DOMINGO DE RAMOS
Señor, te acogieron
con fiestas como a un libertador,
y luego te
crucificaron como a un malhechor.
Averardo Dini
¡Cuán difícil es
dejarse amar verdaderamente!
Carlo María Martini
Discipulado es
seguimiento fiel
En
el versículo 22, 39 de la Pasión según San Lucas leemos “Salió y se dirigió,
como acostumbraba, al Monte de los Olivos y lo siguieron sus discípulos”. En
este texto se subrayan dos verbos: πορεύομαι
“encaminarse”, “dirigirse a ciencia y conciencia en cierta dirección, o con una
determinada intención”; Él sabía lo que se le venía encima; como nos dice el
profeta Isaías en la Primera Lectura: “… yo no he opuesto resistencia ni me he
echado para atrás”. Pero, por otra parte, está el verbo ἀκολουθέω, “acompañar”, “seguir”; que es el
verbo del discipulado por excelencia. Pero si seguimos el relato de la Pasión
lo que encontramos es todo lo contrario: el abandono, la deserción, la traición
Por
eso hay unos interrogantes que asaltan a nuestro corazón en estas épocas: ¿Cómo
pudo traicionarte Judas, uno de tus elegidos para conformar el grupo de los
Doce? ¿Cómo pudo negarte Pedro, precisamente el discípulo a quien le habías
concedido el primado? ¿Cómo pudieron abandonarte todos los discípulos, al punto
que sólo el más joven y unas cuantas mujeres fueron las únicas fieles hasta el
último momento?
Mirando
hacía estas conductas traidoras o por lo menos desertivas nos asombramos. Tal
vez está mal dirigido el foco de la sorpresa y de la interrogación. Quizás
mejoraría la apreciación si las comparamos con nuestras propias actitudes y
actuaciones. Nos sorprendemos desde nuestra propia perspectiva de creyentes, la
indiferencia y la indolencia con la que muchas veces pasamos al lado del
sufrimiento y la necesidad. Los medios de comunicación con sus programas nos
habitúan a ver el rostro de la muerte, de la crueldad, del sufrimiento; de
forma tal que, al mirar al Crucificado, no resulta ser sino un muerto más, otro
torturado, otra víctima. La crueldad humana difundida y retrasmitida una y mil
veces por el cine, la televisión y otros medios, nos conduce a un nivel de
insensibilidad que nos permite perfectamente convertirla en un aliño más de
nuestros alimentos (los noticieros suelen coincidir en su horario con el de las
horas de comida). Por supuesto, ¡ya nada nos conmueve!
Entonces,
¿en vez de entrañas misericordiosas, tenemos un corazón de dura y fría piedra?
El siguiente paso, con gesto inocente de impotencia es preguntar: ¿Y nosotros,
qué podemos hacer? Y, corona el pretexto la afirmación: ¡Ese es el mundo en el
que nos tocó vivir!
¿Están
nuestras conductas aún que sea ligeramente emparentadas con las actuaciones de
Judas, Pedro y todos los demás “amigos” de Jesús? O, de pronto, esas conductas
retratan lo más “natural” de la conducta humana. En otra parte hemos leído que
fue esa actitud la que abrió las puertas y franqueó el curso al nazismo, al
Hitlerismo. Fue esa actitud la que permitió Auschwitz y otros “campos de
concentración” que registra la historia con vergüenza, páginas de la historia
que al tocarlas para dar vuelta a la hoja, humedecen con tinta sangre las yemas
de nuestros propios dedos.
Sabrán
ustedes que el Crucificado sigue allí, colgado del madero de la cruz, en agonía
eterna. Cada ser humano que muere, victimizado de cualquiera manera, es otra
vez Jesús pegado a la cruz por crueles clavos. Allí está en la cruz, a pesar de
nuestra indiferencia, sigue presente con nosotros, en cada uno de sus
“pequeños”, esos que día tras día ensangrientan las páginas de los periódicos y
los noticieros televisivos. Muchos preguntan escandalizados ¿dónde está Dios?
He ahí la respuesta, ¡sigue muriendo! (y parodiando al poeta añadimos) y
nosotros ¡ay! Lo seguimos matando.
Bueno,
no todos lo siguen matando. Podemos clasificarnos en dos bandos: los que lo
abandonamos, los que lo dejamos solo (aunque antes le hemos prometido seguirlo
hasta el último extremo y acompañarlo con fiel lealtad) y los que lo vendemos
(muchas veces por menos de “treinta monedas”) o los que martillamos los clavos
y camino del Gólgota lo flagelamos y a empellones lo vamos forzando a remontar,
cuesta arriba, hasta la cima del Monte de la Calavera.
Todos
con el mismo tipo de sangre y el mismo ADN del Sacerdote y el Levita de la
parábola del “Buen Samaritano”: Tipo de sangre “indiferencia”; ADN
“indolencia”. Por lo tanto, no juzguemos a los soldados romanos, ni pongamos en
el patíbulo a los discípulos desertores; miremos nuestro propio corazón y
nuestro ejercicio como creyentes, porque nosotros también somos discípulos,
primeros llamados a acompañar, a no abandonar, invitados desde el principio al
seguimiento, comprometidos con Él, con El que se encamina resuelto como una
oveja va al matadero: “Ofrecí mi espalda –dice Él, por medio del profeta Isaías
50, 6- a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No
aparté mi rostro de los insultos y salivazos”. De esa manera ha sellado la
Nueva Alianza con su propia sangre (Cfr. Lc 22, 20); y por eso, “Dios lo exaltó
sobre todas las cosas y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre,…”Fil 2,
9. Trasfusión de Sangre purificadora, sanadora, reparadora, con la que marcar
los dinteles y las jambas para que pase de largo el Ángel Exterminador. (Cfr.
Ex 12,13).
Un plan para releer la Pasión según
San Lucas
…no hay una vida en
la alegría y una no vida en el dolor, sino que todo es vida y que puede que el
dolor lo sea, incluso, doblemente.
José Luis Martín
descalzo
Queremos
proponerles un plan de lectura de la Pasión según San Lucas para contemplarla
lunes, martes y miércoles, como una preparación para vivir el triduo Pascual.
Se trata de una parcelación en 12 perícopas para leerlas a razón de 4 diarias,
distribuidas a lo largo del día; se trata de leerlas alargando, reflexionando,
profundizando, como suele decirse (especialmente cuando nos referimos a la
Lectio Divina) rumiándolas. ¡Hay tanta riqueza, tanta profundidad, tal
sublimidad, en cada una de estas perícopas!
1. 22,14 – 22, 38 La Última Cena
2. 22, 39 – 22,46 Jesús ora en el Monte de los Olivos
3. 22,47 – 22,54a Prendimiento de Jesús
4. 22,54b – 22,62 Negación de Pedro
5. 22,63 – 22,71 Jesús es presentado ante el
Sanedrín
6. 23, 1 – 23,6 Jesús es conducido ante Pilato
7. 23,7 – 23,12 Jesús es remitido a Herodes
8. 23,13 – 23,25 Jesús es “entregado”
9. 23,26 – 23,32 Jesús sube el Calvario
10. 23,33 – 23,46 Jesús es crucificado y muere
11. 23,47 – 23,49 Un centurión reconoce la Inocencia
de Jesús
12. 23,50 - 23, 56 El Cuerpo de Jesús es depositado
en el Sepulcro.
Este
luto que vamos a vivir, sólo se justifica porque nos deja ver algo que está
reservado a la fe, y que de otra manera nos permanece velado y no podemos vivir
y experienciarlo. Se trata de la Pascua que contiene y acuna este Triduo que
vamos a visitar, actualizando la limitación de la muerte frente al Poder Divino
de la Vida Verdadera. Por eso, el salmo 22(21) de hoy es de Acción de Gracias,
porque descubriremos en la muerte la victoria doble de la vida. Al otro lado
del Sepulcro exultaremos con la Piedra que lo cerraba, descorrida y a los dos
hombres de vestiduras resplandecientes.
Domingo de Ramos
«Uno
de los hechos más desconcertantes para quien lee la historia de la Pasión de
Cristo,… es el contraste, al menos aparente, entre la multitud que el Domingo
de Ramos aclama a Cristo y quiere poco menos que proclamarle rey, y esa misma
multitud que, sólo cinco días más tarde, grita ante la procuraduría de Pilato
lo de “crucifícale, crucifícale”. Los exegetas suelen decir que se trataba de
dos grupos diferentes: los del domingo habrían sido los galileos que, durante
la Pascua, acampaban en los alrededores de la ciudad, mientras que los del
viernes habrían sido el grupo de servidores
y amiguetes de los sumos sacerdotes y fariseos. Es posible que así
fuera. Pero también es posible que fuesen los mismos los que un día vitoreaban
y al otro insultaban. La historia del mundo está llena de muchedumbres volubles
que se van poniendo sucesivamente en apoyo del vencedor de turno.»[1]
Para
concluir La reflexión para este Domingo de Ramos, oremos:
«Danos,
Señor, en esta semana y siempre,
el valor
de sentirnos
personalmente
responsables de tu muerte,
para que,
con el corazón sinceramente arrepentido,
podamos
celebrar contigo la Resurrección.
Amén.»[2]
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