial, es el resplandor de la Paz, y el Monte Santo no es Sión, como hemos
dicho otrora, no es la el-Quds, que se nombra así en árabe actual.
Examinemos cómo es la Paz en el Reino,
en la Nueva Jerusalén, en el Monte Santo: «… está el mundo de los animales,
dividido en dos grupos: los domésticos y los salvajes. El poeta los va llamando
uno por uno y los mete en su verso como en una nueva arca. Allí conviven todos
en paz. Los domésticos siguen pacíficos, y los salvajes se hacen domésticos. Es
un fenómeno extraño, desacostumbrado, porque están emparejados y jugando los
depredadores con los domésticos. Incluso la serpiente, la más dañina desde el paraíso,
se ha vuelto inofensiva. Ha nacido la paz entre ellos y, al domesticarse, se
han humanizado y viven fraternalmente en familia. Ya se puede nombrar a la
serpiente sin necesidad de tocar madera, y se la puede tocar a ella misma,
porque ha perdido el veneno. Un niño juega con ella. ¿Qué ha pasado?
… aparece aquí, sorprendentemente, la
figura infantil. Con los animales adultos aparecen juntamente sus crías, que
nacen ya con un instinto nuevo: las crías se tumban con las crías, todas
mansas, domesticadas. Lo infantil en este sector es un niño. Lo humano
interviene en calidad de infantil.
En este extraño parque zoológico no es
necesario poner vallas. El tigre se pasea mansamente y juega con el cordero,
van juntos el novillo y el león, el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito…
Todo se ha vuelto manso. ¿No será la presencia del niño la que está
trasformando todo? Es la presencia infantil la que impone esta serenidad
pacífica. En esta figura reconocen y aceptan todos un poder especial: “No harán
daño ni estrago por todo mi Monte Santo”.»[1]
Los diez rasgos característicos del
Reino, están enumerados en el Salmo 72(71):
a) Defiende a los humildes del pueblo
b) socorre a los hijos del pobre
c) quebranta al explotador
d) Durante su reinado florecerá la
justicia y también la paz
e) se librará al pobre que clama
f) Dios mismo será el protector del
afligido que no tiene protector
g) por fin, se apiadaran del pobre y
del indigente y estará a salvo la vida de los pobres
h) La sangre de los pobres será
preciosa a sus ojos
i) El Hijo de Dios será el encargado
de interceder por los pobres y bendecirlos
j) Él hará que abunde el trigo, y los
frutos, y las flores.
Y el Rey, ¿cómo será el Rey de tal
Reino? Nos lo dibuja el profeta en el verso 2 del capítulo 11. Pero lo más
estricto viene en el verso 5, donde es
sucinto: “Será la justicia su ceñidor, la fidelidad apretará su cintura”.
Quizás nuestra mente tan limitada se figuraba un dictador, con tantísimo poder,
seguro creímos que era un autócrata; ¡pero no!, se deja constreñir por la
Justicia y la Fidelidad. Se ajusta con suma Rectitud, no tuerce ni acomoda con
conveniencias egoístas, porque es Dueño-Generoso-Abundantísimo. La Fidelidad de
Dios al Reinar nos la explicita la perícopa de la Epístola a los Romanos que
leemos este Domingo: “la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a
los patriarcas…”, o sea que Dios en su Reinado no será arbitrario, su Justicia
se ajustará a sus Promesas.
El Precursor
Las promesas requieren ser proclamadas,
así que Dios envía un último Mensajero, previo a la llegada de su Hijo: Se
trata de San Juan Bautista que nos ratifica que el Mesías vendrá ejerciendo la
Justica, separando el trigo de la paja; el trigo irá al granero, es lo justo; y
no menos justo es que la paja vaya al fuego. Pero no nos quiere desprevenidos,
Él se exagera en su Bondad y misericordiosamente, hace preceder al Justo-Juez
de la advertencia: Juan el Bautista nos viene a conminar para que cambiemos,
nos exhorta a la μετανοία [metanoia]. Esa es
la preparación requerida, dejar de pensar con una lógica rastrera y elevarnos
sobre nuestras violencias; evadiendo las perversiones, alcanzar la conversión.
Compartimos
y heredamos de Juan el Bautista la tarea de proclamadores, tenemos el encargo
de «… soy hombre, soy
miembro de la sociedad, soy célula en el cuerpo de la raza humana, y las
vibraciones de mi pensar y de mi sentir recorren los nervios que activan el cuerpo entero para que
entienda y actúe y lleve la redención al mundo.» no somos menos responsables
que Él en el proceso de construcción del Reino, «… que la realidad desnuda de
la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización
para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan
su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan
a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda
persona en el mundo de hoy…. Que mis pensamientos y mis palabras y el fuego de
mi mirada y el eco de mis pisadas despierte en otros el mismo celo y la misma
urgencia para borrar la desigualdad e implantar la justicia.»[2]
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