1R 17,17-24; Ga
1,11-19; Lc 7,11-17, Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37
Al
abandonar el Tiempo Ordinario, para ingresar en la Cuaresma, dejamos en el 5to
Domingo Ordinario. Hoy, para retomar el Tiempo Ordinario, reanudamos con el 10º
Domingo Ordinario. En él vamos a ocuparnos del episodio de la resurrección del
hijo de la viuda de Naím. La Primera Lectura nos hace caer en cuenta de un paralelismo:
En el A. T. tenemos un episodio similar (guardadas las proporciones), se trata
del Profeta Elías, quien –también en Naím- resucita al hijo de otra viuda. Y,
luego su “discípulo” Eliseo, o, quizás sea mejor llamarlo su “sucesor”, efectúa
otra “resurrección”. En el N. T. –en San Lucas- tenemos dos ocasiones en las
que Jesús resucita, esta vez y cuando resucitó a su amigo Lazaro; y, en el
Libro de los hechos de los apóstoles (segundo tomo de la obra de San Lucas) sus
“discípulos, también en dos oportunidades resucitan: La resurrección de Tabita
y la de Eutico, el joven que había caído desde el tercer piso. En Elías, por
ejemplo, es evidente que el profeta reconoce su impotencia frente a la muerte,
sólo puede rogarle a Dios para que Dios “intervenga”, así que Elías tiene un
papel instrumental, sencillamente –como
lo reconoce la viuda- media con Dios porque Él es: “un hombre de Dios”.
Resucitar
es –para decirlo de alguna manera- un super-poder. En realidad el ser humano
poco o nada puede hacer cuando el adversario es la muerte. La muerte es una
victoria del Malo sobre nosotros. El Único que se le impone y la vence es Dios.
En este caso, Jesús –el Mismísimo Hijo de Dios- se enseñorea sobre la muerte- quizá
sea esta la razón para que en esta perícopa sea la primera vez que Lucas se
refiere a Jesús como “el Señor”. No es un señorío de gobierno, no se trata de
un reconocimiento de autoridad civil o militar, no se expresa un señorío
“terrenal” (aun cuando es claro que Jesús es Señor de Cielo y Tierra); sino se
quiere “revelar” que Jesús porta sobre Sí, el Pleroma del Amor de Dios, Él es
la plenitud soteriológica porque porta en Él toda la liberación, toda la
sanación, la total victoria sobre la muerte, insistamos, Vida en Plenitud.
Pero
el relato entraña una dialéctica muy textual (quizás en este caso deberíamos
decir mejor “una dialéctica textil”) porque entraña un tejido en dos planos
entreverados: Jesús es Señor de la Vida, porque es capaz de “compasión”.
Sentimos que a Jesús se le “encoge el corazón” al ver que esta mujer ha caído
en la total pobreza, en la total soledad, en la más profunda desprotección. Tal
vez alcanzara a pensar que su propia Madre llegaría a estar en similar
situación. Su Misericordia se desata porque ve a la más débil, a la más
desvalida, a la que está sola y sin defensor. El deja actuar su Señorío para
re-mendar la precaria situación de la mujer, su penuria. El verbo que usa Jesús
para resucitar es el verbo ἐγείρω ¡Levántate! en griego, también ¡Despiértate!
Le “dice” al “joven”: Νεανίσκε, σοὶ λέγω, ἐγέρθητι. Y el
joven responde en esa misma tónica, se incorpora y se pone a “hablar”. Aquí
Vida = Verbo. Al verbo que da Vida pronunciado por Jesús el joven fructifica
dando “señas” de vida: hablando.
Esta dialéctica-dinámica se expresa con una
serie de verbos de “movimiento”: ἐπορεύθη se dirigió, ἤγγισεν se
acercaba, ἰδὼν al verla (momento clave, porque es cuando
Jesús ἐσπλαγχνίσθη se compadece; este verbo habla de un
emocionarse desde el fondo de las entrañas, es una emoción “uterina”, sensación
propia de una madre que experimenta lo que su hijo, con las propias entrañas: «El
corazón misericordiado no es un corazón emparchado sino un corazón nuevo,
re-creado. Ese del que dice David: «Crea en mí un corazón puro, renuévame por
dentro con espíritu firme»»[1] ), προσελθὼν acercándose,
ἥψατο tocó el féretro. Esa dialéctica es la propia de
“emprojimarse”, porque el prójimo no es alguien que está cerca, cuya cercanía
está dada; ¡nada de eso! Prójimo no se es, prójimo se deviene, cuando uno
decide acercarse, comprometerse, co-padecer, solidarizarse. En fin, “emprojimarse”
es evolucionar de “distante” a cercano; de indiferente a encariñado, de
indolente a interesado. Jesús viene de “lejos” y procede hasta alcanzar la
“mínima” distancia. Jesús se acerca tanto que llega a tener la distancia más
leve, cuando el doliente está “al alcance de la mano”. Cuando con solo tender
la mano se le puede tocar. Muchas veces, si revisamos en los Evangelios, la
acción de Jesús desemboca en una relación táctil: ¡Él toca!
Acceder a la fe no consiste en oír a alguien, y
así nos lo explica San Pablo en la Segunda Lectura, sino en escuchar a
Jesucristo, sólo Él puede entregarnos la Buena Noticia; sólo Él puede
transformarnos, convertirnos, cambiarnos el corazón de piedra por uno,
verdaderamente, de carne. Solo Él sabe sensibilizarnos para que sintamos desde
nuestras entrañas, las angustias, los dolores, las necesidades de las personas.
«… el Evangelio es una extraordinaria fuerza de trasformación social. El acaba
con las barreras de raza, elimina las discriminaciones sociales e, inclusive,
los papeles sociales preestablecidos que afirman que algunas funciones son
propias solamente de hombres y otras de mujeres. La propuesta del Evangelio es…
la de una sociedad donde la vida fluye para todos, y donde todos disfrutan de
los bienes de la vida en el compartir y
en la fraternidad. En síntesis, un mundo nuevo, donde todos tienen vida y
libertad.»[2] Sensibilizarnos,
humanizarnos. Así como María fue sensible a la falta de vino de aquella pareja
de Caná, así nosotros tenemos que aprenderá a “emprojimarnos”, logrando un
sincero interés por lo que acontece al que sufre, al que necesita, al más
débil, al indefenso, al desprotegido. No es discípulo el que pasa de largo,
insensible, quizás preocupado por otros afanes, como les paso a los levitas que
torcieron el camino para no toparse con el samaritano, por la preocupación de
incurrir en “impureza ritual”.
Divino Maestro, permítenos siempre poner en el
primer lugar, por encima de otras preocupaciones, a nuestro prójimo, a nuestros
hermanos, a los Cristos que nos pones en el camino para que nosotros obremos
con ellos Jesús-mente y puedas decirnos: “… todo lo que hiciste con uno de
estos mis hermanos más pequeños, conmigo mismo lo hiciste!. Mt 25, 40
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