sábado, 13 de agosto de 2022

¡CÓMO ME GUSTARÍA QUE YA ESTUVIERA ARDIENDO!

 


Jer 38,4-6.8-10; Sal 39,2.3;4.18; Heb12,1-4; Lc 1 2,49-53

 

En efecto, su amor a nosotros es un fuego que necesariamente quiere encender a aquellos a quienes ama: no hay amor que no desee ser correspondido.

Silvano Fausti

 

¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice — según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la "división", o —según la redacción de san Mateo— la "espada"? (Mt 10, 34)

Benedicto XVI

 

La antífona de Entrada, cifrando una cita del Salmo 83, en los versos 10-11, dice: “Mejor es un día en tus Atrios, que mil fuera de ellos. Porque Sol y Escudo es el Señor. Gracia y Gloria Él nos concede”.  La Oración Colecta trabajará en torno a esta misma idea: “Oh Dios que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo”. Cobrar consciencia del significado de nuestro Templo, de un lugar (topos donde darnos cita con el Señor), y del valor y significado sacramental de esa Edificación, que -guardadas las proporciones- nos permite figurarnos el Cielo, porque allí podemos conjeturar Su Presencia, donde lo experimentamos cuasi-físicamente, donde podemos disfrutar algo de su Sacra Intimidad. Así, durante la Eucaristía podemos -lo más que se puede en esta vida- ir a visitarlo y, a la vez- que Él venga a visitarme.


 

Luego, con las Lecturas, nos sumergimos en un mar borrascoso, una verdadera crisis de comprensión, Su Destello se cuela por en medio de la niebla de nuestra limitada razón y -únicamente- apoyados en el andamiaje de la fe- contemplamos la majestad de su Llamarada: ¿Cómo vamos a entender este fuego que Jesús ha venido a traer? Nos encontramos ante tres afirmaciones muy fuertes que hace Jesús en el Evangelio Lucano (12, 49-51):

·         Vine a traer el fuego a la tierra

·         Con un bautismo tengo que ser bautizado.

·       ¿Piensan que he venido a traer la paz a la tierra? No, sino la división.

 

¡Roguemos al Espíritu Santo que nos asista! Porque fácilmente puede pasar que esta sea una perícopa clave y (como el sacerdote y el levita pasemos de largo). Oh Espíritu Paráclito, haz que nos inclinemos ante estas frases de Jesús como el Samaritano se supo inclinar y supo atender a su “prójimo” con el máximo gesto de “hospitalidad misericordiosa”, para que guardemos tu Enseñanza siempre presente en nuestro pecho. Permítenos Señor, saborear tu mensaje y guardarlo en nuestro corazón, así como tu Santa Madre supo conservar cada aspecto de tu vida en su Corazón Inmaculado, como se atesora sólo aquello que tiene real valor. Lo pedimos, por Jesucristo, Nuestro Señor, que vive y reina en unidad con el Padre, en Infinito Amor. Amén.

 

¡Claro que si vino a traer fuego a la tierra! Bástenos mirar la imagen de su corazón inflamado que –no hace mucho- habitaba tantos hogares que reconocían la Llamarada de su Corazón como la potestad reinante en sus vidas familiares. Llamarada de vida, Sangre y Agua derramados de su Costado que nos “incendian” de Misericordia en la imagen del Sagrado Corazón Misericordioso, revelado a Sor Faustina Kowalska. El Señor de la Misericordia no es otro que el Sagrado Corazón que derrama en nosotros su sangre y agua.

 


Tomemos una sencillísima frase de Sor Faustina: “"El verdadero amor a Dios consiste en cumplir la voluntad de Dios. Para demostrar a Dios el amor en la práctica, es necesario que todas nuestras acciones, aún las más pequeñas, deriven del amor hacia Dios.” Esta humildísima aseveración nos permite intuir porque tal Llamarada de amor puede conducir a la división. Y es que aquellos que le han apostado el corazón al Rival,  no lo soportan. A esos el corazón les escose de ira, de rechazo; sus palabras y sus acciones les arden y les queman como ácido. Si algo repugna el impío es escuchar o ver a alguien cuya voz o cuyas acciones aluden al Señor. Con tal de alejarse de su voz, preferirían ser enviados a encarnar en cerdos y desbarrancarse en el mar, para así no seguir oyendo al que habla las palabras de Dios. Si están cerca del que apunta hacia Dios, aquel “poseído” se encabrita, (lo he visto con estos pobres ojitos que –como reza el dicho popular- “se han de comer la tierra”), escupen babaza gruesa y miran con ojos inyectos; se ponen agresivos y no vacilan en atacar.

 

Pero ¡es muy sano que Jesús separe! La palabra griega que traducimos por división es la palabra διαμερισμός que se traduce con suficiente precisión como “hostilidad” y como “separación”. Mirémoslo en la Primera Lectura, contra Jeremías. Todo el veneno que destilan, como urden acusaciones y planes homicidas contra el profeta. ¡Que sevicia! No sólo quieren matarlo sino que quieren condimentar su crimen con crueldad sádica. Lo dejan en un pozo con el piso hecho un lodazal para que se hunda poco a poco. La idea es garantizar que sea una muerte lenta para hacerla más penosa.

 

Comprendamos que esta es una forma de división distinta a la que practica el “Patas”. El Malo divide para debilitar, para confundir, para poder reinar; en cambio, el Señor separa para preservar inmaculado al “Justo”. Jesús separa para cuidar, para proteger; el Señor separa porque no quiere permitir que su fiel “conozca” la corrupción. Separa oportunamente la paja de la mies.

 

La dialéctica de este análisis nos obliga a mirar la contra-cara. Ya, en ocasión anterior, descubríamos y enfatizábamos que Jesús no es “menso”; el dicho popular lo califica “Manso” pero precisa que “no menso”. El diccionario de americanismos nos traduce menso” por “tonto”, “bobo”. Y efectivamente que ¡el Rey de Reyes no lo es! El ama la paz, promueve la paz, nos conduce por caminos de paz y las semillas que siembra en nuestro ser son de serenidad y paz. Pero, a la vez, Él sabe que el “Malo es puerco” y –aunque Él nos propone la mansedumbre de las palomas- sabe perfectamente el Fuego que usará llegada la Hora. Y la astucia que tendremos que desplegar.

 

El amor de Dios no es de esterilidades, ni de tibiezas, el Amor de Dios es de este mismo Fuego que Jesús vino a traer y a sembrar en nuestro ser. También Él, al llegar la hora, trenzará un fuete con cuerdas y arrojará a los que venden monedas profanas en el Atrio del Templo.

 

El Camino de Redención, que caminó (¿o corrió?) Jesús fue desde el principio, conocido por sus seguidores y discípulos como “la Pasión”. Y, es que este Amor es una Amor apasionado. El amor de Jesús es un Amor distante de tibiezas (insistimos), es vehemente, entusiasta, ¡ardiente! Es un verdadero “Fuego”. El Fuego que Jesús vino a traernos.

 

Miremos ahora, bajo esta Luz, la perícopa de la Carta a los Hebreos que constituye la Segunda Lectura de esta fecha (XX Domingo ordinario, ciclo C). Las afirmaciones centrales y medulares en ella son:

·         Dejemos todo lo que nos estorba

·         Librémonos del pecado que nos ata

·         Corramos la carrera que tenemos por delante.

 

Es muy difícil correr con impedimentos encima, más difícil todavía si estamos maniatados. A nuestra carrera de la fe precede una etapa de “liberación”, de “desintoxicación”, un verdadero bautismo que nos lave. Luego, estaremos listos para desenvolvernos como atletas, y correremos desembarazados de toda clase de obstrucciones.

 

Esta Carta a los Hebreos nos indica también que poseemos una Brújula infalible: “fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe”. Permanecer vigilantes consiste en ni siquiera parpadear, los ojos muy fijos en el que “Traspasaron”.

 


Todo esto tiene un objetivo, objetivo que es nuestra “tarea” para el tiempo presente, para nuestro diario vivir; el Salmo nos lo señala: “Muchos se conmovieron al ver esto// y confiaron también en el Señor.” El propósito de todo esto es la pedagogía del contagio por medio del ejemplo, que muchos se conmuevan, se inquieten, queden entusiasmados. Consiste en mostrar coherencia para que otros puedan creer. El contagio es –recordemos que dijimos que podíamos compararnos con velas- que el Señor pasa encendiendo, con su tizón, con su Fuego Pentecostal. Ahora sabemos con qué clase de fuego nos va a inflamar: Será con el Fuego del Amor, porque ya lo dijo San Juan: “Dios es amor”. No es para algún futuro incierto, es para “ya”: «… la fe como historia: es memoria de un pasado y proyecto de un futuro que se realiza en el presente.»[1]



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo, Bogotá -Colombia 2014. P. 472

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