El
Padre me ama porque yo mismo doy mi vida, y la volveré a tomar. Nadie me la
quita, sino que yo mismo la voy a entregar. En mis manos está el entregarla, y
también el recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.
Jn 10; 17 -18
Ὁ κύριός μου καὶ ὁ θεός μου !
Señor y Dios mío
Jn 20, 28
“La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular,
Esto es obra de la Mano del Señor,
es un milagro patente.”
Salmo 117
No, no, no basta
rezar
hacen falta muchas
cosas
para conseguir la
paz,
De una canción de Alí
Primera
Pero de
Él si nos podemos fiar
La
resurrección es algo que los fieles damos por descontado, es un dogma de
nuestra fe y estamos habituados a este concepto. Pero, cuando alguien nos
cuenta algo, nos refiere un suceso insólito, nada común, nuestra primera
reacción crítica es someterlo al tamiz de la duda. Es más, algunos de nosotros
nos enorgullecemos de ser altamente críticos y no tragar entero.
Algunos
otros, rayando en la altanería, nos negamos a creer en nada y desconfiamos de
todos y de todo cuanto se nos dice. Nuestra bandera rebelde consiste en no
aceptar “nada” y rebelarnos contra todo.
Especialmente,
la modernidad nos heredó un tipo de pensamiento que dice no reconocer sino
aquello que podemos reproducir, bajo situaciones controladas, replicándolo
punto a punto en sus condiciones para repetirlo tal cual; es ese el único
criterio de certeza.
Todo
esto está bien, inclusive es un antídoto magnifico para evitar un pensamiento
pueril, para caer ingenuamente en diversos engaños y ser muchas veces víctimas
de estafadores y engañistas de toda laya. ¿Cuantas veces y cuantos no se valen
de un sinfín de patrañas para sonsacarnos nuestro dinero, manipular nuestros
sentimientos o, simplemente, lucrarse de algún modo de nuestra credibilidad,
poniéndonos al servicio de sus intereses?
Pero
acercarnos a Jesús, quien, definitivamente, sabemos que no quiere estafarnos ni
someternos de ninguna manera, es otra cosa. De Él podemos fiarnos y en el
podemos confiar con plenitud, sabiendo que siempre nos dará mucho más de lo que
nos pudiera quitar. Por otra parte, cuanto nos quite es porque antes Él mismo
nos lo ha dado. Por eso, ser cristiano significa aceptar la voluntad de Dios y
el conocimiento que Él mismo nos brinda, dándonos con generosidad “saberes” que
de otra forma nos serían inaccesibles y por eso a ese “saber” lo denominamos
“Revelación”.
Dios
Padre nos ha Revelado su Rostro dándonos a su Hijo y, Jesús mismo nos ha
declarado que Él es el Rostro Humanado del Padre (Cfr. Jn 14, 9b) Y en Jn 11,
25 nos revela “Yo soy la Resurrección. El que crea en mí, aunque muera vivirá”.
La
fe, por tanto, la hemos clasificado entre las virtudes teologales, es decir, aquellas
que no brotan de nosotros mismos, sino que son don de Dios. Es Dios mismo quien
nos las da y Él mismo las sostiene y las fortifica. «se llaman teologales o
divinas: no solamente porque se refieren a Dios, sino también porque es Dios quien
las hace posibles, quien nos ofrece la gracia de creer… tienen a Dios como
objeto y juntamente nos vienen de su benevolencia, son la vida divina en
nosotros, la respuesta que el Espíritu Santo suscita en nosotros frente a la
Palabra de Dios.»[1] Entonces,
¿no podemos hacer nada para tenerla? Si, basta con pedirla intensamente al
Espíritu Santo para que Él, gustosamente nos la otorgue. Como diversas cosas en
la vida, ¡basta quererlas, para tenerlas! ¡Son pura gracia!
Hay
algo más que podemos hacer a favor de la fe: a) Fortalecerla b) Ejercitarla.
Estas dos cosas son casi una y la misma: es una especie de dialéctica. Si la
ejercitas la fortaleces, si la fortaleces es porque la estas ejercitando.
Frente a lo que Dios nos ha revelado es necesaria una especie de terquedad: Sí
Dios lo ha dicho y nos lo ha comunicado, lo aceptamos y lo sostenemos a
rajatabla, digan lo que digan, pase lo que pase.
Un
tercer elemento para tener la fe consiste en instruirla. A la fe hay que
formarla e informarla. Dios no se nos revela a cada uno personalmente, se ha
ido revelando paulatinamente a través de la historia a la Iglesia, a la que Él
instituyó precisamente como guardiana. Nosotros debemos acercarnos a la Fuente
para beber en ella y saciar nuestra sed; además, para poderla comunicar,
asumiendo nuestra misión de difusores. A esta misión nos llama el propio Jesús
que –ya lo hemos dicho en otra parte- no quiere que dejemos de hacer lo que
hemos elegido en nuestra vida como oficio, sino que transformemos ese hacer en
un hacer a la mayor gloria de Dios. Para esto llamó a pescadores, a quienes
redirigió, haciéndolos, ya no pescadores de peces, sino pescadores de hombres
(Cfr. Mt 4, 19).
A
algunos les cuesta más el seguimiento confiado y entonces Jesús, Infinitamente
Misericordioso, les da más, se les presenta en Persona, y los invita a meter el
dedo en sus llagas τὰς χεῖράς μου y la mano en su costado πλευράν μου. Cfr. Jn
20, 27: Φέρε τὸν δάκτυλόν σου ὧδε καὶ ἴδε τὰς χεῖράς μου καὶ φέρε
τὴν χεῖρά σου καὶ βάλε εἰς πλευράν μου καὶ μὴ γίνου ἄπιστος ἀλλὰ πιστός
Si, esta oportunidad que da Jesús es para que dejemos de ser incrédulos μὴ γίνου ἄπιστος
y seamos creyentes ἀλλὰ πιστός.
Ese
es el sentido de la perícopa del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según
San Juan que leemos hoy día: Jn 20, 19-30. Que abandonemos nuestra terquedad de
incrédulos, terquedad que es altanería mezclada con rebeldía; y, con docilidad
demos a torcer nuestro brazo a Dios, para reconocerlo “Señor y Dios
nuestro”. Ὁ κύριός μου καὶ ὁθεός μου !
Sin
embargo, y aquí está el quid del asunto, muchas veces, teniendo la fe,
encontramos cómodo negarla porque nuestro pecado nos acusa en la conciencia,
entonces es cuando desautorizamos a Dios y, en medio de nuestra rebelión,
decidimos negar cuanto Él nos ha manifestado en su Revelación. Es entonces
cuando pateamos a la Iglesia y, con ella a todos los que se mantienen fieles a
Jesús. «Cuando,… opto por obrar contra los mandamientos, preferiría que Dios no
existiera y por consiguiente estoy dispuesto a prestar fácilmente oído a las
objeciones acerca de la fe. No pocas objeciones derivan lamentablemente del
hecho que nuestra vida cristiana, nuestros comportamientos no son conformes con
el Evangelio. Entonces se requiere un camino de conversión que nos lleve a
pensar y obrar según la verdad y la existencia de Dios. Entonces el creer nos
resultará mucho más fácil.»[2]
Lo hizó todo Nuevo
La
perícopa en cuestión inicia declarando un marco circunstancial de tiempo: Es
“el primer día de la semana” τῇ ἡμέρᾳ ἐκείνῃ τῇ μιᾷ σαββάτων,
podríamos, perfectamente entenderlo como el Primer día de la Nueva creación.
En
el Principio, en el Primer Día, encontramos que todo era oscuridad (ya nos
hemos referido largamente al tema de la Oscuridad y al
significado espiritual que tiene dentro del Evangelio joánico), fue “entonces
que Dios dijo ‘!Que haya Luz!’ y hubo luz Cfr. Gn 1, 1-3. ¿Cómo era la
oscuridad? ¿Cuál era el rostro de esa oscuridad? En el evangelio de San Juan,
en Jn 20, 19 se nos informa que, esta oscuridad en particular, tenía el rostro
del miedo τὸν φόβον, miedo de los perseguidores, que en este caso eran los
“judíos”: ὅπουἦσαν οἱ μαθηταὶ διὰ τὸν φόβον τῶν Ἰουδαίων.
Y,
entonces, Jesús que se presenta y puede entrar, aun cuando las puertas estén
cerradas, se pone en medio de ellos, e inicia la obra de la nueva creación;
¡les da la Luz! ¿De qué Luz se trata? La paz, esa paz que significa superar el
temor, ya no tener miedo. No hay nada que neutralice más al ser, que lo aliene
más, que el miedo: el miedo nos hace “inválidos”, el miedo nos “enmudece”, el
miedo anula la opción de ser testigos, el miedo nos silencia para llevar el
anuncio del Evangelio. Miedo es lo que usan todos los totalitarismos: Policías
secretas, aparatos paramilitares, delatores, propaganda de omnipotencia y
omnipresencia, terrorismo sicológico, conciencia policiva de vigilancia
constante; cualquier cosa que usted haga la estamos vigilando y sabemos,
inclusive, lo que usted está pensando, así que no piense, no disienta,
permanezca quieto, callado…
En
ese ambiente Jesús-Resucitado inicia la nueva creación, la del Segundo Adán,
con un Acto de des-acobardamiento, combatiendo nuestro miedo. Jesús infunde
Valor, nos da la Luz que permitirá que nos convirtamos en testigos valientes y
decididos, que no temamos al perseguidor porque no nos puede quitar “la vida”,
porque Jesús ha demostrado que no nos pueden robar la vida, porque Él es la
Vida, es la Resurrección; podemos dar la vida, porque Él nos la restituirá.
Cfr. Jn 10, 17-18 Porque Jesús a nosotros nos hace una delegación exactamente
análoga a la delegación que el Padre le hizo a Él: “Así como el Padre me envió
a mí, yo los envío a ustedes” Jn 20, 21b.
Y
aquí viene el gesto de Jesús que nos confirma que estamos narrando con Juan la
segunda Creación: Se trata del soplo de Jesús. En el versículo 22 Jesús sopla
sobre ellos el Espíritu Santo, conforme el Creador sopló en nosotros – a través
de nuestras narices- el aliento de vida, el famosísimo “Nefesh”.
Queremos
hacer paráfrasis y decir que quien no tiene vida es el acobardado que no
testimonia, ese carece del “Soplo”, del “Espíritu” (como sabemos las dos
palabras son la misma en Griego), ese Espíritu soplado por Jesús, es el aliento
de la valentía, de la decisión de ser “testigos”. Así Jesús, Señor y Dios
nuestro, nos a re-creado. ¡Ha hecho todo nuevo! (Cfr. Ap 21, 5b.)[3]
No ocultar lo esencial del Mensaje
Este
domingo se denomina ahora el Domingo de la Misericordia y tiene en su primera
lectura –como en todos los domingos de la Pascua y en todas las misas semanales
también- una perícopa tomada de los Hechos de los Apóstoles 4,
32-35. Su núcleo es la siguiente frase: “Todo lo poseían en común y nadie
consideraba suyo nada de lo que tenía.” (He 4, 32b).
Ya
antes, en el capítulo 2, se había referido San Lucas a la Comunión fraterna.
Glosando esta idea nos dice Ivo Storniolo: «¡En qué consiste la comunión
fraterna? La palabra griega koinonía expresa la unión de los cristianos, unión
fundada en la misma fe y en un idéntico proyecto de vida. .. Un poco más
adelante, el texto pone en claro en qué consistía esta comunión fraterna:
“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus
posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad
de cada uno” (2, 44-45) Vemos, en consecuencia, que esta comunión reviste un
aspecto político (fraternidad en la que todos pueden participar libremente en
las decisiones) y un aspecto económico (repartición de los bienes según la
necesidad de cada cual)… La vida de la comunidad cristiana se presenta entonces
como un proyecto social alternativo que fermenta e incuba transformaciones
políticas y económicas. Justamente por esta razón, la comunidad será desde
entonces objeto de oposición y persecución, puesto que los dueños del poder y
la riqueza no pueden aceptar pasivamente tal propuesta.»[4]
Y
más adelante, tocando la perícopa de los Hechos de los Apóstoles que se lee
hoy, dice lo siguiente: «…la primera o las primeras comunidades cristianas… Su
rasgo fundamental es la unanimidad que se traduce en compartir… El fundamento
de la unanimidad es el testimonio de los Apóstoles acerca de la Resurrección de
Jesús: Él está vivo, presente en la vida y en la actividad de la comunidad,
dando a todos libertad y vida…el texto explica claramente lo que quiere decir
“tener un solo corazón y una sola alma”, que consiste en repartir entre todos
el don que Dios ha hecho y destinado para todos. Es una nueva versión de la
economía, ya no fundada en la propiedad privada y en la acumulación en provecho
personal, sino en disponer todo con miras al bien común. Todo pertenece a
todos, y está al servicio y al uso de la necesidad de cada uno. Es esta una
comunidad que se tomó en serio lo propuesto en Dt 15,4: “Cierto que no debería
haber ningún pobre junto a ti”. Más para que no haya ningún pobre es
indispensable que haya reparto, todos comparten. Quien más posee más comparte,
quien tiene menos comparte menos; pero todos acaban por disponer de lo
suficiente para tener una vida digna. Es, pues, la aparición simbólica de una
nueva humanidad que disfruta igualitariamente de la vida, don que Dios concede
a todos.»[5]
Decimos
ante la forma consagrada ¿cómo agradecerte que nos hayas amado tanto?
«Tomás
ha sido un buen discípulo de Jesús, pero un poco lento para captar los altos
conceptos de Jesús (11,16; 14, 5). Aquí también exige pruebas palpables de que
Cristo realmente vive. Ejemplo de esa fe inadecuada, condenada en 4, 48: “Si no
ven señales y prodigios, no creen” (Cfr. 2, 23-25; 6, 26; 12, 18). Tomás en su
rol de “dudoso”, aparece sólo en este cuarto Evangelio. Pero, no sólo él
dudaba. El representaría a todos esos discípulos de los primeros años que
“dudaban” (Mt 28, 17); tenían “dudas en su corazón” (Lc 24,38); “no creyeron a
quienes habían visto al Resucitado” (Mc 16, 14)».
A
través de la historia de la Iglesia hemos alabado y nuestro corazón ha hecho
eco de esta frase tan hermosa que quedó incorporada a la liturgia de la
Consagración Eucarística”, con la cual reconocemos, con la voz de Santo Tomás,
ante la Forma Consagrada la Presencia de Jesús-Cristo en su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad. «Con esta proclamación asombrosa de Tomás, se termina
este Evangelio. El Evangelio comenzó con “la Palabra estaba con Dios y era Dios”
(1,1). Ahora lo repite al final: “Mi Señor y mi Dios”. A los cristianos de
todos los tiempos que aceptan eso con fe, nos dice “Felices los que creen sin
haber visto” (20, 29)»[6]
Constructores
del Reino: Una fe de todas horas, de toda la vida
Podemos
aislar la Eucaristía en un vacío litúrgico: una hora escasa robada a nuestros
afanes y premuras, durante la cual cumplimos un ritual: “¡Ya fui a misa!”.
Pero hay
más y ya lo hemos visto. Ya sabemos que la fe des-acobardada es una que da
testimonio, que no se puede callar, que va por todas partes gritando lo que
Jesús quiere. Es el compromiso de prestarle la garganta, la voz, las manos y la
inteligencia a Jesús para que Él, en pleno siglo XXI, siga diciendo en todas
partes y ante todos que ama la justicia, que Él no es un pretexto para que se
sigua maltratando a los más débiles. Que hay que construir una sociedad de otra
manera, sin violencia, sin explotación, sin injusticia. Que si se puede
levantar una sociedad donde la cultura de la muerte estará definitivamente
derrotada y la cultura de la vida será triunfante y que ese será el Reino de
Dios, y que su Reinado, entonces, no tendrá fin.
La
Resurrección, para los bienaventurados que creen sin haber visto, significa
aceptar, aún en medio de la oscuridad más densa, que en el fondo, como al final
del túnel, hay un destello Resplandeciente, Cegador, Rutilante, Glorioso: Es
Jesucristo, el Vencedor de la muerte. Jesús de la Misericordia, y,… Su
misericordia es eterna.
“Y el
Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1Jn 5, 6b)
[1] Martini, Carlo
María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá Colombia
2003 p. 46
[3] En la película
de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, Jesús, subiendo con la cruz a cuestas,
hacía el Calvario, dice a su Madre: “Mira como hago todas las cosas nuevas”.
[4] Storniolo, Ivo.
CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo
Santafé de Bogotá 1998 p. 47
[6] Seubert,
Augusto COMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafé
de Bogotá 1999. p.152
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