sábado, 6 de agosto de 2022

PROMESA CONFIABLE

 


Sab 18, 6-9; Sal 33(32), 1.12.18-19.20.22; Heb 11, 1-2,8-19; Lc 12, 32-48

 

Buscar el Reino nos ayuda a no instalarnos en aquello que hemos conquistado, a no sentarnos sobre nuestros éxitos, sino a cultivar esa santa inquietud de quien desea antes de todo servir al Señor en los hermanos.

Papa Francisco

 

El hombre no es un poseedor. Es un ecónomo, que administra bienes que no son propios.

Silvano Fausti

 

Amarlo sin ceder. Su Amor sobre nosotros, nuestra esperanza en Él.

Existe una cierta continuidad entre un Domingo y el siguiente porque la Palabra de Dios no es un conjunto de discursos sueltos sino un verdadero y hermoso tapis; y, en gran parte, la misión que tenemos los discípulos consiste en entretejer los hilos y descubrir su trama. Descentrarnos a favor del prójimo, con especial atención a quien más lo necesita; usando la fórmula tan cara a nuestra fe: “atención preferencial”, porque no basta el amor, es necesaria la justicia, una justicia que pueda corregir tantos “entuertos”, cientos y miles de “entuertos” que ha ido fraguando nuestra parcialidad preferencial hacia el poderoso, en vez de nuestro cuidado hacia el frágil, la viuda, los huérfanos. El Domingo anterior, la Liturgia nos pone en guardia contra la avaricia, contra el egoísmo acaparador, contra la construcción de depósitos para almacenar tesoros materiales, sin cuidar los bienes realmente imperecederos, aquellos que quedan incólumes ante el orín y la polilla.


 

Hoy somos invitados a la generosidad y el desprendimiento: ese descentramiento en pro de los desheredados de la tierra, redundará con creces: se trata de “mantener las lámparas encendidas. ¿En qué consiste? ¡De qué lámparas se trata? De administradores que no se aprovechen sino que practiquen con infatigable denuedo estar listos para abrirle a Jesús las puertas, llegue a la hora que llegue, en eso consiste la bravura de corazón, en estar siempre listos a servir. «Nuestra vigilancia no es un escrutar en la oscuridad. Es tener encendida -ante el mundo- la luz del Señor, para continuar su misión entre los hermanos. Cuando caminamos como caminó Él, prestamos los pies a su retorno.»[1]

 

Firmeza de las promesas de Dios

Para que nosotros podamos “leer los signos de los tiempos” el Señor nos entrega anticipos que obran como pistas de decodificación. Ha señalado puntos seguros, hitos en la historia humana donde la manifestación de su poder nos ratifica, nos reasegura, fortificando nuestra fe. En la Primera Lectura, que proviene del Libro de la Sabiduría (texto que se suele atribuir a Salomón, puesto que su sabiduría se tiene por proverbial y según la usanza de aquellos pueblos se nombraba autor a alguna figura de renombre para dar mayor credibilidad y fuerza a su mensaje. Fue compuesto en griego lo que le ha valido el rechazo en las Biblias de los judíos y de los protestantes), se menciona la “noche de la liberación pascual” como señal de reconocimiento de las firmes promesas en que ya nuestros padres habían creído. Pero la promesa encerraba dos elementos adicionales con los que “el pueblo elegido” contaba:

­   El exterminio de los enemigos.

­   La salvación de los justos.

 

Y se puede contar y confiar en ello, pero ¡sin ponerle fechas a Dios! Quien sin falta cumplirá lo ofrecido, en el debido momento, no en nuestro tiempo. Teniendo en cuenta que las promesas muchas veces cuentan con una primera etapa de cumplimiento parcial –por así decirlo- donde queda cumplida pero sin colmar las expectativas, quedando en suspenso su cabal cumplimiento, (esto hay que entenderlo claramente al leer la Sagrada Escritura). Los “cumplimientos parciales” marcan una inmadurez del pueblo de Dios para alcanzar la Gracia.

 

En alguna parte mencionábamos que la espera del “cabal cumplimiento” da plazo y otorga prorroga a muchos -que si el Señor diera por llegada la hora- sólo alcanzarían su perdición. Hay muchos que dependen del aplazamiento para recorrer su periplo y lograr darse cuenta y corregir sus yerros. Decimos con el salmista, en el salmo 33(32), versos 12-22, algunos de los cuales se leen en el Salmo responsorial de este Domingo:

 

¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,

el pueblo que ha escogido como suyo!

El Señor mira desde el cielo

y ve a todos los hombres;

desde el lugar donde vive

observa a los que habitan la tierra;

modela el corazón de cada uno

y Quien vigila todo lo que hacen.

El rey no vence por su gran ejército

ni se salvan los valientes por su mucha fuerza;

los caballos no sirven para salvar a nadie:

a pesar de su fuerza no pueden salvar.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,

sobre los que esperan en su Misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y sustentarlos en épocas de hambre.

Nosotros confiamos en el Señor:

Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.

Nuestro corazón se alegra en Él:

confiamos plenamente en su Santo Nombre.

¡Que tu amor, Señor, nos acompañe,

tal como esperamos de ti!

Sal 33(32).

 

Seguridad en lo prometido

Muchos apocalípticos se dedican al anuncio de la hecatombe: Ya viene el fin, el fin es terrible, todos van a gritar de terror y dolor, la oscuridad será más negra que la más negra noche y patatín-patatá. En fin, ¡especialistas en anuncio y promoción de calamidades! ¿En qué clase de dios creen? Tiene que ser un dios vengativo, miserable, castigador, con un corazón sádico, de loco, un dios que creó para después aniquilar…

 

Ese no es el Dios al que llamamos Padre. Nuestro Dios es un Dios-Tierno, que se exagera en Piedad y se excede en Misericordia. ¿Para qué decir algo más cuando se puede resumir diciendo que “Dios es amor”?

 


«Los “planes de Dios”, y ese es el mayor consuelo del hombre que cree… (no conocemos esos planes, y -reconociendo nuestra pequeñez frente a Su Grandeza-ni pedimos que se nos revelen), simplemente nos fiamos de Aquel que los ha fraguado… Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin falta… Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa.»[2] Para nosotros que disipamos las tinieblas con la Luz poderosa de la fe, discernimos claramente la resplandeciente Luz de Cristo que desbarata cualquier oscuridad.

 

Revisando el Salmo integro encontramos una alabanza por la creación: “Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca, todos los astros” Sal 33(32), 6; ordena a todos los habitantes de la tierra elevar sus voces de honra y alabanza a Dios, un Dios que cuida, un Dios poderoso que da fuerzas y reparte las victorias; inclusive, se trata de un Dios que nutre a sus adoradores en los tiempos de sequedad y hambruna. Este Salmo se clasifica entre los “himnos” o sea, un canto de alabanza.

 

Esta clase de Salmos inicia con una voz de parte de los Levitas que convidan al pueblo a entonar la alabanza: ¡Toquen con arte al aclamarlo! Sal 33(32), 3b. No se lee todo el Salmo en la Liturgia de este Domingo, los versos que se seleccionaron destacan los siguientes aspectos:

 

­       Los צַ֭דִּיקִים “justos” se complacen en alabar al Señor

­       Dichoso el pueblo que Dios escogió como suyo

­       El Señor cuida a sus fieles

­       El Señor es nuestra esperanza, en Él depositamos nuestra confianza.

 

En eso consiste nuestra tarea, nuestra disciplina, nuestro permanecer vigilantes: en depositar nuestra vida, una y mil veces, y no sólo por hoy, o por ahora, o por algún período; sino retornar a confiar y reincidir en confianza, cada día y todos los días; cuando nos asiste el entusiasmo o cuando la sequedad de nuestro espíritu se torna en aridez. Ría el día o se entristezca, claree o se oscurezca, salga el sol o campee la lluvia, haya riqueza y holgura o apretón, austeridad y restricciones sea como sea y fuere como fuese torne el corazón y el alma a fiarse, seguros y convencidos de que el Señor nos cuida y que no hay mejor puerto que aquel hacía donde el soplo de su Dulce Viento nos empuje (aun cuando a nuestro paladar vinagre sea).

 

La fe en nuestra historia personal

Para la Segunda Lectura abandonamos ya la Carta a los Colosenses y tomamos la Carta a los Hebreos, que nos ocupará cuatro Domingos consecutivos, se trata de los Domingos 19 al 22 del tiempo ordinario, ciclo C.

 

Esta carta –más bien sermón- presenta la pseudo-autoría de Pablo; hoy por hoy los estudiosos coinciden en atribuirla a algún discípulo suyo. Dos propósitos centrales la animan y son la espina dorsal de la carta

 

­       Jesucristo es nuestro redentor

­       Jesucristo es Sumo y eterno Sacerdote.

 

Dos núcleos pivotando en torno a un eje: Jesucristo es la Única mediación.

 

La perícopa que nos ocupa este Domingo arranca de una definición de la fe: Ἔστιν δὲ πίστις ἐλπιζομένων ὑπόστασις, πραγμάτων ἔλεγχος οὐ βλεπομένων. “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera; el convencimiento respecto de lo que no vemos.” Por medio de la fe tenemos asido aquello que de otro modo sería pura promesa incierta. Inmediatamente dada la definición, se ocupa el autor de presentarnos una especie de exhibición de casos históricos entresacados de la Escritura. Resplandece como ejemplo Abraham.

 


- Abraham como extranjero errabundo por obediencia al Señor que lo manda abandonar y emprender el viaje.

- Sara quien pese a su vejez y su esterilidad concibe en su seno maternal fecundado en virtud de la fe

- Abraham –una vez más- quien no escatima a su propio hijo, fruto de su vejez pues Dios es Dueño de todo, hasta de la vida; pero si Dios lo había prometido, Dios puede resucitar –inclusive- a los muertos. Aparece aquí el concepto de resurrección anunciado sobre otros distintos de Jesús. Por eso, aquí Isaac es tenido por “símbolo profético”: Noticia temprana de otro Padre que tampoco escatimará su Hijo para cumplir con la Alianza entre Dios y los hombres a quienes Él ha ofrecido darles salvación y lo cumple dándoles Vida-Eterna.

 

Tres Parábolas

Dejamos atrás la parábola del rico que iba a construir graneros más grandes para seguir atesorando, exceptuamos la perícopa Lc 12, 22-31 y, continuamos trabajando el mismo tema. ¿Cuál era? Corregir la escala de valores, precisar lo verdaderamente valioso, vivir una metanoia que nos corrija los defectos visuales y nos deje ver las cosas con los Ojos de Dios y no con ojos humanos de pecador impenitente.

 


Para hablarnos de esto Jesús se vale hoy de tres parábolas:

1)    Estar alertas y pendientes esperando al Señor como quien espera al patrón que se fue a una fiesta pero que en cualquier momento regresará, y uno –siervo fiel- se desvela con las luces encendidas, para que al volver lo encuentre bien despierto.

2)    Un dueño de casa que –sabiendo que los ladrones pueden llegar en cualquier momento- está siempre alerta, siempre vigilante. No lo dice el texto, pero será tan precavido que contratará guardias de seguridad y organizará permanentes turnos de vigilancia con sus parientes de confianza para cerciorarse que el ladrón verá frustradas todas sus intentonas.

3)    El empleado fiel a quien el Señor le tiene tanta confianza que le encarga repartir las porciones de trigo a sus sirvientes pues reconoce en él a un mayordomo, diligente, inteligente y “fiel” y sabe que será justo, puntual y honesto, y repartirá con rectitud las raciones de trigo.

 


Así pues, ¡no nos podemos descuidar en ningún momento pues no sabemos el día ni la hora! La fe, la Alianza Dios-hombre es para cada segundo de la vida y para cada latido del corazón. Es una comunión de Amor de todas horas entre el Amado y sus amadores. Quede resonando en nuestro corazón –durante toda la semana- que la Luz que nos da Jesús, no es una velita, ni un pabilo tembloroso ¡es una candelada arrasadora! No temamos si amenazan descolgarnos –por medio de cuerdas- a la cisterna lodosa. Sólo asumamos que, allí donde tengamos nuestro tesoro, allí permanecerá fijo nuestro corazón.



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2014 3ª ed. p.467

[2] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 66

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