Sab 18, 6-9; Sal 33(32),
1.12.18-19.20.22; Heb 11, 1-2,8-19; Lc 12, 32-48
Buscar el Reino nos ayuda a no instalarnos en aquello que hemos
conquistado, a no sentarnos sobre nuestros éxitos, sino a cultivar esa santa
inquietud de quien desea antes de todo servir al Señor en los hermanos.
Papa Francisco
El hombre no es un poseedor. Es un ecónomo, que administra bienes que no
son propios.
Silvano Fausti
Amarlo sin ceder. Su Amor
sobre nosotros, nuestra esperanza en Él.
Existe
una cierta continuidad entre un Domingo y el siguiente porque la Palabra de
Dios no es un conjunto de discursos sueltos sino un verdadero y hermoso tapis;
y, en gran parte, la misión que tenemos los discípulos consiste en entretejer
los hilos y descubrir su trama. Descentrarnos a favor del prójimo, con especial
atención a quien más lo necesita; usando la fórmula tan cara a nuestra fe:
“atención preferencial”, porque no basta el amor, es necesaria la justicia, una
justicia que pueda corregir tantos “entuertos”, cientos y miles de “entuertos”
que ha ido fraguando nuestra parcialidad preferencial hacia el poderoso, en vez
de nuestro cuidado hacia el frágil, la viuda, los huérfanos. El Domingo
anterior, la Liturgia nos pone en guardia contra la avaricia, contra el egoísmo
acaparador, contra la construcción de depósitos para almacenar tesoros
materiales, sin cuidar los bienes realmente imperecederos, aquellos que quedan
incólumes ante el orín y la polilla.
Hoy
somos invitados a la generosidad y el desprendimiento: ese descentramiento en
pro de los desheredados de la tierra, redundará con creces: se trata de
“mantener las lámparas encendidas. ¿En qué consiste? ¡De qué lámparas se trata?
De administradores que no se aprovechen sino que practiquen con infatigable
denuedo estar listos para abrirle a Jesús las puertas, llegue a la hora que
llegue, en eso consiste la bravura de corazón, en estar siempre listos a
servir. «Nuestra vigilancia no es un escrutar en la oscuridad. Es tener encendida
-ante el mundo- la luz del Señor, para continuar su misión entre los hermanos.
Cuando caminamos como caminó Él, prestamos los pies a su retorno.»[1]
Firmeza de las promesas de Dios
Para
que nosotros podamos “leer los signos de los tiempos” el Señor nos entrega
anticipos que obran como pistas de decodificación. Ha señalado puntos seguros,
hitos en la historia humana donde la manifestación de su poder nos ratifica,
nos reasegura, fortificando nuestra fe. En la Primera Lectura, que proviene del
Libro de la Sabiduría (texto que se suele atribuir a Salomón, puesto que su sabiduría
se tiene por proverbial y según la usanza de aquellos pueblos se nombraba autor
a alguna figura de renombre para dar mayor credibilidad y fuerza a su mensaje.
Fue compuesto en griego lo que le ha valido el rechazo en las Biblias de los
judíos y de los protestantes), se menciona la “noche de la liberación pascual”
como señal de reconocimiento de las firmes promesas en que ya nuestros padres
habían creído. Pero la promesa encerraba dos elementos adicionales con los que
“el pueblo elegido” contaba:
El exterminio de los enemigos.
La salvación de los justos.
Y
se puede contar y confiar en ello, pero ¡sin ponerle fechas a Dios! Quien sin
falta cumplirá lo ofrecido, en el debido momento, no en nuestro tiempo.
Teniendo en cuenta que las promesas muchas veces cuentan con una primera etapa
de cumplimiento parcial –por así decirlo- donde queda cumplida pero sin colmar
las expectativas, quedando en suspenso su cabal cumplimiento, (esto hay que
entenderlo claramente al leer la Sagrada Escritura). Los “cumplimientos
parciales” marcan una inmadurez del pueblo de Dios para alcanzar la Gracia.
En
alguna parte mencionábamos que la espera del “cabal cumplimiento” da plazo y
otorga prorroga a muchos -que si el Señor diera por llegada la hora- sólo
alcanzarían su perdición. Hay muchos que dependen del aplazamiento para
recorrer su periplo y lograr darse cuenta y corregir sus yerros. Decimos con el
salmista, en el salmo 33(32), versos 12-22, algunos de los cuales se leen en el
Salmo responsorial de este Domingo:
¡Feliz
la nación cuyo Dios es el Señor,
el
pueblo que ha escogido como suyo!
El
Señor mira desde el cielo
y
ve a todos los hombres;
desde
el lugar donde vive
observa
a los que habitan la tierra;
modela
el corazón de cada uno
y
Quien vigila todo lo que hacen.
El
rey no vence por su gran ejército
ni
se salvan los valientes por su mucha fuerza;
los
caballos no sirven para salvar a nadie:
a
pesar de su fuerza no pueden salvar.
Los
ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre
los que esperan en su Misericordia,
para
librar sus vidas de la muerte
y
sustentarlos en épocas de hambre.
Nosotros
confiamos en el Señor:
Él
es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro
corazón se alegra en Él:
confiamos
plenamente en su Santo Nombre.
¡Que
tu amor, Señor, nos acompañe,
tal
como esperamos de ti!
Sal 33(32).
Seguridad en lo prometido
Muchos
apocalípticos se dedican al anuncio de la hecatombe: Ya viene el fin, el fin es
terrible, todos van a gritar de terror y dolor, la oscuridad será más negra que
la más negra noche y patatín-patatá. En fin, ¡especialistas en anuncio y promoción
de calamidades! ¿En qué clase de dios creen? Tiene que ser un dios vengativo,
miserable, castigador, con un corazón sádico, de loco, un dios que creó para
después aniquilar…
Ese
no es el Dios al que llamamos Padre. Nuestro Dios es un Dios-Tierno, que se
exagera en Piedad y se excede en Misericordia. ¿Para qué decir algo más cuando
se puede resumir diciendo que “Dios es amor”?
«Los
“planes de Dios”, y ese es el mayor consuelo del hombre que cree… (no conocemos
esos planes, y -reconociendo nuestra pequeñez frente a Su Grandeza-ni pedimos
que se nos revelen), simplemente nos fiamos de Aquel que los ha fraguado…
Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser
llevados a cabo sin falta… Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra
de una eternidad dichosa.»[2] Para nosotros que
disipamos las tinieblas con la Luz poderosa de la fe, discernimos claramente la
resplandeciente Luz de Cristo que desbarata cualquier oscuridad.
Revisando
el Salmo integro encontramos una alabanza por la creación: “Por la Palabra del
Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca, todos los astros” Sal
33(32), 6; ordena a todos los habitantes de la tierra elevar sus voces de honra
y alabanza a Dios, un Dios que cuida, un Dios poderoso que da fuerzas y reparte
las victorias; inclusive, se trata de un Dios que nutre a sus adoradores en los
tiempos de sequedad y hambruna. Este Salmo se clasifica entre los “himnos” o
sea, un canto de alabanza.
Esta
clase de Salmos inicia con una voz de parte de los Levitas que convidan al
pueblo a entonar la alabanza: ¡Toquen con arte al aclamarlo! Sal 33(32), 3b. No
se lee todo el Salmo en la Liturgia de este Domingo, los versos que se
seleccionaron destacan los siguientes aspectos:
Los צַ֭דִּיקִים “justos” se complacen en
alabar al Señor
Dichoso el pueblo que Dios escogió como
suyo
El Señor cuida a sus fieles
El Señor es nuestra esperanza, en Él
depositamos nuestra confianza.
En
eso consiste nuestra tarea, nuestra disciplina, nuestro permanecer vigilantes:
en depositar nuestra vida, una y mil veces, y no sólo por hoy, o por ahora, o
por algún período; sino retornar a confiar y reincidir en confianza, cada día y
todos los días; cuando nos asiste el entusiasmo o cuando la sequedad de nuestro
espíritu se torna en aridez. Ría el día o se entristezca, claree o se
oscurezca, salga el sol o campee la lluvia, haya riqueza y holgura o apretón,
austeridad y restricciones sea como sea y fuere como fuese torne el corazón y
el alma a fiarse, seguros y convencidos de que el Señor nos cuida y que no hay
mejor puerto que aquel hacía donde el soplo de su Dulce Viento nos empuje (aun
cuando a nuestro paladar vinagre sea).
La fe en nuestra historia personal
Para
la Segunda Lectura abandonamos ya la Carta a los Colosenses y tomamos la Carta
a los Hebreos, que nos ocupará cuatro Domingos consecutivos, se trata de los
Domingos 19 al 22 del tiempo ordinario, ciclo C.
Esta
carta –más bien sermón- presenta la pseudo-autoría de Pablo; hoy por hoy los
estudiosos coinciden en atribuirla a algún discípulo suyo. Dos propósitos centrales
la animan y son la espina dorsal de la carta
Jesucristo es nuestro redentor
Jesucristo es Sumo y eterno Sacerdote.
Dos
núcleos pivotando en torno a un eje: Jesucristo es la Única mediación.
La
perícopa que nos ocupa este Domingo arranca de una definición de la fe: Ἔστιν δὲ πίστις ἐλπιζομένων ὑπόστασις,
πραγμάτων ἔλεγχος οὐ βλεπομένων.
“La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera; el
convencimiento respecto de lo que no vemos.” Por medio de la fe tenemos asido
aquello que de otro modo sería pura promesa incierta. Inmediatamente dada la
definición, se ocupa el autor de presentarnos una especie de exhibición de
casos históricos entresacados de la Escritura. Resplandece como ejemplo
Abraham.
-
Abraham como extranjero errabundo por obediencia al Señor que lo manda
abandonar y emprender el viaje.
-
Sara quien pese a su vejez y su esterilidad concibe en su seno maternal
fecundado en virtud de la fe
-
Abraham –una vez más- quien no escatima a su propio hijo, fruto de su vejez
pues Dios es Dueño de todo, hasta de la vida; pero si Dios lo había prometido,
Dios puede resucitar –inclusive- a los muertos. Aparece aquí el concepto de
resurrección anunciado sobre otros distintos de Jesús. Por eso, aquí Isaac es
tenido por “símbolo profético”: Noticia temprana de otro Padre que tampoco
escatimará su Hijo para cumplir con la Alianza entre Dios y los hombres a
quienes Él ha ofrecido darles salvación y lo cumple dándoles Vida-Eterna.
Tres Parábolas
Dejamos
atrás la parábola del rico que iba a construir graneros más grandes para seguir
atesorando, exceptuamos la perícopa Lc 12, 22-31 y, continuamos trabajando el
mismo tema. ¿Cuál era? Corregir la escala de valores, precisar lo
verdaderamente valioso, vivir una metanoia que nos corrija los defectos
visuales y nos deje ver las cosas con los Ojos de Dios y no con ojos humanos de
pecador impenitente.
Para
hablarnos de esto Jesús se vale hoy de tres parábolas:
1) Estar alertas
y pendientes esperando al Señor como quien espera al patrón que se fue a
una fiesta pero que en cualquier momento regresará, y uno –siervo fiel- se
desvela con las luces encendidas, para que al volver lo encuentre bien
despierto.
2) Un dueño de casa que –sabiendo que los
ladrones pueden llegar en cualquier momento- está siempre alerta, siempre vigilante. No lo dice el texto, pero será
tan precavido que contratará guardias de seguridad y organizará permanentes
turnos de vigilancia con sus parientes de confianza para cerciorarse que el
ladrón verá frustradas todas sus intentonas.
3) El
empleado fiel a quien el Señor le tiene tanta confianza que le encarga
repartir las porciones de trigo a sus sirvientes pues reconoce en él a un
mayordomo, diligente, inteligente y “fiel” y sabe que será justo, puntual y
honesto, y repartirá con rectitud las raciones de trigo.
Así
pues, ¡no nos podemos descuidar en ningún momento pues no sabemos el día ni la
hora! La fe, la Alianza Dios-hombre es para cada segundo de la vida y para cada
latido del corazón. Es una comunión de Amor de todas horas entre el Amado y sus
amadores. Quede resonando en nuestro corazón –durante toda la semana- que la
Luz que nos da Jesús, no es una velita, ni un pabilo tembloroso ¡es una
candelada arrasadora! No temamos si amenazan descolgarnos –por medio de
cuerdas- a la cisterna lodosa. Sólo asumamos que, allí donde tengamos nuestro
tesoro, allí permanecerá fijo nuestro corazón.
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