REGÍNA PACIS
La No-Violencia: un estilo de política para la paz.
Papa Francisco
Proponte como modelo a
la Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre de Dios.
San Jerónimo
San
Agustín nos proporciona un enfoque de María que nos allega con luminoso
esplendor a la Madre de Dios, dice él que: «María fue tan sumisa a la voluntad
divina, que por la blandura con que se dejó modelar es llamada “forma Dei:
molde de Dios”» La arquitectura de la Paz está estrechamente vinculada a la
docilidad activa y participativa para edificarla. En el numeral 225 de la Fratelli
Tutti, dice Papa Francisco:
«… hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se
necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de
reencuentro con ingenio y audacia»[1].
Cuando
nosotros hablamos así, diciendo y llamándola Madre de Dios «esa expresión está
reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo», nos
invitaba a reconocerlo José María Cabodevilla. No se puede tratar de algo que
simplemente pronunciamos como una fórmula nominativa, es algo que decimos
apelando a nuestra inteligencia, en un férreo maridaje entre fe y razón;
tenemos que entender que el ser humano no podría engendrar a Dios, pero Dios si
puede engendrar-encarnar su Divinidad. ¡Dios pudo, Dios quiso, Dios lo hizo,
alabado sea el Nombre de Dios! para glosar la celebérrima frase de Duns Scoto,
(beatificado por Juan Pablo II en 1993): “Potuit, decuit,
ergo fecit” (Podía,
convenía, luego lo hizo).
La
maternidad de Dios por parte de María, a quien desde la remota antigüedad, en
los albores del primer milenio de la Iglesia, así en la católica como en la
ortodoxa, ya se la llamaba –en griego- Theotokos, es decir, la que lleva en su
Vientre a Dios. Sabemos que Jesús es la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, pues bien, si Jesús es Dios y María Santísima es su Madre, como lo
confesó el Concilio de Éfeso, en el 431 de nuestra era, aseverando que sería
anatema quien negase que María es Madre de Dios pues lo dio a luz, en el orden
de la carne. ¿Qué más se requiere clarificar? Saludemos a la Virgen, desde el
fondo de nuestro propio corazón, con las mismas palabras que usaba San
Francisco de Asís: ¡Dios os salve, María, Madre de Dios! ¡En Vos está y estuvo
todo la plenitud de la gracia y todo bien!
Hay
más, el Concilio de Éfeso insistía en esta manera de hablar porque así se
unificaba la doble naturaleza de Jesús que es tanto humana como Divina, unidas
en una única Persona. La Virgen, Santa Madre de Dios, articula el Cielo y la
tierra integrando lo que es del hombre y lo que es de Dios; al decir del
Sacerdote Jesuita Gustave Weigel:
“Los Padres de la Iglesia primitiva, con mucha razón llamaron a María el
“cuello” del Cuerpo Místico de Cristo. La conexión de la humanidad con Cristo
se verifica por María, que “profundiza la visión divina”. El Evangelio nos
retrata esa Madre Santísima que “atesoraba todas estas cosas, meditándolas en
su corazón” (Lc 2, 19).
No
se reduce a pronunciar en continuidad las dos ideas: Madre de Dios y paz: «La
paz es un desafío al prurito que hay en nosotros de ser más guapos y más
fuertes, de sobresalir; es un desafío a este hormigueo de las manos y del
corazón, que quisiera acabar, rápido e inmediatamente, con quien piensa
distinto de nosotros.»[2] En el numeral 233 de la Fratelli
Tutti encontramos: «La paz “no
sólo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable —especialmente de
aquellos que ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer,
garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o
ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales
protagonistas del destino de su nación”»[3].
El
corazón entra en acción para conducirnos por la coherencia del compromiso de
una triple manera, y es que: 1) el corazón «…no sólo es la sede de los
sentimientos, sino también el lugar profundo en donde nuestra persona toma
consciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre el
sentido de la realidad, asume actitudes responsables hacia los hechos de la
vida y hacia el mismo misterio de Dios. 2) La importancia decisiva del corazón
respecto de la salvación… Jesús está presente en la historia como salvador,
como redentor, como liberador., Pero la acción divina de la salvación se vuelve
realmente eficaz en la historia humana sólo pasando a través de nuestros
corazones, que gracias al Espíritu Santo se convierten en corazones nuevos,
animados por el amor filial hacia Dios. 3) Finalmente, …la particular plenitud
de vida que el corazón encuentra en sí mismo cuando, por así decirlo, sale de
sí y encuentra la novedad absoluta del Amor de Dios que se dona a nosotros en
Jesús.»[4] Permitimos a Dios actuar
eficazmente por medio de nosotros, que es la actitud característica de María
quien se consagró respondiendo al Arcángel San Gabriel “Hágase en mí”. Puede
que simulemos no tener ninguna evidencia de Dios en nuestra vida; pero no es
que Dios no esté, que nos haya olvidado, que esté distraído; más bien es que no
somos capaces de descubrirlo (o que hacemos la “vista gorda”); y, si no nos
damos cuenta de su Ser-a-nuestro-lado, de que Él es el Emmanuel, entonces no
podemos actuar con Él, no podemos cooperar con Dios y estaremos de espaldas a
su Proyecto de Luz y de Vida, sin que su acción pueda pasar a través de
nuestros corazones. A veces se ha dicho que Jesús es el Sol y María,
sencillamente es la luna que refleja su luz, así nosotros también estamos
llamados a cumplir la función refleja.
El
Proyecto de Dios que es su Reino, recurre y requiere de nuestra competencia y
nuestro compromiso con Él. ¿Cómo entramos nosotros en la Biblia?, ¿Estamos
–acaso- ajenos al proyecto salvífico?, ¿O la Biblia es solo un manual de
instrucciones? ¡Pues no! En la Biblia nosotros sí figuramos porque somos los
“pastores” con misión de pastores. Esos que hoy se apuran a llegar a ver el
“signo” (Lc 2, 12), somos nosotros los llamados y convidados a ir a ver al Niño
en el Pesebre, y tenemos la opción de “ir corriendo” (Lc 2, 16), y dar
testimonio de Él explicando lo que los Ángeles han revelado sobre ese “signo”.
Él es el signo de la Paz. Vamos visualizando algo mejor el correlato entre
Madre de Dios y Paz. Jesús es la Paz, o mejor, es Él el Enviado a traer la Paz.
Los Ángeles así lo cantan: “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz…” (Lc
2, 14ab). Esta afirmación angelical la confrontaremos con la del Evangelista: “La Paz les dejo, mi Paz les doy. La Paz
que yo les doy no es como la que da el mundo…” (Jn 14, 27abc). Y, ¿cuál es la
Paz que da el mundo en el contexto del Jesús histórico? ¡La de Cesar Augusto!
«En efecto, Augusto “ha establecido durante 250 años la paz, la seguridad
jurídica y un bienestar, que hoy muchos países del antiguo Imperio romano
todavía sólo pueden soñar”»[5]
Nos abocamos a un contrapunto entre estas dos versiones de la Paz. «En
todo esto debían pensar los lectores u oyentes antiguos (y Lucas tenía esta
intención) cuando oían hablar del nacimiento del “salvador” e inmediatamente
oían el canto de los coros celestiales cuya palabra central era la paz, núcleo
de la propaganda de Augusto. Pero la paz que aquí se anuncia no es la Pax Augusta. Es una paz que en los ángeles ocupa el
segundo lugar, porque el primero lo ocupa Dios mismo: “Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14).
Esta paz no la aporta un político, ni siquiera Augusto, sino aquel salvador
divino que ha nacido como hijo de gente sencilla en un establo en Belén. Esta
paz, la Pax Christi, no se
opone necesariamente a la Pax Augusta,
pero es independiente de ella y la supera, como el cielo supera la tierra… Quedan
los pastores, que primero se asustan y acaban diciendo: vamos a verlo y
comprobarlo (Lc 2, 15). Luego comunican lo que han oído y al final alaban a
Dios, una vez que el mensaje celestial se ha demostrado como auténtico (Lc 2,
17.20). Estos pastores son la imagen de una comunidad cristiana (así lo
entendió Ambrosio). Y finalmente está María, de la que sólo se dice que
“guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Lo que aquí se
dice de María el evangelista espera que se diga de cada cristiano. Los padres
de la iglesia veían también en la Madre de Dios un modelo para todos los
cristianos. Pues todo cristiano –y toda la iglesia– está llamado, desde el
útero del corazón (K. Rahner),
a dar a luz a Cristo de manera que cobre forma en la propia vida (Ga 4, 19).»[6]
Retomemos
de la Fratelli Tutti, en el
numeral 228, donde se nos propone una verdadera clave tanto de la arquitectura
como de la artesanía de la Paz: «Es necesario tratar de identificar bien los
problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen diferentes
maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia una mejor
convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una
perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun
cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca se debe encasillar
al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la
promesa que lleva dentro de él», promesa que deja siempre un resquicio de
esperanza»[7]. En su
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2023: «¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar,
dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir,
permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación
del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos
pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o
nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido
comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal.
No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos
comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando
las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en
la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común. Para lograr esto y vivir
mejor después de la emergencia del COVID-19, no podemos ignorar un hecho
fundamental: las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que
padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas
autónomos son en realidad uno la causa o consecuencia de los otros. Así pues,
estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y
compasión. Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para
todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que
siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa
común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio
climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la
alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera
tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los
pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas,
la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven
como descartados en nuestras sociedades. Sólo invirtiendo en estas situaciones,
con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios,
podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es
un Reino de amor, de justicia y de paz.» [8] (Va
nuestra invitación para leer el mensaje integro).
De
qué manera tan fantástica nos ha enriquecido la Iglesia -mater et magistra- al proponernos para iniciar el año
civil, la celebración de la Solemnidad de este Dogma a, un mismo tiempo, con la
celebración de la Jornada Mundial de la Paz, esta vez en su Quincuagésima sexta
versión. Así María y la Paz quedan, de esta manera, soldadas.
[1] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. Inst. San
Pablo Apóstol. pp. 132.
[2]
Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA.
Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 pp. 16-17
[3]
Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. pp. 137-138 Citado de DISCURSO A
LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO, Maputo –
Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.
[4]
Martini, Carlos María. Op. Cit. pp. 15-16
[5]
Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. P. 84
[6] Reiser, Marius. LA VERDAD SOBRE LOS
RELATOS NAVIDEÑOS. Selecciones de Teología pp. 353-354 seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol43/172/172_reiser.pdf.
El subrayado es nuestro.
[7] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI p. 134.
[8]
Papa Francisco. MENSAJE PARA LA 56 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, 1º DE ENERO DE
2023.
No hay comentarios:
Publicar un comentario