Πῦρ ἦλθον βαλεῖν
Jer 38, 4-6,8-10; Sal
39, 2-4. 18 (R.14b); Heb 12, 1-4; Lc 12, 49-53
Seguir a Jesús no es
repetir las formas históricas de su fidelidad (absolutamente irrepetibles),
sino… ser fieles a la causa del Padre en el tejido de nuestra historia.
Segundo Galilea
"No se turbe
vuestro corazón ni se acobarde"
(Jn 14,,27b)
No se angustien ni
tengan miedo Jn 14, 27d
Cualquier
valor que se tome puede convertirse en fetichismo si se le enfoca mal o se le
desarticula y desvirtúa. Tal vez el ejemplo más antiguo, si nos atenemos al
relato bíblico sea el querer parecernos a Dios. Toda nuestra vida está bajo el
signo de Dios porque Él es nuestro Padre y por eso a Él debemos tender y a Él
debemos imitar. Pero, ¡guardando el sentido de las proporciones! Evidentemente,
somos humanos, es decir, criaturas y no podemos pretender llegar a ser “como”
Él. Podemos, eso sí, en cuanto somos sus hijos (con minúscula) abrillantar los
rasgos que de Él heredamos: podemos intentar ser muy misericordiosos, ser
portadores de perdón, procurar que nuestro amor no sea pasajero, ni
superficial, sino “eterno”, pero con la humildad suficiente para comprender las
limitaciones que nos son inherentes: al fin de cuentas no somos Dios, sino
humanos que hemos recibido del Hijo el mandato de procurar parecernos a Él:
Sean perfectos como su Padre que está en el Cielo es perfecto. (Mt 5, 48) Muy
probablemente, si Adán y Eva hubieran podido guardar el sentido de las
proporciones y no hubieran pretendido equipararse con Dios la historia toda de
la humanidad estaría escrita de otra manera. (Como dice el Pregón Pascual: ¡Oh Feliz
Culpa que mereció tan gran Redentor!)
Otro
caso de “torsión” y desvío que produjo fetichización lo encontramos en el
episodios de Caín y Abel: Por motivo del culto. Por culto cada cual ofrecía las
primicias de sus crías y sus cultivos, pero la manera de ofrecer era distinta:
la de Caín estaba impregnada de envidia. No es a causa de lo ofrecido sino de
lo que hay en el fondo del corazón lo que determina que la ofrenda sea o no
agradable al Señor. Quizás la situación llegó al colmo en la situación del
Becerro de Oro que Aarón le hizo al
pueblo, como para darles gusto, como para que se entretuvieran en un culto
“desviado”, “degenerado”, no dirigido a Quien es-Digno- de-Culto. Por tanto era
una acción idolátrica. Un acto de paganismo, precisamente de lo que YHWH estaba
tratando de purificar a “su pueblo” que había adquirido estos vicios
idolátricos en su esclavitud en Egipto.
Tampoco
la Paz está exenta de este riesgo. Una opinión muy difundida no cesa de invitar
a “torcer” la doctrina de la Iglesia en aras de una “paz” con otros cristianos;
es decir, claudicar de la verdad en aras de la “unidad”. A primera vista suena
muy positivo, hasta loable; pero no es ese el camino a la unidad. Esa sería una
meta-fetiche alcanzada por medio del abandono al Jesucristo que se nos ha
revelado, más aún, a la revelación que el propio Jesucristo nos entregó. Cierto
es, y muy cierto, que esta división no puede alegrar para nada el Corazón de
Jesús pero, no es menos cierto que la unidad lograda con sacrificio de la
Verdad para nada cicatrizaría las crueles llagas con las que hemos lanceado sus
heridas haciéndolas sangrar una y otra vez. El camino será más arduo y no tan
simplista: Esa paz no se puede fetichizar.
El
argumento que nos presentan muchas veces es que el propio Jesús se presentó a
sus Discípulos Resucitado, soplando sobre ellos el Espíritu Santo y
entregándoles la Paz, no una sino dos veces. Jn 20, 19f. 20d y, aún una tercera
vez, ya con la presencia de Tomás (Jn 20, 26g). Fácilmente podemos fetichizar
estos saludos de paz en procura de convertirnos en acérrimos defensores de la
paz, en pacifistas a ultranza. Hermoso y rayano en lo poético; no cabe
discusión que el pacifismo es una hermosísima bandera digna de un Discípulo de
Jesús; pese a ello, tampoco a tal consigna se la puede fetichizar. Mejor dicho,
la fe verdadera está muy distante de las fórmulas facilistas. Estamos llamados
a buscar la paz, a defender la paz, a ser constructores de la paz y ello nos
hará bienaventurados, pero nuestro discipulado no nos llama a la infidelidad a
los principios y enseñanzas que nos entregó Dios a través de los patriarcas, de
los profetas, de Jesús y sus apóstoles, de los padre y Doctores de la Iglesia y
de los romanos Pontífices que Él mismo puso en la continuidad de la tradición
Eclesial. Y es que el propio Jesús nos corrige lo que significa la paz que Él
nos entrega: “Les dejo la Paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan
los que son del mundo”. Jn 14, 27a-c.
Los
que son del mundo nos brindan una paz de componendas, o, como lo hemos dicho en
otra parte, muchas veces la que nos ofrecen es la paz de los cementerios. Con
escalofriante frecuencia, su paz es la paz de la coerción, la paz de la
amenaza, la paz del silencio obtenido por la fuerza. ¿Cuántas veces su
propuesta de paz no ha tenido como logotipo un arma o una motosierra?
La
Primera Lectura, que para este vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario en el
ciclo C proviene del profeta Jeremías, nos muestra al Profeta víctima de aquellos
interesados en silenciarlo y que cuentan con el respaldo del propio rey
Sedecías quien da el permiso y la orden para llevarlo al pozo y abandonarlos
allí, semienterrado en el barro. Salvado después por el Eunuco Cusita Ébed-
Melek.
Decía
Monseñor Carlo María Martini que Jeremías es el personaje bíblico más parecido
a Jesús; más adelante, nos muestra respecto de este episodio, un parecido
adicional que lo acerca aún más a la imagen del hijo de Dios: «Es sobretodo
interesante el versículo 4: “Ea, hágase morir a este hombre, porque con eso
desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe,
diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del
pueblo, sino su daño.” Es la misma acusación que se hizo contra Jesús: subleva
al pueblo, no piensa en el bien del pueblo, vendrán contra nosotros los
romanos… Jesús debe morir. Hay un verdadero paralelismo con la pasión de Jesús.»[1]
Varios
aspectos nos muestra, aún más, nos enseña Jeremías:
a) No fetichizar un valor
b) No dar a torcer el brazo por cobardía
c) Tampoco por propia conveniencia, por
salvar el pellejo
d) Permanecer fiel a la misión
encomendada por el Señor
e) En este caso, la misión es –una de las
facetas del profeta- la denuncia.
¿Cómo
distinguir el sendero de la fidelidad?, es decir, ¿Cómo saber hasta dónde es
lícito trabajar en la defensa de un valor y dónde se inicia el riesgo de la
fetichización del valor? Diremos que es muy fácil responder desde el punto de
vista teórico, inclusive, es muy fácil comprenderlo; la verdadera tarea empieza
cuando ser coherente con esa respuesta nos desacomoda, o nos duele. Es entonces cuando el
auxilio viene del Señor, cuando tenemos que apelar a la gracia y clamar por
abundante efusión de Espíritu Santo: תְּאַחַֽר׃ אַל־ אֱ֝לֹהַ֗י אַ֑תָּה וּמְפַלְטִ֣י עֶזְרָתִ֣י לִ֥י יַחֲשָׁ֫ב וְאֶבְיֹון֮ וַאֲנִ֤י עָנִ֣י אֲדֹנָ֪י
“Y a mí, que estoy
pobre y afligido, no me olvides, Señor. Tú eres quien me ayuda y me liberta;
¡no te tardes Dios mío!” (Sal 39, 18) La respuesta es que nosotros no somos
seguidores de valores, nuestra fe, nuestra religión no es una ética heroica.
Nosotros somos seguidores de una Persona, que Dios mismo nos entregó como
Revelación, allí reposa una de los más preciosos valores de la Encarnación, no
hemos visto el Rostro del Padre, al Padre no lo conocemos directamente, pero Él
se nos ha manifestado a través de su Hijo. Recordemos lo que dice en San Juan: εἰ ἐγνώκειτε με, καὶ τὸν πατέρα μου “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre” (Jn 14, 7a.)
Atención,
lo hemos comentado más arriba, tenemos los Evangelios, toda la Sagrada Escritura,
toda la Revelación, toda la Santa Madre Iglesia, que es la esposa de Jesús
(¿Cómo podría la Esposa no saber a fondo como y quien es el Esposo). Pero,
inclusive allí también cabe la fetichización. Primero que todo, lo más
elemental, se sabe de personas que conocieron punto por punto estos “datos”
pero sin la linterna de la fe, se puede quedar en una visión de un Hombre muy
especial, una especie de super-profeta, pero nada más.
En
nuestro ambiente post-moderno, adicto a las biografías de farándula, siempre se
leerá la vida pasión y muerte como se leería la biografía de la Princesa Diana,
como la de un sonado político, la de un jugador de fútbol o la de un renombrado
beisbolista. En cambio, hay que leerla como un hombre de Carne y Hueso que a la
vez es Dios, buscando denodadamente encontrarse con la Persona, con el Amigo,
con el Hermano Mayor, que nos ama con verdadero y profundo Amor fraterno, comunicándonos
el Amor del Padre.
Volver
una y otra vez, desprovistos de nuestra visión socio-cultural de telenovela,
pero también ajenos a la mirada cientificista plagada de positivismo. No
podemos encontrarnos con el Amigo, o con el Hermano como un sicólogo atiende a
su paciente en el diván, o como el biólogo trata de apreciar el micro-organismo
con su microscopio.
De
lo que se trata es de acercarnos humanamente al contacto humano con otro Ser Humano pero desde una dimensión
teológica, abiertos a la fe, dispuestos a encontrarnos con Alguien y –si
logramos enamorarnos- estar dispuestos a seguirlo, dispuestos al seguimiento,
al discipulado. Y, tengamos presentes que hay diversas manera de enamorarse,
desde el amor a primera vista, hasta un amor que va creciendo –a partir de un
mínimo encanto- hasta alcanzar su identidad de Amor después de un largo o
larguísimo periodo, hasta ser amor maduro.
Además,
este acercamiento y enamoramiento puede estar mediatizado por otros seres
humanos por medio de quienes el Señor nos comunica dimensiones inaccesibles por
la barrera histórica pero que cobran inmediatez con esos “pequeños” que le
permiten decirnos “conmigo lo hiciste” (Mt 25, 40c).
La verdad os hará libres
Libres
de engaño, libres de ilusiones, libres de fantasías bobaliconas. Pero también
libres de temores, de pusilanimidades, porque Él ha venida a darnos Vida y Vida
abundante. Si pensábamos en un camino de mullidos cojines y dulces terciopelos,…
de eso no se trata. Jesús no engaña a nadie, Él ha venido a traer “división”, a
traer un fuego que anhela arda cuanto antes; un fuego que parte las familias
entre los que se ponen en un bando y aceptan y los otros que se ponen del otro
lado para criticar, desanimar, desalentar, hacerte la guerra, ayudarte a
descolgar en la cisterna y dejarte allí, medio sumido en fango…
Jesús
nos deja ver a la cara y nos mira a los ojos: Si, nos da la paz, pero no la
dulzona, la almibarada, la cómoda y muelle; no, por el contrario, nos advierte
lo que sucederá ἔσονται γὰρ ἀπὸ τοῦ νῦν “de aquí en adelante”. Será incomodo,
duro, arduo, sin doble túnica, ni alforja, ni cambio de residencia a otra más
confortable.
Nos
exige, sobre todo desacomodarnos de los fetiches: los dos domingos anteriores
nos prevenía contra los fetiches del dinero y la riqueza. No se tratará de
tener una casa más bonita o una catedral más amplia y alta; no se tratará de
cambiar con frecuencia de auto y de teléfono portátil de altísima tecnología y
de la última generación, muchos exhibiremos nuestra importancia recibiendo
frecuentes llamadas al celu… el discípulo…probablemente, ni celu tendrá, no
somos acumuladores de cosas, ni de ideas, ni de valores hechos fetiche; cosas
así nos ha venido insinuando el Papa Francisco. Invitación a vivir
desacomodados, humildes, con lo necesario, despojados de símbolos de poder y
boato. El Señor πῶς συνέχομαι ἕως ὅτου τελεσθῇ “desearía que ya estuviera ardiendo”
(Lc 12, 50b). o… ¿ya está ardiendo? De pronto, eso significa cuando nos dijo ἰδοὺ
γὰρ ἡ βασιλεία τοῦ θεοῦ ἐντὸς ὑμῶν ἐστιν.
“El Reino de Dios ya está entre ustedes” Lc 17, 21b.
No
nos hagamos ilusiones: Él ha venido “a traer un fuego a la tierra” y el fuego
–es inevitable- ¡quema, purifica! Pero el fuego no es para temer aun cuando
hemos crecido creyéndolo. El Fuego arde desde la Zarza y habla a Moisés lo
llena de decisión, no una decisión tibia, atolondrada: lo hace capaz de cumplir
su Encargo. El Fuego, guía: Como guió al Pueblo Escogido a través del desierto,
fue su brújula. En fin, el Fuego anima, llena de valor, de ímpetu de decisión,
de resolución. Así fue el Fuego de Pentecostés, ese Fuego los des-acobardó y
los capacitó para llevar el Evangelio.(Eu-aggelión: εὐαγγέλιον).
No miremos el fuego con temor, no nos dejemos llenar de pereza o de rechazo a
ser “quemados” por Ese-Fuego que es el Fuego del Espíritu Santo.
El
fuego licua el hierro, lo funde y permite darle una nueva forma, permite su conversión
en algo nuevo. El Fuego que trae Jesús dará a luz el Hombre Nuevo, el hombre
cristiforme; dará paso al Reino. El ejemplo nos lo da Jesús mismo: Ἰησοῦν, ὃς ἀντὶ τῆς προκειμένης αὐτῷ χαρᾶς ὑπέμεινεν σταυρὸν
αἰσχύνης καταφρονήσας ἐν δεξιᾷ τε τοῦ θρόνου τοῦ θεοῦ κεκάθικεν. “Jesús, en vista del gozo que se le
proponía, aceptó la cruz, sin temer ignominia, y por eso está sentado a la
derecha del trono de Dios.” (Heb 12, 2).
[1]
Martini, Carlo María Cardenal. VIVIR CON LA BIBLIA Ed. Planeta. Santafé de
Bogotá – Colombia 1999. P. 290
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