Is 52, 7-10; Sal 98(97),
1bcde.2-3ab. 3cd-4.5-6; Hb 1,1-6, Jn 1,1-18
En esta etapa final nos
ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien
creó el universo. Él es reflejo de su Gloria, la imagen misma de lo que Dios
es, y mantiene el universo con su Palabra poderosa.
Hb 1, 2-3c
… somos conducidos a la
Verdad inmutable, donde verdaderamente aprendemos cuando estamos en su
presencia y le oímos y nos gozamos con grande alegría por la voz del
esposo, tornando allí de donde somos. Y es Principio, porque si no permaneciese
cuando erramos, no tendríamos adónde volver. Pero cuando retornamos de nuestro
error, ciertamente volvemos conociendo; pero para que conozcamos, él nos
enseña, porque es Principio y nos habla.
San Agustín
Es
difícil hablar y celebrar la Navidad en el contexto histórico que atravesamos,
mientras los belicistas siguen haciendo de las suyas, se derrama sangre, se
destruyen hogares, se fomenta un fratricidio, los misiles silban por doquier, y
los bombardeos se suceden -especialmente- durante las noches ucranianas.
Lo
único que se nos ha ocurrido es entregar las fichas del rompecabezas y dejar a
los lectores que las ordenen con la habilidad de sus inteligencias y la fuerza
que les socorre el Niño-Dios, para que traten de obtener una imagen inteligible,
donde puedan distinguirse las facciones del Recién-Nacido “Príncipe de la paz”, y sepamos qué tenemos que ver con todo esto.
I
«Se
lee en una narración que un día Jesús regresó a la tierra: era Navidad y había
muchos niños reunidos para una fiesta. Jesús se presentó en medio de ellos y
todos lo reconocieron y lo aclamaron. Después, uno de ellos comenzó a
preguntarle que regalo les había traído, y poco a poco todos los demás niños le
preguntaron en dónde estaban los regalos. Jesús no contestaba y abría los
brazos.
Finalmente,
un niño dijo: “¿Ven que no nos trajo nada? Entonces es cierto lo que dice mi
papá: que la religión no sirve para nada; no nos da nada, ¡no tiene ningún
regalo para nosotros!”
Pero
otro niño replicó: “Jesús, abriendo los brazos quiere decir que nos trae a sí mismo,
que él es el regalo, es Él quien se dona como hermano, como Hijo de Dios, para
hacernos a todos hijos de Dios como lo es Él”.»[1]
II
La
palabra logos que aparece en el prólogo del Evangelio de San Juan, puede ser
traducida de diversas maneras, es la razón, el pensamiento, la inteligencia
ordenadora, la mente que rige el cosmos, la Voz que crea, la palabra, el habla,
la lengua, un sermón y -según la traducción que se le dio al latín, “verbum”.
Le perícopa Jn 1, 1-18 es el prólogo. Y
podríamos subdividirla en:
1-5 El Λόγος [logos]: la Luz de los hombres – la Vida.
6-8 El precursor: Juan el
Bautista.
9-14 “Y el Verbo vino al
mundo,” Καὶ ὁ Λόγος σὰρξ ἐγένετο καὶ ἐσκήνωσεν ἐν
ἡμῖν, “se hizo carne y habitó entre nosotros”:
No lo conocieron
No lo recibieron
A quienes lo recibieron se les dio el poder de ser
“hijos”
15 Juan el Bautista señala a
Jesús para entregarle el relevo
16-18 Dios no ha sido visto
por nadie, Jesús lo trasparenta.
La palabra para habitó es ἐσκήνωσεν -estrictamente hablando-
puso su carpa (tienda de campaña) entre nosotros.
En
general, estamos ante una estructura de quiasmo una cebollita -como nos
gusta llamarla-, con la medula en el centro, y en el centro se dice lo más
importante: “puso su tienda de campaña y moró con/en/entre (ἐν) nosotros”.
III
«El
Evangelista Juan, que tantas veces evoca la pregunta sobre el origen de Jesús,
no ha antepuesto en su Evangelio una genealogía, pero en el Prólogo con el que comienza ha
presentado de manera explícita y grandiosa la respuesta a la pregunta sobre el
“de dónde”. Al mismo tiempo, ha ampliado la respuesta a la pregunta sobre el
origen de Jesús, haciendo de ella una definición de la existencia cristiana; a
partir del “de donde” de Jesús ha definido la identidad de los suyos.
“En
el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios. Palabra en el principio estaba junto a Dios… Y la palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1, 1-14). El hombre Jesús es el “acampar”
del verbo, del eterno Logos divino en
este mundo. La “carne” de Jesús, su existencia humana, es la “tienda” del
Verbo: la alusión a la tienda sagrada del Israel peregrino es inequívoca. Jesús
es, por decirlo así, la tienda del encuentro: es de modo totalmente real
aquello de lo que la tienda, como después el templo, sólo podía ser su
prefiguración. El origen de Jesús, su “de dónde”, es el principio mismo, la
causa primera de la que todo proviene; la “luz” que hace del mundo un cosmos.
Él viene de Dios. Él es Dios. Este “principio “que ha venido a nosotros
inaugura precisamente en cuanto principio- un nuevo modo de ser hombres. “A
cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano,
sino de Dios” (Jn 1,12s)»[2]
IV
«…
según la mejor definición que de la paz conozco. La que diera Santo Tomás al
presentarla como “la tranquilidad activa del orden en libertad”. Hoy, es
sabido, oscilamos entre el orden sin libertad y la libertad sin orden, con lo
que nos quedamos sin tranquilidad y sin acción.
Habría
que empezar, me parece, por curar las almas. Por descubrir que nadie puede
traernos paz sino nosotros mismos. Y que cuando se dice que hay que preparar la
guerra para conseguir la paz, eso es sólo verdadero si se refiere a la guerra
interior contra nuestros propios desmelenamientos interiores.
Las
únicas armas verdaderas contra la guerra son la sonrisa y el perdón, que juntos
producen la ternura. De ahí que alguien que quiere a su mujer y a sus hijos sea
mucho más antibelicista que quienes acuden a las manifestaciones. De ahí que un
buen compañero de oficina que siempre tiene a punto un buen chiste sea más útil
para el mundo que quienes escriben pancartas. O que quien sabe escuchar a un
viejo y acompañar a un solitario sea mil veces más pacificador que quien
protesta contra la carrera de armamentos. Porque el armamento que más abunda en
este siglo XXI es el vinagre de las almas, que mata a diario sin declaraciones
de guerras.
No
puedo ahora recordar sin emoción a uno de los más grandes pacificadores… el
querido Papa Juan XXIII. Hizo mucho, ciertamente, con su Pacem in terris, pero esta encíclica ¿qué otra cosa fue sino el
desarrollo ideológico de lo que antes nos había explicado con su sonrisa? Con
mil hombres serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos
como él, el mundo estaría salvado. Pero no se salvará con pancartas y
manifestaciones.»[3]
V
«El
nacimiento o natividad de este Hombre, el más importante y grande de la
historia, como que fue declarado por el Padre, Señor del Universo y de la
Historia, causa de nuestra salvación, es lo que celebramos en esta Navidad que
nos trae luz y felicidad.
No
se pierde nada si al hablarle a sus hijos de este Niño les hace caer en la
cuenta del contraste, buscado intencionalmente por el evangelista, entre su
nacimiento, en medio de pajas y animales de una pesebrera de Belén, y la cuna
rodeada de mármoles, cortinajes y arabescos, de los palacios romanos, con lujo
importado de los imperios de oriente. Es la humildad de Dios que nos visita y
nace como niño indefenso, para confundir a los grandes de todos los tiempos y
enseñarles a doblegar la cerviz ante los niños campesinos y ciudadanos de
nuestro país. Dejad a los niños que se acerquen a mí, porque de los que son
como ellos es el reino de Dios. ¡Feliz Navidad!»[4]
[1] Martini,
Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San
Pablo. Santafé de Bogotá D.C. Colombia 1995 p. 559
[2]
Ratzinger Joseph -Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá –
Colombia. 2012. p. 19.
[3]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA (CUADERNOS DE APUNTES II)
Sociedad de Educación Atenas. Madrid-España 1995 p. 73
[4]
Llano Alfonso. s.j. 100 RAZONES PARA HACER UN ALTO EN EL CAMINO. Ed Intermedio
Bogotá -Colombia 2011 p. 140
No hay comentarios:
Publicar un comentario