sábado, 25 de junio de 2016

ES INDISPENSABLE SOBREPONERSE AL EGOÍSMO


1 R 19,16b,19-21; Gal 5,1,13-18; Lc 9,51-62

El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas trasmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento… seguir a Jesús es seguir a Dios, el único Absoluto.
Segundo Galilea

Los Domingos XII y XIII están en una continuidad inextricablemente enlazada: Este Domingo la perícopa evangélica inicia en el verso 51 del capítulo 9, donde Jesús “se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51b). Jesús decide subir a Jerusalén, esta subida es, particularmente dos cosas: la clara respuesta a la pregunta de quién es Él, lo cual implica una profunda auto-consciencia; y, por otra parte, la plena aceptación de la misión que se le ha encomendado, desprendiéndose de todo egoísmo, y poniendo en primerísimo puesto el “querer” del Padre. Es una respuesta con hechos, con acciones, no se queda en discurso sino que contesta con un “quehacer” indesmentible. Este “quehacer” supera el rótulo de profetismo, así como trasciende la imagen de Mesías.

«Jesús incluso llegó a hacer algo que casi no encaja en su manera de ser: adoptó por un momento una actitud insólita en Él y les preguntó a sus discípulos qué pensaban sobre Él; les hizo la pregunta directa: ¿Quién soy yo? Les pidió que le dieran opiniones y reacciones sobre su persona por parte de ellos mismo y por parte de otros. Y eso no era mera curiosidad ni, mucho menos, cotilleo inútil. Tampoco estaba Jesús jugando o bromeando con sus discípulos como un maestro tomándoles la lección, o como si tratase de sacar de Pedro una confesión sorprendente para la edificación de los demás. No. Jesús no finge. Jesús habla en serio. Muy en serio. . Jesús hace una pregunta porque quiere la respuesta, porque quiere saber, quiere enterarse, quiere oír de boca de sus amigos lo que ellos y otros piensan de Él, información que proporcione fondo y contraste a su propia búsqueda de sí mismo. Y por eso pregunta sin ambages: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Juan el bautista, Elías, Jeremías… La primera pregunta ha preparado delicadamente el camino para la segunda, que sigue ahora con mayor intensidad y expectación: “Y vosotros, ¿quién decís vosotros que soy yo?” Nunca en su vida se había acercado tanto Jesús de hombre a hombre a sus discípulos como en aquel momento privilegiado en que les pregunta por sí mismo, aguarda expectante la respuesta, espera en alguna manera ayuda, apoyo, luz sobre lo que era para Él la pregunta más importante de su vida. ¿Quién soy yo? Y entonces ocurre algo muy bello. Pedro le contesta… y con ella en el alma subirá a Jerusalén a mostrar que es Hijo frente a la misma muerte.»[1]

«Los discípulos comenzaron a poner al tanto a Jesús acerca de los miles de comentarios y “chismes”  que se ventilaban acerca de su persona. En realidad, a Jesús el pueblo lo colocaba en un sitial de gran importancia. Lo comparaban con Elías, con Jeremías, con Juan Bautista, personajes destacados en la espiritualidad del pueblo judío. No estaba mal. Pero ese no era el lugar conveniente para Jesús… El Señor, después de escuchar a sus apóstoles, cuando le informaban acerca de lo que la sociedad de su tiempo pensaba acerca de Él, los llevó al plano de lo “personal” y les preguntó: Bueno, y yo ¿quién soy para ustedes? (Mt 16,15) Jesús antes de hacerles esta pregunta, como el maestro que adiestra a los alumnos para el examen, los había ido preparando con antelación. Ya les había explicado su “evangelio”. Ya les había hecho presenciar varios milagros, multiplicación de panes, cambio de agua en vino, múltiples curaciones de enfermos, expulsiones de malos espíritus, poder contra la tempestad en el mar. Ahora, los interroga para ver que habían comprendido de su mensaje. Pedro fue quien interpretó el sentir de todos: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 16, 16)»[2]


«Pedro le acababa de decir a Jesús: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; pero cuando Jesús comenzó a explicarles que debía ir a Jerusalén para que lo crucificaran, Pedro se lo llevó aparte para decirle que no debía permitir es. Jesús lo llamó SATANAS, porque Pedro estaba repitiendo la tentación del espíritu del mal en el desierto; quería apartar a Jesús de su cruz.

Pedro no aceptaba un Mesías derrotado. Pedro, como los demás del pueblo judío, quería un Mesías triunfador que aplastara a los enemigos del pueblo de Israel.

Muchos cristianos no quieren un Jesús con cruz. Un Jesús que exija compromiso, sacrificio. Quieren un Jesús que deje vivir en paz. Optan por una “religión” más cómoda que consista en “practicas piadosas”, en procesiones, flores, candelas, peregrinaciones, novenas. Todo este ritualismo, si no lleva a un cambio de vida es vano. Hasta puede convertirse en superstición, en idolatría…. Tienen miedo de tomar la cruz de Jesús y por eso se agarran de prácticas piadosas para tranquilizar su conciencia, para hacerse pasar por cristianos, cuando en realidad, son unos paganos llenos de supersticiones. Mientras no llegue la “segunda conversión”, el individuo puede engañarse a sí mismo: puede creerse cristiano, cuando en realidad, es un pagano que se ha aferrado a ciertos ritos religiosos para “tener contento a Dios”, y que no le suceda nada malo.»[3]


El Domingo anterior, Jesús nos entregó tres condiciones para el discipulado:
·         Que no se busque a sí mismo
·         Que tome su cruz de cada día
·         Y lo siga

«Seguir a Cristo implica la decisión de someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar de seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de “venderlo todo”, en la expresión evangélica, con tal de adquirir esa perla y ese tesoro escondido que constituye el seguir a Jesús (Mt 13, 44-46) Sólo Dios puede exigir un seguimiento así…»[4].

Si el seguimiento es conversión necesitamos urgentemente saber de qué se trata la conversión. Segundo Galilea nos proporciona -a renglón seguido- una definición muy clara. «Adecuarse a los valores que Cristo nos enseñó, que nos arrancan del egoísmo, la injusticia y el orgullo.»[5] La primera barrera a demoler es el egoísmo, «La raíz común de todas las tentaciones es el apego al propio yo.»[6] que –como está sucediendo en nuestra sociedad más que nunca en la historia- pretexta la libertad; cuando toda le ley está resumida, como nos lo aclara la Carta a los Gálatas, en Amar al prójimo; divino precepto que de no cumplirse nos llevará a “mordernos y devorarnos mutuamente hasta llevarnos a la destrucción. (Cfr. Gal 5, 15).

Sin embargo, aun cuando la Carta a los Gálatas nos pide conservar nuestra libertad y preservar ese tesoro que Cristo nos compró a precio de Sangre; el desorden egoísta del hombre –que va contra el Espíritu de Dios- logra impedirnos hacer lo que querríamos hacer. (Cfr. Gal 5, 17). Así, en los tres casos mencionados en la perícopa del Evangelio de este XIII Domingo Ordinario –ciclo C:
·         Alguien que ofrece seguir a Jesús dondequiera que vaya
·         Al que Jesús le dice que lo siga pero dilata el asunto hasta tanto vaya a enterrar a su padre
·         Y, el tercero, que se ofrece a seguirlo, pero sólo después de haberse despedido de su parentela.

«Lo que ocupa el primer puesto en tu tiempo-programa es el primer objeto de tu corazón. ¡Es tu dios!... Si no abandonas todo afecto prioritario con respecto a Dios y no ordenado hacia Él, no eres libre y fallas en darle sentido a la vida»[7].


«El que está apegado a las cosas, a las personas o al propio yo, y busca otras seguridades fuera de la obediencia, decididamente no es apto para el Reino… El que supera estas tres tentaciones, es asociado al camino de Jesús, será enviado (10, 1 ss)… es necesario no mirar lo que está detrás, ni el propio yo ni su historia, sino lo que está delante, Dios y su Palabra… El discípulo tiene una única seguridad la renuncia a todo lo que tiene (14, 33).




[1] Vallés, Carlos G. CALEIDOSCOPIO AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Ed. Sal Terrae Santander-Bilbao 1985 p. 32
[2] Estrada, Hugo. sdb. PARA MI, ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana. Guatemala 1998. pp.14-15 .
[3] Ibid. pp. 7-8
[4] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999. p. 9
[5] Ibidem.
[6] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 3ra Ed. 2014. p. 351
[7] Ibid p. 350

No hay comentarios:

Publicar un comentario