Is
43, 16-21; Sal 126(125), 1-2ab.2cd-3.4-5. 6; fil 3, 8-14; Jn 8, 1-11
Desaparecen los
enemigos, quedando sólo aquel que la ama con Amor Eterno.
Silvano Fausti
Retomamos
con suma intensidad el tema de ruptura, de discontinuidad, hasta ese “punto”
histórico veníamos considerando una Antigua Alianza y de pronto se trata de “algo”
prodigiosamente Nuevo. Lo Antiguo era la
aridez del Desierto del Neguev, su deslucida rocosidad, su desolada y
áspera faz. ¡No sirve ni vale para nada! Su vista es deprimente, ni siquiera es
un desierto “de película”, con hermosa arena amarilla, sino un territorio
fieramente gris. Quizá esa “realidad” funcione muy adecuadamente como metáfora
de la “muerte”.
Vienen
entonces los torrentes del Neguev, que son una metáfora antónima, que hablan de
la vida, mejor todavía, hablan de la Vida. Cuando los torrentes del Neguev
anegan la zona, ya no se puede hablar de un desierto, sino que se transforma en
un Jardín, además con un verde resplandeciente, un ¡verde-vital! Los torrentes
del Neguev son una maravillosa expresión de la Resurrección, nos habla de ella;
y al mencionarlos este Domingo Quinto de Cuaresma, preludiamos la Pascua. Al
empezar a cerrar la Cuaresma, pasan los torrentes del Neguev y “anegan” la
sequedad para que –exactamente- quince días más tarde estemos regocijándonos en
la Resurrección, dejando atrás el Desierto del ayuno, la penitencia y la
mortificación; nuestro luto penitente habrá de dar paso a la Plenitud del
Resucitado. Acabemos de bajar en esta quincena, al fondo mismo de la aridez,
para luego, como el paisaje del Neguev, mostrar el verde pujante vibrante y
ubérrimo. Y es que, de toda esta experiencia de la Cuaresma y luego, como
resultado de vivir intensamente el acompañamiento de Jesús hasta el Calvario, habríamos
de injertarnos en ese Neguev fértil, fecundo, prolifero para culminar viviendo
la Pascua en nuestra vida y en nuestro corazón.
La
Cuaresma tiene, como tiempo de espiritualidad fuerte, un contenido sacramental
doble: es penitencial y es bautismal. Vivimos la penitencia y la llevamos a su
cima acudiendo al Sacramento de la Conversión y es bautismal corroborándolo con
esta vivencia de ruptura para ser mujeres y hombres nuevos, en Jesucristo
resucitado. Romper con las “mañas” que no nos dejan vivir una vida en Jesús y
resurgir de las “aguas bautismales” purificados y revestidos del firme
propósito de dejar que la semilla que el Espíritu Santo ha sembrado durante
este tiempo experiencial, pueda expandirse, diseminarse, hacerse exuberante.
«Quiero invitarlos a
todos –todos somos penitentes, necesitados de conversión- a cultivar algunos
valores y a educarnos en algunas actitudes fundamentales en el camino de
conversión.
Ante todo, pienso en
la disponibilidad para que la Palabra de Dios juzgue nuestra vida: no somos nosotros
árbitros y jueces últimos e inapelables de nuestra vida. La fe supone este
dejarse modelar por la Palabra, y lleva a una lectura de nosotros mismos y de
nuestras acciones que se inspira en criterios evangélicos.
La experiencia
espiritual del penitente requiere también una renovada elección de seguir a Jesús;
el deseo de mayor fidelidad al Maestro y una elección más coherente que nos
ponga por los caminos recorridos por Él, constituye, en cierto sentido, el alma
de un itinerario de conversión.»[1]
Ese
tema de ruptura y quiebre está enunciado con porfiada insistencia en la Lecturas
de este Quinto Domingo de Cuaresma va así: En la Primera Lectura, del Profeta
Isaías, “«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que
realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?; en el Salmo, nos unimos
al Salmista –que es la propia Voz de Dios que nos enseña a orar- con el salmo
gradual 126(125), rogándole que obre la metanoia en nosotros, “Que el Señor
cambie nuestra suerte, como los torrentes del Neguev”. En la Carta que originalmente dirigiera San
Pablo a los Filipenses y que hoy nos dirige a nosotros, esta idea de metanoia
está consignada así, “No pienso haber conseguido el premio (o que ya esté en la
meta). Sólo busco una cosa: olvidándome
de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia σκοπός
la meta, para ganar βραβεῖον el premio, al que Dios desde arriba
llama en Cristo Jesús.”
Efectivamente,
en el Tercer Domingo de Cuaresma Jesús mismo rogaba al Padre “no cortar todavía
la higuera”, asumiendo el rol de ἀμπελουργός Hortelano-Encargado suplica a Su Padre aplazamiento,
comprometiéndose Él mismo a remover la tierra y añadirle abono (¡perdónalos
porque no saben lo que hacen!) y Él abonó la tierra con su Sangre y sus
dolores. El Hortelano-Encargado pide plazo y eso es Misericordia, no cegarnos
la vida hoy, sino darnos otro año para que al fin demos cosecha, y seamos
fructíferos. Y en el Domingo anterior el de Lætare-, nos revestimos de Rosa para
preludiar la Pascua, al corroborar que Nuestro Padre no ha cerrado ni los Brazos,
ni su Ventana, ni las Puertas de su Misericordioso Corazón. Entonces, en un
Torrente de Gracia, que debería –si nosotros se lo permitiéramos- empaparnos y hacer
reverdecer del Verde-Vital todo nuestro
ser, viene el Evangelio de esta fecha a ratificar cómo hemos ingresado en una
Nueva Edad, en la cual se invalida la rigidez de la Ley mosáica –en su
interpretación escribana y farisaica- ¿qué puede tener de malo las tablas de la
Ley?, nos preguntamos y sobreviene una respuesta sorprendente: que ellas dan el
protagonismo al mal y al Malo y pierden de vista que el centro de la historia
es Dios, y que Dios entró en la historia para estar en el Centro mismo del
tiempo por medio de su Hijo- y Dios mismo, en la Persona de su Hijo, la
reformula en los términos en que la lee la Divina Misericordia. Esa es la Nueva
Alianza. ¡Cómo se hace Dios Señor de la Historia? Poniendo la suma atención no en
el mal y mucho menos en el Maligno, sino en el germen del Amor que es la Vida.
Claro
que muchos –especialmente aquellos “hermanos mayores que han estado ahí, sirviendo obedientemente durante años”, y aquellos
que asumen vivir su rigurosidad purista pensando que “no tienen pecado”, quisieran volver a raspar las “Tablas del Sinaí”,
las que tuvo Dios que darle a “un pueblo de dura cerviz” para seguir viviendo
en la crueldad de la lapidación. “…siempre llevamos piedras en las manos.
Siempre tenemos piedras que tirar contra los demás. Es terrible la manía que
tenemos de juzgar y condenar. Y es bien difícil convertirse…»[2]
«…empiezan
a retirarse a partir de los más viejos. Es el sistema opresor que se aparta para
dar lugar al nuevo orden instaurado por Jesús.»[3] No vayamos a pensar que se
está incentivando el adulterio sino que antes de apedrear al adultero tenemos
que considerar si no hemos sido todos los que hemos construido un clima humano
de pecado, más propicio a la crueldad que al perdón. ¡No! La “sentencia” que
profiere Jesús –si nuestro pensar legalista quiere verla como “sentencia”- es,
¡atención!, “Anda, y en adelante no peques más”. Y con esta frase concluye la perícopa,
tomada en esta data del Evangelio según San Juan. «demostró que no se destruye
el mal eliminando a quien lo cometió, sino ofreciendo a quien ha pecado
condiciones de vida nueva y plena»[4]
Nos
interrogamos siempre con pía curiosidad que escribía Jesús con Su Dedo en el
suelo. ¿Queréis saberlo verdaderamente? El suelo del Templo estaba hecho de
piedra, y sobre esas piedras ¡Jesús está escribiendo las Tablas de la Nueva
Ley, el Código de la Nueva Alianza, la Constitución del País de la Vida! La Ley
del Amor, del Perdón, de la Misericordia: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más”. Jesús escribía en Piedra, las tablas del Amor en su Reino,
¡de su Reino!
Ya
que Jesucristo nos ha alcanzado, haciéndose motor de nuestra vida, propulsor de
nuestra existencia, no podemos abandonarnos en la laxitud y la dilación so
pretexto de la fe, tenemos –por el contrario- que empeñarnos en la lucha y dar
nuestro mejor, toda nuestra energía para alcanzar la meta y conquistar la presea;
así, con todas nuestras fuerzas –que Dios las multiplicará y las vitalizará-
luchar por alcanzar esa cabo, el que Dios nos reta a conquistar, el de
consagrarnos a la construcción de Su Reino.
[1] Martini,
Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR MEDITACIONES PARA CADA DÍA Ed. San Pablo
Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 100
[2] Camara,
Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 2ª ed.
1985 p. 122
[3]
Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed. San
Pablo. Bogotá Colombia 2002. p. 98
[4]
Ibid.
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