Is 66,18-21; Sal 116,1.2; Heb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30
Y no es que la puerta
de la misericordia de Dios sea estrecha; somos nosotros los que ensanchamos
tanto la puerta del egocentrismo que no dejamos espacio al Evangelio ni al
amor.
Vincenzo Paglia
Jesús, en su respuesta,
traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es,
entrando «por la puerta estrecha».
Raniero Cantalamessa
ofm. Cap.
Hay
una tonada que persiste en el trasfondo de toda la celebración, es la voz que
enmarca y resalta toda la partitura. La identificamos en la Oración Colecta:
“Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu
pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en
medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la
verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo”. Notemos que son sólo dos
cosas las que pedimos:
- el amor a sus preceptos
- la esperanza en sus promesas
sobre
ese par de peticiones -que conducen a afianzarnos en la alegría, empecemos a
construir una convergencia, la sinodalidad de un pueblo que “comulga” en una
vía a recorrer.
Empecemos
leyendo parsimoniosamente el Evangelio de este Domingo XXI del tiempo
ordinario, ciclo C. Jesús, en el contexto de nuestra fe, se nos ofrece como
paradigma para nuestra propia existencia. Sus actos nos brindan un δειγμα (ejemplo, modelo) para ser seguidores,
para asumir el discipulado. Más aún, se nos propone como “Camino, Verdad y
Vida” (Jn 14, 6), y digamos que su validez paradigmática está fuera de toda discusión cuando hacemos consciencia
que Jesús no es simplemente un hombre, sino que Él es el Hombre-Dios, que Él es
el mismísimo Hijo de Dios.
Va
camino de Jerusalén, y en su recorrido va pasando por pueblos y ciudades,
destaquemos que no simplemente pasa, sino que pasa διδάσκων enseñando (el verbo
διδάσκω literalmente traduce “causando aprendizaje”). Dos aspectos rescatamos
de este versículo. Su desplazamiento, Él no simplemente llega y se queda ahí,
en algún sitio, sino que se desplaza, se desacomoda, vive itinerante, dijéramos
que vive en permanente “Éxodo”; nos propone una existencia dinámica. Esto es,
nos enfoca en un estilo para vivir la fe, no y para nada muellemente
apoltronados, sino vitales, que van en busca, que salen al encuentro. Él va
buscando a “las ovejas perdidas”, y no las busca para castigarlas, para
imponerles torturas, ni para venderlas por ser ovejas en diáspora. ¡Las busca
para enseñarles! He aquí el Rostro salvífico de la enseñanza. Él las va a
salvar de su dispersión, reuniéndolas, unificándolas en un solo rebaño. Para unirlas no se las llevará a un sitio
específico, dado que su reino no es “geográfico”, su reino se edifica en el
corazón de los llamados con esa enseñanza. Ese gesto de Dios-humanado está
saturado de ternura, es equivalente –en la parábola de los dos hijos en Lc 15,
20 -a cuando el Padre, divisa a su hijo a lo lejos, “Y cuando aún estaba lejos,
lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su
cuello, y le besó.” Equivale a esa carrera del Padre, saliéndonos al encuentro.
Nos estamos refiriendo a nuestra fe como un reinado pleno de Misericordia, de
acogida misericordiosa.
Y
del otro lado de ese versículo, tenemos hacia dónde avanza Jesús. Nos dice que
se encaminaba hacia Ἱεροσόλυμα Jerusalén. ¿Qué es Jerusalén? La palabra traduce
“morada de la paz” y nosotros lo entendemos como adjetivo que califica al
“reino”, ¿cómo es el reino de Dios? El reino de Dios se define como una
estancia de paz. Y, entendemos también que no solamente el reino lo es, sino
que -el sólo hecho de caminar con ese rumbo- ya la implica.
No
es caprichosa la interpretación, Jesús mismo la establece como vemos más
adelante, en el evangelio de este Domingo, en Lc 13, 29 donde dice que llegados
de los cuatro puntos cardinales vendrán a ἀνακλιθήσονται, yacer, recostarse,
reclinarse, (era la posición en que se ponían para comer) ἐν τῇ βασιλείᾳ τοῦ
Θεοῦ en el reino de Dios. Y es esa expresión aludiendo a los cuatro puntos
cardinales la que nos lleva a entender que la “enseñanza de Jesús” ha de ser
llevada al “oriente, al poniente, al norte y al sur”. Y que en todas esas
direcciones habrá quienes den cabida y acepten oír y aprender de Él. Porque
esta obra de expansión de sus enseñanzas (que nosotros, para decirlo en breves
palabras, llamamos “evangelización”) se nos ha encargado a nosotros como parte
de ese dinamismo de la fe, pero no es obra nuestra, es Él Quien la realiza.
Digamos otra palabra que consideramos pertinente, y, que es –por lo mismo- en
la jerarquía de nuestras labores, la obra principal. Esa es nuestra
competencia.
¿Tendrán
cabida todos? Entrar en el Reino no depende de vivir en tal o cual ciudad, no
depende de haber ido a Roma o de haber visitado Tierra Santa, ¡No! Como nos lo
explica el Padre Raniero Cantalamessa, es el fruto de una «decisión personal
seguida de una coherente conducta de vida»[1]. Pues esta perícopa de
Lucas nos habla como de un momento divisorio, un momento en el que el Padre
(Dueño de Casa) se levanta de la Mesa
(porque el Reino es un “Banquete”) y cierra las Puertas. Pero sólo hasta ese entonces,
todos, los de todas las direcciones, “hasta de los países más lejanos y las
islas más remotas” (se nos dice en Is 66,19 que forma parte de la Primera
Lectura de este Domingo XXI), están siendo convidados, y no es de nuestra
competencia establecer discriminaciones, eso
sólo le compete al Dueño de Casa. Para nosotros el tema es que la
Puerta, pese a su estreches y al esfuerzo tesonero que demanda, está abierta
para todos. ¡Y eso nos basta!
Pero
esos dos aspectos de la Puerta, ese par de rasgos, forma parte de la Enseñanza,
enseñanza que se vigoriza con la expresión Ἀγωνίζεσθε “Esfuércense”. De ahí
inferimos que el Reino no está ahí botado para que al pasar nos lo encontremos,
sino que amerita un despliegue de “esfuerzos”, que es demandante, que exige
vigilancia, que requiere empeño, tenacidad, perseverancia, ahínco y firmeza.
La Primera Lectura, tomada del Trito Isaías, está escrita sobre un pentagrama
de responsabilidad y compromiso: «No pienses que es un trabajo sólo de Dios, y
tu quedarte cruzado de brazos esperando que todo cambie. Es una expresión
directa para ti, para que comiences a construir los cielos nuevos y la tierra
nueva de tu existencia, de tu comunidad y de tu país.»[2]
Ese
empeño tesonero para alcanzarlo lo ha resguardado la Iglesia como uno de los
rasgos característicos en la búsqueda y construcción del reinado de Dios. Completa
nuestra mirada a las Lecturas de este Domingo, remitirnos a los numerales 781 y
782 del Catecismo de la Iglesia Católica donde se nos muestra cómo se hizo Dios
un Pueblo para Sí y cuáles son las características que nos identifican:
781
"En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la
justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no
individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo
para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues,
a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a
poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue
santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su
alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo
Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los
gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG
9).
782
El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos
los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
—
Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él
ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo:
"una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).
—
Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el
"nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3,
3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
—
Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la
misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el
Pueblo mesiánico".
—
"La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de
Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (LG
9).
—
"Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cf.
Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2;
Ga 5, 25).
—
Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16).
"Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo
el género humano" (LG 9).
—
"Su destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que
ha de ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección"
(LG 9).
Nos
dice el papa Francisco[3]: «En la actualidad pasamos
ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego
nos damos cuenta que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene
futuro. Pero yo les pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a
quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con
fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle
entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras
tormentas, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina
nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no
es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz
que encontramos si entramos por la puerta de Jesús. Cierto, la puerta de Jesús
es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino
porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados
de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su
misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos
no es tener una «etiqueta». Yo pregunto: ustedes, ¿son cristianos de etiqueta o
de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de
etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y
testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la
justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar
toda nuestra vida.».
«Jesús
exhorta a cruzar la puerta del Evangelio: resulta estrecha para los egoístas;
pero una vez atravesada, la misericordia ensancha, abriendo el corazón a todos
los pueblos y a cuantos esperan la salvación.»[4] Concluimos nuestra
reflexión con una voz positiva, con una voz de aliento tomada en préstamo del
Padre Cantalamessa que cierra su homilía así: «El camino de los justos … es
estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía
espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón»[5].
Como
llave de cierre evoquemos una consigna que nos propone San Mateo en su Evangelio:
«Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios» (Mt 5,9). Alcemos nuestras banderas blancas y hagámoslas ondear. La paz
no puede quedarse arrinconada en la alacena de nuestro corazón, en cambio, que
la energía de nuestro pendón se expanda por todos los espacios del Mundo, por
todas las direcciones de la rosa de los vientos, que sean sepultados los
pretextos de los guerreristas, -en cambio- unidos en la unidad de la
diversidad, alcancemos la convergencia para que nuestras semillas de fe, sean
germen de una paz verdadera y de la justicia cristiana, hecha de fraternidad y
amor.
[1] http://homiletica.org/RaineroCant/RanieroCantalamessa0153.htm
[2]
Chigua, Milton Jordán. PINCELADAS BIBLICAS DE LOS PROFETAS. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia. 2015 p. 165
[3] Papa
Francisco. ÁNGELUS Plaza de San Pedro Domingo 25 de agosto de 2013.
[4]
Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN MISERICORIDIA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia
2016 p. 84
[5] Cantalamessa, Raniero OFM Cap. Loc Cit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario