sábado, 25 de febrero de 2023

RUTA DE CONVERSIÓN

 

Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17; Rm 5, 12-19; Mt 4, 1-11

 

La Cuaresma no es el momento de derramar moralismos inútiles sobre la gente, sino de reconocer que nuestras miserables cenizas son amadas por Dios

Papa Francisco

 

Entramos en Cuaresma, se trata de abordar la ruta de la Conversión, o sea, se trata de corregir el derrotero y optar por el seguimiento fiel, por el discipulado aceptado con obediencia, con la docilidad del hijo que escucha el pedido que le hace el Padre.  Es muy frecuente que nos reclamemos cristianos católicos hasta llegar a esta frontera: el desierto. Estamos afirmando que hay un cristianismo cómodo, que asume la fe como un talismán, simplemente como una defensa “mágica” contra todo aquello que nos pudiera “des-confortar”. ¡Sí! Así es, como reza el adagio popular, “unas son de cal, otras son de arena”, para indicar que nunca se podrá aislar la existencia aspirando a que todo en ella sea “color de rosa”; que no nos pase desapercibido que también está el “desierto” con sus tintes ora arenosos, ora rojo oxidado, ora terroso-resecos; y en él encontraremos un Masá, un Meribá, y allí, está la “tentación”, el “retar a Dios”: La Cuaresma nos lleva –es el Espíritu quien nos conduce hasta allí- para que revisemos en el fondo de nuestro corazón dónde están las fuerzas, el empuje, la fortaleza que nos permita acoger, con la dulzura de María, el pedido que nos va presentando Dios, y que va mudando, a cada paso de la vida, según su Santa Voluntad, según lo requiera la Economía Salvífica. 

 


El Árbol de la Vida

La libertad es gozo y tormento al mismo tiempo. A cada rato tengo que escoger…entre el polvo de las estrellas y el lodo de la tierra.

Averardo Dini

 

Disyuntiva, dilema, alternativa, dualidad, opción, elección, todas estas palabras nos ponen en contacto con una misma realidad humana, tan humana que no estamos exentos de afrontarla y que no podemos evadir. No hace mucho que leíamos (VI Domingo Ordinario, ciclo A) en el Libro del Sirácida 15, 15-20, (12 de febrero), como Dios nos pone en frente de “el agua y el fuego” y un versículo anterior afirma que Dios, en el principio, cuando creó al hombre, lo hizo sujeto a su propio albedrío, que le dio libertad de tomar sus decisiones, (cfr. Sir 15, 14). Inclusive, cuando pretendemos no decidir, no elegir, estamos eligiendo “no elegir”, “no optar” esa también es una decisión, y la tomamos nosotros muchas veces por nuestra falta de firmeza para optar o por la negligencia de esforzarnos en dilucidar por qué lado debemos irnos, esta pereza es a veces la pereza de informarnos, de ilustrar nuestra conciencia para saber decidir.

 

Es en el juego de las opciones donde el ser humano se juega todo. «Las cenizas recuerdan dos caminos: el camino de nuestra existencia, del polvo a la vida. Y el camino opuesto, que va de la vida al polvo»[1] El hecho de tener libertad para decidir y no decidir simplemente por pulsiones, por instinto, está a la raíz de nuestra definición como humanos, hace de nosotros seres éticos, con responsabilidad; responsabilidad por nuestros actos, pero también por nuestras omisiones, responsabilidad por nuestro propio ser y por nuestras relaciones interpersonales. Responsabilidad social y responsabilidad ecológica. Responsabilidad ante nosotros mismos, ante nuestra comunidad de “prójimos” y responsabilidad ante Dios, aun cuando pretendamos ignorarlo, aun cuando lo negamos. «El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha sometido todo» (Tertuliano, Adversus Marcionem, 2, 4, 5). Así vamos avanzando por el camino de nuestra existencia: decidiendo.

 

Al avanzar por el camino de la vida, a cada paso encontramos alguna bifurcación, ¿cómo decidimos por cuál tomar? ¿Acaso tomamos la decisión a la “loca” o a la “ciega”? No, si ese fuera el caso no seríamos verdaderamente libres, seríamos absolutamente esclavos de nuestra ignorancia y esclavos de las consecuencias de nuestras acciones. Al contrario, Dios nos creó y acto seguido –al ponernos en un contexto, porque dice el relato bíblico que nos creó afuera y luego nos puso en el huerto del Edén que Él había plantado con toda clase de árboles hermosos y apetecibles (cfr. Gn 2, 8-9)- nos señaló lo que podíamos hacer y nos llevaba al bien, nos daba vida y también nos prohibió aquello que nos dañaba, que nos mataba. Este “mapa” para saber en cada bifurcación del camino por donde nos conviene optar estaba condensado en la regla maestra: “Sólo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos ha dicho Dios ‘no coman de él, ni lo toquen siquiera, bajo pena de muerte” (Gn 3, 3). O sea que desde el primer momento nos faculto para saber discernir y así poder tomar opciones a ciencia y conciencia. Momento oportuno para visitar el catecismo de la Iglesia Católica y leer el numeral 1950: «La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas».

 

Ejercitarnos optando y optando bien nos fortalece, nos hace más sólidos, nos acrisola. De la misma manera que optar por la senda alternativa nos debilita, nos hace cada vez mejoras víctimas del error; como cuando decimos que una mentira lleva a otra mentira, así cada desviación, no sólo la mentira sino todo “pecado” nos inclina a pecar más, digamos que, en la medida en que practicamos el pecado nos vamos convirtiendo en especialistas de la pecaminosidad, nos vamos pervirtiendo.

 


Así, podemos decir que  Dios estampó en nosotros un mapa de las sendas por las que debemos ir y aquellas que nos dañaran para que fuéramos verdaderamente libres al optar. Volvamos al Catecismo de la Iglesia Católica para recordar unas deliciosas palabras de León XIII a este respecto: «La ley natural [...] está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe pecar. Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos» (León XIII, Carta Enc. Libertas praestantissimum).

 

Dios se solidariza plenamente con el hombre

La vida de la Gracia, es decir la vida donde decidimos aceptar la Ley de Dios –no perdamos de vista ni por un instante que al decir Ley de Dios estamos refiriéndonos a una ley amable, a la vía de la felicidad verdadera, aun cuando no sea la ruta aparentemente más cómoda, si es la ruta más feliz- es un derrotero trazado con Amor, con Amor Paternal. De esta misma manera, es Dios, en la Persona del Espíritu Santo –como lo dijimos arriba- quien nos conduce al desierto y nos pone en la vía de la tentación.

 

Esto puede sonar infinitamente absurdo. ¡Cómo puede un Padre amoroso, un Dios Bueno ponernos en la ruta de la “amenaza”! Y ponemos signos de admiración y no de interrogación porque esto nos deja completamente atónitos. También, cuando éramos niños, nos dejaba atónitos que papá o mamá nos llevaran al Colegio o al jardín Infantil y nos dejaran allí “abandonados”; o que nos llevaran al médico, donde una persona muy “cruel” nos inyectaba – ¡uy! ¡las jeringas!, esos terribles aparatos de torturas infantiles que arrancaba de nosotros los más atronadores gritos-; o, tener la impiedad de llevarnos al odontólogo, esas también eran para nosotros conductas infinitamente absurdas. Y, sin embargo, “el Espíritu conduce a Jesús al desierto ¡para que sea tentado por el Diablo!”, pero ¿qué es esto? ¿Es este el Dios que Jesús llama Padre?

 


Nuestra sorpresa es equiparable a la que nos producen otros dos apartes bíblicos: Abrahán llevando a su hijo para sacrificarlo, e imaginarlo alzar el cuchillo sobre Isaac; o, Dios Padre entregando a su Hijo, el Tres veces Santo, a una muerte de cruz… Es cierto, nuestro entendimiento se muestra impotente ante los amorosísimos designios de Dios.  ¿Cómo podría nuestra pobre mente alcanzar la Infinita sabiduría del Señor?

 

Revisando la perícopa de este Primer Domingo de Cuaresma, ciclo A, en su contexto, nos encontramos que está inserta en el Evangelio según San Mateo, inmediatamente después del Bautismo de Jesús; Dios acaba de abrir las puertas del Cielo para manifestar de Propia Voz su paternidad respecto de Jesús, acaba de reconocerlo como Hijo suyo y, acto seguido, ¡purrumpum, tome!, ¡las tentaciones! Ese es el contexto de esta perícopa. Cuando leímos la perícopa del bautismo nos encontramos con otro inexplicable: ¿Para qué se hace bautizar Jesús si Él no es un pecador? Él no tiene de qué arrepentirse, no necesita conversión y sin embargo se bautiza. Tratando de penetrar este “misterio” nos dimos de frente con una categoría de la Misericordia Divina: La solidaridad. Él se hace bautizar para solidarizarse con nosotros.

 

Cuando leíamos a los clásicos, y llegábamos a esas páginas homéricas donde los héroes Odiséicos iban a la guerra y sus “generales” combatían al lado y hombro a hombro con los soldados rasos, vislumbramos con sorpresa esa solidaridad que los llevaba a exponer su propio pecho en primera fila de combate. También, en el mundo laboral, admiramos esos “ingenieros” que se embarran junto a sus obreros y se ponen las botas de trabajo y no se emperezan de estar codo a codo con su brigada de trabajo. De manera simétrica, nos decepcionan los que sólo trabajan desde su escritorio, tanto como nos desalientan los sacerdotes que predican y no aplican y no viven el espíritu de sus propias homilías; fue así como nació el proverbio popular de “el cura que predica, pero no aplica” "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. (Mt 23, 2-4). Visto esto, podemos empezar a aproximarnos a este concepto de solidaridad: Porque Dios se hizo verdaderamente hombre: «No se puede afirmar que la tentación de Jesús tenga un sentido moralizante: algo así como “Jesús no fue tentado, sino que hizo como si hubiera sido tentado para dar ejemplo al hombre; en esta forma la persona y la obra de Jesús serían una apariencia, una comedia, Jesús no habría sido un hombre verdadero. Equivaldría a imponer al evangelio un preconcepto sobre la forma como es y debe actuar y presentarse Jesús, una imagen preconcebida de lo que debe ser el Hijo de Dios. Es no correr el riesgo de que Dios se acerque al hombre hasta la identidad total con él y hasta el amor que, porque respeta y acepta la contradicción que padece la creatura, se compromete totalmente en el amor y se solidariza en la ambigüedad de lo humano para salvarlo desde lo interior del hombre.»[2]

 

Así que Jesús, el Dios-humanado, en virtud de su infinita Bondad, se abaja, se pone la camiseta y la suda, no la suda aparencialmente, la suda de verdad-verdad; se pone las botas con sus obreros y se embarra, no se embarra de “mentiritas” sino que se pone hombro a hombro y codo a codo, a nuestro lado y de nuestra parte. No se disfraza de hombre, sino que ¡se hace hombre! Para rescatarnos ofrece todo, lo entrega todo, se presenta Él para estar de rehén en vez de nosotros y, ¡paga con su Preciosísima Sangre todas nuestras culpas!


 

De esta forma, si Él no hubiera sido tentado, sería un hombre de mentiras. ¡Dios no se habría humanado! Esta es la sustancia esencial del concepto de solidaridad cuando se refiere a Dios respecto al hombre, que Él se hizo en todo igual al hombre, excepto en el pecado, y esa es la única excepción. Y en eso estriba el Plan Salvífico de Dios para redimirnos. El meollo de la salvación es la Divina Solidaridad con nosotros, con nuestra fragilidad, con nuestra debilidad, con nuestra imperfección.

 

Acrisolados

El cristiano no se arrastra bajo el peso de la ley; corre libremente impulsado por el amor.

Florentino Ulibarri

 

La tentación es un proceso que nos purifica, nos fortalece, nos robustece. Nos hacemos fuertes rechazando la tentación. Podríamos resumirlo diciendo de forma muy breve: La tentación en sí misma no es mala, lo malo de la tentación está en ceder a ella.

 

Observemos en primer término que el Malo, al tentar a Jesús, entra en un verdadero tenis Escriturístico con Él. También él hace gala de conocer la Sagrada Escritura y de conocerla muy bien. ¡Caray! Entonces no basta con conocer la Escritura, ni siquiera basta con conocerla perfectamente y declamarla al pie de la letra. Así es. Porque está escrito: “… la letra mata,  más el espíritu vivifica.” (2Cor 3, 6c).

 


Así, el Malo usa de la Palabra torciendo su espíritu, desvirtuándola, insertando en ella sus embustes. Notemos que cuando engaña a Eva le dice que Dios prohibió, y eso es verdad, que comieran algún fruto de algún árbol, lo cual también es verdad, pero la falsedad que él introduce consiste en decir que “no coman de ningún” (Gn 3, 1b) Eva es consciente que está mintiendo y lo corrige precisando que sólo les prohibió un árbol, el que está en medio del huerto. ¡De la espléndida variedad a disposición, la limitación se reduce al límite mínimo! (Gn 3, 3).

 

Después de la tentación Jesús estará listo para iniciar su vida pública, habrá salido airoso de la prueba, no se ha dejado engañar con la apetitosa hermosura del “fruto” ofrecido, viene a magnifica colación unas palabras de Papa Francisco: “… la necesidad de no dejarse dominar por las cosas que tienen apariencia: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino de lo que tenemos dentro”.[3]

 


«En las tres tentaciones se presenta, de un modo orgánico el pecado de Adán, que es el mismo de Israel, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: robar lo que ha sido regalado. Dios es don: la posesión representa el anti-dios, principio de des-creación, origen de todos los males… Los ídolos del tener, el poder y del aparecer son la estructura misma del mundo: su “nulidad nulificante”, a la cual Dios responde respectivamente con el dar y servir con amor y humildad. Jesús realizó la opción del Hijo: la solidaridad con los hermanos. Ahora existe un choque entre dos caminos de salvación: el suyo, que lleva a unirse a los otros y el diabólico, que lleva a distinguirse de ellos mediante la riqueza, el honor y la arrogancia. El camino de Dios, que es amor y es compartir, es opuesto al de Santanas, que es egoísmo y división. Es una oposición interna que atraviesa el corazón de cada hombre.»[4]

 


Roguemos –con el salmo penitencial por excelencia- al Espíritu Santo para que frente a cada tentación su Luz nos ilumine permitiéndonos distinguir su oferta de aquella del Enemigo; e imploremos también la asistencia de su fortaleza para que sepamos optar y mantenernos. Sabemos que seremos tentados, no tres sino miles de veces; pero no con pesimismo sino con la alegría de los redimidos, enfrentemos el combate, sabiendo que saldremos airosos apoyados en Aquel que llevó su solidaridad con nosotros hasta identificarse con la debilidad humana en todo menos en el pecado:

 

Oh Dios,

crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu Santo Espíritu.

 

Devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.[5]

 



[1] Papa Francisco. HOMILIA EN LA SANTA MISA, CON EL RITO DE LA IMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS. Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino de Roma, 2020

[2] Zea, Virgilio s.j. JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Ed. USTA Facultad de filosofía de la Universidad Santo Tomás de Aquino.  Bogotá- Colombia 1989 pp. 57-58.

[3] HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO Basílica de Santa Sabina Miércoles 5 de marzo de 2014.

[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2da re-impresión 2011 pp. 49-50

[5] Sal 51(50), 12-14.17.

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