Is 66, 18-21; Sal
117(116); Heb 12,5-7.11-13; Lc 13, 22-30
«Una
sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda
egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad»
Escrito
en un muro de la Sorbona
San Juan Crisóstomo nos refiere que fue San Ignacio de
Antioquía quien en sus Cartas (siete que redactó en su camino de Siria a Roma,
donde era conducido a su sacrificio, «...para ser trigo de Dios, molido por los
dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo» Ad Rom 4, 1; dirigidas a las Iglesias de Éfeso,
Esmirna, Filadelfia, Magnesia, Roma y Trales), a finales del siglo I, se
empezó a referir a la Iglesia de Jesucristo como καθολικός [católicos] lo que quiere decir “Universal”. A esta “universalidad” alude
la liturgia de la Palabra en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Este hermoso tema de la “Universalidad” nos remite y exige un
posicionamiento frente a su ejercicio y al espíritu de humildad que reclama,
puesto que no son los rótulos que esgrimamos
los que nos abrirán la Puerta de la Salvación, como nos lo explica Jesús
en la perícopa del Evangelio que se lee en esta fecha.
Del
trito-Isaías
El libro de Isaías comprende 66 capítulos, de los cuales los
doce últimos (55-66) corresponden al Trito-Isaías. La Primera Lectura de este
Domingo proviene del capítulo 66, precisamente, dedicado a rechazar el culto
pagano. En él, el propio Señor rechaza los sacrificios de toros, ovejas, perros
y hasta seres humanos. En cambio, dice el Señor, le agrada y se fía del pobre y
afligido que respeta su Palabra, es en él en quien se fija el Señor. ( Is 66,
3b).
El texto que nos ocupa en la liturgia se refiere a los
llegados desde apartados rincones de la tierra, en los diversos puntos
cardinales, como אֲחֵיכֶ֣ם “hermanos” (de אָח
hermano) Is 66, 20; esta hermandad que nos
enlaza es el corazón de la perícopa, mostrándonos a todos los miembros de la
Iglesia, a todos los bautizados, sin distinción de nación o lengua, como
miembros de la misma familia, la Familia de Jesús, que Él mismo caracterizó
como “los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” Lu 11, 28; o como “todo el
que cumpla la voluntad de mi Padre celestial” Mt 12, 48.
Dice el Señor, por boca de su profeta, Isaías, que Él vendrá לְקַבֵּ֥ץ אֶת־ כָּל־ הַגֹּויִ֖ם וְהַלְּשֹׁנֹ֑ות “para reunir a las
naciones de toda lengua” Is 66, 18; y en esa profecía vemos el anuncio de la
venida de Jesús, de la Encarnación de Dios. Aún más, nos habla la profecía de unos
“mensajeros” que Él “enviará”, se refiere a ellos como פְּ֠לֵיטִים (פָּלִיט) “sobrevivientes” de
una persecución; vemos en esta alusión una referencia a los apóstoles, a la
Iglesia, y a nosotros mismos, quienes no hemos dejado de ser perseguidos en
tanto y cuanto sostenemos la Palabra de Jesús, guardando fidelidad a su
Espíritu. Y esto lo decimos sin ninguna clase de soberbia, sino reconociendo
que también en muchas oportunidades le hemos fallado, y que en muchas
oportunidades ; siendo así que la Santidad de la Iglesia se mantiene no en
cuanto a nuestro fidelidad al mandato sino porque ella es la Esposa de Jesús y
es Él quien se la confiere, y no nosotros.
Jesús nos ha llamado, este llamado deviene un compromiso, un
“envío” a cumplir con esta “mensajería”; somos convidados no para “poseer”
ciertas “verdades”, sino para “compartir” y comunicar un “Amor”, una manera de
vivir Jesús-mente, una manera Cristiforme de relacionarnos con Dios, con
nuestros semejantes, con el mundo. Este
anuncio que estamos llamados a compartir ¿cómo se hará?
No se nos dice que traeremos “hermanos” así sea a la fuerza,
no se nos convida en ninguna parte a coaccionar a nadie para lograr la
aceptación de la “noticia”; al contrario, dice que los traeremos םבַּסּוּסִ֡י וּ֠בָרֶכֶב
וּבַצַּבִּ֨ים וּבַפְּרָדִ֜ים וּבַכִּרְכָּר֗וֹת “a caballo, en
carro, en literas, en mulos y camellos” Is 66, 20b, lo entendemos como que
nosotros traemos las bestias de cabestro, nosotros de a pie, como siervos,
ellos montando, como señores; nosotros felices de servirles para seguir el
ejemplo del Maestro que dice “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” Lc 22, 27c,
ejemplo, enseñanza y modelo, para obrar en todo como Él nos enseña.
Muchos nos reprochan el periodo histórico de la Iglesia
cuando se sintió llamada a llevar el anuncio a “sangre y fuego”, lo cual
también corresponde a un “momento histórico”, a un proceso en la continuidad
madurativa de una Iglesia que –sin dejar de ser la Iglesia de Jesucristo- busca
y progresivamente va encontrando los “cómos”. Una Iglesia que –desde su
maternidad y magisterialidad- es enseñada y corregida por Jesucristo “Camino,
Verdad y Vida”. Así como una persona no puede llegar a la madurez sin atravesar
una infancia, una adolescencia y una juventud; así tampoco la Iglesia –pese a
ser la Iglesia que Dios quiere- podía llegar a la Claridad perfecta de la Luz
de Nuestro Señor, sin ir lavando sus ojos criaturales con el colirio de la
Gracia.
El
Salmo más breve
Este salmo 117(116), está formado por tan solo dos
versículos, lo que lo constituye en el Salmo más corto de todo el Salterio.
Desciframos en este Himno cinco temas que decodificamos, siguiendo a Carlos
Vallés:
1) Una palabra de
alabanza
2) La presencia del
Grupo
3) El horizonte de la
humanidad entera
4) La propia fe en la
Misericordia de Dios
5) La fidelidad de Dios
a su Promesa salvífica.
Una vez más, alude a “todas las naciones”, a “todos los
pueblos” continuando con la “universalidad” de nuestra fe, una fe que está
abierta para todo el que quiera venir, una fe que se caracteriza por esa “acogida”.
Acogida que debemos esmerarnos en depurar de continuo, de tal manera que cada
día seamos más acogedores con todos nuestros hermanos y se pueda experimentar
la “hermandad” en el trato fraterno, en la preocupación e interés que uno tiene
con los “hermanos de sangre”.
Bien es cierto que, así como muchas veces la paternidad como
la ejercemos no es trasparencia de la paternidad de Dios-Padre; también es
cierto que muchos hermanos más parecen perros y gatos; lo cual no niega cómo
debe ser la hermandad ideal y perfecta, ni oculta el compromiso que tenemos de
obrar como tales. Este compromiso exige una conciencia vigilante que permita
sobreponernos a nuestros egoísmos y nuestros individualismos tan fuertemente
fomentados por una cultura del consumismo para exacerbar con ello nuestro
espíritu acumulativo y nuestras ansias por el “poder”, un poder mal-entendido.
Sea pues nuestro único poder el poder servir como sirvió Jesucristo; y no
olvidemos jamás la imagen del Señor, con la toalla atada a la cintura, lavando
los pies a sus discípulos.
Somos
hermanos, entonces somos hijos
El hecho de ser hermanos no se puede quedar sin consecuencias
en nuestra relación con Dios Padre. Así es que Dios nos recibe como hijos
suyos: πάντα υἱὸν ὃν παραδέχεται. Este
verbo παραδέχομαι significa que Él nos reconoce como hijos;
siguiendo la analogía con las conductas humanas, todos sabemos las profundas
consecuencias legales que conlleva ese reconocimiento, quien es reconocido como
“hijo” tiene derechos, adquiere inmediatamente esos derechos, además tiene
derechos sobre la herencia, se hace heredero. Entre los derechos adquiridos
están los así llamados “derechos de amor”, en los que se incluye el derecho de
“alimentos”, ¡no nos preocupemos, que Él proveerá!
Un derecho-deber que se adquiere es la que llamamos “patria potestad”
que encierra en sí el deber de “corregir y reprender”. Este derecho mal
entendido y peor aplicado fue durante siglos, pábulo al atropello y maltrato,
convencidos como se estaba que “la letra con sangre entra”, era buen pretexto
para usar y abusar de la violencia contra los hijos que terminaba en los peores
episodios de maltrato familiar y no faltaba quien compitiera en “dejar marcas y
moretones” en procura de probar la responsabilidad en el ejercicio de su
paternidad. Otra consecuencia colateral fue la de construir –por parte de las
mamás- el mito de los papás-cocos amenazando al hijo: “se lo digo a tu papá”.
Todo esto desembocó en una cultura -no del respeto- sino del temor desvirtuando
la relación padre-hijo y afectando –de rebote- la idea que teníamos de nuestra
relación con Dios que llegó a verse como un Dios-castigador.
La sicología en sus estudios descubrió todos los “traumas”
que acarreaba este planteamiento de la relación paternal-filial y empezó su
labor para desmontar la violencia intra-familiar con todas las malformaciones y
la cadena de reproducción mecánica de estos patrones de crianza, pues si a mí
me criaron así ¿Cómo más voy a criar a mis hijos? Pero, como suele suceder y lo
comprobamos en la historia, luchar contra un mal lleva-muchas veces- a que el
tratamiento sea peor que la enfermedad. Se desembocó en la teoría del
papá-amigo, del papá-cómplice, que fue degenerando en el papá-monigote, en el
papá-pintado-en–la-pared, y del papá-cajero-automático; llevado este remedio
más lejos, se alcanzó el límite del papá-que-desautoriza-a-la-mamá, del
papá-yo-nunca-corrijo-ni-regaño y del papá-confío-en-mi-hijo y
él-es-muy-inteligente.
La Segunda Lectura de hoy impulsa hacía una búsqueda del
punto de equilibrio. Nadie promovería la enseñanza por medio del uso de la
fuerza bruta, se recomienda la enseñanza por medio de la razón, de los
argumentos. Pese a eso, tengamos en cuenta τίς γὰρ υἱὸς ὃν οὐ παιδεύει πατήρ; “¿Qué padre hay que
no corrija a sus hijos?” Un padre que no corrige no está pues obrando como un
padre de verdad sino como un extraño, como un padre desnaturalizado, como un
padre irresponsable; tan irresponsable como el padre violento del fuete en
mano, el padre del rejo y del garrote. Ninguno de los dos extremos.
Y el hijo también adquiere el deber de “no despreciar la
corrección… no desanimarse cuando lo reprendan” y así lo dice con todas las
letras en esta Segunda Lectura. No espera –y en eso es muy realista la Carta a
los Hebreos- que uno se ponga feliz por la “corrección”, dice la Carta que es
lógico y se espera que uno se ponga triste pero, no se queda en la tristeza
sino que mira hacía los frutos que recogerá a raíz de la corrección. Dios
corrige, castiga y todo lo hace con amor; no castiga con rabia, con ira, sino
–como un buen papá- le duele el corazón porque ha tenido que castigar a su
hijo-amado, pero no lo abandonará para que crezca torcido o haga lo que se le
venga en gana. En estos tiempos que corren ¡cuán importante es este equilibrio!
Y ¡cuán valioso mantener la equidistancia entre los extremos patológicos! Un
hijo violentado será un violento en potencia; un hijo dejado a “su aire” será
un descarrilado para siempre.
Tema de
los últimos y los primeros
Para poder ver, para poder descubrir y vivir la Voluntad de
Dios, ya lo hemos dicho mil veces, pero nos parece necesario repetirlo 10
millones de veces, se requiere la Conversión. La Conversión es la que nos
corrige la visual, la que nos deja ver aqullo que es intangible e invisible, la
Conversión nos permite trascender. No os extrañeís si el próximo blog decimos
lo mismo. (Cambiará la tonada más la letra de nuestra canción será la misma).
Sólo la Conversión nos deja entender por qué los que son
primeros, pasan a ser últimos. Eso a simple y desnuda vista nos parece una
injusticia, algo intolerable, como una especia de atropello delante de los que
se han mantenido fieles en primera línea. Es explicable, en la parábola del
Padre Misericordioso también el hijo que siempre había estado ahí, trabajando
al lado del Padre se siente atropellado y le reclama al Padre con requiebros
amargos ¿Por qué a mí no me has regalado un cabrito para hacer un parrandón con
mis amigos?
Todos nosotros, los que nos hemos conservado “fieles y firmes”
tendremos la tentación de hacer el mismo reclamo. En el Evangelio de este
Domingo el reclamo suena así: ἐφάγομεν ἐνώπιον σου καὶ ἐπίομεν καὶ ἐν ταῖς
πλατείαις ἡμῶν ἐδίδαξας· “Hemos comido y bebido contigo, y Tú has enseñado en
nuestras plazas”. Es delicado que empecemos a creer que Dios está obligado con
nosotros, que Dios tiene deudas pendientes y está obligado a pagarnos. ¿No
sabemos que toda acción buena que hemos cumplido ha sido Gracia de Dios que nos
la infundió? ¡Ha sido Dios el motor de nuestro corazón, y ha sido Él Quien nos
ha dado la oportunidad y nos ha puesto en circunstancia! Nosotros somos “simplemente
siervos inútiles” Lc 17, 10 a,b. ¿No reconocemos nuestro corazón de piedra cuya
única dulzura brota de YHWH?
Aún –vayamos más lejos- aventuremos la hipótesis que “nuestras
buenas obras si salieron de nuestra iniciativa” ¿por qué son buenas? ¿Quién
tiene Autoridad para constituir escalas de valores? ¿Quién permitió que fuéramos
creados? ¿…que naciéramos? ¿…que viviéramos? ¿… que hubiéramos estado allí en
el preciso momento y en el preciso lugar? ¡Quien tenga oídos para oír que oiga.
Quien tenga ojos para ver, que vea! Mt 13, 9-19.
Dice el Señor ἀγωνίζεσθε
εἰσελθεῖν διὰ τῆς στενῆς θύρας “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”. No todo
cuanto hacemos es vano, hay algo que podemos hacer, “esforzarnos” Y ¿cuál es la
puerta estrecha? Pues –parece que no se nos dice- pero, leamos atentamente
¿quiénes no pueden entrar? ¿a quiénes les dirá el Señor “no los conozco”? A los
que hacen el mal (el texto dice: a los injustos ἀδικίας
a los que cometen lo malo. Ah, entonces si sabemos a qué debemos
esforzarnos: ¡A ser justos!
Dios mío, te lo ruego, permíteme obrar con
justicia para que mis actos te trasparenten y así otros también te descubran y
anhelen obrar el mismo bien que a Ti te gusta entonces, nosotros que hoy somos
últimos, tú nos harás primeros en el banquete del Reino de Dios. Amén.
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