Deut 6, 2-6; Sal 18(17), 1-3.46.50(2b-4.47.51); Heb 7, 23-28; Mc 12,
28-34
Además Jesús nos ha mostrado de un modo concreto y humano en qué
consiste el amor: en el servicio fiel a los hermanos hasta la muerte, consiste
en hacer a los otros lo que quieres que los otros te hagan a ti. (Cf. Mt 7,12)
T Beck, U Benedetti etal.
Es el Amor-Agapé, lo que estamos llamados a empeñarnos en construir y
fortalecer para construir el Reino, para decir con sinceridad lo de Venga a
nosotros tu Reino.
Nos encontramos en la liturgia de este Domingo un
salmo de Acción de Gracias, el Salmo 18(17) de la liturgia, ¿cómo agradecerle a
Dios tantas y tantas bondades de Su Parte? Se insertaban esa clase de salmos en
un contexto cultual definido y su estructura dimana del rito para el cual eran
compuestos. Los estudiosos datan este salmo del post-exilio. De sus 51 versos
sólo tomamos para la liturgia de hoy cinco. ¿Por qué se ha elegido este salmo
para hoy? Nos parece que se puede atribuir esta elección a una de las primeras
frases que se leen en la misa de hoy: Te amo YHWH, Tú eres mi fuerza Sal 18(17),
1(2b). Es un salmo que inicia expresando el Amor que el hombre le debe a Dios
por su protección, por su socorro en horas de urgencia, por ser Padre
proveedor. En este caso -lo dice el salmista- por ser Dios protector y Dios
liberador, porque al momento de invocarlo el acude y lo libra del enemigo. En
la estructura de estas Acciones de Gracia, al llegar al Altar se convoca al
pueblo a sumarse al agradecimiento, luego se narra el peligro que amenazaba y
que dio pie a invocar el Santo Nombre de Dios, entonces viene la interjección
que pide auxilio y en brevísimas palabras se dice que Dios contestó la súplica.
Finalmente, otra vez en el altar de la Ofrenda, se llama a alabar, bendecir y
dar gracias.
Con una mirada global, pasemos ahora a ubicar el
corazón de las Lecturas de este Domingo. Si quisiéramos elegir una palabra-brújula
que nos orientara en las Lecturas de este Trigésimo Primer Domingo Ordinario
del ciclo B, propondríamos la palabra Shemá que se traduce como “Escucha” pero
la palabra hebrea denota obediencia, acatamiento, puesta en práctica. En otra
parte ya hemos enfatizado este sentido de observancia que se anida y trasciende
la simple escucha. En el texto de Deuteronomio 6, 6 leemos además “Graba en tu
corazón las palabras que te entrego hoy”, lo que nos conduce directamente al
comentario que hacía Papa Francisco para introducir la temática de los
Mandamientos: «Al inicio del capítulo 20 del libro del Éxodo leemos —y esto es
importante—: “Pronunció Dios todas estas palabras” (v. 1). Parece una apertura
como otra, pero nada es banal en la Biblia. El texto no dice: “Dios pronunció
estos mandamientos” sino “estas palabras”. La tradición hebrea llamará siempre
al Decálogo «las diez Palabras». Y el término «decálogo» quiere decir
precisamente esto. Y también tienen forma de ley, son objetivamente
mandamientos. ¿Por qué, por tanto, el Autor sagrado usa, precisamente aquí, el
término “diez palabras”? ¿Por qué? ¿Y no dice “diez mandamientos”?
¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una
palabra? El mandamiento es una comunicación que no requiere el diálogo. La
palabra, sin embargo, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios
Padre crea por medio de su palabra, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El
amor se nutre de palabras, y lo mismo la educación o la colaboración. Dos
personas que no se aman, no consiguen comunicar. Cuando uno habla a nuestro
corazón, nuestra soledad termina. Recibe una palabra, se da la comunicación y los
mandamientos son palabras de Dios: Dios se comunica en estas diez Palabras, y
espera nuestra respuesta. Otra cosa es recibir una orden, otra cosa es percibir
que alguno trata de hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la
comunicación de una verdad…»[1]
Bajo el título “Jesucristo, el amor de Dios
encarnado” en los numerales 12–15 encontramos
en la Encíclica Dios es Amor de Benedicto XVI, sólidas claves que nos permiten
mejor acceder a las Lecturas de este Domingo: Intentemos compilar algunas citas
entresacadas de estos numerales para procurar obtener un ángulo optimo de
perspectiva: «La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en
nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los
conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad
bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación
imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios… Cuando Jesús habla en sus
parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el
dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se
trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y
actuar… “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede
contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el
amor… Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la
Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto
oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado,
sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega… lo que antes era estar
frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega
de Jesús, en su cuerpo y su sangre.
… la “mística” del Sacramento tiene un carácter
social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos
los demás que comulgan: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”, dice san Pablo (1
Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los
demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente
puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán…. el amor a
Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos
hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un
nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para
seguir actuando en nosotros y por nosotros… fe, culto y ethos se
compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el
encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual
entre culto y ética simplemente desaparece. En el “culto” mismo, en la comunión
eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros… el “
mandamiento” del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor
puede ser “mandado” porque antes es dado.»[2]
Demos otro paso, afirmemos sintetizando que «para alcanzar la vida no es
necesario observar una montaña de leyes y tradiciones, tener grandes estudios y
ciencia, sino amar a Dios y al prójimo (12, 28-34).»[3]
Sin embargo debemos mirar aún otra perspectiva
profundizadora, porque en la vida coexisten los que nos caen bien con los que
nos caen menos bien y hasta con aquellos que definitivamente nos caen mal, y
allí en ese contexto de vida somos llamados a la consciencia
de que: «Hay muchos retratos –disfraces- con que Jesús se nos presenta cuando
menos lo pensamos. El retrato de Jesús resucitado simboliza a las personas que nos caen bien; nos sentimos a gusto a su lado; no tenemos dificultad en amarlos.
Otro retrato es el de Jesús crucificado: maloliente, escupido, amoratado.
Simboliza a las personas que nos caen mal, que
nos estorban en la vida, que son piedras de tropiezo en nuestro camino;
son los pobres que siempre acuden a molestar; son los viciosos y tarados, que
nos causan repulsión. También ellos son Jesús con un disfraz desagradable.»[4] y,
a renglón seguido, leamos de la carta a los Filipenses 3, 8b-9: « …todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso
tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de Él ya
nada tiene valor para mí, y todo lo considero como basura mientras trato de
ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en Él, no teniendo ya esa rectitud que
pretende la Ley, sino aquella que es fruto de la fe en Cristo, quiero decir, la
reordenación que Dios regala a los creyentes.»
«…
es sano recordar frecuentemente que existe una jerarquía de virtudes, que nos
invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que
tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. San Pablo
dice que lo que cuenta de verdad es “la fe que actúa por el amor” (Ga 5,6).
Estamos llamados a cuidar atentamente la caridad: “El que ama ha cumplido el
resto de la ley […] por eso la plenitud de la ley es el amor” (Rm 13,8.10).
“Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Ga 5,14).
Dicho
con otras palabras: en medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones,
Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del
hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos
rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada
hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está
presente la imagen misma de Dios. En efecto, el Señor, al final de los tiempos,
plasmará su obra de arte con el desecho de esta humanidad vulnerable. Pues, “¿qué
es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué riquezas son las
que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estas dos riquezas no
desaparecen”»[5]
«…
en todo el contexto de la Primera carta de Juan apenas citada, el
amor a Dios es exigido explícitamente. Lo que se subraya es la inseparable
relación entre amor a Dios y amor al prójimo…. El versículo de Juan se ha de interpretar
más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar
también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en
ciegos ante Dios… Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace
por mí y a lo mucho que me ama... Amor a Dios y amor al prójimo son
inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de
Dios, que nos ha amado primero... El amor crece a través del amor. El amor es
“divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso
unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos
convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos”
(cf. 1 Co 15, 28).»[6]
[2]
Benedicto XVI DEUS CARITAS EST Ed. San Pablo 4ta ed. Bogotá – Colombia 2015. pp.
25-28
[3]
Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá,
D.C. – Colombia 2002. p. 154
[4]
Estrada, Hugo. PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS. Editorial Salesiana Guatemala 1998 pp.
129-130
[5]
Papa Francisco GAUDETE ET EXSULTATE Ed. Paulinas. Bogotá D.C. – Colombia 2018
pp. 42 -43
[6]
Benedicto XVI Op. Cit. pp. 29-32
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