Ez
34,11-12.15-16; Sal 23(22), 1-6; 1 Cor 15,20-26.28; Mt 25,31-46
El
Señor se sentará como Rey eterno, el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.
Antífona
de Comunión (Sal 28, 10-11)
Sólo
en el cielo sabremos cuánto le debemos a los pobres, por ayudarnos a amar mejor
a Dios a través de ellos.
Madre
Teresa de Calcuta
Rey
de la vida, vencedor de la muerte.
(Cf.
1 Cor 15, 25-26)
Lograr
un re-enfoque del significado de la palabra “Rey” para entender cómo se puede
hablar de “Cristo Rey”. Porque la primera denotación, la primera acepción que
nos llega es la figurita del rey del naipe con su capa, su corona, su espada,
su peinado y su bigotico. En un segundo momento, traemos a mente la figura de
los gobernantes que todavía ostentan este título como los de Noruega, Suecia,
España, los Emiratos Árabes, Jordania, Mónaco, por citar algunos. Urge pues
precisar de qué estamos hablando.
Al
hablar del poder saneador de Jesucristo, citábamos Ap 5,12 “es digno de tomar
el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la
alabanza” esa es su realeza, esa es su autoridad. Hoy las Lecturas nos ayudan a
entender más de cerca la Realeza de Jesucristo. En una primera mirada al
Evangelio de este XXXIV Domingo Ordinario, último de este ciclo (A)y antesala
del Adviento, encontramos dos acciones (una en pasivo, la primera; la segunda
en activo): συναχθήσονται / ἀφορίσει reunirán
(serán congregadas) / separará. Son como dos etapas del proceso de construcción
del Reino: Primero agrupar, asociar, fraternizar, unificar; pero luego, habrá
que extraer, extirpar, retirar lo que está “enfermo”, lo que puede contaminar,
lo que difunde mal, esto no se hará antes de haber agotado todas las
oportunidades que da la Misericordia. Como una prolongación para que fermente y
madure en el corazón de la humanidad el corazón de carne que Él nos ofreció
como re-emplazo del corazón de piedra que acarreamos, que llevamos a cuestas
como pesada carga, como peso agotador, como lastre que nos hunde; de esto nos
habla la Primera Lectura, la del Profeta Ezequiel 34, 11.16. Él apacienta sus
ovejas (las alimenta) no con pasto אֶרְעֶ֥נָּה בְמִשְׁפָּֽט׃
sino con “justicia” Ez 34, 16f. Nos brinda el antídoto contra la dureza
de corazón: la caridad, amor ágape, desinteresado, desprendido, oblativo; la
capacidad-gracia de conmovernos, de sentirnos tocados por el dolor del otro
experimentado como si fuera en nuestra propia carne, en el centro de nuestro
ser, como identificados con el Rey-Pastor, léase Sagrado Corazón. Nuestro
corazón endurecido requiere Cristificarse, hacerse suave, dulce (ni meloso, ni
melifluo), pletórico de ternura, fraternal en Jesús que nos entregó el Nombre
de Dios: Abba (Padre), desde Jesús Dios se llama Padre.
Quisiéramos subrayar otro par de acciones en
oposición dentro de este Evangelio: Δεῦτε / Πορεύεσθε Venid/Apartaos; donde a unos se les llama para
bendecirlos y a los que se rechaza quedan malditos. Ahí encontramos la
naturaleza del castigo, estar separados de la Presencia del Rey, ese es el
llanto y el rechinar de dientes. Pero podemos estar, desde ya, en su Presencia
si estamos con el pobre que es sacramento de Cristo. Así lo puso la Madre
Teresa de Calcuta: «… analizando la historia de la cristiandad desde un
principio, nos encontramos con que ella muestra que el cristianismo ha sido un
continuo acto de dar.
Dios amo tanto al mundo que le dio a su propio
Hijo. Siendo rico se volvió pobre por amor a ti y a mí. Se entregó a sí mismo
de forma completa y total. Pero eso no fue suficiente: Dios quería dar algo
más… darnos la oportunidad de darle algo a Él. Y es así como se transfiguró en
los hambrientos y en los desnudos para que pudiésemos ser generosos con él a
través de ellos… Cuando veo de qué manera se ignora y se relega a los pobres en
nuestro medio, comprendo la tristeza de Cristo al no ser aceptado por los
suyos. Todos los que rechazan a los pobres, ignoran y rechazan a Cristo.» Por
eso la ruta regia (la del Rey) se puede señalar con un slogan de Silvano
Fausti: «Me realizo como hijo si vivo como hermano».
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